Afortunadamente a quien Salman Rushdie llama A. fracasó en su propósito de asesinato. Pero el autor tuvo heridas muy graves. En su último libro Cuchillo, Meditaciones tras un intento de asesinato, el escritor habla de ellas. Su rostro ya no es el mismo. Usa unas gafas con un cristal oscuro y otro trasparente. El cristal oscuro sirve para ocultar a la vez que señalar su ojo herido. Decidió no ponerse un ojo de cristal o algo así le propuso como una solución el médico. La foto de la solapa refleja esa herida. La firma Rachel Eliza Griffiths, poeta, artista con la que se casó hace unos años. En varias partes del texto agradece a quienes le salvaron la vida: el organizador del evento en Chautauqua donde fue atacado, sus médicos y el amor y cuidados de su familia. Y como si escribiera para ellos repite y repite su agradecimiento. Es un hombre agradecido. Y quiere decirlo.
Historia: medita en primer lugar sobre el llamamiento a un asesinato. Cuando se proclamó la fatua por Versos satánicos, recuerdo que yo ya lo había leído. Después de leer con fascinación Los hijos de la media noche, decidí volver a su autor. Pero recuerdo levemente que esos versos no me causaron el mismo interés. Pero nada me hacía sospechar en un tiempo previo a las fatuas que tras manifestaciones y protestas el 14 de febrero de 1989 el Ayatolá Jomeini emitiría la fatua contra el libro, es decir, lanzó una infame condena de muerte poniendo cuchillo en las manos de sus seguidores. Salman Rushdie por este motivo se mantiene protegido durante años, cuenta en el libro algunos aspectos de su vida. Estaba a punto de divorciarse y esta fatua afecta a todo su entorno. En ocasiones se le ha criticado por no darse cuenta, o al menos no dar cuenta del sufrimiento de los otros. Pero lo cierto es que él no es responsable, denuncia en Cuchillo a algunos escritores que le responsabilizaban a él. Pero sí recuerda a una de las víctimas, su traductor al japonés fue asesinado. Él no menciona su nombre pero es importante que nosotros recordemos por su nombre al catedrático japonés Hitoshi Igarashi, que fue apuñalado y murió a consecuencia de las heridas. En su momento declaró sentirse «profundamente angustiado» por el asesinato. En un capítulo de la serie de Larry Davis descubrí a un Salman alegre y divertido. Bromeaba. Y ese humor ha sido probablemente lo que le ayuda a salvarse. Siempre se ha mantenido valientemente en la defensa de la libertad. Incluso escribió contra el atentado de Charlie Hebdo. Humor que destaca en su último libro.
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Dialogo con un asesino: imagina hablar con el perpetrador. Inventa la conversación. Gracias a datos generales sobre el joven fundamentalista, ofrece un retrato, pero no deja de ser una aportación desde la ficción que no llega a profundizar en el personaje real. Salman ha salido victorioso. Afortunadamente el joven no sabe usar el cuchillo. Recuerda la escena a cámara lenta. Los demás creen que es una performance. Lo extraño es que los organizadores no tuvieron en cuenta la seguridad. Él mismo lo comenta sorprendido. Un detector de metales hubiera impedido que entrase con una bolsa llena de cuchillos, porque llevaba varios, no uno. El libro podría llamarse: Cuchillos. En su dialogo, sus preguntas también Salman se retrata a sí mismo. El humor es su cuchillo. Él es capaz de sobrevivir con humor a la fatua, al intento de asesinato, y se da cuenta de que es afortunado como señala en las entrevistas que da posteriormente (recuerdo en especial la entrevista de Jon Stewart que vi en la casa de mi hijo en Brooklyn —esta primavera me reconcilie con la ciudad gracias a los cerezos en flor— y sabiendo aún vivo a Paul Auster del que también habla Salman). Al leer el libro descubrí que de algún modo ya lo había leído, había resonancias de su voz, de las entrevistas porque no oculta nada.
Reparación: Salman con mucho detalles, en ocasiones, demasiados detalles, cuenta el proceso de su recuperación médica. Las heridas, los problemas derivados de la medicación etc. y habla de su familia, de sus hijos y de su esposa. Es un texto de un hombre no sólo enamorado, sino de quien quiere proclamarlo, decirlo, dejar testimonio. Y sorprende en ocasiones porque va recorriendo todas la páginas su amor a su esposa, su agradecimiento a su esposa, su admiración a su esposa, como si quisiera además reparar las heridas que quizá en el pasado causó a aquellas mujeres que compartieron su vida al no dar —como dicen que no hizo— importancia al sufrimiento que les causo a ellas también la fatua.
Es un texto sincero. Esa es la sensación que deja. Pero es también una llamada de atención. Un escritor en este tiempo nuestro fue condenado a morir por un libro de ficción. Cualquiera que atendiera a la llamada podría convertirse en verdugo. Cualquiera. Un joven, un niño, una mujer. Cualquiera podría convertirse en el brazo ejecutor. Y es que el llamamiento, en sí mismo es el cuchillo asesino. Hemos convivido con normalidad con condenas que no son aceptables, dejando solos a quienes han sido condenados sin condenar de forma eficaz (sorprende la permisividad con los incitadores al odio) a quienes condenan. De eso habla Cuchillo.
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