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El sastre que llegó del cielo, de Jacob y Wilhelm Grimm - Zenda
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El sastre que llegó del cielo, de Jacob y Wilhelm Grimm

Este volumen reúne diecisiete historias —publicadas en periódicos y revistas entre 1812 y 1853— que los propios hermanos Grimm descartaron en la edición de sus libros. La ventaja de estos relatos es su condición de primeras versiones, es decir, de textos originales no alterados por los autores para su posterior publicación editorial. En Zenda reproducimos...

Este volumen reúne diecisiete historias —publicadas en periódicos y revistas entre 1812 y 1853— que los propios hermanos Grimm descartaron en la edición de sus libros. La ventaja de estos relatos es su condición de primeras versiones, es decir, de textos originales no alterados por los autores para su posterior publicación editorial.

En Zenda reproducimos el Epílogo escrito por Isabel Hernández a El sastre que llegó del cielo y otros cuentos (Nórdica), de Jacob y Wilhelm Grimm.

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Epílogo

A pesar de su importante labor como filólogos, los hermanos Grimm han pasado a la historia por ser los recopiladores de las historias contenidas en los dos volúmenes de sus Cuentos de niños y del hogar (Kinder- und Hausmärchen). El primero de ellos vio la luz en diciembre de 1812. A este le siguió un segundo en 1815, y ya el 14 de octubre de ese mismo año Wilhelm Grimm escribía a su hermano: «Los cuentos nos han hecho famosos en todo el mundo». Las numerosas ediciones de los cuentos de los hermanos Grimm (ya en vida de ambos se llevaron a cabo siete completas y diez abreviadas) y las muchas traducciones a otras lenguas dan buena cuenta de que su colección se convirtió rápidamente en lo que podríamos denominar como un verdadero «libro popular». Además, y más allá del éxito que tuvieron en su momento, los cuentos por ellos recopilados representan una auténtica joya cultural sin la cual no podríamos entender nuestra propia literatura. Tal vez porque hoy en día, al conocer un buen número de ellos desde la infancia, los cuentos de los dos hermanos alemanes son concebidos como algo que, de forma natural, pertenece a nuestra cultura, aunque, en realidad, es poco lo que el lector habitual sabe sobre el origen, la composición y la posterior evolución de la colección. En cualquier caso, al enfrentarse a los cuentos recogidos en este volumen podrá comprobar que el resultado final fue consecuencia de un arduo proceso de trabajo filológico y le ayudará a comprender el empeño y dedicación a una tarea que en ningún momento fue fácil de llevar a cabo.

Los dos hermanos pasaron juntos toda su vida y juntos llevaron a cabo siempre todos sus trabajos: Jacob había nacido en 1875 y Wilhelm en 1876, ambos en Hanau, una pequeña localidad a la que el cabeza de familia había sido trasladado en su calidad de funcionario. Allí aprendieron desde muy pequeños a amar las costumbres de aquella tierra y sus paisajes, lo cual influiría en ellos posteriormente de manera decisiva al dedicarse al estudio de la literatura popular. De los nueve hijos nacidos del matrimonio entre Philipp Wilhelm Grimm (1751-1796) y Dorothea Zimmer (1755-1808) tres fallecieron a temprana edad. Solo sobrevivieron Jacob, Wilhelm, Carl, Ferdinand, Ludwig Emil y Charlotte. La repentina muerte del padre en 1796 dejó a la familia en serias dificultades económicas, pues se vieron obligados a abandonar la casa en la que vivían. Este acontecimiento cerró una primera etapa de la vida de los hermanos que, con la ayuda de una tía que residía en la corte, pudieron continuar a partir de 1798 sus estudios superiores. Poco después, en 1802, se trasladaron a Marburg para empezar sus estudios de leyes en la universidad de aquella localidad. Allí tuvieron como maestros a dos grandes historiadores: Friedrich Carl von Savigny, del derecho, y Ludwig Wachler, de la literatura. Fueron ellos quienes fomentaron en ambos hermanos no solo el amor por el estudio de la historia, sino que supieron transmitirles también la fe en las fuerzas aún vivas y activas de la tradición, de lo popular, y despertaron en ellos el interés por la antigua poesía y, en general, por la literatura alemana, animándoles a recopilar textos antiguos y poesía popular. Este interés de ambos hermanos por lo popular empezó a gestarse seguramente en un momento preciso, pues el 22 de marzo de 1806 el escritor Clemens Brentano, que proyectaba reunir y editar una colección de cuentos, primero solo italianos —una prueba fehaciente del éxito del que gozaban en aquel momento los cuentos de hadas procedentes de Francia e Italia— y después europeos en general, había escrito desde Heidelberg a su cuñado Savigny una carta en la que le pedía lo siguiente: «[…], ¿no tendrá usted en Kassel a un amigo que pudiera darse una vuelta por la biblioteca para ver si hay allí algún que otro poemilla antiguo que me pudiera copiar?». Savigny encomendó esta tarea a Jacob Grimm, que rápidamente se convirtió en uno de los más activos colaboradores de la colección de poemas que Clemens Brentano (1778-1842) y Achim von Arnim (1781-1831) publicarían en tres volúmenes entre 1805 y 1808: El muchacho de la trompa mágica (Des Knaben Wunderhorn). Ya en 1805 Brentano había conseguido que los Grimm se interesaran por su proyecto, tal como puede deducirse de una carta a Arnim fechada en Kassel el 22 de octubre de 1807: «[…] tengo aquí a dos amigos alemanes muy queridos, muy queridos ya desde hace tiempo, de apellido Grimm, a los que antaño hice interesarse por la poesía antigua y que he vuelto a encontrar ahora tras dos años de largo, laborioso y muy consecuente estudio, tan ilustrados y tan llenos de notas, de experiencias y de los aspectos más variopintos de toda la poesía romántica que estoy asustado de su modestia ante el tesoro que poseen […]». La amistad con ambos (poco tiempo después Brentano les presentaría a su amigo y colaborador Achim von Arnim) fue del todo imprescindible para lo que al trabajo en los cuentos se refiere.

