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El último superviviente del hampa de Chicago - Zenda
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El último superviviente del hampa de Chicago

En el San Valentín de 1349, en una hoguera encendida al efecto junto a una tapia del cementerio de Estrasburgo, empezó a quemarse a todos los judíos que no quisieron convertirse al cristianismo. En realidad, se les acusaba de un asunto más prosaico que la fe: el precio del maíz, muy elevado para los gentiles...

Otro dieciséis de febrero, el de 1929, hace hoy noventa y tres años, fue sábado. Pero para Sailor di Monte, escondido en algún lugar impreciso de Chicago, seguía siendo jueves. Para él, el último catorce de febrero no había sido precisamente el día de los enamorados. O quizás sí, si consideramos las masacres que se han perpetrado en tan señalada fecha.

En el San Valentín de 1349, en una hoguera encendida al efecto junto a una tapia del cementerio de Estrasburgo, empezó a quemarse a todos los judíos que no quisieron convertirse al cristianismo. En realidad, se les acusaba de un asunto más prosaico que la fe: el precio del maíz, muy elevado para los gentiles en los comercios que los hebreos regentaban. Seis días, con sus respectivas noches, dedicó el pueblo llano a tan execrable empresa. Al final arrojaron al fuego a unas dos mil personas.

"Otro día de los enamorados, el de 2018, Nikolas Cruz, un antiguo alumno del instituto Marjory Stoneman Douglas, vuelve a las aulas en que cursó estudios para sembrar la muerte con su fusil de asalto AR-15"

Más próximo a ese amor de pareja, que todos los catorce de febrero exaltamos, podría recordarse a Oscar Pistorius, el famoso atleta paralímpico sudafricano. Todo un ejemplo de superación, que se dice ahora. Todo un héroe de nuestro tiempo, el de la vindicación de todas las valías por igual y el derribo de todas las barreras arquitectónicas; todo un campeón, el primer atleta con la doble amputación de las extremidades inferiores que corrió en unos Juegos Olímpicos. Gloria que quedó en nada cuando se convirtió en un abominable feminicida el día de los enamorados de 2013. La madrugada de aquel catorce de febrero descerrajó cuatro tiros a su novia, la modelo Reeva Steenkamp, a través de la puerta del baño. Parece ser que la muchacha se encerró allí para huir de los golpes que Pistorius le estaba propinando.

En fin, otro día de los enamorados, el de 2018, Nikolas Cruz, un antiguo alumno del instituto Marjory Stoneman Douglas (Parkland, Florida), vuelve a las aulas en que cursó estudios para sembrar la muerte con su fusil de asalto AR-15 y munición abundante.

Apenas faltan unos minutos para finalizar la jornada lectiva. Los alumnos ya tienen ganas de volver a casa cuando comienzan a escuchar detonaciones. Se repiten con una cadencia semejante a la de los fuegos artificiales, por los que las toman algunos estudiantes. En absoluto. Se trata del tiempo que tarda Cruz en elegir a su nueva víctima, apuntar y abatirla. Convenientemente parapetado, este otro asesino de San Valentín se ha puesto a matar gente al azar. Dada la edad de sus víctimas, muchos no habrían descubierto aún el amor cuando su antiguo compañero decidió quitarles la vida el día de los enamorados.

"John Dillinger, Baby Face Nelson, Bonnie & Clyde, Pretty Boy Floyd, Machine Gun Kelly, Ma Barker y Alvin Karpis entrarán en escena para atracar a mano armada y dejar un reguero de sangre en el Medio Oeste"

Así pues, Sailor di Monte, aunque él lo ignora y parece guasa —una triste gracia—, ha entrado en una tradición que se remonta, como la celebración del santo del día, a los pogromos de la Edad Media, la de matar gente el día de los enamorados.

