Continuamente se publican ensayos sobre cómo fue, qué consecuencias trajo y quiénes fueron los protagonistas que hicieron que se produjera la caída de Roma. Incluso en el ideario occidental se nota un cierto complejo por la desaparición de uno de los pilares fundamentales de Europa. Sin embargo, me da la impresión de que aquellos que a lo largo de la historia se han lamentado de la pérdida de una de nuestras señas de identidad se olvidan de que, al otro lado del Mediterráneo, durante más de mil años continuó existiendo el Imperio Romano formado por los territorios orientales, con Constantinopla como capital.
Algunos emperadores ordenaron, con el fin de dejar un legado para la posteridad, recopilatorios con todo el saber que había en el mundo mediterráneo. La recopilación más importante fue la efectuada en tiempos de Justiniano, conocida como Corpus Iuris Civiles, que consistió en la reunión de todas las normas y leyes procedentes del derecho romano en una enciclopedia jurídica que ha llegado hasta hoy en día.
No debemos olvidar que los habitantes de Constantinopla eran romanos que vivían en los confines orientales del Imperio, que comprendían, entre otras tierras, las de Illyria, Moesia, Dalmacia, Tracia, Macedonia, Grecia, Tesalia, Creta, Peloponeso, Opsicio, Bitinia, Bizancio, Licia, Pisidia, Chipre, Siria, Jordania, Judea, Egipto… Los habitantes de estas zonas orientales eran tan romanos como aquellos que habitaron en Occidente y que fueron capaces de evolucionar y desarrollarse, logrando que en esos mil años hubiera muchos periodos de esplendor.
El diplomático, escritor británico y especialista en la historia de los pueblos mediterráneos John Julius Norwich (Londres, 1929-2018), decidió abordar la tarea de relatar la historia del Imperio Romano de Oriente. Para ello diseñó una trilogía que inició con la recién publicada Bizancio: Los primeros siglos. Esta obra narra de manera rigurosa y entretenida el periodo que va desde el siglo IV hasta el día de Navidad del año 800, cuando Carlomagno es coronado por el papa León III como emperador del Imperio Romano, pretendiendo ser el heredero de los césares del Imperio Romano de Occidente.
El autor afirma, al narrar los hechos acaecidos en estos primeros siglos de Bizancio, que “la historia del Imperio es un monótono relato de intrigas, de sacerdotes, eunucos y mujeres, de envenenamientos, de conspiraciones, de ingratitudes uniformes, de perpetuos fratricidios”. Afirmación contundente que nos proporciona una idea de la complejidad de la vida de los gobernantes. Norwich subraya el hecho de que “Bizancio era una autocracia regida por un Emperador a medio camino del cielo (…). Algunos de estos emperadores fueron héroes, otros monstruos, pero en ningún momento fueron aburridos”, afirmación que el propio autor explica a lo largo de su relato de la historia del Imperio de Oriente.
Norwich demuestra que es un buen conocedor del mundo del Mare Nostrum, realizando reflexiones y análisis certeros sobre lo que fue aconteciendo en el rico y complejo mundo bizantino. Como ejemplo, citaré dos de las reflexiones, entre las muchas que podemos encontrar en su ensayo. La primera dice: “Tras las invasiones bárbaras y la caída del emperador en Roma, la luz de la erudición casi se extinguió en Europa occidental, aparte de algunos monasterios”. “Sin embargo, esta luz continuó brillando a orillas del Bósforo”. La segunda afirmación argumenta que Europa le debe mucho a Bizancio, de la misma manera que le debe mucho a los reyes cristianos de Spania. En ambos extremos del Mediterráneo, gracias a los emperadores bizantinos y a los monarcas involucrados en la Reconquista de la península Ibérica, se logró contener, durante siglos, los impulsos musulmanes de expansión y conquista mediante la guerra santa. Estos hechos permitieron que Europa se desarrollara cultural, política y religiosamente, llegando a ser lo que es hoy en día. Sin esos frenos, es probable que hoy adoráramos a otro dios, tendríamos otra cultura y no se hubieran desarrollado los derechos humanos, la justicia ni tampoco la democracia actual, fundamentada en las bases políticas y filosóficas greco-cristianas.
John Julius analiza y desmenuza los tiempos de importantes personajes bizantinos como Constantino el Grande, Juliano el Apóstata, Justiniano, Belisario y Teodora, Totila, Irene, etc. Además, explica de manera certera cómo y por qué se adoptó la fe cristiana, cuáles fueron las luchas teológicas que hicieron que prosperase la teoría herética de Arrio y que en Oriente fructificase el primer cisma de la religión cristiana con el nacimiento de la Iglesia Ortodoxa y las teorías iconoclastas.
Desde el aspecto estratégico y comercial, hay que tener en cuenta que la puerta europea de la Ruta de la Seda siempre fue Constantinopla. A través de Bizancio pasaban no solo los productos de lujo del Extremo Oriente, sino también las corrientes culturales e ideas innovadoras. Además, el Imperio se enriquecía con los enormes impuestos recaudados por la aduana bizantina.
La prueba palpable de la importancia de esa “puerta” es que, cuando Constantinopla cayó en manos otomanas en 1453, junto con lo que quedaba del Imperio Romano de Oriente, las naciones ibéricas tomaron la decisión, pocos años después, de buscar rutas alternativas a la tradicional ruta terrestre de las especias, optando por viajar por mar tanto hacia Oriente como hacia Poniente.
Este primer libro de John Julius Norwich, referido a los primeros siglos de Bizancio, presenta una erudición narrada de manera didáctica y entretenida. Es una obra distinta, en la que el autor enfoca su atención en la personalidad de los protagonistas y resalta la importancia de unos hechos que, en muchos casos, son desconocidos por el gran público. Al cerrar el libro, el lector experimentará la sensación de que ha descubierto un mundo con una riqueza histórica inmensa.
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Autor: John Julius Norwich. Título: Bizancio: Los primeros siglos. Traductor: Joan Eloy Roca. Editorial: Ático de los libros. Venta: Todos tus libros.
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