Vistos, pues, los orígenes del proceso recopilatorio, y en contra de lo que se dice en los prólogos a las ediciones de los textos, así como a la idea generalizada hasta hoy de que la colección de los Grimm fue resultado de una investigación de campo, en la que los hermanos recopilaron cuentos de la tradición oral, queda más que patente que los inicios de la colección tuvieron ya desde un principio un perfil claramente literario, es decir, que fueron considerados por ellos como una parte más de su actividad filológica.

Brentano y Arnim, dos de los principales representantes del círculo romántico de Heidelberg, eran fieles seguidores de las teorías de Johann Gottfried Herder (1744-1803), quien mantenía, en contra de las ideas ilustradas, que la poesía era el alma, el espíritu del pueblo, de ahí que se hiciera necesario recopilar los testimonios de las literaturas populares desaparecidas, a fin de recuperar y entender ese espíritu, diferente en cada nación. Siguiendo estos postulados, los dos amigos se esforzaron sin cesar por recuperar los tesoros de la antigua poesía popular alemana, que se creían perdidos, para rescatarlos y entregarlos de nuevo al pueblo. Con los tres volúmenes de su colección de lírica popular habían marcado las pautas de cómo proceder a la hora de recopilar este tipo de poesía y alentaban con ello a otros poetas e investigadores interesados para que hicieran lo mismo. Poco después de su publicación, el 17 de diciembre de 1805, el propio Arnim hacía pública en el Reichsanzeiger una llamada a la continuación de su colección, dirigiendo la atención también a las formas épicas de la poesía popular y haciendo hincapié en la necesidad de recopilar las sagas y los cuentos de la tradición oral para publicarlos como continuación de la colección de lírica.

Gracias a su amistad con Brentano y con Arnim los hermanos Grimm se adentraron en el círculo del Romanticismo de Heidelberg y dieron sus primeros pasos en el ámbito literario, al tiempo que se iniciaron en las ideas de Herder. Al ocuparse de los cuentos, los Grimm pronto se dieron cuenta de que estos eran una reliquia del pasado alemán de la que no se podía prescindir. El propio Jacob manifestó en una ocasión que no habría podido trabajar en ellos con tanto afán si no hubiera estado seguro de lo importantes que podrían ser para la poesía, la mitología y la historia. Se sabe que a finales de 1806 o comienzos de 1807 los hermanos estaban trabajando ya en la recopilación de los textos. En primera línea se apoyaron en relatos orales, porque este procedimiento prometía las mayores posibilidades de obtener buenos resultados, y no dejaron de esforzarse por rastrear y buscar nuevos relatores, sobre todo mujeres mayores del campo. Pero encontrarlas y hacerse con los tan deseados cuentos fue a veces una tarea llena de dificultades. Wilhelm Grimm relata uno de estos casos en una carta a Clemens Brentano fechada el 25 de octubre de 1810: «En Marburg traté de que una anciana me contara todo lo que sabía, pero me fue mal. El oráculo no quería hablar porque las hermanas del hospital se lo tomarían a mal si alguien se lo contaba y se enteraban, y todo mi esfuerzo se hubiera echado prácticamente a perder si no hubiera dado con uno que está casado con una hermana del intendente del hospital y al que al final convencí para que convenciera a su mujer para que convenciera a su cuñada de que les contara los cuentos a sus hijos y ella los copiara. A través de tantos pasadizos y vericuetos es como el oro sale al final a la luz».