Guardaespaldas de Al CaponeScarface, el temible Caracortada, el rey del hampa del sur de Chicago—, cumpliendo órdenes de su jefe, el jueves anterior al sábado en que lo evocamos, Sailor fue uno de los cuatro hombres que irrumpieron en el garaje del 2122 de North Clark Street. Los otros tres, sus compañeros en la matanza, pudieron haber sido John Scalise, Albert Anselmi y Jack McGurn, todos ellos sicarios harto conocidos de la Purple Gang, uno de los primeros nombres de la pandilla de asesinos de Capone. Pero todo es un suponer, como casi siempre que se habla del crimen organizado.

Estamos en el comienzo de lo que la prensa estadounidense dará en llamar “la era del enemigo público”. John Dillinger, Baby Face Nelson, Bonnie & Clyde, Pretty Boy Floyd, Machine Gun Kelly, Ma Barker y Alvin Karpis entrarán en escena en los años sucesivos para atracar a mano armada y dejar un reguero de sangre en el Medio Oeste.

"Estamos en un tiempo que, a fuerza de manido por la literatura y el cine en lo venidero, parecerá legendario. Pero Sailor di Monte lo sabe cierto, rigurosamente cierto"

De momento, los hampones tienen atemorizada a la sociedad norteamericana. Especialmente a la de Nueva York y Chicago. La guerra entre bandas en esta última ciudad se libra en las mismas calles que transitan los ciudadanos honrados. No hay más ley que la que imponen las metralletas Thompson de los matones. Se trata en realidad de subfusiles que han dado el alias a McGurn, Jack Machine Gun McGurn, se le llama en las fichas policiales. Los jóvenes sin ningún futuro, que ya menudean en el preámbulo de la Gran Depresión y sueñan con medrar en el contrabando de licores, presumir con una rubia platino en cada brazo y vestir trajes de gánster, dicen que McGurn es todo un artista con la Thompson.

Estamos en un tiempo que, a fuerza de manido por la literatura y el cine en lo venidero, parecerá legendario. Pero Sailor di Monte lo sabe cierto, rigurosamente cierto. Aún le parece oler la pólvora y la sangre de anteayer en el garaje. Llegaron a las diez y media de la mañana. Se trataba de dar un escarmiento a Bugs Moran y a su gente, los reyezuelos del lado norte de la ciudad, que osan robarles los camiones con whisky que sus socios canadienses les mandan desde el otro lado de las cataratas del Niágara. Además, a primeros de año, los de Moran habían querido dar matarile a McGurn. Sailor ya sabe que han muerto siete de sus sicarios. Pero el jefe ha salvado la vida. Se entretuvo tomando un café que le ha hecho llegar tarde a la cita con el infierno.

"Sailor di Monte sabía exactamente quién había disparado, pero nunca habría de contarlo. Se cree que fue McGurn, sin duda el más sanguinario de todos los enviados"

Dos de los matones de Capone entraron en el garaje vestidos de policías, Otros dos de paisano. En el interior se encontraba Peter Gusenberg, uno de los más despiadados asesinos de Moran, pese a que, la noche anterior, la del día trece, pedía desesperadamente dinero prestado a su madre. Cuando llegó su hora tenía cuarenta años, que eran muchos a tenor de su empleo. Su hermano Frank, que era otro de los asesinos habituales de Bugs, murió a su lado. Albert Kachellek era el lugarteniente del jefe, Adam Heyer el contable, Reinhardt Schwimmer un optometrista cuya afición a las apuestas acabó por llevarle al crimen organizado, Albert Weinshank el leguleyo que apañaba los crímenes que cometía la banda y Jack May el mecánico. Todos fueron puestos contra la pared por los enviados de Capone. Como, de entre estos últimos, un par vestían el uniforme de la policía, no opusieron resistencia alguna cuando les colocaron de cara a la pared. En el último momento de su vida, los siete que iban a morir creían que se trataba de ser cacheados.

Lo ultimo que escucharon fue el tableteo de las ametralladoras, el supuesto regalito de Capone. Les abatieron de derecha a izquierda, y luego a la inversa. Sailor di Monte sabía exactamente quién había disparado, pero nunca habría de contarlo. Se cree que fue McGurn, sin duda el más sanguinario de todos los enviados. Acabada la faena, los dos asesinos vestidos de policías encañonaron a sus compañeros y salieron del garaje, subieron al mismo Cadillac negro de 1927 en el que habían llegado, y se marcharon. Sólo quedó con vida el perro de May y Frank Gusenberg, a quien dieron por muerto.

