A continuación reproducimos un prólogo de José Manuel Sánchez Ron a su obra El poder de la ciencia, escrito para los lectores de Zenda, y un fragmento de este libro.
Hay libros que te acompañan toda o una buena parte de tu vida. Ahora bien, cuando se dice esto habitualmente se piensa en obras de literatura, como Los tres mosqueteros, que nunca ha abandonado Arturo Pérez-Reverte, o, claro, El Quijote, al que se puede volver una y otra vez. Menos, pero también se tienen en mente obras de pensamiento, como los Ensayos de Montaigne. Pero a mí me gustaría que en esa selecta e íntima lista aparecieran, al menos, El origen de las especies y el Origen del hombre de Charles Darwin, aunque no me hago ilusiones, todo lo que tiene que ver con la ciencia ocupa lugares secundarios, no importa que la ciencia nos permita ser mucho de lo que somos y de cómo vivimos. No quiero, sin embargo, referirme aquí a este tipo de obras que nos acompañan en el tortuoso camino de la vida, sino a un libro que yo escribí hace ya muchos años, en 1992, y al que he vuelto con ediciones ampliadas dos veces, en 2007 y ahora, en 2022. De este libro, El poder de la ciencia, quiero tratar aquí, en esta especie de prólogo para los lectores de Zenda.
La primera edición la publicó Alianza Editorial en 1992, llevaba el subtítulo de Historia socio-económica de la física (siglo XX) y tenía 393 páginas. Aquel libro significó mucho para mí. Mi primer libro, El origen y desarrollo de la relatividad, apareció —en la inolvidable colección “Alianza Universidad”— en 1983. Ya era entonces profesor titular (“adjunto” se denominaban entonces) numerario de Física Teórica en la Universidad Autónoma de Madrid, y muy en el espíritu de mi formación, en aquel libro apenas había concesiones de naturaleza, digamos, social, sólo algunas pequeñas consideraciones acerca de las influencias filosóficas en el joven Einstein. Mi reconstrucción se basaba en la secuencia de ideas científicas. Pura “historia internalista”.
El paso del tiempo, hacerme, creo, mejor historiador de la ciencia (en junio de 1994 me convertí en catedrático de Historia de la Ciencia, pero sin abandonar el Departamento de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid), me libró de aquella visión tan estrecha, pero desde luego —lo sigo creyendo— esencial, de la historia de la ciencia. Y El poder de la ciencia fue la manifestación de que veía la ciencia, la física solo todavía, de una manera más completa, más real, abierta e influida por consideraciones sociales, políticas, económicas o militares.
La primera edición tenía ocho capítulos, la segunda doce y su subtítulo había variado pasando a ser: “Historia social, política y económica de la ciencia (siglos XIX y XX)”; esto es, ya no me ocupaba solo de la física sino del conjunto de la ciencia, al menos de las ciencias relevantes para la “dimensión socioeconómica”. El motivo de tales cambios, de la ampliación tan sustancial que realicé es fácil de comprender. Era ya evidente que estábamos inmersos en una revolución científico-técnica que tenía en su epicentro a las ciencias biomédicas, en general, y a las biológico-moleculares. Se había hecho evidente, mucho más de lo que lo era antes, que no bastaba con la física para comprender el siglo XX. Y como lo que yo quería es comprender y explicar mejor el papel de la ciencia en el mundo contemporáneo, me vi obligado a añadir dos nuevos capítulos, uno dedicado a la medicina decimonónica y otro a la del siglo XX, centrado especialmente en la “revolución del ADN”.
No fueron estos, sin embargo, los únicos cambios. Revisé todos los capítulos y la mayoría ampliados sustancialmente. Aparte de los dos que acabo de mencionar, añadí dos más: uno dedicado a Napoleón y a su relación con la ciencia, y otro al poder de las ideas evolucionistas de Charles Darwin. Asimismo, introduje siempre que pude secciones dedicadas a la ciencia en España. Aparte del motivo obvio —ayudar a comprender mejor la relación de España, mi país, con la ciencia—, estaba el de que tratar el caso de una nación que no se ha distinguido especialmente por sus contribuciones a la ciencia de los dos últimos siglos, puede ayudar a comprender mejor la dinámica de la relación ciencia-sociedad que si sólo me limitase a los casos de Alemania, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña, que dominan mi tratamiento.
