El soldado o el amante que arrostra los fríos de la noche merece participar de la carne de los héroes homéricos. Nuestro hombre, arrastrado por el mar hasta la playa vestido de caucho negro y a punto de morir, no es Ulises, pero podría serlo. En el Mediterráneo más occidental se desarrolla esta novela de amor y guerra, pero nuestro viaje literario arranca a miles de kilómetros de allí, entre las brumas del Adriático, que es un trozo de Mediterráneo disfrazado de invierno.
Un enigma Veneciano
La Venecia revertiana no tiene pérdida. Una librería, un astillero y una trattoría conforman el triángulo de pasado y falso presente de la novela. Situada en la calle Corfú, entre la Accademia y la iglesia della Salute, la pequeña librería Olterra tiene el sabor de las librerías viejas, acogedoras y elegantes que siempre tuvo Venecia.
De esas van quedando pocas, pero aún sobreviven tres; una de ellas es la mítica Acqua Alta, un espectacular laberinto de estantes repletos que flanquean un espacio central ocupado por una vieja góndola atestada de libros. Esta librería pintoresca aparece en todas las guías, por lo que siempre está llena de curiosos y turistas. Por el contrario, hay dos librerías maravillosas, elegantes, pequeñas y casi secretas (próximas a lo que podría ser la librería de Elena), que permanecen milagrosamente abiertas esperando al viajero solitario, al curioso, al lector. Una de ellas es la Libreria Antiquaria Segni nel Tempo, en la Calle Lunga San Barnaba 2856, muy cerca del Palazzo Grassi. No demasiado lejos de ésta se encuentra Linea d’Acqua, una de las librerías anticuarias míticas de la Serenísima. Especializada en libros antiguos, primeras ediciones, mapas y veduttas, especialmente de viejos maestros venecianos, destaca su sello de identidad como reclamo inevitable para cualquier cazador de libros: “Amor librorum nos unit”.
La calle Corfù, o Contarini Corfù, donde se encuentra la librería Olterra de la novela, es un pasaje estrecho que se extiende en las cercanías del palacio Rocca Contarini Corfù dagli Scrigni, un conjunto privado de residencias palaciegas donde entre otros inolvidables huéspedes se alojaron Gabriele D’Annunzio y Guglielmo Marconi. No hay librería alguna ya en esta larga vía, pero uno puede seguir las huellas del periodista que visita a la anciana viuda caminando hasta el cercano canal de la Giudecca y prolongando el paseo por el soleado muelle Zattere hasta llegar a la punta de la Dogana. Este hermoso canal, antes llamado Vigano, se ubica entre la isla homónima de Giudecca y el distrito de Dorsoduro, en la panza del pez que dibuja el mapa de la Serenísima, con la característica fachada flotante de Santa Maria della Salute como faro inequívoco en un camino de agua que se prolonga desde la isla de San Giorgio Maggiore hasta la cuenca de San Marco.
Allí mismo, en la Fondamenta Zattere Dorsoduro 791 A, el lector podrá sentarse (si se apresura y es de los que suelen comer temprano) en una de las mesas exteriores de la Trattoria Alle Zattere y disfrutar de unos espaguetis con botarga y un vino del Piamonte, como en la novela hacen Elena y el periodista. En un alarde de revertismo, podemos recordar a otra pareja y otra novela en este mismo lugar: Faulques, el pintor de batallas, y Olvido, la mujer inolvidable, celebrando juntos aquella fría Navidad antes del final de todo.
Con suerte y paciencia, y siempre si el día es claro y la imaginación está dispuesta, podrán distinguir al otro lado del muelle, cerca de Rio San Trovaso, el cobertizo de tablas oscuras donde el joven Teseo aprendió a moldear la madera de las góndolas, memorizando su desigual geometría como desafío silencioso de un futuro pulso de este hombre con el mar.
