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El hombre que se fue a Marte porque quería estar solo, de David M. Barnett - Zenda
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El hombre que se fue a Marte porque quería estar solo, de David M. Barnett

El hombre que se fue a Marte porque quería estar solo, de David M. Barnett, es una novela inspirada en un hecho real: un astronauta británico que se equivocó de número al llamar desde la Estación Espacial Internacional en 2015. A continuación os ofrecemos un fragmento de este libro publicado por HarperCollins.   11 DE FEBRERO DE 1978 Hace mucho tiempo, en un cine muy muy lejos...

El hombre que se fue a Marte porque quería estar solo, de David M. Barnett, es una novela inspirada en un hecho real: un astronauta británico que se equivocó de número al llamar desde la Estación Espacial Internacional en 2015. A continuación os ofrecemos un fragmento de este libro publicado por HarperCollins.

 

11 DE FEBRERO DE 1978

Hace mucho tiempo, en un cine muy muy lejos de donde ahora mismo se encuentra, el chico y su padre caminan hacia la oscuridad. El chico abraza contra su pecho una bolsa de golosinas y unas palomitas pequeñas, su padre lo conduce por el pasillo con una mano firmemente agarrada a su hombro, la alfombra se les pega a los pies. La película no ha empezado aún, pero las caras de los que se han sentado ya miran hacia los anuncios, bañadas por una luz pálida. Las pequeñas columnas de humo de los cigarrillos se entrelazan y anudan en el vacío negro que hay entre la pantalla y el público. Desde las concurridas filas de asientos se eleva un murmullo sordo de conversación susurrada.

Thomas Major nunca ha sido tan feliz. Este es su regalo de cumpleaños: ir a los cines Glendale a ver la película que le fascina desesperadamente, como si fuera parte de su vida, como si siempre lo hubiera sido y estuviera impresa en su ADN. En casa, situados cuidadosamente sobre el escritorio de su habitación, tiene los regalos de su verdadero día de cumpleaños, del cual hace un mes: unas figuras de juguete de los alienígenas de la cantina de La guerra de las galaxias, dos muñecos de Snaggletooth y Hammerhead, que se colocan sobre unas plataformas giratorias para hacerlos pelear entre sí, y un disco de la banda sonora de la película interpretada por la Orquesta Filarmónica de Londres, colocado con pulcritud junto al viejo reproductor Dansette de su madre y el montón de discos de 45 pulgadas que le regaló con él.

Y ahora Thomas y su padre están en la película. La película de verdad. El fin de semana del estreno. Han hecho una cola que daba la vuelta a toda la manzana para entrar en el cine más viejo de Caversham (y uno de los más viejos de todo Reading), y mientras esperan Thomas le pregunta a su padre si le gustaría ir al espacio.

—Seguramente cuando tengas mi edad habrá ciudades en la luna —dice papá—. No es mi estilo, de todos modos. No hay atmósfera. —Se carcajea y golpea a Thomas en el hombro—. Podrías irte a vivir allí. Como en la canción. Major Tom. Tu madre llevaba unos tres meses embarazada cuando salió esa canción. Creo que por eso quería llamarte Thomas. Me parece que ahora lleva el mismo tiempo embarazada. —Se detiene, luego mira a Thomas—. Por Dios. ¿Esa canción de Fígaro aún es número uno? No me gustaría gritar ese nombre por la ventana para que mi hijo viniera a merendar.

—Se llama Space Oddity —dice Thomas distraídamente—. No se llama Major Tom, se llama Space Oddity.

Mientras hacen cola para entrar, un coche beis pasa junto a la puerta del cine. Frank Major silba.

—Mira qué pasada. Volkswagen Derby. Salió el año pasado. Ya me gustaría tener uno de esos. —Frota el pelo de Thomas con los nudillos—. Pareceríamos un par de tíos muy guays subidos en él, ¿eh?

Thomas se encoge de hombros. No le interesan los coches. Su padre sigue:

—Puede que consigamos uno este año. Pero me gustaría montar un invernadero. Añade valor a la casa, vaya que sí. Pero podríamos reformar el desván también. Hay una casa en la calle de al lado que tiene porche acristalado, y le han reformado el desván. La sacaron por veintitrés mil pavos el año pasado, ¿no te parece increíble?

