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El último viaje de Rodríguez Adrados - Zenda
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El último viaje de Rodríguez Adrados

Francisco Rodríguez Adrados. Foto: Efe. Rodríguez Adrados, al que no llegué a conocer, fue crucial en mi destino. Y es que veces la ausencia, la laguna, pesa más que los cimientos más sólidos. En el epílogo de uno de sus libros, un título que no aparece entre su extensa bibliografía, uno de esos libros invisibles...

Francisco Rodríguez Adrados. Foto: Efe.

He recibido un mensaje que me informa de la muerte de Francisco Rodríguez Adrados y confieso que he sentido su pérdida como algo personal.

Rodríguez Adrados, al que no llegué a conocer, fue crucial en mi destino. Y es que veces la ausencia, la laguna, pesa más que los cimientos más sólidos.

En el epílogo de uno de sus libros, un título que no aparece entre su extensa bibliografía, uno de esos libros invisibles que tanto me atraen, Peregrinaciones y recuerdos (Ed. De la Discreta, 2000), aparece esta reflexión: Hay enormes lagunas en las cosas que he visto y hay tantas y tantas que no he visto (…) En Motril, en mi casa junto al mar, tengo un mínimo museo de pinturas, dibujos, artesanía de diversos lugares del mundo. (…) Pero faltan otras muchas que nunca visité.

"Era un titán para los que sentíamos la vocación de las lenguas clásicas"

Rodríguez Adrados es mi espacio no visitado, pero siempre cercano, en el perímetro. Cuando ejercía como catedrático de griego en Cardenal Cisneros era un titán para los que sentíamos la vocación de las lenguas clásicas, un gigante al que aspiraba a conocer. Por desdicha, mi primer año de griego en el colegio fue más que decepcionante: una profesora aceptó las clases con desgana y su falta de conocimiento y su desidia fue el legado que nos transmitió. El griego se convirtió aquel año y para siempre en una laguna. Luego asistí a un instituto donde ni siquiera existía la opción de estudiarlo y, cuando llegué a la universidad, la perspectiva de ser alumna de Rodríguez Adrados, el titán del griego, me sobrepasó. Por entonces yo era una estudiante con habilidad para capear mis carencias con métodos no siempre ortodoxos, pero Rodríguez Adrados me imponía un respeto que rayaba en la veneración, fue así como cambié mi opción de Filología clásica a Filología semítica.

Fue el profesor que no tuve el que marcó mi cambio de rumbo, un cambio del que nunca me arrepentí, aunque las aguas de la laguna del griego aún se agitan cuando sopla el viento del pasado.

Años después conocí a uno de sus hijos, un hombre por el que siento un hondo afecto, un adorable erudito del jazz; le conté la anécdota en cierta ocasión y rio para sus adentros, como suele reír él.

Excluido de mi vida el intercambio académico con Rodríguez Adrados, lo leí, especialmente el libro del que he extraído la cita, una colección de artículos publicados en distintos medios a lo largo de la década de los noventa, en el que incluyó algunos textos inéditos: recuerdos de viajes a Turquía y Bulgaria, una reflexión sobre la fábula de Polifemo y Galatea en Sicilia y algunos más.

Todos los medios recitan hoy su interminable lista de méritos: miembro de la RAE (sillón d), premio nacional de las Letras, su incesante actividad… Un inventario en el que echo de menos sus propias palabras, las que lo desvelan como el humanista que ha dejado huella en nuestra cultura.

Vuelvo a releer el epílogo que está redactado a modo de despedida, Es pena que el espacio se me quede tan corto.

Me gusta pensar que la última etapa de ensimismamiento la pasó reviviendo sus viajes, los que acabaron por convertirle, sin buscarlo, en escritor de viajes. Viajes reales y viajes imaginarios: En realidad, aprender en los libros es ya viajar.

Cuenta que no empezó a viajar hasta edad avanzada, que sus revelaciones, incluso el conocimiento del mar, llegaron tarde para lo que es ahora costumbre.

"Todos los medios recitan hoy su interminable lista de méritos: miembro de la RAE (sillón d), premio nacional de las Letras, su incesante actividad… Un inventario en el que echo de menos sus propias palabras"

Algo veré aún —escribe en el epílogo—. No por capricho o por deseo de batir récords, que no voy a batir de todas formas: por ver, comparar, aprender. Por romper el estrecho cascarón que nos limita.

Y hace un hermoso inventario de su vida:

La verdad, he sido afortunado en conocer todo esto. Y he sido afortunado con mis compañeros de viaje. Colegas de otro tiempo, alumnos de otro tiempo también. Amigos y amigas. Mi mujer primero, algunos de mis hijos, con frecuencia, después, me han acompañado, también, en ocasiones.

Y, como una premonición de este último viaje que hoy ha emprendido, muy cerca ya de cumplir un siglo, reflexiona para sí: a veces se ve mejor solo, a veces la compañía ayuda a ver.

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Paloma González Rubio

Licenciada en Filología Semítica. Autora de Epitafio (Ed. de la Discreta, 2010), El delito de la lluvia (Ed. de la Discreta, 2010), João (Edelvives, Premio Alandar, 2019.), Antípodas (Ediciones SM, 2019), autora en Aurora o nunca (Edelvives, 2018; catálogo White Raven 2018). @PalomaGlezRubio

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