Emili Albi debuta en la ficción con una historia de amor y de fantasmas. La amante ciega, editada por Altamarea. Narra la historia de Ernesto Barbieri, propietario de una galería de arte moderno que en poco tiempo ve cómo los pilares de su vida se van tambaleando: descubre un sorprendente secreto de su hermana Malena (enferma de ELA), un conocido de su padre aparece —como un insospechado fantasma del pasado— ansioso por ajustar cuentas y la relación con su mujer Rosa se cubre de mentiras y de culpa.
Emili Albi acaba de publicar su primer texto de ficción. Más de una década de trabajo editorial conforma su bagaje profesional que, como nos confirma en esta entrevista a Zenda, fluye en su creación literaria.
La amante ciega es una novela sobre sexo y sobre arte. Es un thriller y una novela de amor. Es, sobre todo y antes de todo, una novela que abraza los estigmas, que navega entre dos tiempos y que supone un magnífico debut editorial para un profesional acostumbrado a trabajar en el margen menos visible del universo del libro.
Esta historia arranca, dice Ernesto en un momento de la novela, hace año y medio, en una playera jornada familiar. Tal vez arranque mucho antes: en los cientos de horas que un niño se encerró a leer en su cuarto, en todos los intentos de ficción que precedieron a La amante ciega.
La historia que hoy nos acerca Altamarea nace del instinto de narrar que tiene Albi, que tras muchos años de encaminar los pasos narrativos de los demás, hoy deja que su instinto narrativo, que bullía entre hojas manuscritas que jamás vieron la luz, arda salvajemente en este título.
En todas las librerías nos espera ya esta narración llena de incendios, esta historia de amor, arte y sexo, esta amante ciega de Albi que se aparta de los convencionalismos para adentrarnos en el desatado abismo del ser humano. Conversamos con Albi sobre arte, amor y sexo, sobre edición y escritura, descubrimos con el autor del momento quién es la amante ciega y cómo una ficción puede abrazar los estigmas sociales.
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—¿Quién es La amante ciega?
—La amante ciega es un personaje un poco abstracto que representa el paso del tiempo, la añoranza o el anhelo de todo lo que hemos dejado atrás. Esta novela es bastante masculina. El personaje principal es un hombre que se enfrenta a la crisis de los cuarenta. Sus padres empiezan a fallar, a envejecer, su matrimonio comienza a irse a pique… La amante ciega justo aparece en ese momento y, aunque sea a través de la enfermedad y a través de ese mundo de la asistencia sexual, viene a gritarle cosas de su juventud, del pasado, del momento en que todos nos creemos inmortales. La amante ciega es la segunda oportunidad de ser feliz.
—¿Qué van a encontrar los lectores que se adentren en este título?
—Me gusta pensar que se van a encontrar emoción, sentimientos, ¡desde luego mucho sexo!, y me gustaría que aprendieran algo sobre el mundo del arte, sobre el mundo del galerismo, que es el escenario en el que se desarrolla. Sobre todo, en definitiva, pensar acerca de lo que es la asistencia sexual, pensar en toda aquella gente que está en la sociedad y en la que no solemos pensar, gente con diversidad funcional. Estos son los lugares donde he querido abrevar, donde he querido investigar.
—La ELA, la asistencia sexual… son temas que no suelen ser abordados en las ficciones. ¿Por qué son una parte tan importante de La amante ciega?
—Sobre todo la asistencia sexual. La ELA en realidad… podría haber sido ELA, podría haber sido cualquier otra enfermedad. Me parece una enfermedad muy injusta, he conocido casos muy cercanos y por eso la he introducido. La novela nació con la lectura de una entrevista en un periódico a un asistente sexual hace ya 8 o 9 años. La verdad es que me dejó muy impresionado el hecho de que existiera la asistencia sexual y sobre todo porque me di cuenta de que yo —que entonces tenía unos 35 años— no había pensado nunca que las personas con diversidad funcional pudieran tener sexo y no pudieran tener sexo consigo mismas, que no pudieran descubrir de forma autónoma su cuerpo y su sexualidad. Me pareció… En realidad me dio un poco de vergüenza, porque yo me consideraba una persona muy sensible a la sociedad y a la comunidad, y de repente descubrí que no me había fijado en esto. Empecé a investigar y descubrí detrás historias muy dramáticas: madres que tenían que ayudar a sus hijos a tener sexo, padres que llevaban a sus hijos a prostitutas… Escenas muy complicadas. Me pareció tremendo que la sociedad no supiera nada de esto, y de ahí surgió la necesidad de escribir esta novela. Me pareció un territorio socialmente muy importante que tratar y por otra parte literariamente muy rico. Para mí —y para todo el mundo— el sexo es algo muy importante en la vida y para el ser humano. Es probablemente nuestro instinto más animal. Pensar que una parte de la población, que mujeres con diversidad funcional no hubiesen tenido sexo en toda su vida… ¡me parecía increíble! El hecho de que alguien no se pudiera masturbar —que es algo que forma parte de nuestro crecimiento como personas y de nuestra vida— me parecía tremendo. Creía que era un tema que había que abordar.
