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El papel lo aguanta todo, la Historia, no - Zenda
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El papel lo aguanta todo, la Historia, no

Tenía muchas ganas de poder leer y analizar la última publicación del escritor, historiador y catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza José Luis Corral, titulada Covadonga: La batalla que nunca fue. Considero que para dar comienzo a mi comentario es preciso, en base a lo que escribe el profesor Corral, empezar definiendo...

He escuchado y leído a reputados historiadores afirmar que en una novela histórica, ensayo, biografía, etc., los hechos históricos no deben ni pueden modificarse. Alterarlos convertiría la obra en una novela, un libelo, una ucronía o un panfleto que pretende ser una crónica histórica falsa.

Tenía muchas ganas de poder leer y analizar la última publicación del escritor, historiador y catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Zaragoza José Luis Corral, titulada Covadonga: La batalla que nunca fue. Considero que para dar comienzo a mi comentario es preciso, en base a lo que escribe el profesor Corral, empezar definiendo lo que significa «historiador» según la RAE, quien lo define como: “Especialista en historia. Autor de obras históricas. Cronista, analista, narrador”. En esta definición no figura para nada la acepción despectiva que el autor quiere mostrar al afirmar que hay historiadores, aficionados a la historia y autores de novela histórica que con su comportamiento ratifican las tesis de John Locke, quien afirma que “todo historiador es un mentiroso”. Corral, en la página 16 de su libro, afirma: “En numerosas ocasiones los cronistas no se limitan a contar los hechos como fueron (…) sino que alteran a su conveniencia, a veces de manera tan exagerada que se rompen todos los visos de credibilidad”.

"¿No será que el autor quiere basarse en unas opiniones parciales, tendenciosas y falsas?"

El autor, a lo largo del libro, se convierte en lo mismo que achaca a los demás: en un cronista “instalado en ser un interesado fabulador”; concepto opuesto al razonamiento con el que he iniciado mi comentario. A lo largo de su ensayo, el autor hace referencia a “la confusión, la falta de datos, la falsedad y tendenciosidad”. Afirmaciones que pueden llevar al lector a preguntarse: ¿no será que el autor quiere basarse en unas opiniones parciales, tendenciosas y falsas? Ante la cantidad ingente de historiadores que sostiene opiniones contrarias a Corral, se puede pensar que, al seguir la última moda de negacionismo histórico, el equivocado es él, encontrándose en el frente opuesto a historiadores de mucho prestigio que defienden la auténtica verdad histórica.

El autor, a lo largo de su libro, se permite asumir el papel de repartidor oficial de carnés de pseudohistoriadores, citando, de manera poco elegante, a esos escritores por su nombre y apellidos. A lo largo del libro, manifiesta una tirria obsesiva contra el reconocido, por propios y extraños, como el historiador más importante del siglo XX, como fue don Claudio Sánchez Albornoz, intelectual exiliado en México, último Presidente de la República Española en el exilio, doctor Honoris Causa por la Universidad de Oviedo, catedrático numerario de Historia por las universidades de Barcelona, Valencia, Valladolid, Madrid, Mendoza, Buenos Aires y Ávila, académico de la Historia, rector de la Universidad Central y premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades. Me produce especial tristeza leer como José Luis Corral denuesta a don Claudio, un intelectual acostumbrado a sostener agrias polémicas, como la conocida y divulgada con Américo Castro. Estoy convencido que, de estar vivo, daría una cumplida réplica a la gran cantidad de interesadas inexactitudes, alguna de las cuales se pueden calificar como rozando la maledicencia, de las que es acusado por el autor. No conformándose con mancillar a don Claudio, el autor demuestra que su obsesión llega a tal extremo que procura desprestigiar a todo aquel que sostenga opiniones o demuestre teorías distintas a las que él sostiene. Es penoso ver cómo alguien que ejerce la profesión de la enseñanza utiliza la fuerza del desprecio en vez de la fuerza de los argumentos hacia personajes que para la inmensa mayoría de historiadores y personas de la calle son respetadas figuras simbólicas.

