“La niña lleva tallada en su pupila la mujer que va a ser”
(Francisco Umbral)
Barbie, la emblemática muñeca que representó los ideales de belleza y perfección, ha retornado convertida en un fenómeno del año, para inaugurar una nueva era fílmica color rosa, junto a su nueva progenitora y directora, Greta Gerwig. Sin duda, un intento de reinauguración de la Warner Bros al presente y un salto de garrocha hacia el futuro, valiéndose de las alargadas piernas atléticas de todas las Barbies norteamericanas. Aquellas espigadas, refinadas y estilizadas figurillas que nacieron durante la década de los 60 e influyeron en tantas niñas que las vistieron y soñaron ser como ellas.
Aunque en 1959 Ruth Handler, la progenitora real, creó a una modélica y perfecta muñeca llamada Barbie, esta vez, la versión fílmica del 2023, desvela sus imperfecciones. Como Eva, desprotegida y sin la hoja de parra, es echada del paraíso para restaurar su talón de Aquiles. Sin embargo, el camino para el retorno a su mundo de perfección no es tan sencillo. Tiene que ensamblar el pasado y el presente, la niña y la mujer, la madre y la hija. Sólo este enlace intergeneracional de carne y hueso le permite recuperar las evocaciones de la arquetípica niña que fue y la infinita esperanza de ser mujer. En sí, es la senda que todas las niñas siguen para resolver su infancia con una muñeca. Umbral, visionario, ya aseguraba que éste iba a ser un milenio de mujeres Barbie.
Está claro que las muñecas Barbies generan complejos y traumas en las niñas que ansían ser como su modelo y se ven obligadas a replegarse, escaparse de sí mismas o rebelarse contra su entorno. Deben atravesar un viaje de autoconocimiento, aceptación y transformación interior, igual que la Barbie-fallida. Aparte del universo del juguete, la película no sólo renace a la muñeca que marcó a sus madres o abuelas, sino propone un cambio de percepción en relación a los juguetes virtuales de la actualidad. También aprovecha el pretexto del imperio Barbie para hacer un guiño a la mujer independiente y arriesgada, que toma decisiones asertivas y asume por sí misma los cambios drásticos que el mundo exige sin depender de ningún Ken que la libere. Las Barbies de hoy, multifacéticas y multiétnicas, representan las aspiraciones de aquellas niñas que no sólo quieren ser madres, sino que además anhelan reafirmar otras cualidades y talentos personales.
Igual que en el mito de Pigmalión, Barbie refleja la capacidad del ser humano para cambiar su realidad, pese a los obstáculos que le rodean. En este punto, es inevitable no recordar a Kafka en el parque Stegliz en Berlín, donde se encontraba con una niña triste que había perdido su muñeca. Con las cartas que supuestamente recibía de la muñeca viajera desde sitios lejanos, él consolaba a su pequeña amiga. En cuanto pudo, compró otra muñeca y se la entregó, pero la pequeña al verla dijo: —“Pero ésta no es mi muñeca”. Kafka le contestó: —“Sí lo es, porque las personas cambian mucho en los viajes”. De haber comprado una Barbie, el escritor hubiese explicado el cambio de la muñeca, desde la niña que fue hasta la mujer, porque cada niña que crece con una Barbie se convierte a sí misma en adulta.
En Barbie sucede lo que afirmaba el autor de El Señor de Pigmalión sobre la concepción mercantilista del arte que tienen los empresarios: “Del mundo vario, de toda la obra del universo entero, no les preocupa más que el libro de caja, las pesetas y su taquilla”. En efecto, para la Warner Bros “los niños son un mercado seguro, se trata de que el niño arrastre al padre hasta el cine”. Por ello, este film ha batido todos los récords de venta y como nunca han repicado las cajas registradoras de los cines del mundo entero. Así también, Barbie nos revela un fenómeno evidente que todos vemos y sabemos, pero no queremos aceptar. ¿Hasta qué punto estamos dominados por los muñecos u objetos que nos impone la sociedad robotizada, virtualizada y digitalizada? ¿Por qué los medios de comunicación, la radio, la televisión y otros participan de esta orquesta? ¿Por qué los cines se han convertido en empresas de marketing y publicidad, cazadoras del mega-consumismo? En sí, es el retrato de la sociedad ambivalente y superficial que sólo valora lo material y “la cultura del espectáculo”, como decía Vargas Llosa. Una parodia de la humanidad cegada que, cada vez más, idolatra los símbolos del consumismo y la apariencia.
Barbie es la niña-veneno, de consumo dulce con sabor a rosa que simboliza la utópica felicidad. Algo similar sucede con Coppelia, la muñeca preferida de Coppelius, el fabricante de muñecas, de uno de los cuentos de E.T.A. Hoffman, escritor romántico y músico. En su afán por dotarle del espíritu humano, la exhibe en el balcón de la plaza, mientras la música fluye y todo el pueblo la admira, como si fuese una mujer real. Las muñecas/os, en realidad, siempre han inspirado al arte, a la literatura, a la música, a la pintura y también al cine. El arte siempre ha generado más arte. Ahora, quizás las muñecas son el pretexto para convocarnos hacia un entendimiento colectivo de la sociedad diversa. Más que una rebelión feminista, como muchos han señalado, quizás debe ser un despertar de la conciencia del presente, a partir de los juguetes, como decía Benavente: “en cada niño nace la humanidad”. Un clamor para alejarnos del círculo vicioso de la desigualdad de géneros y propiciar la empatía, la tolerancia y el respeto de la propia libertad de cada ser. Un llamado a una mentalidad abierta de la sociedad actual que tiene diversidad de colores.
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