—El mercado del arte es una de las bases de La amante ciega, en concreto las falsificaciones, que la convierten casi en thriller. Hablemos de la copia artística que Bercovitz realiza en su trama. ¿Cree que la copia puede superar en valor al original?
—Es buena pregunta. No me la había planteado. En la novela se trata, de hecho, la copia como un arte. Desde luego las personas, los artistas que copian, que falsifican obras de arte, son técnicamente soberbios y… no sé si se puede considerar más obra de arte, pero lo que sí que encierra es un amor brutal hacia el arte, y me gustaba utilizar esa figura porque el falsificador de obra de arte es un criminal, digamos, un delincuente, pero un delincuente especial, con un amor hacia el arte y una cultura tremenda. No sé si lo he conseguido con Bercovitz, pero esa era mi intención: que pensásemos en ese personaje con mucha contradicción: por un lado tenemos que criticarlo, pero por otro espero que al final la gente termine por admirarlo.
—¿Cómo ha podido influir su trabajo como editor en su creación literaria?
—Me he pasado muchos años editando novela, he aprendido mucho de mis autores, he trabajado mucho las novelas en la mesa: bajar al texto, hablar con los autores, retocar mucho… y creo que he sacado bastantes aprendizajes de mi trabajo. También te digo que cuando te pones a escribir una novela, todos esos aprendizajes de repente desaparecen y te encuentras tú solo frente a un texto. Es verdad que, aunque hayas aprendido muchas cosas, cuando tienes que ponerlas en práctica es diferente.
Lo que sí que veo en relación con mi trabajo es que ahora que he cruzado el espejo, ahora que estoy en el otro lado, creo que me está viniendo muy bien, porque estoy ganando mucha empatía y empiezo a entender mucho más a mis autores. Para los editores una novela, o un libro, no es que sea un libro más, pero sí que es verdad que tienes muchos otros y tienes que darle la atención que puedes darle: para un autor su libro es su libro. Creo que los editores debemos tener muy presente que estamos trabajando con material realmente sensible, muy delicado, pensar que hay muchas horas invertidas, mucho esfuerzo, mucho miedo… Realmente cuando publicas te expones. Por ejemplo, yo estoy orgulloso de haber escrito La amante ciega pero también estoy un poco asustado, porque sé que habrá críticas malas, habrá gente a la que le guste más o menos y gente que pensará que habrá alguna parte algo más forzada… Al fin y al cabo, una obra literaria nunca es perfecta. Hay muy pocas obras perfectas. Entonces te da vértigo y te da miedo exponerte. Y eso lo he aprendido ahora, y creo que me va a hacer mejor editor.
—Tras la escritura de la novela y tantos años en el sector editorial, ¿cree posible volver a leer por placer?
—Sí, la lectura sigue siendo a veces muy placentera. Es verdad que según vas probando mucho, los sabores van cambiando y eres cada vez más exigente que hace quince años. Entonces de lo que leía anualmente me encantaba un 60% y ahora me encanta un 20%. Es normal. Es un poco putada porque nos dedicamos a lo que nos gusta de una forma vocacional, pero es un arma de doble filo. Es un poco trampa porque de tanto usar esta pasión que es la lectura pierdes la capacidad de sorpresa. Es verdad que ahora leer por placer me cuesta más porque hay menos obras que me sorprendan. Aun así las hay.
—¿Cuál es la última que le ha sorprendido?
—Estoy ahora mismo con una obra poco literaria, La España de las piscinas (publicado por Arpa). Me está gustando mucho. Es un análisis muy inteligente de nuestra sociedad. En el plano literario la última novela que me ha sorprendido es La historia de Shuggie Bain (de Sexto Piso), escrita por un escritor escocés. Es una novela devastadora, te pasa por encima como un bulldozer. Es muy dura, me dejó bastante impactado.
—¿Para qué cree que sirve la escritura?
—A mí me sirve mucho para conocerme. Con 18 años tuve un crac personal y empecé a ir al psicólogo. Estuve yendo al psicólogo quince años. Me di cuenta de que ir al psicólogo es hacer narraciones, contarte a ti mismo. Desde pequeño he tenido la necesidad de escribir, y creo que lo hacía para comprender las cosas. Creo que he tenido problemas sociales a la hora de interactuar, he sido muy tímido, me he encontrado muy fuera de lugar en muchas situaciones, y a través de la escritura comprendía el mundo, comprendía lo que me angustiaba. Esta novela me ha servido para conocerme más y para conocer el mundo, al fin y al cabo. Creo que es un gran método de autoconocimiento y de reflexión acerca del mundo que nos rodea. Es como una filosofía diluida. Pensamos, pero pensamos de una forma muy ligera. Y como las novelas tienen varias capas, en el fondo, en el poso… ahí hay filosofía.