Aún no es de noche pero el cielo ya está de color azul profundo. La luna llena está muy cerca del horizonte, sobre los tejados negros. Como una moneda de diez peniques, dice papá. Thomas cierra un ojo y pone el pulgar y el índice alrededor del disco lunar.

—¡La tengo, papá! ¡Tengo la luna!

—Métetela en el bolsillo, hijo —dice—. No sabes cuándo puedes necesitarla. Venga, parece que por fin vamos a entrar.

Thomas mete la mano en el bolsillo del pecho de su camisa marrón y deja caer la moneda de diez céntimos lunar, invisible, sin peso. La tripa de Thomas todavía está amablemente hinchada por el menú de la comida, pero aún le queda sitio para chucherías y dulces. Su padre mueve la cabeza y murmura «Parece que no tengas fondo» antes de dejar el dinero en la taquilla.

Ahora papá lo dirige hacia un asiento solitario al final de una fila, junto a un hombre y una mujer con tres niñas pequeñas. Thomas siente un nudo en el estómago, algo que no sabe nombrar. Mira interrogativamente a su padre.

—¿Por qué solo una butaca?

—Quédate aquí —dice papá, y vuelve para hablar con la mujer que vende helados. El cabello de la mujer parece tallado en granito y su cara también, la cual gira hacia Thomas. Le clava dos ojos como alfileres a través de la penumbra. Papá le da un billete de una libra y ella le ofrece dos helados de chocolate. Vuelve a mirar a Thomas, luego a papá, que hace una mueca y le da otro billete de una libra. Luego vuelve hacia Thomas acompañado por la mujer. Thomas tiene las palomitas apoyadas sobre las rodillas y las golosinas en el bolsillo. Papá le pone un helado en las manos.

—Thomas, hijo —dice—. Papá tiene que ocuparse de unos asuntos.

Thomas lo mira y pestañea.

—¿Qué asuntos? ¿Y la película?

—No pasa nada. Es muy importante. Es…—Mira hacia la pantalla como si esperara encontrar algún tipo de inspiración—. Es una sorpresa para mamá. —Se da golpecitos en un lado de la nariz—. Recuerda las reglas del «día de chicos», ¿vale? Que quede entre nosotros.

Thomas también se toca la nariz, pero sin mucha convicción. Siente un vacío en el estómago, como un gran bostezo.

—Esta es Deirdre —dice papá—. Te va a echar un ojo hasta que yo vuelva.

La mujer mira a Thomas por encima de la nariz, la boca fruncida en una línea estrecha y descolorida, como si el escultor no se hubiera esforzado en hacerla parecer humana.

—¿Cuánto vas a tardar? —dice Thomas, sintiendo el peso de toda la negrura del cine contra su espalda, sintiéndose muy solo.

—Antes de que te des cuenta estoy aquí —contesta papá, y guiña un ojo. Luego empieza la música y Thomas se vuelve hacia la pantalla llena de estrellas y palabras que se van desplazando, alejándose de él.

Nos encontramos en un periodo de guerra civil. Las naves espaciales rebeldes, atacando desde una base oculta, han logrado su primera victoria contra el malvado Imperio Galáctico. Thomas se vuelve para mirar a su padre, pero ya se ha marchado.

Sinopsis de El hombre que se fue a Marte porque quería estar solo, de David M. Barnett 

Todos conocemos a alguien como Thomas.

El vecino gruñón que se queja de tu comportamiento incívico en las reuniones de la comunidad de vecinos. El señor que te chista si tiene que esperar un minuto detrás de ti en la cola del supermercado. El compañero que manda un mail con copia a toda la empresa si por error acabas el último rollo de papel higiénico.

Thomas está perfectamente satisfecho yendo siempre por su cuenta, alejándose de los demás y de sus problemas. Pero bajo esa fachada gruñona se esconden una historia y una tristeza que a todos nos resultan dolorosamente familiares. Y está a punto de encontrar una familia que cambiara su manera de ver las cosas.

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Autor: David M. Barnett. Título: El hombre que se fue a Marte porque quería estar solo. Editorial: HarperCollins. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro

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