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El círculo imborrable, de Santos Jiménez - Zenda
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El círculo imborrable, de Santos Jiménez

Gran lector desde niño, Santos Jiménez escribe poesía y narrativa. Ha trabajado en diversos oficios, pero nunca ha abandonado el campo, al que ha dedicado las horas de luz del día mientras guardaba las noches para escribir. El círculo imborrable nace de testimonios de mujeres y hombres de Cuevas del Valle que no querían llevarse...

Gran lector desde niño, Santos Jiménez escribe poesía y narrativa. Ha trabajado en diversos oficios, pero nunca ha abandonado el campo, al que ha dedicado las horas de luz del día mientras guardaba las noches para escribir. El círculo imborrable nace de testimonios de mujeres y hombres de Cuevas del Valle que no querían llevarse a la tumba el horror vivido y se decidieron a hablar con él.

Zenda publica el prólogo que Esperanza Ortega ha escrito para El círculo imborrable, de Santos Jiménez.

***

Pero no volaron pájaros sino pólvora y cohetes; el cielo se llenó de pequeños manojos de humo y el aire de explosiones, porque ese día en Covalverde eran vísperas de fiesta.

Así termina El círculo imborrable, con esta invocación a la esperanza, en una tierra que a lo largo de la novela se nos ha mostrado como símbolo de la tragedia de la Guerra Civil: el humo y las explosiones, que en 1936 hubieran aterrorizado a su población inerme, ahora son indicio de celebración y alegría. Sin duda es bueno que así sea, pero la tranquilidad con la que los turistas pasean, disfrutando de su paisaje, no debe esconder la verdad que permanece enterrada bajo sus campos fértiles, la verdad de tantos hombres y mujeres anónimos, víctimas de la violencia y la injusticia. Para que su memoria no se pierda definitivamente es para lo que Santos Jiménez escribió este libro, porque sus voces trasmiten un mensaje que debe ser escuchado antes de que empiece la fiesta, precisamente para que todos puedan disfrutarla en paz y en armonía.

Comienzo a escribir este prólogo justo cuando acabo de terminar la lectura de la novela, todavía conmocionada por las escenas que su autor ha conseguido revivir en sus páginas. La acción empieza en los últimos días de julio de 1936, momento en que el gobierno republicano se ve amenazado por las tropas sublevadas en contra del orden constitucional. En los ayuntamientos del valle del Tiétar, que es donde transcurre la acción, muchos de los ediles electos pertenecían al Frente Popular. En Cuevas del Valle (Covalverde en la novela) ostentaban mayoría absoluta. Por tanto, no debe extrañar que los vecinos colaboraran en la defensa de sus pueblos contra la caballería rebelde del Ejército del Norte que los amenazaba. Hasta allí se desplazó la Columna del Rosal, formada por milicianos anarquistas y ayudada por esos vecinos sin apenas formación militar, deficientemente armados y con munición escasa. Y allí, en el puerto del Pico, en plena sierra de Gredos, se produjo la primera victoria del ejército faccioso, el día 5 de septiembre. Ese perímetro tan pequeño ­–el del valle del Tiétar y, en él, el Barranco de las Cinco Villas– y ese periodo de tiempo tan corto –apenas dos meses– podrían ilustrar lo que fue la Guerra Civil, que duró tres años y recorrió de norte a sur la geografía española. En aquellos primeros meses murieron asesinadas en Cuevas del Valle más de sesenta personas: diez hombres, víctimas de la represión de los milicianos, y las otras cincuenta, mujeres, hombres y hasta algún niño, víctimas de los partidarios del levantamiento militar. Cinco por uno, en una población de campesinos que superaba por poco el millar de habitantes. Al final de la guerra la cifra se iría incrementando hasta llegar a un diez por ciento, diezmando la población, y siempre con la misma desigualdad: trece víctimas de los partidarios de la rebelión y alrededor de noventa republicanos.

Algo parecido es lo que encontraría el lector que buscara información en la Wikipedia sobre los acontecimientos que se suceden a lo largo de las páginas de El círculo imborrable, datos objetivos que en absoluto justifican la conmoción que sentimos mientras permanecemos enfrascados en su lectura. En esto estriba la diferencia entre la mera enumeración informativa de unos hechos incuestionables y una narración auténtica, entendida como aquella que posee un lenguaje capaz de expresar el horror, el deseo, el miedo, la vergüenza, la cobardía, la generosidad, la emoción en definitiva, que son connaturales a la vida. Y así como, tras décadas de espera, hoy se exhuman los restos abandonados en las cunetas durante la Guerra Civil, así también el relato de los hechos pretende hacer audible la voz silenciada de aquellos que fueron brutalmente enmudecidos. Esto es lo que a mi juicio ha conseguido Santos Jiménez.