Un análisis detenido de las fuentes ha llevado a los estudiosos a la conclusión de que no todos los cuentos de los hermanos Grimm están basados en relatos orales, tal como se pensaba, sino que proceden de numerosas fuentes, tanto orales como escritas. La colección, que comenzó a compilarse nada más recibir Jacob el encargo de Brentano, experimentó un largo proceso de revisiones, transformaciones y añadidos que se extendió hasta 1850. Fueron más de veinte las personas que contribuyeron a ella con sus relatos, ello sin olvidar las variantes orales y escritas de los cuentos de Madame d’Aulnoy, Ch. Perrault, G. Straparola, G. Basile y las Mil y una noches, así como de las primeras colecciones de cuentos alemanes, los Cuentos populares de los alemanes (Volksmärchen der Deutschen) de Johann Karl August Musäus (1735-1787), publicada entre 1782 y 1786, y los Nuevos cuentos populares de los alemanes (Neue Volksmärchen der Deutschen) de Benedikte Naubert (1752-1819), entre 1789 y 1792, tan de moda en aquella época. Entre las fuentes de carácter oral se cuentan las seis hijas del farmacéutico Wild, vecino de los Grimm en Kassel (una de ellas, Dorothea Wild, contraería matrimonio posteriormente con Wilhelm, en 1825), Friedrike Mannel, la hija del pastor de la cercana localidad de Allendorf, las hermanas Hassenpflug, las seis hijas de la familia Haxthausen, y también las hermanas Droste-Hülshoff, una de las cuales, Annette, se convertiría en la poetisa más relevante del siglo xix alemán. Pero la que más cuentos aportó a la colección fue sin duda alguna Dorothea Viehmann (de soltera Pierson), la hija de un inmigrante hugonote, que residía en las cercanías de Kassel. Es decir, y esto es un dato relevante, que todo el material de los cuentos, con muy escasas excepciones, fue aportado exclusivamente por mujeres. Y es relevante porque no debe olvidarse que muchas de ellas habían recibido una educación afrancesada, bien por su claro origen hugonote, bien porque por aquel entonces estaba de moda educar en la cultura francesa a las hijas de las clases más distinguidas de la sociedad. De este modo, no resulta extraño que algunos de los cuentos transmitidos fueran en realidad versiones de los cuentos de hadas franceses, que, en las colecciones de Madame d’Aulnoy, Mlle. Lhéritier, Mlle. Bernard, Mlle. de la Force o Madame de Murat, habían llegado a Alemania y eran utilizados con frecuencia para que los niños aprendieran la lengua del país vecino. Pero lo más importante, si cabe, es el hecho de que las narradoras de los cuentos no fueron precisamente campesinas, sino mujeres de la alta burguesía y con una buena formación.

Como sabía que los hermanos habían recopilado ya, tras tres años de actividad, un material ingente para la colección, Brentano les pidió, primero el 2 de julio de 1809 y después el 3 de septiembre de 1810, que le dejaran revisar su material. Los Grimm, en efecto, le enviaron su colección manuscrita el 17 de octubre de 1810, no sin antes hacerse una copia de todo el trabajo y recordar a Brentano en una carta adjunta que tuviera a bien devolverles los papeles cuando los hubiera revisado. Brentano nunca les devolvió los cuentos. La colección manuscrita permaneció en su legado, que fue enviado al monasterio trapense de Ölenberg, en el sur de Alsacia, permaneciendo de ese modo preservada para la posteridad, pues la copia del original que habían hecho los propios hermanos Grimm antes de enviar el manuscrito a Brentano no se ha conservado. Probablemente fue destruida tras la publicación de la colección.

