Una buena historia no requiere un nutrido elenco de personajes. Un diálogo con dos únicos contertulios o un monólogo obligan al autor a dotar a los personajes de personalidades sugestivas, a imprimir a cada frase una especial intensidad. Se trata, en general, de obras de cariz reflexivo, introspectivo, filosófico; tan escasas de acción como ricas en ideas. Se dice de la novela que es el género donde todo cabe, y caben también estos relatos que no relatan mucho más que el discurrir mental de los protagonistas. Y, sin embargo, no falta quien critica que estas narraciones constituyen, en realidad, un guion teatral encubierto. En esta línea dice J. M. Coetzee, en su ensayo Mecanismos internos, de Sándor Márai que «su concepción del potencial de la novela era limitada, y sus logros en ese medio fueron, en consecuencia escasos».
¿Por qué exactamente ha regresado Konrád a Viena y por qué se ha avenido a cenar con Henrik? Lo vamos descubriendo a lo largo del monólogo de Henrik. Konrád ha venido a que su amigo de juventud le haga las dos preguntas que quedaron por hacer: ¿Quisiste matarme durante aquella cacería en la que atisbé cómo dirigías tu rifle hacia mí? ¿Me engañaste («en el sentido más real, vulgar y miserable de la palabra») con Krisztina?
José María Guelbenzu (reseña publicada en Revista de Libros) consideraba El último encuentro un ejemplo de «falsa gran novela», entre otras razones por el abuso del artificio de la intriga. El texto, según Guelbenzu, se sostiene exclusivamente sobre el ansia del lector por conocer la respuesta a esas dos preguntas. Sin embargo, uno de los grandes méritos de la novela es hacer transitar al lector por el sendero que ha transitado Henrik a lo largo de los años: la ruta mental que lo ha llevado a considerar que las respuestas a esas preguntas carecen en realidad de importancia. Esa es la gran virtud de la obra: lo emotivo y franco del discurso de Henrik, capaz de hacer ver cómo los más cruciales interrogantes existenciales pueden acabar por parecernos irrelevantes. Percatarse de esa irrelevancia ha obligado al general a reflexionar sobre cuestiones ciertamente profundas. Porque no hay intriga alguna para Henrik: sabe perfectamente lo que pasó. No busca sino que las palabras operen la cura catártica de la comprensión y el perdón; no busca sino el desahogo que le conceda expirar tranquilo. Guelbenzu critica también el carácter monolítico de los personajes: no evolucionan. Pero no puede haber mayor evolución que la experimentada por el viejo general: la de quien otrora habría dado cualquier cosa por una información que ahora considera baladí.
El último encuentro es una novela sobre las conversaciones que nos habría gustado tener —para las que nos preparamos durante días, semanas, meses, años; para las que escogimos cuidadosamente las palabras y ensayamos los gestos— y que nunca tuvimos. Y contiene una lección: madurar (¿envejecer?) consiste en entender que no las tendremos y que no importa haberlas tenido o no. Que, en realidad, nunca importó. Porque las palabras no importan, porque los hechos todo lo dicen.
En El último encuentro subyacen, tras la apariencia folletinesca, grandes cuestiones. Tras los dos interrogantes que abrasaban el espíritu de Henrik en su día y que solo a él interesaban, palpitan asuntos de interés universal; los asuntos que han ocupado al general en su castillo desde que se quedó solo trascienden la anécdota biográfica y conforman preguntas insoslayables sobre la naturaleza humana: ¿no resultan superfluas las palabras ante la fuerza incontestable de los actos?; ¿es más fuerte el amor que la amistad?; ¿es posible perdonar una traición?; ¿cómo evoluciona la herida de la traición con los años? «Por supuesto», confiesa Henrik con melancolía, «que la soledad no me ha dado la respuesta». Este libro —¿novela?, ¿monólogo teatral en prosa con parte introductoria? Qué más da— no se la dará tampoco, pero van a disfrutar haciéndose las preguntas.
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Autor: Sándor Márai. Título: El último encuentro. Editorial: Salamandra. Venta: Todostuslibros.
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