Mi fotaca con Barack Obama, que salimos superbién los dos, ¿verdad?
La vida es una gran mentira que nos contamos a nosotros mismos. Pero esa mentira es nuestra gran realidad. Montamos nuestras sociedades sobre creencias y convicciones, y nos peleamos por ellas. O nos ponemos de acuerdo en ellas, y morimos por su defensa. Pero sobre todo, percibimos la realidad de una manera sesgada, que completamos con nuestro entendimiento, y hacemos que un hecho tenga una interpretación, una carga emocional, o una puntuación contra un ratio de valores, que también nos hemos creado. Valores que miden nuestra interpretación de la realidad, de la actualidad, del comportamiento de las personas, y hasta del funcionamiento de las cosas, dentro de escalas ficticias creadas por convencionalismos compartidos, como pueden ser el éxito, la bondad, la sabiduría, la elegancia, la diversión o la corrección.
En esa vulnerabilidad innata de los seres humanos y las sociedades se basan muchos de los grandes males que hemos visto como causa de la polarización de las personas en los países más avanzados. Las noticias falsas creadas para inyectar ideas en las personas en un determinado momento para conseguir un objetivo, las noticias que siempre te dan la razón porque se crean para anular cualquier apertura de debate de un creyente y/o entendimiento con un creyente opuesto, y la post-verdad, que hace la gran magia con la interpretación de los valores de un hecho en base a intenciones no contrastadas, o decisiones previas supuestas no comprobables, son el escenario de fondo de los distintos mundos “reales” que vemos cada uno de nosotros.
Para inyectarnos una idea en la cabeza —sea la que sea— basta con que la narración, tan cercana a cómo los seres humanos programamos nuestro cerebro, sea lo suficientemente plausible. Por supuesto, además, el cerebro no debe tener todavía ninguna otra narración para ese hilo de acontecimientos, a los que se quiere añadir connotaciones en alguna escala de valores para denostar o engrandar un hecho o persona, que se resista a ser reemplazada.
En el mundo digital en que vivimos hoy en día, la realidad y la verdad se convierten en una bendita utopía con la que vamos tirando en los días de nuestra vida con más o menos convencimiento un día sí, al otro no. Decía Barack Obama en su último paso para dar una conferencia en Madrid, donde aproveché para hacerme una foto con él —y que como mola mucho la voy a poner en el artículo J—, que antaño dos políticos discutían sobre si algo estaba bien o mal, pero que, en este mundo de post-verdades, Fake News al que acaban de llegar las DeepFakes, las discusiones son sobre si algo está pasando en realidad o no. Quién sabe nadie, que decía aquel.
Al final, descreído de los absolutismos, y lejos de perseguir sombras, adopto, como hacemos muchos hoy en día, mi propio libreto de interpretación de realidad, copiado de lo que nos contó la maravillosa y enorme Isabel Allende cuando nos visitó hace no demasiado.
“Las cosas han pasado como yo las he escrito. Y hasta que no las ordeno y las escribo no han pasado. Pero una vez que están ordenadas en mi cabeza han pasado así. Y nada más.”
Vivir ese realismo mágico —que aunque no seamos conscientes todos los hacemos— es vivir la realidad que uno ha creado para sí, que no diferencia en nada de la falsa creencia de que tú sí que ves las cosas como son realmente. Necio sería yo si pudiera pensar que mi realidad era una interpretación mejor que otra.
Y sobre ese escenario de fondo que nos pinta el mundo, que dista mucho de lo que alguien pueda llamar “real” o “verdadero”, nosotros pintamos nuestro día a día. Nuestras conversaciones personales, nuestras riñas y vendetas vecinales, nuestros picos de emoción en el trabajo, con grandes y pequeños éxitos en nuestra escala personal. Una vida de realidad ficción que interpretamos en base a lo que hemos sido educados, hemos vivido en primera persona o nos han hecho creer. Añadimos muñecos al paisaje que nos dan para que vivan nuestras aventuras. Y a algunos les gusta y siempre están alegres, y a otros nada les satisface y están siempre gruñendo.
Al final, si la vida es sueño, y los sueños, sueños son, prefiero que mi realidad tenga color, emoción, alegría y fuegos artificiales. Creerme mi película. Como cuando Isabel Allende habla en la charla de sus amores, de cómo los ha engrandecido e idolatrado en su realidad, para luego retirarles los adornos, como se hace con los árboles de navidad cuando se acaban las fiestas. Es imposible no enamorarse así de la vida y de las personas. Aunque luego tengas que guardar los adornos hay que disfrutar las fiestas. Si tenéis tiempo, disfrutad de este encuentro con Isabel Allende que tuvimos en Madrid, que es imposible no embelesarse de su realidad.
Escribir tu realidad es un ejercicio que hay que practicar más a menudo, porque al final el público eres tú mismo, y depende de lo buen guionista que seas para que disfrutes la aventura o no. Esto lo hace el escritor Rafael Guerrero, donde él, escritor y detective, narra las aventuras ficticias del propio detective Rafael Guerrero, haciendo algo que hacemos todos día a día, al ponernos de protagonistas de nuestras aventuras inventadas, en este caso de novela negra de esa de golpe en las tripas, para vivirlas en primera persona. Y eso mola mucho.
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La única diferencia es que, cuando Rafael Guerrero hace esta autobiografía ficción de aventuras y novela negra, lo hace de forma consciente, no como la mayoría de nosotros, que lo hacemos pensando que somos nosotros los que de verdad vemos lo real, y son por contrario los demás los necios y cortos de miras que no son capaces de interpretar correctamente las señales que nos manda la realidad.
Lo cierto es que, desde que Platón nos explico que mirábamos sombras en una cueva, hasta el día de hoy, donde podemos tener relaciones personales con seres virtuales que no existen, no ha cambiado mucho esto de ver la realidad y valorarla como queremos. Para aquello para lo que nos tiene que servir esta interpretación de la vida es para ser una herramienta útil en el día a día, que nos permita avanzar hacia nuestros sueños y metas personales — aunque sean de mentira—, aguantar la densidad de seguir viviendo, y hacerlo, y esto es lo más importante, de la manera más feliz posible.
Si hemos vivido en base a unas creencias que nos han hecho felices durante toda la vida, entonces que no venga alguien a nuestra existencia a demostrarnos que son erróneas, como decía Yuval Noah Harari en la explicación de la felicidad que hace en su libro superventas “Sapiens”. Eso nos arruinaría el tempo de la película.
Mi mamá me decía siempre que “si otros pueden, tú también, hijo”. Y yo me lo creí. Viví mi propia realidad ficción basada en las creencias de una mujer, una madre que me quería y creía en mí. Que me hizo creer que podría ir a la universidad y aprender. Me convenció de que era listo, de que era trabajador, constante y de que podría hacer lo que quisiera. Y yo me lo creí el tiempo suficiente como para hacer que esa fuera mi realidad… sea la que sea la tuya. Así que, por favor, que nadie me diga que yo no soy guapo, que mi madre ya me convenció.
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