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El último delirio de Poe - Beatriz Eduarte - Zenda
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El último delirio de Poe

Algo parecido pudo suceder en el imaginario de Poe el 3 de octubre de 1849 cuando deambulaba por las calles de Baltimore ebrio y en pleno delirio, y fue encontrado por unos desconocidos tumbado en el suelo, con fiebres y convulsiones. Balbuceando palabras y nombres de personajes que él mismo había creado. Pudo incluso invocar...

Arrastra los pies desorientado, inquieto. Su respiración es acelerada, jadeante, y nota cómo las gotas de sudor le recorren las sienes. Esta noche hace frío. La humedad se filtra entre los finos ropajes que porta. No son suyos, y tampoco sabe quién los llevó antes. Ni le importa. Escucha un silbido. Para en seco y se da media vuelta. Es el viento, se dice y se obliga a creer. No es la primera vez que tiene que lidiar con ruidos semejantes en mitad de la noche. ¡Fantasmas a mí!, exclama y se jacta de su propia gracia sin que nadie le oiga, pues el resto de los vecinos duermen ajenos a la calle, ajenos a la presencia del hombre sin fortuna ni nombre. El velador y guardián de los temores de la noche. Pocas veces ha conciliado el sueño y antes de que David Jiménez Torres escribiera El mal dormir, este vagabundo pobre y desdichado fue quien reportó sus primeras veladas insomnes, aunque no lo hizo a modo de ensayo, sino de relato corto, novela gótica y policial con tintes románticos debido a la intensidad de sus sentimientos y emociones. ¡Desgraciado, maldito, borracho! De todas las formas a mi persona se han referido, dice. Vuelve a escuchar otro ruido, un crujido a sus espaldas, y se vuelve repentinamente. Se lleva la mano a la frente para quitarse el sudor; para secar y esclarecer los pensamientos empapados que se aglutinan sin descaro en la mente atormentada y analítica de este infeliz. ¡Jamás! Me dijiste la otra vez. ¡Jamás, mi alma enlutada se ha librado de la sombra de tu forma! Bien, pues a aquí me tienes. Despliega tus alas y llévame de vuelta al lugar del que jamás debí salir. Y El cuervo, al oírlo, vuela con el gesto señorial de la primera vez hasta posarse no en un busto, sino en el farol que ilumina el rostro del miserable que tiene ante él conocido por sus pocos amigos como Edgar Allan Poe…

"Aunque el precursor de la novela policíaca muriera en la más absoluta ruina y decadencia física y moral, consiguió reunir a una serie de adeptos que dieron fama a su obra desde Europa"

Algo parecido pudo suceder en el imaginario de Poe el 3 de octubre de 1849 cuando deambulaba por las calles de Baltimore ebrio y en pleno delirio, y fue encontrado por unos desconocidos tumbado en el suelo, con fiebres y convulsiones. Balbuceando palabras y nombres de personajes que él mismo había creado. Pudo incluso invocar a su detective Auguste Dupin, que resolvió Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie Roget y La carta robada, para que en esta ocasión le chivara de quién eran, a quién pertenecían las ropas que llevaba. Dupin, viejo amigo y compañero de noches y fatigas, como también lo fue su allegado William Legrand, aquel que le reveló —y confió— el descubrimiento de El escarabajo verde. Por tantas pericias había pasado el escritor de no más de cuarenta años, que aun estando semiinconsciente ahí tendido, en un rincón y recoveco de su mente, sabía que el corazón que tantas veces le había delatado dejaría, por fin, de latir. Y así lo hizo un día como hoy, 7 de octubre pero de 1849. Cuatro días después de que lo encontrasen en el estado transitorio que va de este mundo al otro, viviendo en propias carnes el que sería su último delirio y del que, de haber sobrevivido, habría sacado un nuevo escrito, poema o relato.

"Una de las características que más atrapa en la narración de Poe reside en su ritmo ágil y directo, e incluso fresco, pese a las sórdidas imágenes criminales"

Sin embargo, aunque el precursor de la novela policíaca muriera en la más absoluta ruina y decadencia física y moral, consiguió reunir a una serie de adeptos que dieron fama a su obra desde Europa sintiéndose, al leerla, fascinados e identificados. De pregonarla precisamente se encargó Baudelaire, y gracias a éste la obra de Poe llegó a Mallarmé, Rimbaud o Verlaine, escritores que han pasado a la historia no sólo por ser abanderados del parnasianismo y el simbolismo, sino también por recrearse en su personalidad retraída y tímida, propensa a la soledad y los excesos al igual que Poe. Hombre cuya perdición, además de la escritura, también lo fueron los prostíbulos y, sobre todo, el juego. Aun así, bien por el contexto donde se desarrollan las tramas, bien por el misterio que las envuelve o la atmósfera sombría y realista que reproduce, lo cierto es que una de las características que más atrapa en la narración de Poe reside en su ritmo ágil y directo, e incluso fresco, pese a las sórdidas imágenes criminales que a veces describe. Y es posible que, en ese sentido, bebiera de la obra de su compatriota Irving, autor de La leyenda de Sleepy Hollow. Una obra que dada la fecha que se aproxima, no estaría de más volver a leerla frente a tus hijos, sobrinos o nietos, en una habitación a oscuras y con una linterna bajo la barbilla. Seguro que Poe, de haber nacido en esta época, lo haría. Y seguramente también, teniendo en cuenta su afán de ser escritor, habría viajado hasta Valladolid, donde se ha celebrado el certamen de literatura y vino al que unos pocos nos hemos acercado y asomado, como hiciera el narrador-protagonista de El corazón delator en la casa del anciano, el viejo con el ojo de buitre, pero en esta ocasión no con la intención de arrebatarle la vida a nadie, sino para escuchar a dos maestros actuales del género, Pérez-Reverte y Fernández Díaz, hablar de sus Falcó y Remil con la misma vehemencia con la que él, de haber podido, hubiese hablado de su apreciado Dupin.

Sea como fuere, en esas últimas horas, mientras la vida le pasaba por delante de los ojos de manera fugaz, acelerada, a modo de flashback, pudiera ser que contemplase por última y nítida vez aquel «lago agreste rodeado de rocas negras» que halló en su tierra de juventud, Boston, donde nació, o Chelsea, donde vivió unos pocos años y encontró, para su consuelo, «tan encantadora soledad» pues solo vino y solo marchó, pero sin miedo. Más bien adentrándose sin temor en aquella densa oscuridad, porque como él mismo escribió: «el terror no era miedo / sino un trémulo goce, un sentimiento» pues ya todo estaba en calma; ya no había cabida para el sufrimiento.

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Beatriz Eduarte

En la carretera. Saltimbanqui de generación en generación. Alguien dijo una vez que Zenda no era un sueño sino una realidad. Hojas en blanco y mucha tinta. @BeatrizEduarte

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