Hasta hace unos años, lo tenía claro: lo mío era la literatura anglosajona, esa brillantez sencilla, esas frases cortas y perfectas. Hasta que empezaron a llegar los franceses: Binet, Carrère, Ernaux… Con su capacidad de reflexión y esa profundidad desde lo cotidiano.
Como Dubois, flamante ganador del premio Goncourt 2019, un hombre que ejerce su libertad y solo escribe un mes al año. “El resto del tiempo lo dedico a los que quiero”. Ahí es nada. No a lo que yo quiero, sino a los que quiero.
Aun así, empiezo a leer su novela con cierta prevención. Me preocupa ese título perfecto (No todos los hombres habitan el mundo de la misma manera); me resisto a que me guste. Paso las primeras páginas con reticencia y, enseguida, me rindo: me gusta, me impresiona. Ese narrador que no tiene prisa por contar quién es, a quién quiso, quién le quiso, qué hizo. Ese narrador que está en el peor lugar del mundo —en la cárcel, congelado, rodeado de ratas— para reflexionar y, sin embargo, reflexiona.
No pretende dar lecciones. No juzga, tampoco se juzga. Ha tomado decisiones sin pensar, se ha dejado llevar, ha querido, se ha esforzado… Quiere entenderse y empieza entendiendo.
“Dentro de un edificio o de una comunidad, la desgracia se suele instalar por un periodo. Durante varios meses rondará por las plantas, abriendo una puerta tras otra, zampándose primero al débil y arruinando a los esperanzados. Hasta que un buen día se cambia de casa y de barrio para seguir a ciegas su labor artesanal. En nuestro caso, la mala racha duró casi un año”.
Una mala racha personificada por un cretino, también hay que decirlo. Un «ignaro«, que diría mi padre. Como ese del que hablábamos el otro día:
—Se cree mejor que los demás, papá.
—¿En qué?
—En todo. Los que se creen mejores que los demás creen que lo son en todo…
Mi padre duda, como el narrador de la novela. Un narrador que reconoce la inercia de la docilidad, la sumisión, la aceptación; un narrador que reconoce también la estupidez, la ignorancia y la maldad, y que no llama rabia a su reacción porque reacciona desde el amor. El amor íntegro:
“Fue la persona a cuyo lado siempre procuré mantener la rectitud, en la nieve y en los bosques, en el verano y en las tormentas. La seguía a todas partes. Tenía el don de revelar lo mejor de cada uno…”.
“Tenía”, en pasado. Porque este libro sobre el amor, la vida y el respeto contiene muchas muertes, algunas elegidas. Al protagonista, en su trabajo, le dejan arreglar un edificio residencial, pero le prohíben entran en sus hogares. “Tu trabajo acaba en el umbral de cada casa”, el umbral en el que empiezan los demás y empieza la vida. El umbral que, aun desobedeciendo, hay siempre que cruzar.
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Autor: Jean-Paul Dubois. Título: No todos los hombres habitan el mundo de la misma manera. Traducción: Amaya García Gallego. Editorial: AdN. Venta: Todostuslibros y Amazon
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