La ausencia se arrumba. Solo eso. La aparcas con el doble deseo de que no te hiera su recuerdo y no se te revuelva la mala conciencia. Los días que llegan son malos porque cuesta anudar los jodidos pensamientos que me retratan. Acordarme de él duele, encabrona y me hace rememorar lo mucho y bueno que me enseñó, incapaz como fui de aprovechar cada lección de oficio que me regaló sin pretenderlo.
Con David, no alcanzo a entender el motivo, me ocurre que su marcha la uno a la de mi padre. Ambos eran nobles, generosos, sabios, cultos, camaradas de los suyos, curiosos, disfrutones, padrazos, educados, enciclopédicos, queridos, respetados y buenos, absolutamente buenos.
Dicen los ingleses, flemáticos, que la elegía sólo merece ser escrita y leída si acoge primero los defectos, que así gana en veracidad el túmulo entintado. No lo creo, es truco de trilero. Que crean lo que quieran quienes lo lean. Yo no necesito buscar en él defectos, y no lo siento. Mi mentira sería decir de David algo malo para así enardecer los elogios que enhebro. Y no, no recuerdo nada infame. Ni tan siquiera cuando cruzábamos whatsapps como dardos mañaneros, leída su columna, siempre lo primero, bien temprano, convencido de que habría otro regalo en alguno de sus párrafos, por estilo, ritmo, construcción y, por encima de todo, por pensamiento, siempre certero.
Para mí fue, qué asco escribir en pasado, el mejor de entre los nuestros. Sé que diciéndolo no ofendo a nadie, acaso a algunos mediocres, de alma ennegrecida y talento yermo. Allá ellos con su podredumbre moral. Son pocos y cobardes. Los demás reconocimos en Gistau a un Moisés del periodismo, que nunca bajó los brazos y siempre escribió lo que pensó. No hay mayor honestidad, ni respeto, ni valor que eso. Porque no le conocí doblez ni giro artero creo que a David no habría que recordarlo hoy sino aprehenderlo siempre, estudiarlo en las facultades, tenerlo como credo, él que nunca quiso ser gurú de nadie y sin embargo, yo así lo siento, fue fanal alumbrando las zonas oscuras de este mundo perro. Un tipo que nunca dogmatizaba, por eso en sus textos había más de esencia que de sentencia. Buscaba contar mucho más que convencer, quizá porque eso que muchos ya ni practicamos es el centro de nuestro oficio. Piensa y escribe, ve y cuenta pero deja siempre que al otro lado saquen sus conclusiones. David no predicaba desde el ambón de su magisterio. Él se fajaba, consigo, con otros, nunca contra otros.
Hoy querría mandarle otro whatsapp al mentón, medio en broma, medio en serio: “Te equivocaste mamón, los malos lo han logrado, van ganando y Sánchez se está riendo”. Y volvería a tumbarme con otro directo: “Será que los buenos no lo eran tanto, malos hasta para defender lo nuestro”. Yo mordiendo otra vez la lona. David, inmenso.
Te echo de menos.
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