Verne, Salgari, los Dumas, Sabatini, nuestro amado sir Anthony y todos los viejos rockeros se remueven felices en sus tumbas. Arturo Pérez-Reverte vuelve por sus fueros. Por los de la sobriedad estilística —“sujeto, verbo, predicado”— y por los de la tierra de nadie que para él es parábola de la vida. De paso reivindica un mito, el del Cid Campeador, y se lo trae de la mano a su terreno. Rodrigo Díaz adquiere en este nuevo reverte hechuras de persona corriente, las hechuras que ya tuvieron guerreros como el húsar perdido en la peligrosa incertidumbre del no man’s land o los guerreros a su pesar condenados a morir bajo la sombra del águila, pasando por los que, sin ser guerreros, osaron entrar en territorio comanche empujados por una concepción del deber marca de la casa que, por cierto, también se reivindica en Sidi. Pero sobre todas las cosas tiene este Cid Campeador las hechuras de Diego Alatriste y de unos “personajes” que Reverte ha reivindicado alguna vez en las Patentes de Corso que publica en el dominical de los periódicos del Grupo Vocento. Me refiero a los militares que, siguiendo órdenes “de arriba”, no tuvieron más remedio que retirarse del Sahara Español en 1975. Guerreros sin suerte ni más causa que sus lealtades, como este Sidi, fiel al monarca que lo ha repudiado, hombres de una pieza que pueden ser muchas cosas, algunas espantosas, pero jamás cobardes ni desleales, dos crímenes capitales en esta tierra que no es de nadie porque es toda de Reverte, que la descubrió y la reivindicó hasta hacerla suya de hecho y de derecho, al menos del derecho del Reino de Redonda, reino mágico que tuvo hace tiempo el acierto de concederle el expresivo título de Duque de Corso, que menudo título, aunque si te paras a pensar está muy bien porque lo dice todo.
Llama la atención que aún pueda sacarse algo original de un “topos” tan sobado como el Cid. Reverte lo hace no sólo trayendo, como hemos señalado, el carácter del personaje a su propio terreno, sino manteniendo con fidelidad obsesiva el esquema argumental de la leyenda y hasta de la mismísima Historia, aunque tampoco puede uno estar seguro, porque no es experto en las fuentes históricas del Cid. En todo caso la novela está dedicada, y no en vano, imagino, a don Alberto Montaner, editor del Cantar publicado por la RAE, así que poca broma.
Ambientada en el destierro cidiano, Sidi figura ya entre las grandes novelas personales del autor, aquellas en las que se interpela a sí mismo e interpela al Cosmos, aquellas como El húsar, El maestro de esgrima, Territorio comanche o los siete títulos de la saga Alatriste, en las que no deja uno de verle a Reverte el alma, si es que tiene, aunque el protagonista se llame Glüntz, Astarloa, Barlés, Alatriste o Balboa. Novelas bien distintas de las “de género”, como El club Dumas, La tabla de Flandes o La carta esférica, y distintas desde luego de esas monumentales construcciones “profesionales” que son El asedio y El tango de la Guardia Vieja, con sus subtramas entreveradas, cronologías paralelas y personajes saltando de aquéllas a éstas como ranas de una charca a otra charca. Sidi, en cambio, es una novelita sencilla, directa, embridada y tan contundente como una carga de la caballería pesada castellana. Sidi son cuatrocientas páginas que te comes de una sentada. Sidi viene a reverdecer viejos laureles y a otorgar un sesgo nuevo, más maduro y reposado, al viejo y querido héroe revertino. Sidi es Rodrigo Díaz transmutado en una entrañable versión del “hombre peligroso” en el oscuro siglo XI. Sidi es una galopada en vivo y en directo por la desdibujada frontera noroccidental del antiguo solar de la Hispania romana, así que, amigo lector, apague el puñetero móvil, acomódese, abra una botella de champán o de lo que sea y láncese por tierras del Alto Aragón con las huestes de Mio Cid Rodrigo Díaz de Vivar. El gusto por contar ha vuelto. Y es forzoso brindar por ello.
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Autor: Arturo Pérez-Reverte. Título: Sidi. Editorial: Alfaguara. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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