Expliqué también entonces que si hubiese escrito entonces, 2007, el libro no le habría titulado El poder de la ciencia, sino Poder y ciencia. Continuaba, y continúo pensando que la ciencia tiene, efectivamente, poder, que se puede hablar de “el poder de la ciencia”, pero ya no era tan ingenuo y comprendía que ese poder tiene límites importantes. La ciencia se relaciona intensamente con el poder, político, económico, militar, estando con frecuencia —sino siempre— sometida a él. Y de hecho, en el libro, especial pero no únicamente, en la segunda edición, aparecían numerosas evidencias de ello, comenzando por el primer capítulo, el dedicado a Napoleón y la ciencia francesa, pero también en otros, en los que estudio cuestiones como son la ciencia alemana bajo Hitler, la ciencia estadounidense y la Guerra Fría, o el papel de Stalin e Eisenhower en la ciencia de la URSS y Estados Unidos, respectivamente. Por ni hablar, claro, del poder atómico.
Veintinueve años después de la primera edición y catorce de la segunda, ya agotada, he vuelto a ampliar mi libro. Lo he hecho por la evidencia de los numerosos, rápidos y profundos cambios que está experimentando la humanidad desde que apareció la segunda edición. De ahí que en subtítulo se sustituya “(siglos XIX y XX)” por “(siglos XIX-XXI)”. Evidentemente, se trata únicamente de las dos primeras décadas de la presente centuria, restando todavía la mayor parte de ella, pero aun así creo que se observan suficientes elementos, muy poderosos y penetrantes, como para pensar que la humanidad ha entrado ya en una nueva era. No he modificado nada de los primeros once capítulos, pero el último y el epílogo de la última edición han sido sustituidos por cuatro capítulos, en los que abordo— haciendo hincapié especial, pero no únicamente, en sus orígenes —cuestiones relacionadas con la nueva medicina, incluyendo técnicas de edición génica recientes (CRISPR), la revolución digital y sus consecuencias, la Inteligencia Artificial y la Tierra en el Antropoceno (tectónica de placas, cambio climático, agujeros en la capa de ozono, pérdida de biodiversidad). Algunos de estos temas ya estaban presentes en la edición de 2007, pero he creído necesario introducir algunos cambios y ampliarlos.
Para un autor sus libros son, en cierto sentido, hijos intelectuales, producto de algo tan íntimo como es el pensamiento propio. Y al igual que con nuestros hijos de carne y hueso, se siente una especial satisfacción al verlos crecer, tomar una vida que no se aventuró cuando comenzaron a ser imaginados. Que mi El poder de la ciencia pueda presumir de semejante historia es algo que me enorgullece. Espero que continúe siendo útil a quienes se acerquen ahora a sus páginas.
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CAPÍTULO 15
¿Crecimiento sostenido y crecimiento sostenible?
El Informe Stern no cuestionaba uno de los pilares en los que se basaba la economía mundial durante el siglo XX: la necesidad de que esta continuase creciendo. Primero se sostuvo que tal crecimiento debía ser “sostenido”, esto es, constante, aunque no existiera un acuerdo generalizado sobre los porcentajes de ese crecimiento, pero luego, en vista del deterioro del medioambiente o de crisis como la del petróleo de 1973, se pasó a hablar de “crecimiento sostenible”. No pretendo extenderme aquí sobre si este concepto oculta, como muchos han señalado, especialmente ecologistas, una profunda contradicción: ¿es posible mantener que un sistema de recursos finitos como es la Tierra crezca siempre? En el mejor de los casos, en este tipo de política económica subyace el propósito de intentar hacer compatible el crecimiento económico con el mantenimiento del nivel de vida de las sociedades más desarrolladas y la mejora de la condición de las subdesarrolladas, haciendo todo sin deteriorar el medioambiente, lo que supuestamente se podría hacer utilizando recursos (energías) renovables. Más falaz es aún la idea de que la economía no sufra crisis. Ya en su libro de 1936, The General Theory of Employment, Interest and Money (Teoría general del empleo, el interés y el dinero), John Maynard Keynes argumentó que la incertidumbre era la norma en lugar de la excepción en las economías capitalistas, algo que, por ejemplo, la crisis que desencadenó la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008 mostró con crudeza.
