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El italiano, un viaje literario (II) - María José Solano - Zenda
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El italiano, un viaje literario (III)

Check-in y aparcamiento apenas me quitan el tiempo justo para sentarme en la terraza y celebrar las vistas de la bahía brindando con un Bloody Mary perfecto por los espías, los siluros y los seis hombres que tuvieron en jaque al imperio a base de valentía, botellas de oxígeno y mucho coraje.

Sombras en la bahía

Faltan quince minutos para las cinco en punto, hora del té, cuando cruzo la frontera. He tenido suerte, porque la interminable fila de coches de los llanitos que trabajan en el Peñón a esta hora parece languidecer y reducirse drásticamente a unos cuantos vehículos que apenas tenemos que esperar. Documento de identidad en mano, atravieso la verja y me dirijo, en un ascenso creciente, al mítico Rock Hotel. Check-in y aparcamiento apenas me quitan el tiempo justo para sentarme en la terraza y celebrar las vistas de la bahía brindando con un Bloody Mary perfecto por los espías, los siluros y los seis hombres que tuvieron en jaque al imperio a base de valentía, botellas de oxígeno y mucho coraje.

Asomada a la espectacular terraza del hotel, contemplo el trozo de mar, el perfil de Algeciras y punta Carnero y los picos azules de sierra Carbonera a modo de telón de fondo de los muelles británicos. Un velero solitario, un par de cargueros, algún buque que se aleja lentamente de la bahía abriendo estelas de sol en el agua calma es todo cuanto hoy ofrece el mar. Ni el portaaviones Formidable, abarloado al muelle sur, ni el acorazado Nelson están ya, ni por supuesto el Olterra encallado en la playa de Campamento – Puente Mayorga, ni los Spitfires alineados en el aeródromo. Sin embargo, con El Italiano sobre la mesa, puedo ver todo eso desde aquí.

The Rock Hotel

Etiqueta de equipaje de The Rock Hotel

Line Wall Road Bookshop

Elena Arbués estaba destinada a los libros como otros lo están a la guerra. En la librería Line Wall Road, regentada por Sealtiel Gobovich, aprendió el oficio y conoció a su marido años atrás, cuando ni siquiera podía sospechar, al asomarse a la terraza de la librería ubicada en un segundo piso, que ésta iba a resultar ser una atalaya perfecta para divisar el puerto y la bahía: “Baterías antiaéreas, grúas, tinglados y depósitos de combustible, así como las grises estructuras de los barcos de guerra amarrados a los muelles”.

"No es mal instrumento, pienso, para defenderse. O para terminar de una vez con todo; con una suave caricia en las muñecas, a la elegante manera romana"

Para eso quiere hoy Elena esta librería, para poder fotografiar todo aquello sin llamar demasiado la atención, y así garantizar el éxito de los ataques nocturnos de los maiali. Ahora, viuda y enamorada de un desconocido en el que ha creído reconocer a uno de los héroes de sus libros, atraviesa todas las fronteras posibles para ayudarlo a salir vivo de Troya.

Camino despacio por Line Wall Road tratando de localizar el lugar, pero no hay ninguna librería allí, así que sigo los pasos de Elena en sentido inverso disfrutando del ambiente animado de la colonia, que ofrece lugares muy agradables, como las terrazas de Grand Casemates Square, las tiendas de la bulliciosa Main Street, la recoleta catedral de St. Mary o el elegante bar americano del Hotel Bristol donde, como Elena, me tomo un delicioso café mientras busco en Google la dirección de un anticuario gibraltareño que me han recomendado.

Old Main Street Gibraltar

Bristol Hotel

American bar, Bristol hotel

La pequeña tienda de antigüedades está situada al final de Main Street, regentada por un simpático anticuario que me recibe en español con ese inconfundible acento andaluz tan singular de los habitantes del Peñón. Me habla del tiempo, de lo poco que ha llovido últimamente, de la Segunda Guerra, de los buzos italianos, de la historia del cuchillo que ahora sostengo en las manos, un auténtico coltello-pugnale reglamentario del grupo Orsa Maggiore. Ambos continuamos con las mascarillas sanitarias puestas y apenas nos vemos el rostro; la pandemia no respeta fronteras ni tierras conquistadas. Mientras el hombre sigue hablando, compruebo la hoja afiladísima con la yema del dedo pulgar. No es mal instrumento, pienso, para defenderse. O para terminar de una vez con todo; con una suave caricia en las muñecas, a la elegante manera romana, como siempre he deseado que sea.

"Esa historia compleja, burlona y dramática, tan cervantina en su humor y su mirada de admiración cansada sobre los hechos y los hombres, que es Cabo Trafalgar"

De vuelta al hotel hay una parada que es más que obligada: el cementerio de Trafalgar. Aquí, Harry Campello, el jefe del Gibraltar Security Branch, el sabueso implacable que persigue a los buzos y sospecha (su olfato no le falla, aunque carece de pruebas) que Elena está trabajando como espía para los italianos, se sienta en este solitario lugar cada día con su sándwich del lunch.

