—¿Sabes qué, Bogie? Te conservas muy mal para estar cerca de los 54 años, fíjate en mí. Tengo la misma edad, pero podría pelear en un uno contra uno con algún peso medio. ¿No te parece?
—¿Qué opináis, señoritas? ¿Creéis que este fanfarrón de cara rojiza podría durar medio asalto contra alguien como yo? ¿Es que no ves mis películas, Hem? Puedo noquear a un hombre de un solo jab. Solo uno me hace falta para tumbarlo.
—Ya basta de fanfarronear, chicos. Tú, Hem, guarda toda esa teatralidad para los Sanfermines —dijo Mary Welsh, la esposa de Hemingway.
—Tiene razón, Mary. Y tú, cariño, más te vale no hacerte heridas en la cara, tienes una película que rodar —apuntó Lauren Bacall, la mujer de Bogart.
—Solo estábamos bromeando, ¿a que sí, colega? ¡Camarero! Otro whisky para mí y para mi amigo el escritor.
—Eso ya me gusta más. ¡Camarero! Que sean dos whiskies para mí y el intérprete.
—Jesús, ¿es que queréis acabar con toda la reserva de whisky de Madrid? —preguntó Bacall.
—¡Hey, Hem! ¿Qué te parece? ¿Lo intentamos? Así habremos hecho los dos algo decente antes de morir. Vaciar de alcohol una ciudad… Semejante hazaña será más recordada que mis películas o tus libros.
—Sin duda, caballero. ¡Camarero!
—Cielo, por favor. El camarero tiene vida más allá de vosotros dos. ¿Cuántas copas lleváis?
—No las suficientes. Aún recuerdo ese maldito guion de mi próxima película, La burla del diablo… Es insoportable. La ruedo por hacerle un favor a mi amigo Johnny.
Bogart sacó con suma elegancia un cigarrillo de la pitillera que guardaba en el bolsillo interno de su americana y lo prendió con su mechero Zippo. Empezaba a tener los ojos inyectados en sangre a causa de las copas y el humo del tabaco. Sin embargo, se mantenía tieso como una vela, al igual que su compatriota Hemingway. En su caso, tenía los mofletes colorados como los de un niño recién nacido. Mantenía la mayor parte del tiempo una sonrisa socarrona que le daba un aire infantil.
Mary Welsh desprendía una elegancia de primer nivel con su vestido negro escotado, acompañado de un pañuelo blanco que hacía relucir todavía más su cabello rubio. Acompaña el look con unos zapatos blancos de tacón bajo que podrían haberla hecho caminar sobre las aguas. Del otro lado, Lauren Bacall lucía una mirada azul verdoso que hacía las delicias de los presentes. Llevaba su melena castaña suelta y una elegante americana.
—¿Quién firma el guion? —preguntó Hemingway.
—James Helvick, autor de la novela, el propio John Huston y Truman Capote.
—¿Capote? De milagro sabe escribir su nombre. No me extraña que sea una porquería.
—A mí me gustó A sangre fría —dijo Bacall.
—Señorita Bacall, justo cuando empezábamos a llevarnos bien…
El camarero llegó con cuatro copas de whisky. Dos para Bogart y dos para Hemingway, como habían acordado. Los dos caballeros tomaron uno de sus respectivos vasos, lo alzaron en señal de cordialidad y se los enchufaron de un trago.
—¡Casi tan bueno como el americano! —carraspeó Hemingway.
—En tus condiciones actuales dudo que supieras distinguir un vaso de agua de un coñac —dijo con sorna Mary Welsh.
—¡Camarero! Pon algo bonito en el gramófono, haz el favor… ¿No tienes algo de mi colega Sinatra?
El camarero asintió y al poco empezó a sonar un éxito del crooner de aquellos años: Beguin the Beguine. Bogie comenzó a tararear mientras sacaba un nuevo cigarro de su pitillera.
—Hay una frase de tu último libro que me vuelve loco, Hem… De hecho, creo que es lo mejor que has escrito.
—El viejo y el mar lo escribí en ocho semanas… Pero sí, no quedó mal.
—Es fantástico, Hem —apuntó Bacall.
—Yo también se lo dicho —añadió la periodista esposa del futuro Nobel.
—Hay una frase de la novela con la que me molesta a cada rato Bogie. “El mar es el último lugar libre de la tierra”.
—¡Gran verdad, marinero!