"Puede ser más sencillo que, dada la poca envergadura de la batalla, sea más fácil para los musulmanes, que resultaron derrotados, obviarla y enterrar su recuerdo"

Tengo por costumbre leer lo que dice la contraportada. Antes de seguir adelante me gustaría analizar alguna de las frases que contiene, puesto que son suficientemente ilustrativas de lo que los lectores vamos a encontrarnos al leer el libro. Dice la contra que “disecciona en estas páginas la verdad sobre lo que las fuentes documentales esconden”, y me pregunto: ¿cómo es posible encontrar lo que está escondido en las fuentes documentales? ¿Cuáles son los fantásticos poderes que posee el autor para ver lo que está oculto en las fuentes históricas? Continúa diciendo la contra que “este libro es una invitación a revisar con mirada crítica nuestro pasado, el significado de los mitos y la manipulación histórico-política, consecuencia de que el relato siempre lo hayan controlado los vencedores”. Afirmación que me hace preguntar: ¿quiénes son los vencedores de una batalla que según el autor “nunca fue”? Cuestión que me lleva a pensar que puede ser más sencillo que, dada la poca envergadura de la batalla, sea más fácil para los musulmanes, que resultaron derrotados, obviar la batalla y enterrar su recuerdo. A nadie le gusta una derrota que desmerezca su expediente militar y guerrero.

Según voy leyendo, me encuentro que el autor es acomodaticio a los razonamientos que analiza. Unas veces simplifica sus reflexiones, otras veces trae a colación un concepto interesado y manido que es inexacto, como, por ejemplo, que las tres etnias «cristiana, musulmana y judía», las tres religiones y los tres pueblos fueron capaces de convivir, olvidando que lo hacían en sus guetos y con poco contacto entre los mismos. En una de las muchas contradicciones llega a afirmar que «el conflicto religioso en la península Ibérica no era ninguna novedad». Para aclararme pregunto: en realidad ¿cómo se vivía, en pacífica convivencia y tolerancia religiosa o en un arduo conflicto?

"Es curioso cómo utiliza la arqueología, a su antojo, para desmentir a las fuentes escritas, cuando a mi juicio la arqueología debe ser un elemento coadyuvador de la historiografía"

En su ensayo no hay cabida para la fe y la esperanza inquebrantable de los cristianos de esa época y sí la hay para unos muslimes que llevan la guerra santa en su credo religioso.

Me decepcionó mucho que a lo largo del libro solo dedica un espacio de treinta y una páginas al tema a que hace referencia en el título, llenando el resto del ensayo con un resumen superficial de lo acontecido desde el año 406, cuando las tribus bárbaras del Norte atraviesan el Rin y terminan asentándose en la península Ibérica, hasta el año 756. Es destacable que casi un tercio del libro (156 páginas) esté ocupado por la relación de notas y la bibliografía. Parece como si con esa profusión de documentación el autor quisiera darle una pátina de erudición que puede confundir al lector, por la poca utilidad que puede tener para alguien que llega al libro para entretenerse y no para sostener y corregir una tesis doctoral. Tengo la sensación de que, a veces, parece que tiene mucho interés en enredar los razonamientos en vez de despejar y aclarar conceptos.

Me ha llamado poderosamente la atención que un catedrático de historia sea capaz de afirmar y poner por escrito en un ensayo histórico, que no es una novela ficcionada, que no es necesario insistir en la inconsistencia, parcialidad, tendenciosidad y manipulación que presentan las fuentes escritas. Es curioso cómo utiliza la arqueología, a su antojo, para desmentir a las fuentes escritas, cuando a mi juicio la arqueología debe ser un elemento coadyuvador de la historiografía. Afirma, referido a los documentos sobre el reino astur, que «solo se conserva un diploma fiable, atribuido al rey Silo», y afirma, sin aportar pruebas concluyentes, que el importante testamento de Alfonso II el Casto está manipulado. Además, sostiene que existen algunos diplomas más, pero se trata de falsificaciones generadas en los siglos siguientes”. Como, posiblemente, no le conviene aceptar los documentos existentes, ¿qué mejor que permitirse el lujo de desecharlos, en base a una supuesta falsificación? El autor demuestra que busca con desesperación argumentos que le den la razón en sus postulados, desprestigiando los razonamientos de los historiadores que le precedieron. Me gustaría saber por qué Corral insiste en que su pensamiento es correcto y no da ninguna chance a los que sostienen opiniones encontradas. Al sostener esta actitud, el autor parece situarse en una postura más propia de una dictadura historiográfica.

"El autor llega a calificar de manera despectiva la Crónica Mozárabe, que discrepa de sus postulados"

A lo largo de su ensayo, el autor califica a varias personalidades como “narradores de ficciones y mentirosos”. También es recurrente que desprecie a compañeros que, según su criterio, se encuentran en “una corriente rancia y pseudohistórica, en la que militan con fervor aficionados a escribir historia sin rigor, con la lectura de apenas media docena de textos parciales y sesgados y un par de tópicos”.

