En la España contemporánea han sido tres las veces en que las influencias externas han revolucionado para bien el cotarro cultural. La primera fue el boom de la novela hispanoamericana a finales de los años 60, pues el portentoso uso del idioma español —una juerga idiomática—, la audacia estructural y los temas supusieron un vendaval de frescura, un desfibrilador literario para el aburridísimo realismo social de prosa botijera que se estilaba en la piel de toro. La segunda ocasión fue la Movida Madrileña, cuando una miríada de grupos, esponjados musicalmente por el rock y el pop de lengua inglesa, insuflaron a los jóvenes una modernidad que alentaba las ganas de vivir a comienzos de la democracia. La providencial Movida, además, les cerró el negociado a bastantes cantautores del terruño —plastas y ensoberbecidos—, los cuales consideraban que Los Secretos, Alaska y Mecano no hacían el tipo de música adecuado para concienciar políticamente al pueblo. La tercera y benéfica influencia extranjera —ésta menos llamativa pero igualmente decisiva— ha venido de la mano del ensayo, dando lugar a una época de brillantez de la no ficción publicada en España.
La inercia de la universidad española hace que no hayan abundado los ensayos en el ámbito de las Humanidades, sino las monografías, los estudios comparados y las ediciones críticas de textos. Queda muy lejana la gran época del ensayismo hispánico: la del primer tercio del siglo XX, quebrada por la Guerra Civil, el exilio y la censura dictatorial. En nuestro país, los profesores universitarios deben ceñirse escrupulosamente a los estándares científicos de las agencias de calificación para hacer méritos profesionales, en los cuales la brillantez expositiva, la belleza literaria y la originalidad no cuentan para nada, no dan puntos. Además, la estructura estatal de comunidades autónomas y la proliferación como setas de universidades ha posibilitado el desarrollo de carreras docentes basadas en el estudio exhaustivo de lo local, lo provincial y lo regional, abandonando temáticas de altos vuelos y de envergadura intelectual, las cuales exigen una gran inversión de tiempo mental y físico. Cuando se deja de pensar a lo grande se achica progresivamente el territorio hasta quedar reducido a un confortable Lilliput académico.
Sin embargo, existe una fructífera tradición del profesorado anglosajón consistente en decantarse por la alta divulgación, en publicar ensayos destinados al gran público, y ello por puro ejercicio democrático, por sentirse en la obligación de trasvasar a la sociedad sus conocimientos conformados a lo largo de su vida en las aulas. No se les caen los anillos a esos catedráticos por esforzarse en practicar una erudición comprensible y hermosamente escrita; al contrario, creen que es un deber inherente al puesto para contribuir a mejorar la sociedad. Y por si fuera poco, no consideran rebajarse el hecho de abandonar el plácido lecho de los circuitos editoriales universitarios y someter sus manuscritos al riguroso escrutinio de las editoriales comerciales, y así tener la posibilidad de llegar a múltiples lectores.
Escribir bien es difícil, escribir mal es fácil, y escribir académicamente mal es muy fácil. Veamos la fórmula magistral: dedicar un 25% de las páginas a exponer el estado historiográfico de la cuestión, tratar de epatar con una profusión de notas a pie de página no esenciales (y así evitar el esfuerzo intelectual de encajar tan vastos saberes en el cuerpo principal de la obra), encadenar párrafos sin noción de conjunto capitular, emplear una prosa descuidada o directamente desaseada, y, por último, abusar de un lenguaje deliberadamente oscurecido —casi oracular— para darse pisto cientifista. Voilà!
Hace poco más de una década, un puñado de editoriales españolas especializadas en la no ficción se lanzaron a la aventura de publicar numerosos ensayos de autores extranjeros cuyas dos características principales eran la originalidad temática y la innovación literaria. Esta exitosa generación de ensayistas internacionales fue acogida con glotonería por los lectores españoles, de manera que las mesas de novedades de las librerías comenzaron a poblarse de libros que combinaban la audacia del tratamiento de los temas, el manejo de una bibliografía sin fronteras, la incorporación de técnicas de la ficción en la no ficción, una oxigenada heterodoxia argumentativa y la introducción de la experiencia personal del autor como ingrediente esencial. Y el festín literario empezó. Meto la mano en la bolsa de tela y elijo cuatro bolas que tienen escritos otros tantos nombres superventas.