Así pues, al no obtener respuesta alguna de él, en marzo de 1811 los hermanos reanudaron el trabajo en los textos y a mediados de diciembre de 1812, gracias a la mediación de Achim von Arnim, vieron la luz en la Realschulbuchhandlung de Berlín. Los dos amigos habían tenido, pues, una influencia decisiva en la gestación y el devenir de la obra: Brentano había dado pie a la recopilación, Arnim había conseguido que viera la luz. A partir de ese momento, los cuentos seguirían ya su propio camino.

Que ese camino no fue precisamente un camino de rosas se debe, tal vez, al título escogido, que primero acaparó un buen número de críticas, para terminar después mereciendo el reconocimiento y el éxito generalizados. Pero también influyó en ello la forma en que los hermanos concibieron el proceso de fijación escrita de la colección y el empeño en trabajar siempre desde un punto de vista exclusivamente filológico. El respeto a la lengua y a la poesía los obligó así a la más estricta fidelidad a la hora de reproducirlos y les prohibió añadir nada que no estuviera presente en ellos: «Por lo que respecta al modo en que los hemos recopilado, lo que nos ha importado sobre todo ha sido la fidelidad y la verdad. No hemos añadido nada de nuestra propia cosecha, no hemos embellecido ni un solo acontecimiento ni un pasaje de lo relatado, sino que hemos reproducido su contenido tal como lo hemos recogido; que, en su mayor parte, la forma de expresión tenga que ver con ello, se entiende de por sí, pero hemos tratado de mantener cualquier peculiaridad que hayamos percibido, para incluso en este aspecto dejar a la colección la variedad de su propia naturaleza». Los hermanos se sentían por encima de todo filólogos, coleccionistas, transmisores y preservadores de un tesoro popular, y en ello precisamente, en esa fe en su papel de editores, es en lo que reside lo novedoso de su colección y lo que determinaría su éxito, pues hasta ese momento todos sus predecesores (Musäus, Naubert, Brentano, Arnim, Görres o Wieland) habían trabajado de forma muy libre con los testimonios de la poesía popular, dándoles una forma claramente literaria, en correspondencia con la de las colecciones de cuentos italianos o franceses que circulaban en Alemania. Los textos fueron publicados en sus diversas ediciones en un periodo de unos cuarenta años aproximadamente: durante la primera etapa, de 1807 a 1810 fue Jacob quien más trabajó en ellos y quien empezó a publicarlos en periódicos y almanaques como testimonio de la pervivencia oral de antiguos mitos y epopeyas alemanes. Pero sería Wilhelm quien, posteriormente y en una segunda etapa mucho más larga, empezaría a publicarlos en almanaques para niños, sentando con ello las bases para el que sería después su público principal. Pero, aun con todo, al comienzo de la tarea conjunta no dejó de haber algunas desavenencias entre ambos hermanos acerca de este aspecto, es decir, de si los cuentos debían tener un aspecto más científico o más artístico. La concepción estrictamente científica era defendida de manera consecuente por Jacob, mientras que Wilhelm, de naturaleza mucho más artística, ponía el énfasis en el valor poético de los cuentos, con los que pretendía llegar a los lectores de su época. Por eso escribe en el prólogo al segundo volumen en 1815: «Ese es el motivo por el que con nuestra colección no queríamos prestarle un servicio únicamente a la historia de la poesía y de la mitología, sino que era nuestra intención que la propia poesía que vive en ellas surtiera efecto y al mismo tiempo alegrara a quien pueda alegrar, es decir, que sirviera también como un libro didáctico».

