No nos engañemos: la humanidad se divide entre ricos y pobres. Lo demás es idealizar lo que no nos gustaría que existiera, pero que existe, vaya si existe. Los ricos dirigen el cotarro y no están dispuestos a que eso cambie y para ello cometen todo tipo de actos deleznables incluyendo el asesinato e incluso el genocidio. Ignorar esto es respetable solo por el hecho de no pegarnos un tiro en la cabeza. Nos engañamos porque si no lo hiciéramos la vida sería insoportable, así de claro. Lo hacemos teniendo hijos y consumiendo tecnología, ropa, coches, viajes, sexo y claro, sustancias que nos anestesian para que toda esta pesadilla sea más llevadera: café, tabaco, alcohol, tranquilizantes, ansiolíticos, antidepresivos, anfetaminas, opiáceos, heroína, cocaína, LSD, DMT y un repertorio interminable de todo tipo de estupefacientes. Insisto, no nos engañemos. Barriadas como el Bronx, Leith, el cerro del Tío Pío (Vallecas), Petares (Caracas), Favela de Rocinha (Río de Janeiro) o Barrio Medina (San Pedro Sula, Honduras), surgieron porque millones de personas no tenían donde caerse muertas. La desesperación puede llegar a ser tal que una gran parte de toda esta gente llega a creerse las mentiras de los Trumps, Bolsonaros o Mileys de turno, cometiendo el gran error de auparlos al poder. Solo consiguen joderse a ellos mismos y, lo que es peor, al resto de ciudadanos.
Ahora bien, la novela negra no surge en campos fértiles donde familias pudientes meriendan sonrientes bajo un sol templado mientras una ligera brisa acaricia sus pieles bronceadas en cámaras de rayos UVA. Tampoco en una isla paradisíaca con abundancia de provisiones exóticas que se sirven en bufetes de hoteles de cinco estrellas. No. La novela negra surge en las calles de las ciudades de Estados Unidos que estaban tomadas por los gánsteres en un ambiente de violencia y corrupción imposible de corregir. Desde entonces, diversas generaciones de escritores han situado sus novelas en este tipo de ciudades o en barrios como los citados en el párrafo anterior, con un catálogo de personajes inagotable surgido de la miseria y la podredumbre enquistadas de forma endémica en estas clases sociales desfavorecidas y explotadas en el mejor de los casos y torturadas y asesinadas en épocas todavía más sombrías.
Dicho esto, y asumiendo todo este caldo de cultivo ¿qué podría haber de bueno en la existencia de estos barrios y ciudades habitadas por los desheredados? ¿Es posible que haya algo realmente que merezca la pena? Desde luego: la literatura creada por un puñado de escritores que surgen de lo más profundo de este tejido social y que narran sin complejos ni tapujos lo que ellos mismos han vivido. No es literatura de salón, por supuesto, ni son escritores a los que generalmente se les otorgue el Premio Nobel, qué va. Ni siquiera son escritores de masas que prefieren leer otro tipo de literatura, esa facilona en la que hay un héroe que consigue sus retos y en la que todo acaba bien. A veces me preguntan «pero tío, ¿no has leído a Philip Roth (o a Vargas Llosa o a Murakami)?». La respuesta es siempre la misma: «Pues no. Y la razón es porque no he tenido tiempo, ya que estaba ocupado leyendo a Hubert Selby Jr., David Goodis, Alexander Trocchi, Agustín Gómez Arcos, Mohamed Chukri, Juarma, Fernando Mansilla, David Gates, John Fante o Erskine Cadwell y, joder, que no me da la vida». ¿Qué no conocéis ni a la mitad? Lo suponía. Pero mis gustos son estos y sus libros me hacen sentir, experimentar sensaciones que la literatura convencional o de salón ni se acerca a proporcionármelas. Es lo que hay. Llevo toda la vida investigando, ya que la mayoría de autores citados no salen en la tele ni en los periódicos.
Alguna vez ocurre que algún editor comprometido apuesta por un escritor comprometido y que, como le pasó a Irvine Welsh, una productora como DNA Films adapte su novela al cine. Esa novela fue Trainspotting y la película la dirigió Danny Boyle, con guion del propio Welsh y John Hodge. No suele pasar, pero esta vez pasó, y así fue como el gran público supo en 1996 que había un escritor responsable de esa pedazo de novela que es Trainspotting, la primera del escritor escocés, aunque bien es cierto que la mayoría del público se limitó a ver la película con la nariz tapada porque claro, abordaba temas claramente incómodos para una mente burguesa acomodada, no sabiendo nunca que detrás de la película había una novela.