En los primeros capítulos de El círculo imborrable, el autor nos enfrenta a la cruel insensatez de los milicianos arrogantes, ajenos en su mayor parte a los vecinos del Valle, que apresaron y asesinaron a algunos partidarios y defensores del golpe de estado, asaltaron las iglesias y mataron a varios sacerdotes; aunque no es su tragedia la que busca descubrir este libro, como tampoco hace falta que se exhumen hoy los cuerpos de aquellas víctimas que fueron enterradas a los pocos días de su muerte con el boato propio de los vencedores, con derecho a una tumba y un nombre indeleble. No, hoy se buscan los restos de los campesinos que sufrieron las brutales represalias y todavía permanecen abandonados en el campo. Y Santos Jiménez ha asumido la responsabilidad de contar sus tragedias anónimas, con la intención de arrancarlas de la fosa común del olvido; gente sencilla que se había dedicado a labrar la misma tierra durante generaciones, arrieros y cabreros, en su mayor parte analfabetos. Ellos y sus mujeres y en muchos casos sus hijos, niños aún, sufrieron una represión organizada y brutal, destinada a «barrer» de adversarios la zona que los «nacionales» consideraban enemiga. Para eso, para recoger esas voces, para dar cuenta del llanto y del grito, de la verdad en definitiva, es para lo que se escribió este libro. Y también para conseguir lo que parece imposible, pero que es el milagro de la literatura: crear algo memorable con materiales tan poco atractivos como la injusticia y la crueldad más banales, algo tan hermoso como para que el lector desee que la obra no acabe cuando llega a sus últimas páginas, que el relato continúe aún a pesar de la conmoción que supone su lectura.

¿Entonces es Santos Jiménez el que nos cuenta en primera persona la historia que recogió de sus mayores? No. Santos Jiménez da voz a los protagonistas que la sufrieron y que han estado acallados durante casi noventa años. Voces que clamaban por ser escuchadas y que emergen ahora desde la memoria de los vecinos ya ancianos: voces de niños asustados y perplejos, de mujeres ateridas de miedo y de rabia, de viejos campesinos, de rudos labradores resignados… En definitiva, la voz común, el clamor colectivo de todo un pueblo sacrificado en un holocausto tan absurdo como salvaje.

Clamor de muchos, muchos tan perdidos
Que ni saben de tantos
Ya perdidos, su propia muchedumbre…

decía el poeta Jorge Guillén en Clamor, un libro escrito al filo de la Guerra Civil. Este clamor ensordecido, pero nunca acallado del todo, es el que recoge Santos Jiménez en El círculo imborrable. De esta manera el autor ha conseguido convertir en obra literaria, hermosa y memorable, los datos fríos y objetivos que cualquiera podría encontrar en una enciclopedia.

Nos llama la atención el hecho de que entre esas voces no abunden únicamente las de los hombres en edad de luchar, sino que sean las voces femeninas las que protagonicen muchos de los capítulos. La razón hay que buscarla en el propio relato: al haber huido los hombres, tras la derrota del puerto del Pico, son sus esposas, sus madres y sus hijas las víctimas del sadismo represor. Así aparecen como auténticas heroínas de la resistencia mujeres cuyo único crimen había sido el de trabajar sin descanso para atender a su familia y ayudar en las faenas del campo. Torturadas de manera terrible antes de morir, pero también vejadas sin compasión en ceremonias atroces, tras haber sido rapadas y expuestas desnudas en la plaza pública. Mujeres humilladas, en definitiva, desde jovencitas hasta ancianas, todas ellas objeto de irrisión y de escarnio. Resistir, resistir y esperar…, esas fueron sus hazañas tan poco valoradas en los manuales de Historia pero tan bien representadas en este libro.

Entonces, en medio de tanta sombra, ¿en dónde se sitúa el foco que en muchos momentos inunda las páginas de El círculo imborrable con un extraño resplandor? Yo creo que esa luz emerge de la tierra, del paisaje que unas veces se muestra como edén añorado y otras veces como un valle de lágrimas. Santos Jiménez, que pertenece a esa tierra y ha trabajado él mismo en sus campos fértiles, consigue que veamos la claridad de sus amaneceres, que sintamos el bochorno de sus veranos calurosos, que temblemos mientras contemplamos caer los copos de nieve y que admiremos la magnitud de sus noches estrelladas. En ese sentido, El círculo imborrable es un canto de amor a una tierra que ha sabido resistir los envites de la historia y todavía hoy es visitada por turistas que no sospechan que allí, debajo del suelo que pisan, están enterrados tantos deseos incumplidos y tantas esperanzas deshechas.

Pero hay algo más que esta novela intenta rescatar del olvido: el léxico de las gentes de esa parte fronteriza de la provincia de Ávila, compuesto por palabras que eran la única pertenencia que los pobres habían trasmitido durante generaciones, un lenguaje que dota de identidad a los seres anónimos, pues no poseen otra herencia que dejar a sus hijos: términos como «regajo», «atalantar» o «cachavena», por citar algunos de los que a mí me parecieron más raros en una primera lectura. A esas palabras Santos Jiménez las ha exhumado como se exhuman los restos de los cuerpos antes de que, convertidos en polvo, desaparezcan en las cunetas y los pozos. Y el resultado es un lenguaje vivo que, poco a poco, mientras el lector lee la novela, le va siendo cada vez más comprensible hasta llegar a resultarle familiar.

Con un lenguaje uniformado, como es el propio de los medios de comunicación, hubiera sido imposible llegar hasta el alma del pueblo, cuya expresión es la finalidad última de este relato, el alma del pueblo escondida en lo más profundo de la tierra, entre las raíces de las plantas y los esqueletos de hombres y animales. Un alma que, sin embargo, algunos atardeceres sobrevuela el cielo del Valle, entre cúmulos de nubes y ecos de palabras, que cuando la Guerra Civil ya sea solo un nombre en un libro de texto, El círculo imborrable habrá contribuido a que permanezcan vivas, inalterables como la verdad misma, impasibles al paso del tiempo y al eterno retorno de las estaciones.

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Autor: Santos Jiménez. Título: El círculo imborrable. Editorial: El Mono Libre. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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