Justo al entrar al Palacio Episcopal de Málaga el móvil detecta la wifi de la Plaza del Poeta Alfonso Canales. A Emilio Prados le hubiera gustado esa conexión. Una conversación sobre Prados de 37 minutos y 54 segundos con Eva Díaz Pérez, directora del Centro Andaluz de las Letras (CAL), realza la figura de un poeta dueño de una poesía hermética, profunda y mística. Acaso el poeta más desconocido de la Generación del 27, cuyo centro intelectual se erigió en la Imprenta Sur de Málaga y en la revista Litoral, que sobrevive, enseña y cautiva.
“Málaga se convirtió en la capital anfitriona del 27. No hay que inventar nada; aquí está la memoria”, cuenta la directora del CAL mientras observa manuscritos, cartas y primeras ediciones de la exposición. Los recuerdos de Federico García Lorca, del que Prados estuvo enamorado. Esa excelente ortografía que se refleja en sus escritos desde muy joven, como la carta en la que le piden a Manuel de Falla una colaboración para el primer número de Litoral o en su diario íntimo: “Día 17. He recibido una carta de Federico que me ha producido una gran extrañera. ¿Es que no me comprende todavía? Él habla como si realmente me conociera a fondo y por lo que se deduce de su carta está bastante equivocado”.
Emilio Prados, de mirada limpia, siempre generoso, que se dedicaba más a la obra de los demás que a la suya propia, es un hijo puro de la Edad de Plata de nuestra literatura. En párvulos fue compañero de clase de Vicente Aleixandre. “Un niño de ojos reidores, flechadores del bien, y un pelo negrísimo. Un niño que emergía de la espuma, rayas blancas y azules”. Así le describió el Premio Nobel.
Ya en 1914 se incorporó al grupo de niños de la Residencia de Estudiantes de Madrid. Fueron sus años felices. Conoció a Antonio Machado, Unamuno y Juan Ramón Jiménez, impulsor de la vocación poética de Prados. Compañero de Dalí, Buñuel y Pepín Bello, se dedican al arte de vivir en un mundo creativo fascinante. “Cazador de nubes”, calificó Lorca a Prados por su afición a reflejar en trozos de espejos el cielo que se colaba en su habitación de la Residencia para proyectar nubes en las paredes.
El poeta pertenecía a la burguesía ilustrada de Málaga. Nació en 1899 muy cerca de la calle Larios y tuvo un gran compromiso social: impulsó el sindicato de los tipógrafos y conservaba una gran conciencia histórica del cambio que estaba experimentado la poesía en la segunda y tercera década del siglo XX.
En su etapa europea, debido a sus problemas pulmonares, reside en un sanatorio de Suiza. En Alemania estudia Filosofía. Conoce a Picasso en París y cuando regresa a la Residencia de Estudiantes sus compañeros no entienden su poesía compleja y decide, en un arrebato, destruir sus primeras obras. Durante la Segunda República sí alcanza una cierta notoriedad, pero siente que su poesía se está utilizando de modo político y decide no publicar en ese momento Destino fiel, Premio Nacional de Poesía en 1938. Lee sus poemas en la radio y abandona en esta etapa su poesía hermética. “Me interesaba que se dejara claro su relación con el mar y que Málaga fuera capital en la exposición”, cuenta la directora del CAL.
Tras dejar España e instalarse en México en mayo de 1939, Prados rescata Litoral en 1944… con melancólica tristeza. Se reencuentra con sus amigos Manuel Altolaguirre, José María Hinojosa y Luis Cernuda en la capital mexicana. Regresa a su obra introspectiva, llena de matices, símbolos y alegorías íntimas. Aunque jamás regresa del exilio, Prados empieza a publicar en la década de los cincuenta en España. Dormido en la yerba es una selección de poemas de Jardín cerrado que publicó en Málaga. En esta obra se potencia el nihilismo característico que caracteriza gran parte de su poesía:
Para mirar mejor la noche;
Estoy parado a orillas de mi vida
(…)
Mueve el silencio las ramas…
Un jazmín cae sobre el agua…
¡Ay, cuánta estrella en mi alma!
Para mirar mejor la noche,
voy a dormirme a orillas de la Nada.
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Prados soñó, como tantos otros, volver a una España democrática. Su tumba está abandonada, pero su obra cobra cada vez más importancia. Al salir de la exposición, observo con Eva Díaz Pérez un indicador que señala la distancia que separa Málaga de México DF. Son 9.132 kilómetros. En su morada mexicana seguro que recordó el mensaje que comunicaba a los colaboradores de Litoral: “Durante las vacaciones de verano se suspenderá la publicación por ‘exceso de buen tiempo’”. Y Emilio Prados sonríe. Con sus anteojos de “cazador de nubes”.
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