En 1972, el Club de Roma, una organización internacional no gubernamental fundada en la capital italiana en 1968 por el industrial Aurelio Peccei e integrada por hombres de negocios, científicos y políticos hizo público un informe que había encargado al Grupo de Dinámica de Sistemas de la Sloan School of Management del Massachusetts Institute of Technology, realizado con la financiación de la Fundación Volkswagen de Alemania. Destinado a “definir los límites y los obstáculos físicos del planeta a la multiplicación de la Humanidad y de la actividad humana”, el informe, que encabezaba la biofísica Donella H. Meadows (1941-2001), se tituló The Limits of Growth (Los límites del crecimiento) y se centró en el análisis, utilizando un modelo informático denominado World 3, de las interacciones entre cinco elementos: el crecimiento de la población (el Club tenía una inclinación claramente neomalthusiana), la producción de alimentos, la industrialización, el agotamiento de los recursos naturales y la contaminación. Las conclusiones del informe eran pesimistas, si no desoladoras… si se continuaba con los modos de consumo que se practicaban. Unas cuantas frases dan idea del talante del informe: “Dadas las actuales tasas de consumo de los recursos y el aumento proyectado de estas tasas, la gran mayoría de los recursos no renovables hoy importantes tendrán costos extremadamente elevados dentro de 100 años”; “El modo básico de comportamiento del sistema mundial consiste en crecimiento exponencial de la población y del capital, seguido de un colapso”; “Estamos unánimamente convencidos de que la rectificación rápida y radical de la situación mundial hoy desequilibrada, y que se deteriora peligrosamente es la primera tarea que afronta la humanidad […]. Se requieren enfoques enteramente nuevos para reorientar a la sociedad hacia objetivos más de equilibrio que de crecimiento. Esta reorganización implicará un esfuerzo supremo de comprensión, imaginación y resolución política y moral […]. Este esfuerzo supremo es un desafío a nuestra generación y no podemos hacer que lo herede la que nos sigue”.[1]
En su momento —y también posteriormente— el informe fue muy criticado, con el argumento de que los datos que utilizaba eran de dudosa calidad y que se hacían demasiadas hipótesis sobre las relaciones existentes entre los elementos que intervenían en sus modelos. Cercano al espíritu —pero no a las tácticas y modelos que utilizaba— que animaba a The Limits of Growth estuvo un libro publicado el año siguiente (1973), Small is Beautiful: A Study of Economics As if People Matthered, del economista británico (pero nacido en Alemania), Ernst Friedrich Schumacher (1911-1977), que en 1995 la revista The Times Literary Supplement incluyó dentro de los “100 libros más influyentes publicados desde la Segunda Guerra Mundial”. Protegido inicialmente por John Maynard Keynes, que reconoció su talento, Schumacher formó parte del equipo dirigido por el influyente economista John Kenneth Galbraith para analizar los bombardeos estadounidenses en Alemania; posteriormente fue estadístico jefe de la Comisión de Control Británica para la reconstrucción económica de Alemania, y el principal asesor económico de la Junta Nacional del Carbón del Reino Unido. Pero, como apunté, la polémica estaba servida. En 1974 otro notable economista, educado en Oxford y Cambridge que ocupó la cátedra de Economía Política del University College de Londres, Wilfred Beckerman (1925- 2020), publicó un libro, In Defense of Economic Growth (En defensa del crecimiento económico), en el que se esforzaba en defender lo que señalaba el título: el crecimiento económico. Beckerman reconocía los problemas medioambientales: “Por lo menos desde hace treinta años” escribió en otro de sus libros, Small is Stupid: Blowing the Whistle on the Greens (1996) “se sabe claramente que el mundo afronta problemas ambientales graves. En los países avanzados se incluyen en este concepto la contaminación de playas y ríos y la eliminación de montañas de basura corriente producida en las sociedades opulentas, por no mencionar la eliminación de residuos radiactivos”. Y en este punto mencionaba el libro de Schumacher:[2] “Libros pioneros como el de Ed Mishan, The Cost of Economic Growth o el de Schumacher Small is Beautiful pusieron al alcance de un amplio público la importancia de la relación entre crecimiento y consumo”.[3] Pero sus planteamientos eran muy diferentes:[4]
“Estos problemas diversos (las imperfecciones del mercado en los países avanzados, la pobreza en los países en desarrollo y el conflicto entre intereses nacionales e internacionales en cuestiones ambientales) son suficientemente dificultosos. No debería dejar de prestarles atención la sociedad por prestarla a argumentos falsos sobre diversos desastres. Está bien que nos preocupemos por el tipo de mundo que legaremos a nuestros descendientes. Pero, al mismo tiempo, no debemos dejarnos arrastrar por las predicciones del movimiento ambientalista de que estamos al borde de una catástrofe ambiental y de que hay que empujar a los gobiernos a adoptar medidas más drásticas que las que aparentemente toman. Porque el alarmismo que es casi histeria no es ninguna guía para una política equilibrada.