El último encuentro se realiza en un café junto al mítico Gritti, el hotel veneciano de Hemingway donde éste situó parte de su novela Al otro lado del río y entre los árboles, una de las más hermosas historias de amor de la literatura. Por cierto, nótese que la anciana Elena aparece acompañada por un labrador hembra, llamada Gamma. Si la novela comienza con su perro Argos olisqueando el cuerpo de un hombre en la orilla, finaliza la historia con una perra que lleva nada menos que el nombre de los valientes nadadores de asalto Gamma (nuotatori) que empleaban minas lapa apoyando en ocasiones las incursiones de los maiali.
Los hombres del último cuarto de luna
Desde la ferrovia de Santa Lucia de Venecia a la de Genova Brignole parten trenes con regularidad. El trayecto suele ser de unas cuatro horas y media a lo largo de un boscoso recorrido que atraviesa dulcemente el Véneto con parada en Verona, Brescia, Milán y Pavía, para luego descender buscando la Liguria y el mar. Génova se mantiene en un equilibrio seductor entre la elegancia arquitectónica milanesa y la ampulosa vida portuaria napolitana. Viva, elegante, caótica, peligrosa y marinera, merece, en este viaje literario, convertirse en la sede desde la que moverse en coche a los próximos destinos: La Spezia y Viareggio, los lugares de formación y entrenamiento de la Décima Flotilla de Medios de Asalto Submarino (MAS).
Los museos navales de Venecia y La Spezia recuerdan batallas, viajes, barcos, hombres y mujeres que han dejado su huella en la historia de este país. El Arsenale di Venezia es casi tan revertiano como hoy lo es ya el de La Spezia. No olvidemos que en la aventura alatristesca de El puente de los Asesinos, ese mítico lugar cobra una dimensión libresca extraordinaria al convertirse en uno de los escenarios principales de la conjura organizada por la corona española para asesinar al dogo durante la misa del gallo, tomando los centros neurálgicos de la ciudad (el dicho Arsenal y el Palacio Ducal entre otros), e instaurando en el gobierno de la República veneciana a un nuevo poder más favorable a sus intereses. Los que buscamos al italiano y sus huellas, podemos contemplar en ese mismo Arsenale de Venecia uno de los siluros (o maiale) idéntico al que cabalgaba Teseo.
En esta parte de la Liguria, Domenico Chiodo, oficial perteneciente al Cuerpo de Ingenieros Militares Marítimos, supo diseñar y construir al mismo tiempo la base militar y la ciudad que habrá de acoger la mano de obra necesaria para construirlo, proveniente de todo el país. De hecho, la Armada inauguró en 1869 en La Spezia el mayor Arsenal construido hasta entonces en Italia y la ciudad se convirtió en un centro populoso, moderno y funcional para el nuevo establecimiento. La idea de equipar militarmente este golfo puede parecer, en un primer momento, una decisión un tanto extraña, teniendo tan cerca el puerto de Génova.
Fue el mismísimo Napoleón Bonaparte el primero en notar su importancia estratégica, y tras altibajos, aquel proyecto francés fue retomado a partir de 1842 por el gobierno piamontés. La decisión de establecer el Arsenal en el golfo de los Poetas no fue casual: una serie de altas colinas rodeaban la ensenada y 42 fortificaciones hicieron que la zona fuera inexpugnable desde tierra y mar, favoreciendo el nacimiento de un polo industrial militar y civil de suma importancia. Por desgracia, durante la Segunda Guerra Mundial, su esplendor se apagó bajo los innumerables bombardeos, pero los vestigios de su imponente obra perduran en este museo.
En el Museo Tecnico Navale de La Spezia, la sala principal de la planta baja reserva una agradable sorpresa para quien sigue las huellas de El italiano. Allí mismo, en una enorme vitrina, se expone un SLC (Siluro a Lenta Corsa) o Torpedo de navegación lenta, uno de aquellos torpedos humanos utilizados durante la Segunda Guerra Mundial que protagonizan la aventura gibraltareña en la novela.
