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Emmanuel Carrère: "Tras una caída en los infiernos, uno sale de las tinieblas" - Zenda
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Emmanuel Carrère: «Tras una caída en los infiernos, uno sale de las tinieblas»

Tras el impacto que supuso la obra en su país hace unos meses, también por la polémica previa, puesto que su exesposa no consintió que se publicara con alusiones hacia ella, ahora Anagrama la edita en España en castellano y catalán. El lector podrá conocer desde su participación en un curso de meditación en el...

Acabada su sesión de yoga matinal, el escritor Emmanuel Carrère ha respondido desde su casa parisiense a las preguntas de Efe sobre su última novela, Yoga, una combinación de varias historias, una de ellas sobre la profunda depresión que vivió y su diagnóstico de trastorno bipolar.

Tras el impacto que supuso la obra en su país hace unos meses, también por la polémica previa, puesto que su exesposa no consintió que se publicara con alusiones hacia ella, ahora Anagrama la edita en España en castellano y catalán.

El lector podrá conocer desde su participación en un curso de meditación en el Morvan, en la Galia más profunda, a cómo le afectó el atentado de Charlie Hebdo en 2015, o qué hizo con un grupo de refugiados en la isla griega de Leros durante unas semanas.

A pesar de que llevaba años apostando por la no ficción, en esta ocasión el autor de El adversario ha optado por crear algún que otro personaje, como confiesa al final del libro, considerando que así actuaba con honestidad. Asegura encontrarse bien en este momento de dificultades generales por la pandemia de coronavirus, llevando a cabo una vida muy parecida a la que tenía antes de marzo de 2020, puesto que ya trabajaba, igual que ahora, en su casa de altos techos. Sin embargo, no esconde que en la parte central de Yoga narra un periodo de crisis personal, «muy aguda», sin duda alguna la crisis «más grave y seria» que ha experimentado en su vida.


«En el momento en el que empieza el libro —justo después del día de Reyes de 2015— me sentía protegido, dentro de una especie de fortaleza que era inatacable, hecha de una vida conyugal, de una vida familiar muy ordenada, feliz y fecunda», explica. Aunque pensaba que seguiría por estos derroteros, añade a continuación: «Las cosas no siempre suceden como uno quisiera, y digamos que una especie de crisis provoca la destrucción de esta fortaleza y me precipita, en mi caso, hacia esa depresión tan profunda que explico en el libro». Era un momento, además, en el que, a punto de cumplir los sesenta años —en 2017— dice que «tenía la impresión de ir sobre raíles, pero descarrilé».

Consciente de que la vida es «imprevisible», de que «nadie sabe lo que va a pasar mañana», considera, justamente, que una de las lecciones de la meditación que practica y de todas las experiencias que comenta en estas páginas es que «hay que tener una conciencia un poco más aguda de la no permanencia de las cosas, de que la situación que uno vive no tiene ningún carácter absoluto».

Hacia la mitad de la novela, el lector se encontrará al artífice de Limónov ingresado en el hospital de Saint-Anne, donde permaneció durante cuatro meses, y se familiarizará con términos como diagnóstico de trastorno bipolar, ketamina, taquipsiquia (como la taquicardia, pero para la actividad mental), o con terapia electroconvulsiva (TEC), lo que antaño se denominaba electrochoque.

Reconoce que no ha sido fácil narrar sobre ello, especialmente porque describía «una depresión profunda, melancólica, que no significa que uno esté un poco triste, sino que realmente pone en riesgo tu vida». Entonces, prosigue, era inimaginable para él sentarse ante el ordenador para describir lo que sentía, pero agrega: «Una vez has salido del pozo, sí lo intentas y, de hecho, forma parte de mi trabajo. Es mi experiencia de la vida y es una experiencia compartida». Por otra parte, defiende que al ser algo «de lo que cuesta mucho hablar, porque hay como un estigma y una vergüenza es, por tanto, más importante hacerlo. No es vergonzante, y sí algo muy doloroso, incluso peligroso, para quien lo sufre directamente, y también para los allegados«. De hecho, desliza que tras publicarse el libro en Francia, ha recibido muchas reacciones, correos electrónicos y cartas de gente que le agradecía el texto y que le decían que «les había tocado la fibra sensible y les había sido útil».

Tampoco tiene ninguna duda en responder a la pregunta sobre si deberá seguir tomando litio e indica: «Por suerte soy de las personas que responde bien al tratamiento, y ni yo ni mi psiquiatra nos planteamos, de momento, dejarlo, porque tengo la sensación de que es muy beneficioso y, tal vez, si hay inconvenientes, los descubriré más adelante».

