¿Cuáles son los orígenes de las leyendas más terroríficas? ¿Cómo nacen nuestros mayores miedos? Y, sobre todo, ¿qué pasaría si se hicieran realidad?
Hace años que Nicolás Valdés se alejó de su pueblo natal en la sierra madrileña dejando allí su pasado. En este tiempo se ha convertido en el inspector de policía más prestigioso del país y ha conocido la oscuridad más tenebrosa de la mente de los psicópatas.
Sin embargo, un violento asesinato le obligará a volver y enfrentarse a quienes quiso olvidar y a las leyendas del lugar, que llevan demasiado tiempo ocultas…
Zenda reproduce el primer capítulo de El quebrantahuesos, de Blas Ruiz Grau.
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1
Lunes, 6 de mayo de 2019. 16.05 horas. ¿¿??
«Grita, grita lo que quieras. Nadie te oirá».
Esto último era literal.
Por lo tanto, se limitó a cerrar los ojos y la imaginó sin mordaza soltando por su boca toda clase de improperios que se entremezclaban con súplicas, aderezado todo ello, por supuesto, con un llanto amargo con el cual no necesitaba fantasear, pues se veían dos largos regueros salados recorriendo su rostro.
Se le escapó una sonrisa.
Sin embargo, con rapidez, se reprochó a sí mismo este gesto involuntario.
Incumplía su máxima, la de no dejarse llevar.
Le repelía proyectar esa imagen al exterior. La de un loco. Él no estaba loco.
Por mucho que aquello fuera un gesto inocente y, por otro lado, inevitable dada la situación, era tal su obsesión por tenerlo todo controlado que le molestaba sobremanera esa simple torcedura de boca. De todos modos, y en previsión de que pudiera sucederle, también había estado cavilando acerca de que en el fondo no era tan grave que en algún momento pecara de ser humano. Pero si lograba no soltar amarras, mucho mejor, por muy permisible que fuera ese pequeño gesto.
Además, tener unas líneas rojas bien definidas en su cerebro ayudaba bastante a no perder la perspectiva. Tanto tiempo pensando sobre qué hacer y cómo hacerlo ayudó mucho a saber lo que quería: calmarse, arrancarse el ansia de su interior, dejar de sentir eso que le comía por dentro. Nada más. No matar por matar. Él no mataba por matar.
No obstante, ahora no era el momento de darle más vueltas a esto. Demasiadas le había dado ya y, aunque no dejaría de hacerlo después, necesitaba actuar.
Volvió a mirarla.
La vio indefensa y se sintió entre raro y satisfecho de no encontrar rastro de remordimientos por lo que estaba a punto de suceder. Le sorprendió su propia serenidad. Se había imaginado tembloroso, dubitativo, falto de iniciativa, pero, para desgracia de la chica, su cuerpo y su mente se encontraban tranquilos y deseosos de dar el paso.
Ella se sentiría orgullosa.
La Voz le diría que lo estaba haciendo fenomenal, aunque ahora permanecía en silencio.
Observó a la chica unos segundos más. Si ya se hubiera abalanzado sobre ella, todo habría acabado, pero no haberlo hecho aún hizo que, de repente, se planteara una serie de preguntas, quizá, inevitables.
¿No bastaría con someterla a su poder? ¿Que ella tuviera claro quién sostenía la sartén por el mango? ¿De verdad era necesaria su muerte?
No era el miedo lo que trajo esas cuestiones, en eso no dudaba, sino que fue el propio alivio de eso que le comía por dentro lo que le hizo preguntarse si era necesario ir más allá. ¿Por qué había menguado la presión en el pecho?
Lo curioso fue que ese momento de duda era justo lo que necesitaba para entender que no, que no podía quedarse en ese paso, puesto que el dolor regresó, y con más fuerza que nunca. Incluso le impedía respirar de un modo natural. Ya no solo le temblaban las manos, como otras veces, sino todo el cuerpo.
Había quedado demostrado. No era suficiente.
Tenía que llegar hasta el final.
Tenía que hacerlo.
Además, ella le había visto la cara, así que no podía dejarla marchar.
Respiró con dificultad y se concentró de nuevo en lo que debía hacer. El temblor fue cesando, poco a poco.
Por suerte, por una vez su cerebro salió de esa agonía y no permitió que aflorara ese llanto interior que le hacía preguntarse por qué sentía estas cosas y por qué no podía ser como el resto de la gente. Así que prefirió ser práctico y se centró, ya del todo, en su cometido.
Repasó otra vez su plan. Estaba todo en orden. Saldría impune, era imposible que, según se iba a desarrollar todo, alguien pudiera relacionarlo con lo que estaba a punto de suceder.
¿Quién decía que no existía el crimen perfecto?
Un nuevo esbozo de sonrisa, que borró rápido por las mismas razones.
La observó por enésima vez, seguía llorando. Empezó a hacerlo en el momento que recuperó la consciencia, aunque, a diferencia de antes, ahora también trataba de moverse. Minutos atrás no podía hacerlo por lo que recorría por sus venas. El efecto disminuía, así que se acabaron los pensamientos y las dudas.
Aguardó unos segundos más hasta que el temblor de sus manos cesó. Su corazón latía a un ritmo incluso por debajo del reposo absoluto. Dejó la mente en blanco, alejada de todo pensamiento que pudiera incluir eso que le comía por dentro, la Voz y todo lo que rodeaba este momento que iba a experimentar.
Estaban solo él y ella.
La chica lloraba consciente de que le quedaban apenas segundos en este mundo.
Cerró los ojos, no quería verlo.
Él se abalanzó sobre ella.
Instantes después, ya con el cuerpo de la muchacha sin vida, volvería a hacerlo, pero ahora como un animal carroñero.
Como haría un quebrantahuesos.
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Autor: Blas Ruiz Grau. Título: El quebrantahuesos. Editorial: Ediciones B. Venta: Amazon
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