"Bugs Moran, violando esos mismos códigos, acusó a Capone. Pero Scarface, aquel día de los enamorados, estaba en su residencia de Florida"

A tenor de lo que se veía en el Chicago de la guerra de bandas, a ninguno de los testigos les pareció extraño que unos policías se llevaran, encañonándoles, a unos hampones. Moran, y algún otro de sus muchachos que escucharon el tiroteo, supieron escabullirse entre la multitud que abarrotaba las inmediaciones del garaje.

Cuando la verdadera policía llegó a la escena del crimen, Frank Gusenberg aún vivía. Tenía catorce balazos. Cuando los agentes le preguntaron que quién le había dejado en ese estado, fiel a los códigos de los hampones hasta el último momento, contestó que a él nadie le había disparado. Bugs Moran, violando esos mismos códigos, acusó a Capone. Pero Scarface, aquel día de los enamorados, estaba en su residencia de Florida.

"El agente del Tesoro, Elliot Ness, y su equipo de policías insobornables, Los Intocables, llevaron a Capone a los tribunales en 1931. Eso sí, acusado de delitos fiscales"

Ya el dieciséis, Sailor, en su escondite, abrumado por la angustia, teme perder los nervios. Sabe que su vida depende de su templanza. Debió de ser el día veinte cuando al fin salió a desmontar y quemar el Cadillac negro de 1927, en el garaje de Wood Street donde lo habían escondido, para que nada de lo que encontrase la policía en él pudiera delatarles.

Aunque nadie fue condenado nunca por la matanza de San Valentín, el gansterismo, como se había conocido hasta entonces, comenzó su declinar. La brutalidad de las fotografías de la masacre publicadas en la prensa —a May, literalmente, le habían volado el rostro de varios balazos— hizo que las autoridades pusieran un mayor esfuerzo en la lucha contra el crimen organizado.

"Cuando llegó la hora de Al Capone, a consecuencia de la sífilis en 1947, legó a Sailor di Monte una herencia de quince mil dólares"

El agente del Tesoro, Elliot Ness, y su equipo de policías insobornables, Los Intocables, llevaron a Capone a los tribunales en 1931. Eso sí, acusado de delitos fiscales. No le pudieron probar ninguno de los otros crímenes que se le atribuían. Ni los de San Valentín, ni los de Scalise y Anselmi. De estos últimos se dijo que el propio Caracortada los mató a golpes con un bate de béisbol, durante una comida a la que los había invitado junto a Joseph Giunta —el presidente de la Unione Siciliana, quien corrió la misma suerte—, cuando supo que entre los tres habían organizado su muerte.

Cuando llegó la hora de Al Capone, a consecuencia de la sífilis en 1947, legó a Sailor di Monte una herencia de quince mil dólares. Con dicho capital, el antiguo guardaespaldas del más terrible de los hampones de Chicago se retiró a Nueva York, donde abrió una tienda de comestibles y vivió dentro de la ley. Ya anciano, en 1975, cuando se disponía a cruzar la calle para ir a leer el periódico a Central Park, le atropelló un coche. En las necrológicas que le dedicaron se dijo que, empero esa apariencia de bondad que da la pátina del tiempo a todos los ancianos, Sailor di Monte era el último superviviente de la matanza de San Valentín y del gansterismo durante los años de la Ley Seca en Chicago.

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Javier Memba

Tintinófilo, escritor y periodista con casi cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978–, Javier Memba (Madrid, 1959) es colaborador habitual del diario EL MUNDO desde 1990. Estudioso del cine antiguo, tanto en este rotativo madrileño como en el resto de los medios donde ha publicado sus cientos de piezas, ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción–La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008). Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014), un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada, es su última publicación hasta la fecha. Blog El insolidario · @javiermemba

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