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El legado de la niña de la sal, de Elena Gallego Abad - Zenda
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El legado de la niña de la sal, de Elena Gallego Abad

Elena Gallego Abad ha escrito una novela ambientada en la Galicia de la posguerra en la que narra la historia de supervivencia de su propia madre. Basándose en los diarios que su progenitora le legó al morir y apoyándose en una minuciosa investigación, la autora ha construido la que podría ser la biografía de toda...

Elena Gallego Abad ha escrito una novela ambientada en la Galicia de la posguerra en la que narra la historia de supervivencia de su propia madre. Basándose en los diarios que su progenitora le legó al morir y apoyándose en una minuciosa investigación, la autora ha construido la que podría ser la biografía de toda una generación.

En Zenda ofrecemos uno de los capítulos de El legado de la niña de la sal (La Esfera), de Elena Gallego Abad.

***

18

Un legado disgregado

Inés volteó la página para descubrir, con desagrado, que las anotaciones de aquel cuaderno azul remataban allí. En busca de algún texto que diese continuidad a la historia de su madre, pasó una nueva hoja cuadriculada, después otra… Y así todas, una por una, hasta llegar al cartón que le servía de cubierta posterior. Pero en aquel papel amarilleado por el transcurso de los años no encontró una sola palabra más. Nada.

La mujer fijó la mirada en las pizarras en las que hacía sus anotaciones, ya atestadas de referencias a investigar, y escribió aquellos nuevos nombres.

«Luisita».

«Lolita».

Sobre la mesa, en el interior de la Caja de las Memorias, reposaban otros cuadernos y varias carpetas en las que su madre había conservado diversos documentos de una forma aparentemente anárquica. La mujer reprimió la tentación de indagar si guardaban alguna relación con el manuscrito y regresó a las últimas anotaciones.

«A tu padre le obligaron a ir a luchar al frente de Asturias. Pero él escapó porque no quería matar a nadie».

¿Cómo era posible que su madre, en vida, nunca le hubiese contado nada?

Confusa, cogió el teléfono y marcó el número de su hermano Francisco. En los últimos años, él era el hijo que había mantenido una relación más próxima con sus progenitores. Experto informático, había llegado a cambiar su puesto de trabajo por permanecer cerca de ellos cuando, ya jubilado el padre, habían empezado a necesitar más atención.

Apenas tuvo que esperar tres tonos.

—Qué sorpresa que me llames, justo estaba pensando en ti.

¿Sucede algo?

Los hermanos mantenían una buena relación desde siempre, aunque la distancia entre sus ciudades y las ocupaciones laborales no propiciasen el contacto personal. Aun así, desde la muerte de la madre, acostumbraban a llamarse y verse de vez en cuando.

—Estoy leyendo los cuadernos de mamá. ¿Te contó alguna vez que tuvo dos hermanas que murieron antes de que ella naciese?

Silencio al otro lado de la línea. Francisco parecía sorprendido.

—¿Mamá?

—Sí, tuvo dos hermanas. Luisita y Lolita —disparó—. ¿Recuerdas los cuadernos que encontramos en casa? Lo cuenta en ellos.

—Silencio—. Fran, ¿estás ahí?

Su hermano todavía tardó unos segundos en contestar.

—¿Vas a escribir su historia?

Inés respiró hondo. Que empezase a leer aquellos cuadernos no significaba nada definitivo.

—No lo sé, yo… —dudó —. Todavía tengo que…

—Cuando vaciamos los últimos armarios de la casa, me encontré algún papel más. Y varias cintas de casete. Puede que te interesen. Inés sonrió para sí. La colección de grabaciones caseras de su madre, que había sido maestra, podía dar mucho juego. Nunca olvidaría la forma en que sus hermanos pequeños habían aprendido la tabla de multiplicar: escuchando una casete grabada con la voz materna.

«Ocho por uno es ocho, ocho por dos dieciséis, ocho por tres…».

¿A quién más podían interesarle aquellas cintas?

—Si quieres, te las llevo la próxima vez que nos veamos —ofreció el hombre—. Quizás encuentres algo que te sirva.

—¿Y de sus hermanas, sabías algo? —insistió Inés—. En sus cuadernos, mamá habla de unas fotos que les sacaron después de muertas.

Francisco todavía tardó unos segundos en responder.

—En la cómoda de la habitación de mamá había un sobre. Contenía unas estampitas de la Virgen y unas fotos que parecían muy antiguas. No recuerdo bien, pero podrían ser esas.

El corazón de la mujer dio un vuelco.

—¿Las tienes tú?

—Tendría que buscártelas. Supongo que estarán en alguna de las cajas que me traje para mi garaje. Pensaba ponerme con ellas más adelante, quizás en el verano. Hay muchos papeles que ahora no tiene sentido conservar. Basura. Pero en este momento no me encuentro con ánimos.

Inés fijó la mirada en la pila de cuadernos amontonados sobre su mesa. Entendía perfectamente a su hermano. Vaciar la casa familiar, clasificar las pertenencias de sus padres muertos y decidir qué merecía la pena conservar o debía de desecharse como basura no había resultado fácil.

