Cuando le tocó pagar de su bolsillo y con su presupuesto, la arquitecta egipcia matizó un tanto la generosa máxima atribuida a Eva Perón. Sí, donde hay una necesidad hay un derecho, pero también una responsabilidad, advirtió el lunes 28 de julio de 2010, levantándole el dedo a los sindicalistas de la Carta del Lavoro, que le exigían por entonces mayor poder adquisitivo para sus bases. Dos años más tarde, cuando la recesión de su segundo gobierno ya estaba desatada, teorizó que al peronismo tradicional le faltaba un concepto: “Además de los derechos están las obligaciones”. Gran reivindicación retrospectiva para el doctor Carlos Rosenkrantz, a quien mandó fusilar mediáticamente estos días por merodear aquellos mismos argumentos del sentido común. Sendas piezas oratorias pueden leerse en la página 134 de “Cristina y la historia”, donde Camila Perochena analiza más de 1500 discursos de la Pasionaria del Calafate.
Este singular ensayo ilumina el uso intensivo que la actual vicepresidenta le dio a la historia vernácula para edificar con ella un relato épico, divisionista y agonal que le sirviera de combustible, cohesión y coartada; las gruesas manipulaciones que practicó pueden leerse también como una muestra cabal de la gran matriz de adoctrinamiento que actualmente se institucionaliza a través de escuelas de Baradel, los medios públicos y diversas muestras en el ámbito del Estado, donde funcionarios y pedagogos siguen sus caprichos historiográficos con disciplina y devoción. Allí está perfectamente delineado su panteón de los héroes, que parte de los revolucionarios de 1810, sigue por los caudillos federales, salta a los líderes del primer peronismo, se detiene muy especialmente en la “juventud maravillosa” de los años 70 y culmina en la dinastía Kirchner y sus “pibes para la liberación”. Belgrano, que murió en la pobreza, le resulta seductor y además un espejo: también él fue un abogado exitoso que lo dio todo por la causa. Rosas, esa especie de fascista anticipado (Sebreli dixit), es fuertemente reivindicado; la Mazorca brilla por su ausencia. Hipólito Yrigoyen —a quien Perón ayudó a derrocar, de quien los justicialistas quieren apropiarse y con quien siempre tientan a los radicales populistas e ingenuos— forma parte de esa misma galería de próceres. Y los violentos de la JP Tendencia son acogidos, obviamente, con afecto y con memoria selectiva. Un discurso en Catamarca los alude particularmente, y de paso le sirve a la doctora para relativizar moralmente la conducta de los probos; permiso oficial para ensuciarse si es que cultivan la convicción correcta. Durante ese discurso tan especial fustiga la “historia edulcorada” del “Billiken” y recuerda acertadamente que French y Berutti —dos barrabravas de la época— no repartían escarapelas para celebrar sino para marcar a los patriotas a quienes debían entregar la armas si el virrey no obedecía. Indignada, Cristina Kirchner pedía allí que le contaran la “verdad” al pueblo: “Esos hombres y mujeres no fueron santos ni ángeles. Y eso es, en definitiva, lo que los ha hecho diferentes; no eran perfectos, pero dieron su vida por un proyecto colectivo de país y nación”. Los militantes de la organización Montoneros y los “chicos” de La Cámpora —cada uno en su contexto y con sus crímenes y pecados— pueden dormir sin remordimientos. El fin justifica los medios, la Historia los absolverá.
El libro de Perochena recuerda la omnipotencia y, por qué no decirlo, el talento que la señora supo tener para hipnotizar a su público, para trazar una línea entre buenos y malos, para reactivar la política como conflicto eterno y para forjar con la historia un tejido de ideas que procuraban una hegemonía. Examinando sin demagogias las actuales supercherías retrógradas de una parte importante de esta sociedad, se puede decir que su colonización mental tuvo pleno éxito, y que en parte su marido y su hijo guardaban razón aquella noche de los festejos del Bicentenario, cuando ya a solas en Olivos, se dijeron: “Con esto los quebramos, les ganamos la batalla cultural”. También es cierto que aquellas páginas demuestran, por contraposición con este patético presente lleno de consignas gastadas y vacías, el enorme deterioro intelectual que sufre la gran maga. Ha sido apenas hábil para despegarse un poco del acuerdo con el FMI, pero no le resulta sencillo explicar ahora lo inexplicable: la sucesión de errores que comete a diario su cuarto gobierno kirchnerista, los papelones políticos e institucionales que protagonizan sus delegados directos, y sobre todo el desastre social y económico que se avecina. Ha sido precisamente ella quien instaló, a través del off the record de sus delfines, no solo el presagio de un estallido social o al menos de un macro accidente cambiario, sino también su desprecio definitivo ante la inhabilidad gestionaria de Alberto Fernández y la segura derrota electoral del Frente de Todos. Un daño insólito y considerable, surgido de las mismísimas usinas del Instituto Patria.
Tal vez pretendiendo reproducir los viejos y efectivos shows de antaño, narró los otros días una historia de YPF llena de mentiras y agujeros, y le revoleó la lapicera al Presidente y le recriminó su presunta debilidad con las corporaciones, sin advertir acaso que eran sus propios muchachos de la Secretaría de Energía quienes supuestamente la habían cometido. Como en una película de los hermanos Coen, el malentendido desató una serie de tragicómicos equívocos, odios histéricos y episodios graves, que acabaron con una renuncia ministerial, denuncias públicas cruzadas que sacaron los trapitos al sol y la apertura de un expediente penal en Tribunales. Una chapuza pocas veces vista, indigna de aquella reina autocontrolada de los relatos y las puestas en escena. Hoy fallan al mismo tiempo el guion, la dirección de actores y la actriz principal; la obra es pobre y vuelan tomatazos. Algo de esa nueva precariedad creativa se vio también en su empecinamiento por demostrar —a propósito de una broma poco feliz de un supermercadista— la maldad de los remarcadores de precios, como si Roberto Feletti —intensamente derrotado por la realidad— no hubiese sido un gendarme suyo en la materia, y como si el egoísmo de los hombres de negocios fuera la razón central de este extraño fenómeno: somos el segundo país más inflacionario del planeta. Pero, claro está, se trata de una “inflación autoconstruida”, como salió rápidamente a explicar el jefe de Estado: su voz no llegaba a oírse muy bien por el ruido incesante de la fábrica de billetes, que trajina día y noche. Pocas horas después, la reina de la calle Juncal detectó que Arcor abriría una planta en Angola, y le pidió a La Cámpora que saliera a reivindicar aquel viaje estrafalario que ella misma lideró y que entonces produjo, con toda justicia, vergüenza ajena. Esta reivindicación fue un acto conmovedor, que demuestra la fragilidad emocional de quien busca desesperadamente salvar la imagen de su última presidencia. Todo es historia.
Queriendo agradarla y con los cariñosos consejos de Maduro, Fernández viajó a Estados Unidos para defender a los Videla y Pinochet del siglo XXI y a voltear a quien denunció sus crímenes de lesa humanidad desde la OEA, y a explicarle al mundo que nuestro potencial no puede desarrollarse no por culpa de la negligencia y la corrupción argentas, sino por la codicia de la sinarquía internacional. Un episodio que también quedará en la historia. En la historia negra de nuestro país.
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*Artículo publicado en el diario La Nación de Buenos Aires
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