Como suele pasar de vez en cuando, esa primera novela no es solo una novela. También es un universo. El de Welsh. Un mundo que surge geográficamente de un barrio chungo como el de Leith, en Edimburgo, y que se expande en un inconsciente colectivo muy receptivo a este tipo de historias: el de los lectores de Welsh. Hasta hace unos años se venía diciendo que Trainspotting era una trilogía, ya que existía una precuela, Skagboys (skag significa Jaco) que sitúa la trama en los 80, protagonizada por unos chicos que observan mientras protagonizan el descenso a los infiernos de las drogas cómo sus padres se baten el cobre en las huelgas mineras mientras Margaret Thatcher comienza a aplicar la doctrina liberal que la llevó a convertirse en la Dama de Hierro. Y una secuela, Porno, con más protagonismo de Sick Boy, pero con las apariciones del resto de los personajes en una primera reunión después de que diez años antes Renton les robara el dinero procedente de un golpe. Y sí, todas ellas protagonizadas por los ya míticos Mark Renton, Spud Murphy, Sick Boy y Franco Begbie. Pero el territorio se ha ido expandiendo ya que en 2021 Anagrama publica El artista de la cuchilla, una novela negra salvaje, tanto o más que su protagonista, el antiguamente alcohólico y psicópata violento Franco Begbie que, tras salir de la cárcel aparentemente reformado y convertido en artista plástico afincado en Los Ángeles, vuelve a liarla parda retornando a Edimburgo tras el asesinato de uno de los hijos que tuvo de una antigua relación. Cómo no, vuelve a encontrarse con sus antiguos colegas.
Y en noviembre de 2023 Anagrama ha publicado la que vende como «El episodio final de la saga Trainspotting. Irvine Welsh se despide a lo grande de los icónicos Renton, Begbie, Sick Boy y Spud». La novela se titula Señalado por la muerte, aunque su título original es Pantalones de hombre muerto. Ignoro por qué se toman decisiones de este tipo. Para mí y para cualquier lector de Welsh tiene más sentido el título original ya que hace referencia a un episodio de Spud con los pantalones del difunto hermano de Renton, pero…
Puede que este sea el episodio final de la saga, tiene pinta, aunque esto nunca se sabe. Lo que es cierto es que es una novela colosal en la que Welsh despliega sin complejos (nunca los tuvo) y con la profesionalidad que otorga el paso del tiempo toda su potencia narrativa. La novela tiene varios narradores en primera persona que, como no podía ser de otra manera, son Mark Renton, Spud Murphy, Sick Boy y Franco Begbie. Y no se corta ni con una cuchilla a la hora de utilizar un narrador omnisciente cuando le conviene narrar desde otro punto de vista. Esto, que en cualquier novela rompería el ritmo, hace aquí todo lo contrario, es decir, acelerarlo. Si me lo cuentan no me lo creo, pero suelo creerme lo que leo y así ha ocurrido. Los personajes son ya cincuentones. Todos han cambiado. Renton y Franco a mejor. Sick Boy sigue siendo el mismo tipo amoral que ya era de joven, pero le va bien con su agencia de escorts. Spud sigue siendo el mismo colgado sensible y sí, ha cambiado, pero a peor.
¿Tendríamos entonces una pentalogía? Puede que así sea. Pero en todo caso es una pentalogía con periferia. Digo esto porque los personajes de Trainspotting aparecen en otras novelas y relatos de Welsh como secundarios, así como otros personajes de otras novelas y relatos se cuelan en la saga de puntillas. Así, el detective Lennox, que protagoniza la novela Crimen, es primo lejano de Renton. Pero Lennox también sale en Escoria como compañero del poli corrupto Bruce Robertson. En Un polvo en condiciones, el protagonista es un viejo conocido, Juice Terry Lawson, taxista incansable seductor de tías buenas, traficante, adicto al sexo y actor porno amateur, que ya había aparecido en Cola y Porno, y vuelve a aparecer ahora en Señalado por la muerte. Y es que Welsh considera que «si tienes muchos personajes memorables en un libro, la historia se narrará prácticamente sola, y los escenarios cobrarán vida». Por eso Franco Begbie y Juice Terry Lawson vuelven a asomarse en el libro de relatos Col recalentada. Y por eso se habla del «universo Welsh» como un maravilloso crisol que vira entre el realismo sucio y la novela negra, los fusiona y los utiliza para explicar y criticar la vileza del capitalismo y de las víctimas, que siempre son pobres. Sí, incluso esos pobres que ilusoriamente se creen clase media, incapaces de mirar más allá de sus narices y que votan a la derecha y a la ultraderecha.
Leed a Welsh. Empezad por donde queráis. Y si no os gusta, hacéoslo mirar.
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