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El torero ilustrado - Beatriz Edaurte - Zenda
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El torero ilustrado

Una vez puso el pie en territorio nada hostil, sino amigo y vecino, marchó a una hacienda donde fue bien recibido y acogido; donde pudo contemplar de cerca al animal que sentenciaría su vida. Sin embargo este día aún estaba lejos. Demasiado lejos como para temerle. Demasiado lejos como para no atreverse y rechazar el...

A principios del XX, en un hospital de Nueva York, un crío que se convirtió en polizón nada más dejó atrás España y a su amada Sevilla, mira por la ventana y, al otro lado, contempla la estatua de la Libertad. Tal era su afán por alcanzarla que en un despiste, sumergido en el agua, recibió, sin esperarlo, el primer embiste. La primera cornada que le dejaría secuelas de por vida en la pierna, y un golpe de bruces con la realidad que jamás olvidaría. Aunque sacaría provecho de la situación: paciencia, se decía. Paciencia. Nueva York no le había causado la impresión que se había imaginado tiempo atrás, cuando se le comunicó la aventura de embarcar y cruzar el charco. Probar. Salir al ruedo y no quedarse quieto observando el mundo desde la barrera. No. Eso no iba con él. Él estaba hecho de otra pasta. Sabía lo que quería y, lo más importante, que la seguridad en sus decisiones la desarrolló a muy temprana edad, para sorpresa de sus padres, y también despiste, porque apenas se percataron cuando el muchacho cruzó la puerta sin despedirse de ellos. ¿Cómo iba a hacerlo si sus diecisiete hermanos colmaban la casa? Pero el chico no se arrepintió de haberse ido de aquellos modos y, seguramente, antes de cerrar el umbral del hogar sonrió para sus adentros convencido de que, pasados unos años, volvería a encontrarlos igual. Nueva York era sólo una escala en su travesía, en su Odisea particular, porque su destino estaba un poco más al sur. Su destino tenía nombre y aires de rancheras, mariachis y tequilas. Méjico era la meta.

"Demasiado lejos como para no atreverse y rechazar el reto que tenía enfrente: el primer toro bravo que desafió su talante"

Una vez puso el pie en territorio nada hostil, sino amigo y vecino, marchó a una hacienda donde fue bien recibido y acogido; donde pudo contemplar de cerca al animal que sentenciaría su vida. Sin embargo este día aún estaba lejos. Demasiado lejos como para temerle. Demasiado lejos como para no atreverse y rechazar el reto que tenía enfrente: el primer toro bravo que desafió su talante. Antes de acercarse a él, de acariciar su negro pelaje, se miró la pierna mala. Si ella responde, yo también, se dijo. Echó el pie izquierdo hacia adelante, extendió el brazo sosteniendo el capote del color de la sangre, arqueó ligeramente su espalda, y convirtió en belleza la posición de un cuerpo que, por sus ademanes, no habrían dudado esculpir en la Roma de los gladiadores. Aunque el entretenimiento cambie, acorde a los tiempos, el espectáculo que se ha de ofrecer en el coso debe ser digno de la profesión, digno del protagonista y más aún del espectador, pues es éste quien determina siempre el color de la faena.

Al primer toque de clarines, el polizón sevillano —nacido el 6 de junio de un ya remoto 1891— se hizo hombre. Ignacio Sánchez Mejías era, por fin, torero. El banderillero que fue, ahora dominaba el ruedo, y así continuó haciéndolo cuando regresó al calor de la Madre Patria, su país, su Sevilla, su casa. Pero lo mejor y lo peor aún estaba por llegar, y como arrojo nunca le faltaba, no dudó en emprender una nueva empresa: retomar los estudios al poco de anunciar su retirada. Necesitaba cultivar la mente, enriquecer el espíritu. Tenía sed de conocimiento y se sacó el bachiller cuando muchos otros habrían tirado la toalla por considerarse «demasiado viejo como para…». Observador nato que era, aprendía de todo lo que veía y de todos a los que conocía, fuesen políticos, toreros, empresarios o artistas. Tenía don de gentes y quien se le acercaba, pronto quedaba prendado, hechizado por su encanto. A él, sin ir más lejos, le debemos las reuniones en Pino Montano de nuestros poetas del 27, así como la creación de los Llantos más declamados y recordados escritos por su querido amigo Federico.

"Proseguía su camino, erguido, y con la barbilla ligeramente alzada. Es esta la actitud de alguien que se ha enfrentado en demasiadas ocasiones a la muerte"

En una vida que no duró más de cuarenta y tres años, Sánchez Mejías no se conformó con lidiar toros, sino que probó en el teatro y llegó a estrenar —en vida— dos obras (Sin razón y Zaya) con las que salió airoso. Aplaudido y también criticado, e incluso señalado; tildado de impostor. Escuchaba las opiniones pero sin dejar que éstas minaran su moral y aún menos su confianza. Proseguía su camino, erguido, y con la barbilla ligeramente alzada. Es esta la actitud de alguien que se ha enfrentado en demasiadas ocasiones a la muerte, mirándola fijamente sin dudar. Sin titubear. Y con la misma convicción, después de varios años centrado en otros menesteres relacionados con el fútbol y el folclore, volvió a faenar porque su economía se lo pedía, pese a las oposiciones de los amigos más cercanos, que intuían, en esa vuelta a la contienda, el peligro de una cogida que resultara determinante… Y así sucedió, a las cinco de la tarde. «No te conoce el toro ni la higuera / ni caballos ni hormigas de tu casa. / No te conoce ni el niño ni la tarde / porque te has muerto para siempre (…) / Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace, / un andaluz tan claro, tan rico de aventura (…)», reza el Alma ausente de García Lorca. Y es que la biografía de Ignacio Sánchez Mejías merece una obra o un ensayo aparte. No por la profesión que ejerció, sino por el modelo del hombre que fue. Poseedor de un gen, de un ADN que, muy de vez en cuando, se deja ver… 