Acercarse en soledad al cristal de la vitrina y observar el equipo que cubre los cuerpos de los dos tripulantes (reproducidos a tamaño real), emociona. Uno imagina a aquellos chicos vestidos con estos trajes de buceo tan primitivos, tan vulnerables, con los que en mitad de la noche bajo el agua y las luces enemigas del puerto, dirigían el torpedo a baja velocidad hacia el buque enemigo contando tan solo con su habilidad técnica, sus agallas y la luz del último cuarto de luna. Casi a ciegas, tragando a veces el agua salada que se colaba a través de la escafandra e incluso su propio vómito, se abrían paso por entre las redes metálicas submarinas hasta llegar al objetivo donde colocaban la ojiva desmontable que era empleada como una mina lapa. Una vez adherida y activada, los buzos (los que sobrevivían) volvían a su buque nodriza, en este caso el Olterra, a lomos del torpedo al que apodaron maiale (cerdo, en italiano) porque eran difíciles de maniobrar.
Un dato curioso de cómo funciona la enigmática, compleja cabeza de un novelista: hace nada menos que quince años, concretamente el 13 de agosto de 2006, Arturo Pérez-Reverte escribía en el XL Semanal un artículo titulado Un cerdo en Fiumichino donde contaba una anécdota ocurrida en el aeropuerto de Roma tras haber comprado la reproducción de un maiale:
“Ho detto maiale, mascolino, no maiala. Maiale significa porco, è vero. Ma cosí si chiama anche queste siluro. Data della guerra mondiale, ¿capisce?”. Esto explicaba el novelista a la agente de seguridad portuaria que, en un momento de sospecha lingüística e ignorancia militar, pensó que el escritor la llamaba “cerda”.
Aquel siluro en miniatura en la biblioteca de un escritor como Pérez-Reverte era sin lugar a dudas un detonante (a lenta corsa) de imaginación, memoria y futuras novelas.
El otro plato fuerte de este museo de La Spezia se halla en la pared frontal de la enorme sala: junto a un fragmento del espejo de popa del Olterra se exponen la bitácora, la rueda del timón y la placa del astillero donde se construyó el viejo buque, aquel caballo de Troya de los hombres del último cuarto de luna.
El golfo de los Poetas
El golfo de La Spezia es una profunda brecha natural en la que se sitúa la localidad que le da nombre, rodeado por una cadena de colinas, cuya cima es el monte Parodi, con una boca que se abre al mar desde el cabo Montemarcelo, en el sureste, hasta Isla Palmaria (y los pequeños islotes Tino y Tinetto) en el extremo noroeste, a partir del que comienza el amplio golfo de Génova. También conocido como Golfo dei Poeti, fue bautizado así en 1919 por el comediógrafo Sem Benelli, que escribió en su villa de San Terenzo su obra maestra La cena delle beffe, citando este lugar como “de los poetas” por la cantidad de escritores, poetas e intelectuales que se dieron cita en estas orillas de ensueño: Dante Alighieri, Lord Byron, Percy Shelley, Mary Shelley, George Sand, Gabriele D’Annunzio, Emma Orczy, Filippo Tommaso Marinetti, Cesare Pavese o Marguerite Duras.
En este rincón de mar y versos no faltan las historias de amor como solo en Italia pueden darse con naturalidad: prolongadas hasta impregnar los cementerios. Por eso, de camino a La Spezia, me desvío para almorzar en una trattoria de Porto Venere y visitar en las alturas la tumba de Helena de Troya.
No deja de ser éste un viaje literario por una novela que, al fin y al cabo, se alimenta de miradas, libros, paisajes y recuerdos de un escritor. En 2015, Pérez-Reverte compartía en forma de artículo en el XL Semanal una visita a este lugar que describía así: “Desde la terraza alta del restaurante Elettra, en Porto Vénere, el golfo de La Spezia se ve azul y la bahía está punteada de barcos blancos fondeados al resguardo de la isla”.
