La nueva novela de la ecuatoriana Elizabeth Quila huele al mar que se respira a bordo de un crucero, en el que una octogenaria pareja de homosexuales parece fundirse en «un solo cuerpo con cuatro piernas», ya que uno de ellos no puede ver. Posiblemente no lo sepan, pero la pareja inspiró a la autora para construir a los protagonistas de El cadáver que envejece dentro de su tumba, la obra que presentó en la Feria del Libro de Madrid.
La historia comienza cuando a Robert, invidente desde la adolescencia, le diagnostican un cáncer en etapa terminal y dada su «vida eficazmente existida por más de ochenta años», se le desaconseja iniciar un tratamiento. En ese mismo momento, Ed comenzó a sentir que «se está yendo con él» porque «ya no le queda tiempo para aceptarse tal y como es». Para Quila, la «negación de Ed a ser lo que realmente quiere ser» hace que se convierta en un «cadáver que envejece dentro de una tumba», en la medida en que «sigue existiendo y cumpliendo años, pero no vive». En este sentido, la también psicóloga explica que el ser humano tiende a negar lo que es porque «no ha reconstruido» su autoestima, algo que han de «construir los padres durante la infancia y que, en la mayoría de las ocasiones, no se hace de forma correcta». «Ed no tuvo con quien hacerlo, porque se quedó huérfano muy pronto y toda su infancia transcurre durante la guerra. Es un personaje involucionado cuyo vértice principal es el dolor», añade.
Respecto a la violencia contra el colectivo LGTBI, Quila denuncia que es fruto del «miedo a lo diferente y de nuestras propias inseguridades», y agrega que la autorrepresión tiene más que ver con «el entorno básico de las personas que con la sociedad misma porque cuando ellos te respaldan, te sientes orgulloso de ti». «Tenemos que manifestarnos a partir de lo que somos como persona, no de lo que nos gusta en la intimidad», sentencia al tiempo que reivindica que el mundo sería más sencillo «sin etiquetas».
La escritora, afincada en Houston (EEUU), confiesa que la ausencia de referentes parentales que sufren los personajes bebe de su propia experiencia: una madre que «no era maternal» y que no la cuidaba y de la cual solo recuerda «su aroma». «Son personas que podríamos comparar con piedras que tienen aromas. Por eso Robert define a su madre como una tibia piedra que olía a rosas», matiza.
Otro de los temas que sobrevuelan su novela es la muerte y cómo los personajes se enfrentan a ella en función de «la manera en que vivieron sus vidas». Así pues, mientras Rob sí que estaba preparado para ella, Ed nunca lo estuvo porque «vivía en la negación de lo que realmente quería». «Cuando sientes que nunca tuviste un legado es muy difícil abandonar este mundo, porque no has pagado la deuda de tu nacimiento. Solemos delegar al tiempo cualquier responsabilidad y pensamos que la vida va a extenderse hasta que podamos hacer todo eso», reflexiona.
Incluso la sombra de la muerte se extiende hasta la propia estructura narrativa de la novela, en la medida en que sus capítulos se cierran con la intención de que la historia pueda ser publicada sin haber sido acabada. «Tuve una enfermedad mortal a la que afortunadamente pude sobrevivir, aunque me daban un 30% de posibilidades. No sabía cuánto tiempo me quedaba y fue como un recordatorio de que mañana puedes no estar. Por eso trato de estar a término con mi existencia”, recalca mientras precisa que, al igual que Robert, «estaba preparada para la muerte». «Cuando me detectaron la enfermedad fui portada de la revista del Hospital Anderson. Generalmente, cuando le dan la noticia a la gente se preguntan: «¿Por qué a mí?». Yo me pregunté por qué no», concluye la escritora.
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