Hemingway rio como un gran oso pardo y respondió:
—Sí, el mar me ha dado muchas satisfacciones. Siempre que puedo me monto en mi «Pilar» y surco los mares de Cuba. El mar tiene algo de insondable, algo de divino. Es como si Dios hubiese marchado de este sucio mundo y hubiera dejado tras de sí solo esa balsa marina, azul, caótica, donde la vida nace y donde la vida muere. Donde los límites no se bifurcan y donde se reflejan los astros y la luna y donde algún día nuestras almas acabarán.
—A Bogie también le fascina su «Santana». ¿Verdad, amor?
—Sí, cielo. Lástima que a ti no te guste tanto.
—Termino mareada de tanta ola.
—Ya somos dos —añadió la periodista.
—Para mí el mar es el único refugio posible. El único mundo donde nada de lo que hay fuera de él importa. A millas de distancia, a bordo de un velero, da igual si se quema la Warner: estaré tomando whisky y mirando las estrellas en la capota cuando se ponga el sol.
Welsh se levantó en ese momento de su sitio:
—Caballeros, señorita. Es momento de que les deje a solas. Visto que estos dos insaciables tragones son capaces de hacer la más bella poesía tras dos botellas de whisky, no me queda más remedio que claudicar. Hasta mañana.
—Nos queda mucho whisky en Madrid todavía para cumplir nuestro objetivo, ya lo sabes. Hasta mañana, cielo —dijo Bogie.
—Adiós —dijo Hemingway de forma bastante seca.
—Adiós, bonita, yo fumaré un cigarrillo más y me iré. Cariño, ¿me das uno de los tuyos?
Y Bogie se levantó y le dio uno con suma galantería.
—Vaya, chico. Al final va a resultar que eres realmente como en tus películas.
—Sí. Soy tan feo como en mis películas, me lo dicen mucho.
—¿Qué película te gusta más de él, Hem? Ahora que ya sabes cuál de tus libros preferimos…
—Lo cierto es que no me gusta mucho el cine, compañeros. Tengo muchos amigos del mundo del cine, pero las películas no terminan de llenarme, creo que les falta verdad. Sin embargo, diré que una de mis películas favoritas es Tener y no tener. Conseguisteis hacer una gran película de uno de mis peores libros. Otros echaron a perder muy buenas novelas mías… También me gusta Casablanca, como a todo americano medio. Aunque creo que tu personaje debería haber muerto.
—No supe lo que le pasaba al personaje de Rick hasta el último momento… Le debo muchas alegrías a Casablanca. ¡Un brindis por ella!
Y Hemingway y Bogie apuraron la copa que les quedaba. Llegó el momento de la marcha de Lauren, que al contrario que Mary, dio un beso en la boca a su marido antes de marchar. Quedaron solos dos cincuentones rodeados de humo y dos nuevas copas sobre la mesa. A pesar de su aguante, ambos tenían ya una edad, mucha escuela y mucha calle, muescas de sobra en el revólver y la mirada más apagada a cada año que pasaba.
—¿Sabes qué, Hem?
—Dime, Bogie.
—Probablemente, estas copas no sirvan para agradecerte una verdad ineludible.
—¿De qué se trata, compañero?
—De que tú me salvaste la vida.
—¡Caray! Pensaba que aguantarías más el alcohol, colega. Estás empezando a desvariar.
Bogart mantuvo su gesto serio y continuó:
—Si no llegas a escribir tu peor novela, no existiría Tener y no tener, y por tanto no existiríamos Bogart y Bacall. Yo sería un borracho, igual que ahora, pero un borracho triste. Tú me hiciste un borracho feliz, y siempre estaré en deuda contigo. Recuerdo que al empezar la película, mi exmujer y yo andábamos a palos. Un día llegó a clavarme un cuchillo… Pero soy de piel gruesa, aunque esté escuchimizado… En Tener y no tener conocí al amor de mi vida. Y doy gracias por ello cada día. No sé cuántos whiskies me quedarán por tomar, pero sí sé que todos ellos sabrán bien gracias a tu novela mala.
—Brindemos por ello, compatriota.
—Y por las noches en Madrid que no volverán, y los dos americanos que dejaron sin reservas y exhaustos a los camareros del mejor bar del lugar.
—Amén a eso.
Humphrey Bogart murió de cáncer de esófago cuatro años después, dejando sin padre a dos niños pequeños. Lauren Bacall permaneció a su lado hasta el último momento. Ernest Hemingway murió 8 años después de consumar su segundo intento de suicidio en su casa de Cuba. Antes había estado en consulta psiquiátrica y había sido sometido a electroshocks a causa de su depresión. Los dos nacieron en 1899 y vivieron a su manera, como dicta la canción de Frank Sinatra.
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