Hace 44 años, un experimentado director publicitario llamado Ridley Scott presentó su debut en el largometraje. La película era Los duelistas, estaba protagonizada por Harvey Keitel y Keith Carradine y narraba el enfrentamiento enconado de dos soldados franceses a lo largo de los años durante las guerras napoleónicas. Fue un notable fracaso comercial y hasta crítico (pese a que todo el mundo alabó su cuidada estética) y Scott tuvo que esperar un poco para obtener verdadero crédito como realizador cinematográfico.
El último duelo narra, efectivamente, el enfrentamiento entre dos escuderos franceses, esta vez del rey Carlos VI, Jean de Carrouges (Matt Damon) y Jacques Le Gris (Adam Driver). Lo que hace Scott en base al relato recogido por Eric Jager en su libro homónimo The Last Duel, basado en hechos reales, es dividir los puntos de vista del mismo en base a cada contendiente del duelo… añadiendo un tercer episodio desde la perspectiva de un personaje teóricamente ajeno, el de Marguerite de Carrouges (Jodie Comer), la esposa de Jean de Carrouges, una mujer que afirmó haber sido violada por Le Gris en su propio castillo dando pie al episodio que describe el título de la película.
El resultado es un demoledor relato histórico que, efectivamente, dialoga con el presente, pero en el que muchos dicen haber descubierto una concesión feminista de Ridley Scott (lo es, pero se olvidan quizá de Thelma, de Louise, de la teniente Ripley y otros hitos anteriores) así como el enésimo guiño de Hollywood al “Me Too” y otras iniciativas de inclusión que atosigan la creación artística. Tanto da, porque pese a una duración quizá algo excesiva (153 minutos son muchos minutos) al final Scott acaba configurando un brutal relato de caballerías que dinamita nuestras concepciones al tiempo, que se sirve de manera casi magistral de sus convenciones.
El último duelo supone otro regreso, el del dúo “Mattfleck”, o Matt Damon y Ben Affleck, tanto en la firma del guión como a figurar juntos en el reparto de la película, aunque lo primero junto a la cineasta Nicole Holofcener. Su devenir puede calificarse de más que correcto, definitivamente adulto, porque efectivamente respeta las convenciones del relato histórico con meticulosidad para añadir un giro final (podemos llamarlo “femenino”, sí) que no solo aporta luz sobre los hechos narrados desde, efectivamente, una perspectiva cultural distinta, la actual, y género diferente al habitual, sino que reescribe el sentido de la amistad, el deber y el patriotismo de sus protagonistas desde una óptica no tanto responsable como profundamente descreída.
El resultado es un film histórico (por cierto: que El último duelo exista como una película y no una serie ya es algo a aplaudir) que liquida el romanticismo de la novela de caballerías, pero que lo hace de una forma interesante, con una relectura del relato que no extirpa la brutalidad, el sentido de la aventura (por mucho que ésta se presente en una película adulta) y la caracterización apasionante de los personajes. El último duelo está dotada de la planificación, atmósfera y peso habitual visual de los films de Ridley Scott, donde se siente el frío y se palpan las cenizas flotando por el aire, y aunque se adapte en sus postulados al zeitgeist actual (¿alguien puede negar que las mujeres eran ninguneadas en la Edad Media, que el ser humano se regía por preceptos brutales bien alejados de los derechos humanos?) se trata de un trabajo valioso y arriesgado dentro de los postulados del cine de gran presupuesto de Hollywood. El filme, quizá por todo ello, ha sido recompensado con un clamoroso fracaso de taquilla, cerrando —aquí sí— un círculo perfecto respecto a Los duelistas en 1977.
El último duelo no va solo de feminismo, de realizar una brutal desmitificación del prototipo de caballero, sino de lo inasible de la Justicia, lo convenido del relato histórico, de la fuerza de los puntos de vista en la narrativa ficcional y, en última instancia, de la incuestionable necesidad del progreso, del cambio (ya en la película el duelo es una tendencia en desuso). También de la tremenda hipocresía de unos personajes estereotipados como héroes y que aquí se revelan seres humanos valientes, pero cuyas acciones pueden resultar fanáticas o cínicas como las de un villano. También es un culebrón brutal, descarnado y cruel como pocas veces se ha visto en una película de acción reciente. El último duelo es una obra que carece de ternura, despachada por un director veterano con una facilidad y rapidez que no resultan sorprendentes si se tiene conocimiento de su filmografía. Ridley Scott —83 años, visionario de la industria pero ajeno ya a nuevas derivas industriales—, lejos de suavizar su discurso lo endurece en fondo y forma. Pronto echaremos de menos películas como ésta en la gran pantalla.
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