Por supuesto que hay que conceder cierto crédito al movimiento medioambiental por haber conseguido que el público y muchos gobiernos se hayan tomado en serio los auténticos problemas medioambientales que afrontamos. Pero parte de ese crédito debería atribuirse al crecimiento económico. Porque el aumento de las rentas conduce a un cambio de prioridades en la gente que pasa de la satisfacción de las necesidades básicas a la preocupación por su entorno y a una mayor disposición a dedicar recursos a la protección ambiental. Sin embargo, los gobiernos no adoptarán medidas voluntarias para remediar ningún problema medioambiental como no se les presione constantemente por medio de la opinión pública. Y esa opinión ha de canalizarse mediante grupos organizados, entre los que las organizaciones ambientalistas tienen un valioso papel. Pero deben hacerlo de manera responsable”.
El problema es ¿qué quiere decir para el economista, defensor de crecimiento económico, Wilfred Beckerman, “de manera responsable”? [5]
Regresando al Club de Roma, tenemos que publicó posteriormente otros tres informes. El primero apareció en 1975. Se tituló Mankind at the Turning Point y era menos pesimista que el anterior, ofreciendo diferentes escenarios que según sus autores podían evitar potenciales catástrofes.[6]
El segundo, Beyond the Limits, se publicó en 1991 Merece la pena reproducir sus pasajes finales: [7]
“¿Son realmente posibles cualesquiera de los cambios por los que hemos abogado en este libro, desde una mayor eficiencia en lo recursos hasta una mayor compasión humana? ¿Puede en realidad el mundo acompasarse por debajo de los límites para evitar el colapso? ¿Hay acaso suficiente tiempo? ¿Hay suficiente dinero, tecnología, libertad, visión, comunidad, responsabilidad, previsión, disciplina y amor a escala global?
[…].
Hemos dicho muchas veces en este libro que el mundo no hace frente a un futuro preformado, sino a una elección. La elección entre modelos. Un modelo afirma que este mundo finito carece de límites a efectos prácticos. Elegir dicho modelo nos llevará todavía más allá de los límites, y, creemos, al colapso.
Otro modelo dice que los límites son reales y están próximos, que no hay suficiente tiempo, y que la gente no puede ser moderada, responsable o compasiva. Ese modelo es autosuficiente. Si el mundo decide creerlo, el mundo estará en lo cierto, y el resultado será también el colapso.
Hay un tercer modelo según el cual los límites son reales y están próximos, y hay el tiempo justo, sin tiempo que perder. Hay la cantidad de energía, materiales, dinero, resistencia del medio ambiente y virtud humana para lograr una revolución en pro de un mundo mejor.
Este modelo puede que esté equivocado. Toda la evidencia que hemos visto, desde los datos mundiales hasta los modelos globales de ordenador, sugiere que puede ser correcto. No hay otra forma de saberlo con seguridad que probarlo”.
Cuando se iban a cumplir treinta años de la publicación de su primer informe, el Club de Roma decidió recapitular, produciendo finalmente lo que tituló Limits of Growth: The 30-Year Update. En una de las secciones del libro se planteaban “¿Tuvimos razón hace treinta años?”: [8]
“A menudo nos preguntan si las predicciones de Los límites del crecimiento fueron acertadas. Conviene señalar que éste es el lenguaje de los medios de comunicación, no el nuestro. Nosotros seguimos concibiendo nuestra investigación como un esfuerzo por dilucidar diferentes futuros posibles. No intentamos predecir el futuro, sino que esbozamos proyecciones alternativas para la humanidad a medida que ésta avanza hacia 2100. No obstante, es útil reflexionar sobre las lecciones de los treinta años transcurridos. Así pues, ¿qué ha ocurrido desde que se publicó LTG [The Limits of Growth] en un delgado tomo editado en rústica por una pequeña editorial de Washington en marzo de 1972?