Empujo la elegante verja del cementerio. A los pies del peñón, entre el mar y la roca, en la conocida como Southport Ditch o fosa de Southport, se abre este recoleto jardincito que tiene el sabor romántico de la Inglaterra decimonónica con su camino serpenteante de tierra, sus helechos y rosales, su quietud de monumento recóndito. Busco la tumba del capitán Thomas Norman, muerto de sus heridas tras combatir a bordo del navío Mars el 21 de octubre de 1905, y frente a ella lamento no haber echado en la mochila de este viaje literario y revertiano esa historia compleja, burlona y dramática, tan cervantina en su humor y su mirada de admiración cansada sobre los hechos y los hombres que es Cabo Trafalgar.

Casemates Gate

Old Bristol Hotel

Vistas desde El Peñón

De todas maneras, recuerdo, solo dos de los enterrados aquí murieron de heridas sufridas durante la batalla, pues la mayor parte de los marinos que combatieron en Trafalgar, como los muertos del castillo de If, encontraron su tumba en el mar. Las lápidas del cementerio señalan los difuntos por las diversas oleadas de fiebre amarilla, así como algunas de las víctimas de la batalla de Algeciras, y las acciones de Cádiz y Málaga en 1810 y 1812.

Un final feliz

La noche desciende sobre la bahía con la teatralidad de un telón de cretona malva, y desde la terraza del Rock Hotel asisto al privilegiado espectáculo con una copa de vino blanco en las manos. Más arriba, el cono hueco de la montaña, horadado como un queso Gruyère por casi un centenar de kilómetros de túneles, es apenas una sobra. En su cúspide, esta misma tarde, me he fotografiado como una turista más, apoyada en la barandilla de metacrilato, contemplando el mar junto a las familias de monos que dormitaban al sol, o echada, inevitablemente, en uno de los largos cañones grises de la O’Haras Battery junto a un grupo de españoles que hacían cola para la ansiada fotografía. Me pregunto si alguno de ellos recuerda hoy la fugaz toma de las alturas del peñón por aquel puñado de soldados españoles durante el asedio de la colonia; el engaño, la angustia, la decepción, la venganza y el terrible final de esos pobres soldados traicionados y despeñados por los ingleses, que los esperaban allá arriba, y cuya valentía no sirvió absolutamente para nada; asesinados por una causa que nadie recuerda; leales a un país que nunca los mereció.

"Aquel héroe, Teseo Lombardo, que logró sobrevivir a todo eso, no tuvo la osadía de recorrer unos pocos metros para buscar a la mujer de Puente Mayorga"

Afortunadamente, la literatura compensa a veces estos amargos finales, y la novela El Italiano acaba (algo no demasiado usual en la literatura de Pérez-Reverte) con final feliz.

Contemplo la noche azul cayendo sobre la bahía y pienso en aquel hombre audaz en su torpedo con asientos, manteniéndose a flor de agua con rumbo 73 grados hasta divisar (si había suerte y estaba encendida) la luz del muelle del carbón, que era la señal que indicaba que a partir de ahí había que sumergir, junto al otro piloto, el maiale y separarse del resto de sus compañeros, recorriendo casi a ciegas, bajo un mar sucio y peligroso, esas tres interminables millas rumbo al enemigo.

Cementerio de Trafalgar

Vistas de la bahía

Terraza del Rock Hotel

Aquel hombre, o aquel héroe, Teseo Lombardo, que logró sobrevivir a todo eso, no tuvo la osadía de recorrer unos pocos metros para buscar a la mujer de Puente Mayorga pensando, en su inocencia de héroe homérico, que su silencio y su distancia la mantendrían a salvo. Y así habría sido, tal vez, este final que no era mal final: un silencio negro y definitivo y seguro, entre ambos. Un gesto muy clásico de los héroes Clásicos. Pero no de las heroínas.

No sabemos qué ocurrió durante aquellos meses de separación de los amantes, pero lo cierto es que será ella (la Mujer, querido Watson) quien recorra la distancia más difícil y peligrosa de esta aventura y no precisamente bajo el mar, sino sobre las aguas de la Laguna veneciana, hasta dar con el viejo taller de góndolas. Memento audere semper, “recuerda atreverte siempre”.

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Primera parteEl italiano, un viaje literario

Segunda parte: La casa de Puente Mayorga

Tercera parte: Sombras en la Bahía

Anexo: Lejos de Ítaca. Mar y literatura con Arturo Pérez-Reverte

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María José Solano

Autora de Una aventura griega (Debate) y Jerez (Tinta Blanca). Columnista en ABC Licenciada en Historia del Arte, cofundadora de zendalibros.com, colabora en FD Magazine, ABC Cultural y Diario ABC, donde conduce el podcast de entrevistas "Casa de fieras". Es corresponsable de la editorial Zenda-Edhasa y directora del taller de la Fundación de Arte e Historia Ferrer Dalmau (FFD). mypublicinbox.com/mariajosesolano

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Juanito
Juanito
2 años hace

Lindas palabras, muchas gracias. Le faltó decir que la escena del encuentro entre los protagonistas la sacó don Arturo de Adieu l’ami, (Jean Herman, 1968) un intento de juntar a los duros/guapos de ambos lados del Atlántico; Delon y Bronson.

Félix
Félix
2 años hace

Estoy en total acuerdo con lo que opina el articulista, pero quiero agregar algo, que me sorprendió gratamente, y es don Arturo de personaje de su propia novela y sus giros mentales y sus palabras de excelente investigador.

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