Otra parte del libro ahonda en su experiencia en Leros con un grupo de jóvenes refugiados afganos y sirios, en una parte que reconoce ha ficcionado en algunas escenas, pero donde muestra que la mayoría de estas personas «tienen la impresión de estar atrapadas en un callejón sin salida, porque tienen muy pocas posibilidades de acceder al mundo que quieren».

Con alusiones a su fallecido editor Paul Otchakovsky-Laurens, quien le conminó en una Feria del Libro de Guadalajara (México) a que escribiera ante el ordenador con los diez dedos de la mano y no con uno sólo, como llevaba haciendo desde hacía más de tres décadas, el libro termina con un capítulo feliz, que ubica en Mallorca. Con el mismo ha querido decir: «Mirad, en un momento dado el movimiento se invierte y, tras una caída en los infiernos, uno sale de las tinieblas».

Respecto a nuevos proyectos, avanza que el próximo no verá la luz de inmediato y que será una obra de no ficción.

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Josey Wales
Josey Wales
2 años hace

Los filósofos hablan sólos. Es una de las razones por las que nadie les escucha. Nunca te paras a escuchar a quien habla consigo mismo.

elenaclasica
elenaclasica
2 años hace

Queridísimo Sergio:
Este artículo sobre el verano, la playa, la boya amarilla (en mi playa de Cádiz hay otra), los libros leídos en la orilla del mar, el sabor a sal en la piel del ser amado y como si fuera ya la cosa más natural del mundo, “Yoga” de Emmanuel Carrère, pues… es sin más una obra de arte, un regalo tan precioso y preciosista como el riesgo de vivir sin red.
En su “Elogio de lo irreparable”, el maravilloso poeta Félix Grande dice así:
Sé involuntaria. Sé febril. Olvida
sobre la cama hasta tu propio idioma.
No pidas. No preguntes. Arrebata y exige.
Sé una perra. Sé una alimaña.

Resuella busca abrasa brama gime.
Atérrate, mete la mano en el abismo.
Remueve tu deseo como una herida fresca.
Piensa o musita o grita «¡Venganza!»

Sé una perdida, mi amor, una perdida.
En el amor no existe
lo verdadero sin lo irreparable.

Carrère en “Yoga” nos relata el valor del riesgo, un salgo al vacío: “Yo creía que mi razón era sólida, que estaba bien enclavijada en el cuerpo gracias al amor, al trabajo, a la meditación. Me decía a mí mismo que al tener una relación tan circunscrita no sólo no corría el riesgo de perder mi alma, sino que gobernaba mi vida con sensatez”. Y perdió su alma, y se hundió en el abismo de la depresión.

Observo después de una intensa sacudida eléctrica cuántas veces nos has traído, querido Sergio, personajes al borde de la locura o sumidos en ella, y cuánta lucidez se asoma en su vacío y su oscuridad. La experiencia tortuosa de Carrère delata la mentira de la sensatez, y el miedo a abandonar la hipocresía con uno mismo. Las consecuencias parecen insalvables, ¿y aquellas de conservar el alma intacta a riesgo de no haber vivido? Sigue resonando Félix Grande “en el amor no existe lo verdadero sin lo irreparable”, nadar en perpendicular. Y yo me pregunto, quien ha salvaguardado su alma ¿ha salido victorioso? ¿No habrá caído de repente en un abismo insalvable, sin regreso desde la boya amarilla? Porque malo está hundirse, pero peor está no haber nadado en perpendicular nunca en esta vida que nos sostiene y a la que sostenemos, ¿hemos de cuidarla siempre con salvavidas? ¿O hemos de vivir con el alma a cuestas y puesta en la experiencia vital real? Creo que Carrère no soportaba la idea de no dejar que su alma nadara en perpendicular. El día en que el alma se rompe, ese día se da buena cuenta de haber vivido en plenitud, y hundirse en los abismos humanos es un privilegio único.

Por otra parte, querido filósofo, como amante y practicante del yoga, por supuesto la mirada al conocimiento oriental me fascina, y el recuerdo de Schopenhauer me trae reminiscencias del amor a la contemplación al arte y al ascetismo. Maravillosa novela “Yoga”, que contempla la caída después de la contemplación. Fascinante siempre la literatura que nos regalas, maestro, no hay palabras.

Solo puedo recurrir de nuevo a la poesía, recuerdo estos versos de Tomas Tranströmer en sus “Apuntes de fuego” que dicen así:

Durante los meses tristes, centelleó mi vida solo cuando hice el amor contigo.
Como la luciérnaga se enciende y se apaga, se enciende y se apaga -a medias puede uno seguir su camino
en la noche oscura del olivar.
Durante los meses tristes, estaba el alma desesperada y sin vida
pero el cuerpo caminó directo hacia ti.
El cielo de la noche rugió.
Sigilosamente ordeñábamos cosmos y sobrevivimos.

Un abrazo gigante, querido amigo.

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