El pasado día uno Morante y los Rolling se estrenaron en dos coliseos diferentes. Madrileños. Donde el cuero y los trajes de luces brillaron de nuevo. Puro rock’n’roll, puro arte. Sin descanso, sin flaquezas, pero sudando. Sin temor. Con temple y descaro a pesar de los años, que van haciendo mella, y los músculos agarrotados. Ahí está el coraje de dar un golpe sobre la mesa y decir “ni aunque el mundo pare, me bajo, pues de mí depende —en esta corrida, en este concierto— pararlo”. El arte en España no cesa. Afortunados somos cuando una leyenda pone la mira en alguna de nuestras plazas y se lanza a la arena diciendo: “¿Cuándo fue la última vez que nos atrevimos?”. Son estos eventos los que nos recuerdan que, en lugar de dilapidar las raíces más puras del patrimonio que aún resiste los embistes de los enemigos más acérrimos, ignorantes de su pasado, verdaderos maltratadores de su memoria, no debemos cejar. No. Más bien hay que seguir recibiendo a la gente a pie cambiado y llenando estadios, o tal vez preguntándonos: ¿qué habría hecho Ignacio?

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Beatriz Eduarte

En la carretera. Saltimbanqui de generación en generación. Alguien dijo una vez que Zenda no era un sueño sino una realidad. Hojas en blanco y mucha tinta. @BeatrizEduarte

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Ricarrob
Ricarrob
9 meses hace

Los puntos de vista pueden diferir y, de hecho, difieren. El mío es que, acercándose mucho la opinión a la de usted, sr. Barrero, me refiero al insigne Lorca, lo único que ha hecho el sr. Margallo es cargar la munición contra la derecha (que conste que yo no lo soy, no me considero de ningún partido político existente en España). ¡Qué estúpido! Llega a un nivel de cretinismo solo parangonable con el zapaterismo. ¡Todo un artista al echar piedras contra su propio tejado!

Apate de la munición que usted ha disparado, sr. Barrero, no deja de ser la opinión o las expresiones de una sola persona. No achaque usted dicha opinión particular a todo un colectivo. Dejemos que en España pueda haber una derecha civilizada ya que no existe una izquierda civilizada. Es como querer ampliar las acciones del sr, Koldo a todo el colectivo de izquierda. ¡Claro que la derecha tiene sus puntos negros y sus estúpidos! La izquierda también. Como decían antes los antiguos: y en mi casa a calderadas.

Gente como usted, sr. Barrero, contribuyen cada vez más en España a una polarización extrema que nos perjudica a todos. Su artículo es lícito siempre que achaque la opinión vertida solamente a una persona, a un cretino.

Felix Arellano
Felix Arellano
9 meses hace

Uno no sabe si Lorca fue partidario de una dictadura militar, lo que parece claro es que era anticomunista. Dentro del contexto de polarización extrema que nos rodea, que Margallo subrayara algo que es poco conocido (que Lorca no era de izquierdas, pese a que su figura haya sido secuestrada por la izquierda), es un hecho a apoyar. La vida intelectual de la España de los años 30 no era una de rojos y azules, buenos y malos. Se conocían entre ellos independientemente de sus ideas y hubo héroes y canallas en ambos bandos

Josey Wales
Josey Wales
9 meses hace

La legitimidad republicana se la cargó el PSOE y el PCE cuando se alzaron en armas en 1934 y cuando alcanzaron el poder en 1936 con pucherazo, secuestros de actas, amenazas y piquetes en los colegios electorales, y con un resultado invalidado por el Tribunal de Garantías Constitucionales (equivalente a nuestro Tribunal Supremo). La legitimidad republicana se la cargó la izquierda revolucionaria con cientos de huelgas, asesinatos, quema de iglesias y colegios religiosos, descarrilamiento de trenes, robos, palizas y bombas desde 1931 a 1936. La legitimidad republicana se la habían cargado los pistoleros de Indalecio Prieto cuando fueron a sacar de su casa, para matarlo, a Gil Robles; y al no encontrarlo, se cargaron a Calvo Sotelo. Las checas que montaron el 19 de julio y las listas de personas a eliminar no fueron una improvisación.

Mi gratitud a los alzados, a los caídos por Dios y por España, contra los criminales rojos. Mi gratitud a Franco por haber puesto las bases del desarrollo español, por la Seguridad Social, por la sanidad y educación universal y gratuita, por el seguro de paro y de invalidez, por la pensión de jubilación, por las universidades públicas, por la electrificación y alcantarillado a las zonas rurales, por las becas, por las viviendas de protección oficial, por las pagas extra, por la industrialización, por la elevación del nivel de vida, por la erradicación del analfabetismo, la extensión de la vacunación, por la seguridad y la libertad que conocí de niño (y hoy no tienen mis hijos) cuando podía andar sin temor por cualquier lugar y dejábamos las puertas de la casa abiertas de par en par todo el día, por las cajas de ahorro y el crédito barato con el que mis padres compraron su primera vivienda y su primer coche, etc. Gracias, Franco, de parte de un nieto de republicanos.

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