—La amante ciega es un texto en el que sus protagonistas, en un momento dado, son copias de sus “yo” del pasado, replican con décadas de diferencia una historia de amor. ¿Qué llevan estos personajes en sus respectivas mochilas para repetir esta historia?
—Mucho miedo, mucho vértigo ante el final, ante la muerte. El protagonista es coetáneo a mí, y cuando yo la escribo estoy en ese momento (yo aún no tenía 40 años, mi personaje sí) en el que ves a los padres languidecer. Cuando vemos a los padres languidecer empezamos a ser conscientes de la muerte. Hasta ese momento para mi la muerte no existía, yo era un ser inmortal. Realmente de ahí viene el anhelo por volver atrás, por volver a esa juventud, a ese lugar edénico en el que nada importa, donde somos guapos y jóvenes eternamente, nos relacionamos con todo el mundo, tenemos fuerzas para salir de copas, dormir dos horas, jugar un partido de fútbol, irte a comer con los amigos… Eso de repente a los 40… Justo cuando terminé la novela mi padre enfermó de cáncer. Además, fue un cáncer de pulmón, como en el caso de la novela. Fue un paralelismo curioso. La sensación era esa, sentirme en el abismo y decir: «La vida va en serio». En la novela en algún momento aparecen los versos de Gil de Biedma «que la vida iba en serio uno lo empieza a comprender más tarde». Es así. La novela es la novela del descubrimiento de la muerte y de la necesidad de volver al pasado, a esa ficción, para sentirse jóvenes. A una ficción un poco cruel y brutal, porque al fin y al cabo la lleva a término con una persona enferma, una persona condenada a morir.
—¿Cuáles son los ingredientes para construir una buena novela?
—Esta es más para el editor que para el escritor. Una buena estructura, una estructura sólida. Una novela es arquitectura. Una novela debe tener unos cimientos muy sólidos: tienes que conocer muy bien a tus personajes, de dónde vienen, qué les pasa en el momento en el que les vas a escribir, qué obstáculos se van a encontrar y qué es lo que quieren. Debe tener también buenas estructuras: ¡las plantas del edificio! Si tienes eso bien construido y es sólido va a ser mucho más sencillo aplicarle todo lo demás: las subtramas, el estilo… Básicamente son esos los ingredientes: estructura y personajes. Tener muy claro, por supuesto, a dónde vas. Se dice siempre que hay escritores de mapa y autores de brújula. En ambos casos lo importante es el final, una meta. Saber dónde quieres que vaya tu personaje. No puedes empezar una novela sin saber qué quiere tu personaje. Tienes que saber lo que quieres contar. Esto es impepinable. Luego hay más cosas. Como editor podría añadir: investigar un territorio nuevo, un tema nuevo, no repetirse, intentar ser original… como editor siempre busco cosas originales, frescas… no leer siempre la misma historia.
—Cada vez que Ernesto está delante de Victoria se me presentaba la escena como si estuviera delante de El origen del mundo, de Courbet. El sexo en su novela es arte o está fuertemente ligado a él. ¿Tenía en mente este tipo de representaciones artísticas a la hora de concebir una escena íntima?
—No. La verdad es que no. Agradezco que me lo hayas dicho porque sí que creo que puede tener algo que ver. No lo tenía en cuenta, pero es verdad que la forma de narrarlo y describirlo tenia algo de artístico. Influye el estar escribiendo una novela en la que el personaje principal se dedica al arte y en la que hay muchas obras de arte. La verdad es que no lo tenía en mente y me parece muy chulo pensarlo.
—¿Qué otros proyectos tiene en mente?
—Tengo dos novelas iniciadas. Una de ellas me requiere mucha documentación y estoy retrasándola porque me da algo de pereza. Me interesa mucho acercarme al comunismo y al capitalismo, a los dos sistemas. Creo que en definitiva terminan siendo muy parecidos y quería investigar sobre eso. Luego una novela de juventud, también iniciada, que me gustaría retomar. Es un thriller cómico. Ahora estoy escribiendo lo que creo que es el proyecto que acabaré escribiendo: una especie de autoficción, diario o monólogo sobre mi padre, que murió hace dos años. La verdad es que se me ha removido mucho, me ha despertado muchas cosas. Cuando murió mi padre permanecí sin llorar varios días hasta que llegó un momento puntual en que se desató el llanto y no paré durante hora y pico. El duelo me ha costado mucho. De repente ha llegado el momento de ponerme a escribir. Ha sido algo fisiológico, lo he necesitado para comprender qué significa para mi la muerte de mi padre. Para mi la escritura es algo natural, necesario, como una automedicina. Ahora estoy en eso.
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Autor: Emili Albi. Título: La amante ciega. Editorial: Altamarea. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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