El israelí Yuval Noah Harari saltó a la fama internacional con Sapiens. De animales a dioses, donde historiaba la humanidad desde una perspectiva antropológica. El estadounidense Jared Diamond encontró un filón en la mezcla de determinismo ambiental y tecnología en Armas, gérmenes y acero, donde acomete una historia del mundo desde el Paleolítico Superior hasta el presente. La risueña y expresiva inglesa Mary Beard ha puesto aún más de moda el mundo romano en sus desmitificadores análisis, y ello sobre la base de un conocimiento exhaustivo de las fuentes arqueológicas y documentales. El francés Emmanuel Carrère —uno de los escritores que más me interesan— consiguió con El reino la hibridación de géneros, la combinación de novela, biografía y ensayo para relatar sus fases de fe y descreimiento y, paralelamente, reconstruir la vida de San Pablo.
A las editoriales españolas que ya existían en la Transición —y que no han dejado de publicar buenos ensayos desde entonces— se sumaron nuevas editoriales al filo del siglo XXI o nacidas en su primera década que han revolucionado el género ensayístico, y ello por lo libérrimo de su escritura, la extrema originalidad temática, los vasos comunicantes entre géneros literarios, y la claridad y potencia de pensamiento. Y en esto, los jóvenes autores españoles han sido los adalides, quienes han tirado del carro.
Antes de la llegada de este siglo ya había autores españoles que practicaban un tipo de ensayo que, por su cuño personal, se anticipaba a los vientos venideros: Savater, Trapiello y Eslava Galán. Los tres se caracterizarán por ser escritores totales, es decir, por desenvolverse con galanura en el artículo periodístico, el ensayo y la novela. Su bagaje lector, su mentalidad libre de grilletes y su capacidad exploratoria inició el aggiornamiento de la no ficción escrita en español.
El catedrático Fernando Savater, por su incombustible combate intelectual contra el nacionalismo aldeano y el terrorismo se había convertido en un referente cívico merced a sus ensayos filosóficos, pero también descollaba por sus apasionados libros sobre la literatura de aventuras, donde se explayaba contando su experiencia personal y su deuda de gratitud hacia estas lecturas iniciáticas.
Andrés Trapiello, con Las armas y las letras. Literatura y guerra civil, 1936-1939 realizó un deslumbrante catálogo de escritores zocatos y diestros de nuestra última matanza fraternal, pesó en una romana —como los queseros antiguos— las virtudes literarias y éticas de muchos de ellos y dejó sentado que los autores republicanos perdieron la guerra pero ganaron la posteridad gracias a los manuales de literatura. La dominguera vocación de asiduo al Rastro madrileño y su apabullante conocimiento de la historia de la literatura española permitieron que Trapiello escribiese una obra monumental con un sello personal que ha ido agrandándose en sus ensayos posteriores, donde entresacó Madrid, un libro que para mí alcanza la originalidad y calidad de Estambul. Ciudad y recuerdos, del turco Orhan Pamuk.
El planetario Juan Eslava Galán halló una veta de oro con su saga de historia para escépticos, donde exhibe a raudales una artesanía artística marca de la casa donde el lector medio accedía a conocer el pasado a través de un rigor académico dulcificado, el sentido del humor, la técnica narrativa procedente de la novela y las veladas interpelaciones al pasado desde el presente.
Ya bien metidos en el siglo XXI, otros escritores que captaron avant la lettre los nuevos tiempos del ensayo fueron Sergio Vila-Sanjuán y Javier Cercas.
Sergio Vila-Sanjuán tiene el don de transitar por todos los caminos culturales: el reportaje, la entrevista y el artículo cultural, la reseña literaria, la novela y el ensayo. Todavía no ha habido nadie en España que escriba un ensayo tan explicativo y original sobre el fenómeno de los superventas literarios como su Código best seller. Las lecturas apasionantes que han marcado nuestra vida (Temas de Hoy, 2011). La elegante valentía con afán de concordia de este barcelonés se manifiesta en dos libros: Otra Cataluña. Seis siglos de cultura catalana en castellano (Destino, 2018) y Por qué soy monárquico. Una historia familiar (Ariel, 2020). El primero de ellos concentra más valor cultural que un repositorio de tesis doctorales, al demostrar con galanura la vinculación sentimental e histórica desde la Baja Edad Media de la literatura catalana con la cultura española, de la que forma parte. El otro libro, en el que defiende su monarquismo por motivos éticos, pragmáticos, históricos y emocionales (heredados familiarmente) tiene tanto seny que su lectura es una gozada para quienes pensamos como él.