Ella misma había tardado varios meses en atreverse a iniciar la lectura de los cuadernos de su madre.

—Si encuentras esas fotos… Me gustaría conservarlas.

—¿Las fotos de las niñas muertas? ¡Uf —resopló Francisco—, todas para ti!

La mente de Inés regresó al día del entierro de su madre. A la instantánea que ella misma había hecho del ataúd, antes de que lo cerrasen, con su teléfono móvil.

—En los años treinta era habitual fotografiar a los seres queridos después de su muerte. Se hacía para guardar un último recuerdo y mitigar la pena ocasionada por el fallecimiento. Piensa que en aquel momento la fotografía era un lujo. Hasta es posible que estas fuesen las primeras fotos, por no decir las únicas, que les hiciesen a las hermanas de mamá.

—Te llevaré las cintas también. Creo que la caja de alguna de ellas está rotulada con la palabra «Viveiro». A lo mejor, dejó grabada alguna cosa de interés.

La conversación de los hermanos todavía continuó durante unos minutos.

—No sabes lo que lamento no haber hablado de todas estas cosas con mamá —acabó por reconocer Inés.

—Al final, ya lo verás, acabarás por escribir esa novela que le prometiste —rio el hermano.

—Aún no lo tengo nada claro. Las anotaciones están llenas de detalles que debería confirmar. Ahora nunca podré preguntárselo.

—Mamá dejó muchos apuntes en sus cuadernos, un montón de papeles, algunas cintas de casete… Tal vez encuentres ahí esas respuestas.

—Ya, pero nunca será lo mismo.

—Ahora que recuerdo… —La voz de Francisco se suspendió en el aire dos segundos—. Miguel me contó que el año pasado, cuando vino de vacaciones a Galicia, grabó unos vídeos hablando con ella. Pregúntale.

El más pequeño de los hijos de Carmiña llevaba años viviendo en el extranjero. Inés consultó su reloj. El horario de Taiwán iba siete horas por delante del de la España peninsular. Si quería hablar con él, no podía demorarse. Una vez se despidió de Francisco, se encerró en su estudio y arrancó el ordenador.

Desde la muerte de su madre, los hermanos habían acordado conectarse con cierta frecuencia a través de internet. Las nuevas tecnologías y las redes sociales les permitían estar al tanto de lo que pudiese sucederle a cada uno de ellos, ya viviesen en algún lugar de la costa gallega, en Andalucía o el Extremo Oriente.

Miguel respondió enseguida.

—Eh, ¿qué ha pasado? —preguntó en cuanto se estableció la conexión de vídeo.

Inés se disculpó por el horario y le resumió la conversación que había tenido con Francisco.

—¿Estás escribiendo la historia de mamá?

—No estoy escribiendo nada, solo he comenzado a leer sus cuadernos —puntualizó la mujer—. Leo sus palabras, intento poner- me en su piel…

—Claro, tú eres escritora.

—… y no dejo de lamentar que nunca llegásemos a hablar lo suficiente. ¿A ti te llegó a contar algo?

—¿De quién, de su padre?

—Del padre, de las hermanas muertas, de su infancia… ¿Llegaste a hablar con ella de su familia?

La imagen de Miguel se agitó en la pantalla de plasma.

—El año pasado, cuando estuve en casa, le grabé algunas cosas —admitió el benjamín de la familia—. Mi idea era editar unos vídeos en los que nuestros padres rememorasen sus historias. Había comenzado con ella, porque papá no quería hablar.

—¿Y qué pasó?

—Nos sentamos en la cocina y mamá comenzó a contarme algunos recuerdos de su infancia. Al cabo de unos minutos llegó papá, decidido a entrometerse, y tuvimos que cortar. Mi idea era volver a grabar al día siguiente, pero ya no nos pusimos. Y no sabes lo mucho que lo lamento, porque ya no habrá otra ocasión.

—Si llegas a leer lo que mamá escribió en sus cuadernos… Revivir su infancia es un viaje en el tiempo.

La mirada de Miguel pareció traspasar la pantalla de plasma.

—Voy a buscar esa grabación de vídeo. No guardo un recuerdo claro de lo que mamá me contó, porque empezó a soltar un lío de detalles y me perdí enseguida. En aquel momento no le presté demasiada atención y después de su muerte no he vuelto a verla. He debido de guardarla en un disco duro que tengo por casa. Ya te la pasaré.

Inés agradeció el gesto.

—Cuando digitalice el legado de mamá, ya os enviaré también una copia —se comprometió antes de despedir la conexión.

Apagó el ordenador y regresó a la Caja de las Memorias en busca del manuscrito que daría continuidad a la historia inconclusa del cuaderno azul.

En las carpetas allí depositadas encontró cartas de remitentes que le resultaban desconocidos, hojas con anotaciones tachadas, viejos documentos oficiales y otros cuadernos con cubiertas de cartón de colores rojo, verde y negro.

Inés se decidió enseguida por el cuaderno que parecía el siguiente en orden cronológico y regresó a la lectura.

—————————————

Autora: Elena Gallego Abad. Título: El legado de la niña de la sal. Editorial: La Esfera de los Libros. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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