El autor llega a calificar de manera despectiva la Crónica Mozárabe, que discrepa de sus postulados, diciendo: “La más tendenciosa es la C. M. del 754, que se supone escrita por un monje mozárabe refugiado en el norte cristiano en esa fecha o poco antes. Según este cronista anónimo, los musulmanes arrasaron Hispania (Spania en el texto latino). (…) La idea de los cronistas cristianos era clara: se trataba de presentar a los musulmanes como seres inhumanos y sangrientos”. Corral olvida que hay poco de humano en hacer la guerra santa a los infieles para erradicarlos del mundo y extender así la fe del Profeta.

El autor, de manera machacona, continúa despreciando todo lo que es contrario a su opinión. Incluso el autor romántico Washington Irving es objeto de sus críticas. Reitera a lo largo del libro que las crónicas musulmanas, además de breves, son poco concretas, opinando que por el lado cristiano son, si cabe, más parciales y manipuladas. Una vez más, es víctima de sus propios argumentos ya que, en opinión de este lector, este libro es parcial, poco concreto y sus opiniones manipulan la historia.

Otro punto que resulta chocante para mí es que el autor no sea capaz de reconocer el legítimo derecho que tienen los habitantes de la Península de luchar por recuperar su tierra ocupada de manera violenta por los moros.

"También me resulta llamativo que el autor, en las fuentes que maneja, no haga referencia al recopilatorio que realizó a lo largo del siglo XVI el padre Carvallo"

Para este lector resulta llamativo que, a pesar de citar a decenas de cronistas musulmanes, entre ellos Ibn Hayyan, Al-Razi, y Ibn al Qutiyya, el autor cite y no dé la importancia que tiene al manuscrito original que se conserva en la Biblioteca Nacional de París, que contiene párrafos del Ajbar Machmuá, una crónica árabe anónima que compila las crónicas de los cronistas citados, que menciona a Pelayo y lo sitúa en un paraje que bien puede ser Covadonga. Dice el referido documento:

El emir conquistó todo el territorio hasta llegar a Narbona y se hizo dueño de Galicia, Asturias, Álava y Pamplona, sin que quedase en Asturias por conquistar si se exceptúa la sierra, en la cual se había refugiado un caudillo llamado Pelayo, a quien los soldados del emir no dejaron de combatir y acosar, hasta el extremo que muchos de ellos (los cristianos) murieron de hambre, otros acabaron por prestar obediencia y fueron así disminuyendo hasta quedar reducidos a treinta hombres que no tenían más de diez mujeres, según se cuenta. Allí permanecieron encastillados, alimentándose de miel, pues tenían colmenas de abejas en las hendiduras de las rocas.

También me resulta llamativo que el autor, en las fuentes que maneja, no haga referencia al recopilatorio que realizó a lo largo del siglo XVI el padre Carvallo, y que tituló Antigüedades y cosas memorables del principado de Asturias. En su tarea recopilatoria, el jesuita se basó en documentos fiables que se conservaban en la catedral de Oviedo, en monasterios y archivos particulares, descartando todas las fuentes procedentes de cantares y leyendas carentes de rigor histórico. En el recopilatorio comentado del padre Carvallo afirma que Munuza, gobernador musulmán de Gijón, pidió ayuda a Córdoba para acabar con la rebelión liderada por Pelayo, y desde allí el califa envió un ejército al mando del cual estaba el general Al-Qama, quien perdería la vida precisamente en Covadonga. Don Claudio Sánchez Albornoz, en su extensa bibliografía demuestra que Al-Qama salió al frente de las tropas de castigo a las Asturias y nunca regresó. Otro tanto ocurre con Munuza (gobernador moro de las Asturias, con base en Gijón) quien, con posterioridad a la derrota sufrida en Covadonga, huye de Gijón y es muerto, por las tropas de Pelayo, junto a sus soldados en un supuesto paraje cercano al desfiladero de las Xanas, en uno de los valles del macizo central de la cordillera Cantábrica. Con la desaparición de Munuza, nunca más hubo asentamientos moros en el reino Astur.