El restaurante Elettra estaba cerrado, pero la cercana trattoria Miramare ofrecía en su terraza acristalada sobre el paisaje una sensación parecida a de estar flotando entre el agua y el cielo. Y después de los spaghetti alle vongole y la deliciosa panacotta casera, tocaba acudir a la cita, y por eso ascendí despacio, disfrutando del paisaje, las empinadas escaleras de piedra hasta alcanzar el recoleto cementerio donde descansan los cuerpos del intrépido y guapo montañero Walter Bonatti y la actriz italiana Rossana Podestà, que encarnó a Helena de Troya en una adaptación de la Ilíada a cargo del inmenso Robert Wise, el director de West Side Story, Sonrisas y lágrimas o El Yang-Tsé en llamas, película, por cierto, revertiana donde las haya.
El montañero y la actriz se conocieron de manera accidentada y ya no se separaron jamás. La tumba se halla frente al Mediterráneo y está llena de ofrendas singulares: piedras, recuerdos, cartas, gafas de sol, fotografías y hasta un piolet organizados en un montículo desordenado de objetos como versos futuristas de amor en mitad del golfo de los Poetas.
El sol de Porto Venere hace brillar el mármol oscuro de la lápida. Mi ofrenda es una petición. “Ojalá”, digo posando la palma de la mano sobre el mármol cálido. “Ojalá este fuese siempre el final de aquellos que se amaron tanto”.
Trattoria Buonamico
Viareggio es una pequeña población a dos horas de camino desde Porto Venere, lo que implica un desvío sobre la ruta trazada en dirección contraria a nuestra base, Génova. Pero cómo no visitar ese lugar. Viareggio pertenece a la Toscana y es un lugar pintoresco y turístico, vecino de la famosa localidad de Torre del Lago, donde Puccini, ese genio del suspense musical, escribió algunas de sus óperas más famosas.
Mientras el coche avanza por las calles sorprendentemente desiertas de Viareggio, pienso en el lugar de encuentro de aquellos hombres valientes. Los imagino sentados alrededor de una mesa con mantel a cuadros en la trattoria Buonamico bebiendo vino Cinque Terre frente a una fuente de polenta tibia, bromeando sobre las mujeres, los amigos o los recuerdos, evitando cualquier referencia que pudiese levantar sospechas entre el resto de los comensales acerca de las próximas misiones en Alejandría o Gibraltar: subteniente Paolo Arena, sottocapo Domenico Toschi, secondo capo Luigi Cadorna, Mazzantini, sottocapo artificiero Roberto Feroldi, marinero buzo Enzo Serra, Gennaro Squarcialupo y Capo Teseo Lombardo. El grupo Orsa Maggiore al completo se conoce como si fueran hermanos desde los entrenamientos en Bocca di Serchio, un lugar discreto cercano a Viareggio, donde la flotilla se entrenaba día y noche excepto los domingos, que bajaban hasta el pueblo para comer en esta trattoria.
La puerta está cerrada y las mesas exteriores recogidas. Me acerco y trato de mirar por la ventana. Un cartel anuncia que ese es el día de descanso del personal. Mala suerte. O buena suerte, porque al menos este lugar ha sobrevivido a guerras, crisis, olvidos y una pandemia mundial. Toco la puerta de madera y hago una última foto. Un hombre pasa en bicicleta y se para a mirar.
—¿Busca a alguien, signorina? —me pregunta, amable. Hoy la trattoria está cerrada.
—Oh, no, gracias —le digo, dirigiéndome al coche—. Sólo quería conocer el lugar donde solían almorzar los protagonistas de una novela… le tuffatori qui sono formate qui durante la Seconda Guerra Mondiale —dije, más por amabilidad que por tratar de entablar conversación.
El hombre me sonrió tranquilo.
—Ah, l’unità di sommozzatore di commando italiana di Regia Marina.
—¿Los conoce? —no podía disimular mi sorpresa.
—La Decima Flottiglia Mezzi d’Assalto, anche conosciuto come La Decima o MA di Xª. “Gli uomini con il teschio è il fiore”.
Me sonrió, montó en su bicicleta y se alejó, dejándome allí estupefacta y amando Italia mucho más (si cabe) de lo que ya la amaba cuando llegué.
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Segunda Parte: Algeciras – el Estrecho – el Peñón – el mar.
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