Una vez resueltas las desavenencias entre ambos, decidieron trabajar desde un punto de vista histórico y dar más importancia al contenido que a la forma, pues el estilo original de los cuentos, al igual que su forma primitiva, hacía ya tiempo que se habían perdido. Jacob quería preservar el carácter científico de la colección y en ningún momento pensó en que esta hubiera de ir dirigida a un público infantil, aunque ya por aquellos años los nuevos modelos pedagógicos habían demostrado que eran los niños precisamente los receptores ideales de este tipo de textos. Él valoraba los cuentos desde dos puntos de vista: el científico y el poético; Wilhelm, por el contrario, sí veía a los niños como potenciales receptores, aun a sabiendas de que algunos de los textos contenidos en el volumen podrían no resultar del todo convenientes para los jóvenes lectores. De ahí que en ediciones posteriores, siguiendo el consejo de Arnim, separase definitivamente las anotaciones filológicas, que se editaron en un volumen aparte, añadiera algunas ilustraciones y, sobre todo, alterara el estilo y el contenido de algunos cuentos que resultaban demasiado crueles. Con el tiempo, Wilhelm fue perfilando el estilo de edición en edición, y limándolo para que no pareciera tan tosco, conformando a su manera el magnífico estilo de los cuentos y mejorando las carencias de la primera edición, aunque en ello se desviara de la línea estrictamente filológica propuesta por Jacob. Y ello porque tales correcciones han de entenderse como correcciones estilísticas en toda regla, en el sentido en que atañen también a la construcción, a los motivos, a la caracterización de los personajes, al diálogo, a la transformación de ciertos rasgos, a la adaptación a la mentalidad infantil y a otros muchos aspectos. Pudo hacerlo en tanto que Jacob estaba por entonces dedicado a otros trabajos lingüísticos —la Gramática de la lengua alemana—, no sin que por ello disminuyera su interés por la recopilación de cuentos y su posterior fijación escrita. Y así, gracias a las muchas revisiones a las que sometió a los textos, Wilhelm Grimm consiguió un tono apropiado que hoy se ha convertido ya en un género («Gattung Grimm») y que propició el gusto por la lectura de este tipo de relatos folklóricos. Además, en años posteriores, Wilhelm fue enfatizando cada vez más el valor poético de los textos, algo que trató de hacer patente también en las ediciones que realizó de cuentos de otras latitudes.

Visto así, las múltiples intervenciones que Wilhelm llevó a cabo en los originales podrían entenderse, tal vez, como una alteración que falsea la realidad del texto, pero precisamente de la combinación de la recopilación científica llevada a cabo por Jacob y de la reelaboración estilística llevada a cabo por Wilhelm es de donde surgió la magnífica obra que todos conocemos y que tan importante papel ha desempeñado en toda la literatura occidental.

Los cuentos que ofrecemos al lector en la presente edición no fueron objeto de estas cuidadas alteraciones llevadas a cabo por Wilhelm, y son, por tanto, los que se hallan más cerca de la fuente de la que fueron extraídos. Esto se puede apreciar muy bien en la forma que presentan, y que, tal vez, pueda resonar algo toscamente en los oídos de algún que otro lector. Pero precisamente con su lectura comprenderá cuán larga y dificultosa fue la tarea de ambos hermanos desde el momento en que iniciaron el proceso de fijación escrita de los primeros textos recopilados hasta llegar a las versiones que conocemos en la actualidad.

El conjunto de textos recogidos aquí apenas ha sido estudiado y es, por tanto, prácticamente desconocido para el gran público, pues todos los cuentos en él contenidos aparecieron en revistas o periódicos, de forma aislada y al margen de las numerosas ediciones de la colección realizadas en vida de los hermanos. Precisamente por ello han permanecido así con su forma original. Hasta hoy han podido documentarse tan solo diecisiete, diez de los cuales fueron incluidos después, con importantes variaciones formales en la colección definitiva, mientras que los siete restantes, debido seguramente a su origen extranjero (Un cuentecillo, Historia de la centella, La fiesta de los habitantes del mundo subterráneo, Cuento de Hans el Espabilado, Heinz el Vago, La guerra de las avispas y los asnos y El reyezuelo), no aparecen en ninguna de las publicaciones que los hermanos hicieron en forma de libro. Que hayan permanecido prácticamente ocultos y no hayan sido tenidos en cuenta se debe fundamentalmente al hecho de que los propios hermanos no hicieron apenas referencia a ellos y, por tanto, no se incluyeron en los numerosos estudios llevados a cabo sobre los cuentos de los hermanos Grimm. Tan solo Heinz Rölleke, uno de los mayores especialistas en el género, supo prestarles la atención que merecían y los editó conjuntamente en un volumen publicado por la editorial Insel en 1993. Es en él en el que nos hemos basado para la presente edición. En cualquier caso, de lo que no cabe duda es de que estas piezas poseen un valor incalculable, puesto que son la base sobre la que los Grimm trabajaron para la posterior redacción de sus versiones y, por tanto, una de las pocas manifestaciones existentes sobre el origen del proceso del trabajo filológico en esta colección universal.

Los textos aparecen ordenados cronológicamente según su fecha de publicación. En una nota al pie se dan los datos sobre el lugar y la fecha en que fueron publicados. Es otra forma de ver y entender el libro alemán más editado, más traducido y más famoso de todos los tiempos.

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Autores: Jacob y Wilhelm Grimm. Título: El sastre que llegó del cielo y otros cuentos. Traducción: Isabel Hernández. Editorial: Nórdica. Venta: Todos tus libros.

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