"Podría seguir con muchas más contradicciones, como la afirmación de que no existió un despoblamiento voluntario del terreno comprendido entre el río Duero y la cordillera"

Otra de las muchas discrepancias que podemos encontrar es que el autor afirma que unas veces el dominio de la Península fue pacífico, mientras en otro momento del libro el autor reconoce que, según las crónicas árabes, estas se refieren a la irrupción de los musulmanes en Hispania con el término “conquista”.

Podría seguir con muchas más contradicciones, como la afirmación de que no existió un despoblamiento voluntario del terreno comprendido entre el río Duero y la cordillera, cuando todas las crónicas recogen cómo esta acción fue una más de las estrategias de guerra para evitar que los ejércitos moros, que realizaban las razias o aceifas, pudieran encontrar un terreno habitado en el que poder abastecerse. De la misma manera, a medida que la frontera se aleja de la Cordillera se produjo el fenómeno de la repoblación de las tierras reconquistadas.

Me sorprende que a pesar de incluir entre sus referencias a la figura del historiador Barrau Dihigo, no tenga en cuenta su afirmación que dice: «No creo que conduzca a nada positivo el análisis por separado de cada uno de sus elementos (…). La historia de Pelayo tiene una coherencia en su conjunto, y se admite entera, o se rechaza, o se suspende el juicio».

Es lamentable que Corral a lo largo del libro caiga en lo mismo que afirma combatir. En la página 14 afirma que “continúa habiendo historiadores, aficionados a la historia y autores de novela histórica que practican la manipulación, la monopolización y la visión única del pasado con verdadero entusiasmo partidista y rancio sectarismo”.

"José Luis Corral manipula a su antojo un hecho histórico fundamental de la historia del reino Astur y de Spania"

Para finalizar, me gustaría puntualizar dos cosas. Primera, considero que sí puede existir un revisionismo de la historia en cualquiera de sus dos estilos: clásico o crítico; un revisionismo que respeto. Sin embargo, considero que el negacionismo moderno, por principio, no puede tener cabida en la historiografía, ya que desprecia y ningunea el trabajo realizado por nuestros antepasados, mucho más próximos que nosotros al hecho y realizado sin el presentismo que lleva aparejado el negacionismo. Segunda, considero que debo recomendar el libro de Corral con el fin de que el lector interesado en saber lo que de verdad ocurrió tenga la visión negacionista tan de moda entre algunos historiadores. Aconsejo al lector que acompañe la lectura del libro Covadonga: La batalla que nunca fue leyendo otros libros complementarios para poder comparar y analizar lo ocurrido. De esta manera el lector llegará a su propia conclusión y no solo a la que el autor quiera imponer. Para mí es palmario que también se puede aprender leyendo a Corral, eso sí, una vez desechados los argumentos interesados, partidistas y las falsas opiniones, y el lector llegará a saber lo que en verdad ocurrió en un hecho fundamental de la historia de nuestra nación. Estoy seguro de que alcanzará, como yo, a poder afirmar con rotundidad que José Luis Corral manipula a su antojo un hecho histórico fundamental de la historia del reino Astur y de Spania. Parece como si solo buscara la polémica con el claro objeto de vender más libros; a veces el márquetin no lo puede todo.

Quiero que el lector sea consciente de que, para llegar a poder afirmar lo que sostengo en este artículo, he consultado los siguientes libros:

El Reino de Asturias: Orígenes de la nación española, de don Claudio Sánchez Albornoz, editado por el Real Instituto de Estudios Asturianos.

Antigüedades y cosas memorables del principado de Asturias, del padre Luis Alfonso de Carvallo, facsímil editado por Silverio Cañada con motivo del VI Centenario del Principado de Asturias.

-Las conclusiones de la exposición «Covadonga 722-2022: Las huellas y relatos», realizada en y por el Museo Arqueológico de Asturias y editada por el Gobierno del Principado de Asturias.

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Autor: José Luis Corral. Título: Covadonga: La batalla que nunca fue. Editorial: Ediciones B. Venta: Todostuslibros.

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Ramón Villa García

Ramón Villa García (Oviedo, 1958), es, además de avezado y empedernido lector, Ingeniero T. de Minas y Técnico Superior en Prevención de Riesgos Laborales. Entre 2004 y 2007  ha sido Decano-Presidente del Colegio de Ingenieros T. de Minas del Principado de Asturias. Colaborado en la revista Y Latina de AEN (Asociación de Escritores Noveles) y pertenece al equipo de administración de NOVELA HISTÓRICA (Facebook) y NOVELA HISTÓRICA EL GRUPO (canal de YouTube e Instagram).

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