Se alzaron las voces de un gran número de economistas, quienes junto a industriales, políticos y defensores del Tercer Mundo, mostraron su indignación ante la idea de poner límites al crecimiento. Pero al final los hechos han demostrado que el concepto de limitación ecológica planetaria no es absurdo. Sin duda el crecimiento físico está limitado, y eso ejerce una enorme influencia en el resultado de las políticas que elegimos para tratar de alcanzar nuestros objetivos. Y la historia enseña que la sociedad tiene una capacidad limitada para responder a aquella limitación con medidas sabias, clarividentes y altruistas que supongan una desventaja para gente importante a corto plazo.
Las limitaciones de recursos y emisiones han originado muchas crisis desde 1972, movilizando a los medios de comunicación, atrayendo la atención del público y despertando a los políticos de su letargo. El descenso de la producción de petróleo en países importantes, la reducción del ozono estratosférico, el aumento de la temperatura del planeta, la extendida persistencia del hambre, el debate cada vez más acalorado sobre la ubicación de vertederos para residuos tóxicos, el descenso del nivel de las aguas subterráneas, la desaparición de especies y la mengua de los bosques son tan solo algunos de los problemas que han dado pie a amplios estudios, reuniones internacionales y acuerdos mundiales. Todos ellos ilustran nuestra conclusión fundamental y son coherentes con ella: las limitaciones del crecimiento físico son un aspecto importante de la política mundial en el siglo XXI.
Para quienes aprecian los números podemos informar de que las proyecciones altamente agregadas de World3 siguen siendo, al cabo de treinta años, bastante acertadas. [9] En el año 2000, el mundo tenía exactamente el número de habitantes (unos 6.000 millones, frente a los 3.900 que había en 1972) que nosotros proyectamos en la simulación normal de World3. Es más, esta proyección mostraba un crecimiento de la producción mundial de alimentos (de 1.800 millones de toneladas equivalentes de cereal al año en 1972 a 3.000 millones en 2000) que se ajusta bastante a la realidad histórica. ¿Demuestra esta coincidencia con la realidad histórica que nuestro modelo estaba en lo cierto? No, por supuesto que no. Pero indica que World3 no era del todo absurdo: en la actualidad, sus supuestos y nuestras conclusiones siguen estando justificados”.
Contemplado desde la perspectiva de que pronto hará medio siglo, se puede decir que, efectivamente, las advertencias y recomendaciones del primer informe eran razonables y daban una buena idea de cuál era la situación entonces y cuál podía ser a medio y, sobre todo, a largo plazo. Es cierto, sin embargo, que algunas de sus previsiones no se han hecho realidad, debido a la aparición —en ocasiones antes incluso de la publicación del Informe de 1972— de nuevas tecnologías que han facilitado cambios importantes en el consumo, entre ellas las que han hecho posible que se haya incrementado la posibilidad de alimentar a una población mundial que, como el propio informe preveía, ha continuado aumentando. [10] La aplicación de conocimientos más avanzados de genética y de la nutrición y fisiología de las plantas, junto al perfeccionamiento y la adecuación de las prácticas agronómicas condujeron a aumentos importantes de los rendimientos agrícolas. “El impacto de las nuevas variedades en la producción de alimentos en la mayoría de los países en vías de desarrollo ha sido enorme”, señalaba el catedrático de Bioquímica y Biología Molecular, Francisco García Olmedo, “Desde 1965 a 1969, la superficie plantada con las nuevas variedades de trigo y arroz pasó en estos países de menos de 100 hectáreas a casi 15 millones de hectáreas […]. Entre 1966 y 1981, la India triplicó su producción anual de trigo de 11 a 36,5 millones de toneladas. De forma paralela, Pakistán, que era en 1967 el segundo recipiendario mundial de ayuda alimentaria externa, se convirtió dos años más tarde en exportador de arroz. Finalmente, en China, entre 1963 y 1983, el rendimiento medio del arroz pasó de 2 a 4,7 toneladas por hectárea, y el de trigo de 1 a 2,5 toneladas por hectárea”. [11]
Las mejoras que se mencionaban en la anterior cita se referían a la que se ha denominado a veces “Segunda Revolución Verde”. Pero posteriormente llegó una “Tercera Revolución Verde”, basada en la utilización de las técnicas de ingeniería genética en las plantas que, aunque suscitó y suscita oposiciones —no siempre por cómo se entiende el concepto de “natural”, sino también por las tácticas monopolistas de empresas que comercializan semillas, como es Monsanto—, abre posibilidades antes insospechadas, como pueden ser la resistencia a plagas y enfermedades, así como a factores adversos del suelo y del clima. [12]
Tampoco están en trance de desaparecer, todavía, recursos como el petróleo, cuyo fin entonces se preveía cercano pero cuya producción, al igual que la de gas, ha aumentado en parte debido a la introducción de la problemática fracturación hidráulica, también conocida como fracking, cuyo principal pionero fue el empresario estadounidense George P. Mitchell (1919-2013).