Javier Cercas, subido a bomborombillos de la crítica y del público tras el éxito literario —y sociológico— de Soldados de Salamina, publicó en 2009 Anatomía de un instante, un ensayo sobre el 23-F en el que el autor introducía constantemente sus opiniones sobre los personajes de la política de la Transición, empleaba técnicas de la ficción literaria y de la investigación periodística y conseguía un estilo narrativo de obsesivas ondas concéntricas —como cuando arrojamos una piedra al agua—, donde las ideas sobre un asunto se desarrollaban por acumulación y mantenían en vilo al lector. El escritor sumó a la pechera de galardones el Premio Nacional de Narrativa, lo cual recalca lo literario del libro.
Me sigue llamando poderosamente la atención que algunos profesores de Ciencias se embutan en una bata blanca para dar clase. La bata los identifica y distingue, es el símbolo del carácter científico de sus asignaturas. No sé entonces por qué razón los historiadores no se enfundan una bata blanca para impartir docencia —a lo mejor algún día lo hago, para dar la nota—, y eso que, cuando hacía la carrera de Humanidades, un puñado de profesores —los que peor escribían y huían como de la peste de explicar sucesos históricos— eran martillos pilones sobre la adscripción científica de la historia. Me ha venido esto a la cabeza al hablar de Javier Gomá, el cual considera que la filosofía se acerca más a la literatura que a la ciencia, y que por consiguiente la filosofía es un género literario que ha de preocuparse por la belleza del estilo y la capacidad de persuasión. Gomá es un prolífico autor que entrevió que el futuro del ensayo filosófico pasaba por su apego a los afanes del hombre del tiempo presente, y ello a través de una escritura amasada con finezza y precisión demostrada en Ejemplaridad pública o Ingenuidad aprendida.
Me gusta muchísimo más el pan de espelta y el de centeno que el de trigo, así que ya es hora de traer a colación a la nueva hornada de autores españoles que han revolucionado el ensayo mediante una escritura de esponjosa originalidad, unos temas insospechados y unos enfoques de raigambre cinematográfica.
Es de ley citar en primer lugar a la filóloga Irene Vallejo y su El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo (Siruela, 2019), una literaturización de su tesis doctoral donde la autora aragonesa se metía a sí misma como personaje principal de la historia, logrando empatizar con el lector al relatar recuerdos propios, viajes, el acoso escolar que padeció, su pasión desbordante por la literatura y sus incursiones en las librerías de Zaragoza —su ciudad—, en cuyo ecosistema de papel se sentía feliz, protegida. Esta obra es, en esencia, una historia del libro en la Grecia y Roma antiguas, pero es mucho más que eso por los continuos saltos en el tiempo que hay y por sus enjundiosas reflexiones sobre el poder sanador de la literatura.
El infinito en un junco se ha convertido en un long seller, se ha traducido a decenas de idiomas y su éxito tuvo algo de milagro literario, porque el libro adquirió velocidad de crucero durante el confinamiento de 2020 debido a la pandemia. Su lectura fue un bálsamo, una enjundiosa evasión para miles de personas encerradas en sus casas. Mi mujer —seducida por la portada y el argumento—, lo leyó antes que yo, y cada día me comentaba episodios del libro que le encandilaban, y no sirvió que le metiese prisa para que lo terminase. Me llegó el turno a su debido tiempo. Y me fascinó, claro.
El profesor David Jiménez Torres practica el columnismo de hondura intelectual en El Mundo y ha incursionado con solvencia en la novela. Lo descubrí hace ya años —fue casi una epifanía— en sus versátiles artículos en Libertad Digital escritos desde Cambridge, donde él estudiaba. Su canibalismo de géneros literarios lo demuestra en El mar dormir. Un ensayo sobre el sueño, la vigilia y el cansancio (Libros del asteroide, 2022) donde mete en la coctelera sus noches de sueño barato, una historia cultural del insomnio y los pensamientos de quienes al anochecer viven en la cara oculta de la luna. Yo, que duermo a pierna suelta y tardo segundos en caer narcotizado de manera natural, disfruté lo indecible con este libro por lo exótico que me resultó.
