Apuntes sobre la creación de Tinta y fuego (NdeNovela), una novela de Benito Olmo sobre el saqueo de libros perpetrado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
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Hasta hace poco, cuando pensaba en la relación de los nazis con los libros, lo primero que acudía a mi cabeza eran las quemas de libros orquestadas por el ministro de propaganda Joseph Goebbels en 1933. Siempre había creído que esas hogueras respondían a actos irracionales, puramente pasionales y bárbaros, pero cuando me sumergí en la investigación del saqueo literario descubrí que estos actos no eran para nada fortuitos. Los nazis eran perfectamente conscientes del poder de los libros para cambiar ideologías, construir identidades y, en definitiva, cultivar una ciudadanía formada y difícil de manipular. Además, a falta de otro tipo de soporte, los libros servían también para contener y difundir la historia de sus enemigos.
Entre todos los libros e informes que consulté para documentarme, hubo un libro que se convirtió en mi biblia y que durante un tiempo llevé conmigo a todas partes: Ladrones de libros, de Anders Rydell, que en España ha publicado Desperta Fierro Ediciones y que cuenta con un estupendo prólogo de Jorge Carrión.
Desde el comienzo de mi investigación, un nombre propio se volvió recurrente: el de Alfred Rosenberg.
Rosenberg fue uno de los ideólogos del nazismo. Escribió un libro llamado El mito del siglo XX, en el que defendía la raza aria descendía de las divinidades griegas, era pura y perfecta, y todos los males del mundo provenían de la influencia de otras razas. Se considera que este libro sentó las bases del nazismo, aunque el propio Hitler reconoció no haberlo leído nunca. Ni siquiera sus propios compañeros se lo tomaban demasiado en serio, pero eso no le impidió alcanzar una gran notoriedad en el partido.
Durante la guerra, fue nombrado Ministro de los territorios ocupados del Este y aprovechó esta posición para crear un departamento llamado ERR (Einsatzstab Reichsleiter Rosenberg), cuyo cometido no era otro que el expolio cultural de los territorios sometidos. Rosenberg estaba convencido de que la raza aria estaría al frente del nuevo mundo que se alzaría tras la guerra. Como raza superior, sería la encargada de custodiar todo lo hermoso que hubiera creado el hombre, lo que justificó el expolio de numerosas obras de arte.
Sin embargo, los libros también jugaban un papel fundamental en sus planes. Dado que los libros contenían la historia de sus enemigos, al privarles de ellos les estaría privando de su identidad. Los judíos que sobrevivieran a la Solución Final no tendrían manera de saber de donde venían ni quienes eran sus referentes y acabarían extinguiéndose.
No sólo robaban sus libros. También les arrebataban su historia.
Del mismo modo, Rosenberg quiso preservar todo ese conocimiento y transmitírselo a las futuras generaciones de alemanes, para que supieran de donde venían sus enemigos y pudieran combatirlos con mayor eficacia. Su sueño era crear una especie de biblioteca de Alejandría que contuviera todo el conocimiento del mundo.
Bajo esta premisa, el ERR saqueó cientos de bibliotecas por toda Europa. Sólo en Francia se estima que los nazis se hicieron con un botín de 1,5 millones de libros, aunque el país más castigado fue Polonia, donde saquearon y destruyeron alrededor de 15 millones de libros. En el caso de la antigua Unión Soviética, las cifras son aún mayores, aunque muy difíciles de cuantificar con exactitud.
El ERR estaba formado por los hombres de confianza de Rosenberg, escogidos entre reputados bibliotecarios, bibliófilos y expertos del mundo del libro. Tiene lógica, ya que estas personas eran, en definitiva, las encargadas de discernir qué libros merecían ser saqueados y cuales debían ser destruidos sin compasión.
Su forma de trabajar siempre era la misma: una vez que el ejército sometía una ciudad, el ERR llegaba e inspeccionaba todas las colecciones públicas y privadas que se les ponían a tiro. Los hombres de Rosenberg sabían exactamente lo que debían buscar. Uno de ellos, Johannes Pohl, emitía informes muy puntillosos sobre su labor, gracias a los cuales sabemos cómo operaban. Paradójicamente, estos informes resultaron cruciales para que en, los juicios de Nuremberg, Rosenberg fuera declarado culpable de crímenes de guerra y condenado a morir en la horca.
Se sabe que Pohl estuvo en Italia, Francia, Holanda y muchos países más inspeccionando y saqueando bibliotecas para Rosenberg. Sin embargo, y a pesar de que su labor al frente del ERR resultó fundamental, no fue condenado y continuó con su vida tras la guerra.
A medida que fui sabiendo más del saqueo literario, me di cuenta de que era una historia de pérdida, de dolor y de oscuridad, pero también de esperanza. Y es que para que haya sombras, siempre tiene que haber luz.
Por lo tanto, Tinta y fuego no cuenta sólo la historia de estos saqueos literarios. También es la historia de los hombres y mujeres que, después de haberlo perdido todo, se jugaron sus vidas para salvar los libros y preservar su herencia cultural.
Héroes, al fin y al cabo.
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