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[1] Donella H. Meadows, Dennis L. Meadows, Jorgen Randers y William W. Beherns III, Los límites del crecimiento (Fondo de Cultura Económica, México D. F. 1972), pp. 87, 178, 241-242.
[2] Wilfred Beckerman, Lo pequeño es estúpido (Debate, Madrid 1996), p. 12.
[3] Ezra J. Mishan (1917-2014) fue un economista inglés catedrático de Economía en la London School of Economics entre 1956 y 1977. En The Cost of Economic Growth argumentaba que “el crecimiento sostenido se basa en el descontento sostenido”, esto es, que el crecimiento económico es compatble con la disminución del bienestar humano.
[4].W. Beckerman, Lo pequeño es estúpido,op. cit. p. 14.
[5] Una reseña interesante del libro de Beckerman es la de Harold Lydall, “In defense of economic growth”, The Economic Journal 85, 186-187 (1975).
[6] Mihajlo Mesarovic y Eduard Pestel, Mankind at the Turning Point (Hutchinson, Londres 1975).
[7] Donella H. Meadows, Dennis L. Meadows y Jørgen Randers, Más allá de los límites del crecimiento (El País-Aguilar, Madrid 1992), pp. 276-278.
[8] Donella Meadows, Jørgen Randers y Dennis Meadows, Los límites del crecimiento 30 años después (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, Barcelona 2006), pp. 29-31. Meadows murió en 2001, cuando se estaba iniciando la elaboración de este informe.
[9] Mediante el programa informático World 3 se publicaron y analizaron, en el primer informe, doce proyecciones coherentes de la evolución mundial entre 1900 y 2100. Una versión ligeramente mejorada de este programa permitió presentar en el segundo informe 14 proyecciones. El modelo se volvió a actualizar para su utilización en el tercer informe. Para más detalles sobre estas actualizaciones, véase D. Meadows, J.Randers y D. Meadows, Los límites del crecimiento 30 años después, op. cit. pp. 441-446.
[10] Merece recordar también lo que pensaba el médico, nutriólogo y gran estudioso del hambre en el mundo, el brasileño Josué de Castro (1908-1973), que llegó a presidir en 1952 el Consejo Ejecutivo de la ONU para Agricultura y la Alimentación. Sus planteamientos eran en el fondo muy diferentes de los del Club de Roma, tal vez porque él procedía de un país subdesarrollado (de los entonces etiquetados como del “Tercer Mundo”) mientras que el Club de Roma surgía del “Primer mundo”. En su libro Geopolitica da fome (Geopolítica del hambre; 1951), De Castro manifestaba: “el mundo no encontrará el camino de la salvación esforzándose por eliminar los excedentes de población o controlando los nacimientos como prescriben los neomalthusianos, sino trabajando para hacer productivos a todos los hombres que viven sobre la superficie de la Tierra. Si en el mundo existe hambre y miseria no se debe a que haya demasiados hombres, sino a que hay pocos hombres para producir y muchos para comer”; Josué de Castro, Geopolítica del hambre, (Ediciones Guadarrama, Madrid 1972), vol. 2, p. 324.
[11] Francisco García Olmedo, La Tercera Revolución Verde (Debate, Madrid 1998), pp. 110-111.
[12] Ver los comentarios en ibíd., capítulos 12-14.
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Autor: José Manuel Sánchez Ron. Título: El poder de la ciencia. Editorial: Crítica. Venta: Todostuslibros y Amazon
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