La joven periodista manchega Ana Iris Simón, con Feria (Círculo de Tiza, 2020), provocó un seísmo mediático y en las redes sociales por el desenfado y descaro intelectual con el que exponía sus argumentos. Esta obra ambivalente de sosegado lirismo planteaba qué demonios es eso de vivir la vida con intensidad, y ello a través de una historia comparada e interconectada de generaciones: la de la autora, sus padres y abuelos. Esta historia de amor (a una geografía cervantina y a una genealogía cuyos blasones son la sangre y el cariño), que al principio parece una novela con fuerte carga de autoficción resulta que, a la postre, es un libro de no ficción cuyo centro de gravedad es la España rural, la Mancha, donde están las raíces familiares de la autora, algo que yo entiendo porque mi familia paterna es —o era; ay, el tiempo pasa y los tiempos verbales casi ya los conjugo en pasado—, de Daimiel, Ciudad Real. Feria provocó urticaria entre los santones de la ortodoxia, los savonarolas de la superioridad moral, los cuales necesitan colocar la etiqueta de derechista o izquierdista a una persona para dar su opinión gregaria. A quienes nos gusta la heterodoxia y la independencia de criterio disfrutamos leyendo este libro que mueve a la reflexión y promueve la discusión sin alharacas.
El enamoramiento de la escritora y traductora vasca María Belmonte por la antigüedad clásica le llevó a escribir unos libros de viajes donde sus crónicas literarias sobre el terreno son un permanente diálogo con el ayer y el presente, de tan cautivadora belleza, que yo no sabía en qué tiempo quedarme mientras leía. Dentro de su obra, caracterizada por un clasicismo con colágeno, entresaco Peregrinos de la belleza: viajeros por Italia y Grecia (Acantilado, 2015) y En tierra de Dioniso. Vagabundeos por el norte de Grecia (Acantilado, 2021).
Los temas del nuevo ensayo español se han ensanchado tanto como se ensanchó el mundo a partir de 1492, y si los autores tienen un común denominador es que, además de reivindicar su presencia dentro de la escritura (el narrador omnisciente está caduco), colocan pasarelas entre los diferentes géneros para cruzarlas como funambulistas sin red, sin miedo a darse un costalazo, sabedores de que saldrán indemnes de sus experimentaciones literarias. Se arriesgan y ganan.
¿Y cuáles son las razones del auge del ensayo, de que las ventas de la no ficción igualen e incluso destronen en ocasiones a esa reinona llamada ficción? Varias, sin que ninguna de ellas sea predominante.
Al contrario de lo que ocurre en otros países europeos, la escasa programación cultural televisiva en España está orillada, arrinconada en las franjas horarias marginales. Además, los programas de debate suelen sustituir a los pensadores por opinadores, a los especialistas por los todoterrenos, los cuales tratan de convertir las tertulias en embarradas trincheras partidistas donde se gritan los argumentarios para tratar de tener razón. Este vacío de buenos programas de televisión que aborden sin sectarismo y con fuste intelectual temas del presente o del pasado —que ayuden a explicar nuestro tiempo—, hace que mucha gente recurra a los ensayos para informarse y formarse un juicio reflexivo sobre multitud de asuntos que le llaman la atención o preocupan. El libro suple lo que no da la pantalla.
Los acelerones históricos del tiempo actual y los desfases de mentalidad generacionales han provocado la mutación de muchos valores y el cuestionamiento de numerosos aspectos del pasado, favorecido todo ello por la gasolina victimista woke y los pirómanos populistas, por lo que el ensayo supone un refugio para quienes buscan asideros intelectuales para comprender tanto el pasado como el presente y fijar unas coordenadas vitales.
La prensa de tinta y la digital alojan con frecuencia reseñas de libros de no ficción, reportajes sobre los temas tratados en ellos y entrevistas a sus autores, lo que multiplica la visibilidad de este género entre los lectores de los medios de comunicación, algo que también ocurre desde hace poco más de un lustro entre los oyentes de podcasts, un comodísimo formato radiofónico que ha irrumpido con fuerza avasalladora en nuestro país.
Todo esto ha propiciado que la alta divulgación española se prodigue a partes iguales entre escritores que dan clases en la universidad o no, espoleados todos ellos por el ejemplo de los autores extranjeros, de quienes han adoptado la capacidad para transmitir ideas con una narrativa culta y a la vez desenfadada que resulta asequible y atractiva para el gran público.
Además, llega un momento para no pocos escritores de ficción en el que, una vez conseguida una voz literaria propia, reconocible, sienten la imperiosa necesidad de hacer aflorar la lava de su mundo interior a través de la no ficción. Soy uno de ellos.
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