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El cine como fascinación y reflexión. Basilio Martín Patino, de Javier Tolentino

El séptimo arte, a medida que fue formando su propio lenguaje o gramática, llegó a servir como instrumento de manipulación por parte de sus creadores o del poder —e incluso por parte de ambos a la vez—. Será cuando muestre su independencia y su valor como instrumento para el pensamiento cuando pueda considerarse ético y...

Tiene el cine, como parte de las artes, una serie de compromisos adquiridos para considerarse como tal: construir poéticas capaces de provocar el deleite de quien las contempla —desarrollando el goce, la sensibilidad—, fomentar el pensamiento y el aprendizaje —no ya sólo sentimental sino cultural y racional— y, al amparo de ésto, su espíritu crítico. Algo fundamental en estos tiempos que corren, tan embarrados por la deshumanización y esa “ceremonia de la confusión” fomentada por la política, los medios de comunicación y determinados sujetos anónimos que construyen, desde su sombra, noticias e incluso imágenes falsas.

El séptimo arte, a medida que fue formando su propio lenguaje o gramática, llegó a servir como instrumento de manipulación por parte de sus creadores o del poder —e incluso por parte de ambos a la vez—. Será cuando muestre su independencia y su valor como instrumento para el pensamiento cuando pueda considerarse ético y válido en la construcción de un futuro progresista y humano. No han sido muchos los nombres propios que han logrado tamaña hazaña, pues quien la personifica corre el peligro de ser relegado al ostracismo por parte de la sociedad, a quien no suele gustarle verse reflejada en su trabajo especular. Para llevar a cabo ese cometido hace falta integridad. La mejor forma de no traicionar es ser fiel a uno mismo, y de eso sabía y mucho el creador salmantino Basilio Martín Patino. Él mismo afirmó no hacer cine para los demás sino para sí mismo, algo que debe prevalecer siempre en el arte. Si un creador o una creadora no trabajan desde dentro de sí mismos, no habrá honestidad. Qué duda cabe. Pero ¡qué difícil resulta conocerse a uno mismo! Basilio lo logró o, al menos, trabajó para conseguirlo a lo largo de toda su vida a través de su arte. Necesitaba un libro que hiciese justicia a su vida y a su trabajo, y éste nos llegó el pasado 23 de febrero de la mano del genial e inclasificable Javier Tolentino y de la prestigiosa editorial Cátedra, en su colección «Signo e imagen / Cineastas».

"Quien se acerque a la lectura de este libro disfrutará sumamente de la narrativa en cada uno de estos capítulos que conforman la biografía patiniana"

Salmantino y cineasta como Patino es Tolentino. La de ambos fue una amistad que perduró en el tiempo, forjando el primero la forma de ver el mundo del segundo. Así lo explica éste: “Yo era un crío interesado por la fotografía, el cine y la literatura rusa. […] Le debo a Basilio esa mirada, esa insistencia en la libertad y en la búsqueda de la forma”. La “ética” y la “estética” como decíamos, en suma. Es por ello que este volumen se hace todavía más poderoso y único, pues quién mejor que Tolentino podría acercarse a la vida y obra del maestro para rendirle su merecido homenaje. La prueba está en los numerosos textos que a modo de confidencia,comparte como fruto de las numerosas conversaciones entre ambos en el espacio y el tiempo.

Tolentino describe de forma única la personalidad de este cineasta tan —a mi juicio— difícil de condensar: alumno de la mítica Escuela de Cine de Madrid, impulsor de las históricas Conversaciones de Salamanca —donde se debatió y defendió un futuro digno para el cine español en pleno 1955—, creador de películas inaugurales de este nuevo cine como Nueve cartas a Berta (1965) o Del amor y otras soledades (1969) —donde el lenguaje y propuestas de movimientos como la Nouvelle Vague francesa o el neorrealismo antonioniano están presentes—, realizador de films inclasificables,  polémicos e incluso clandestinos como Canciones para después de una guerra (1971), Queridísimos verdugos (1973) o Caudillo (1974) durante el franquismo —a camino entre la creación y el documento—, productor incluso de una cadena independiente de televisión —El búho (1981)— y de una revista audiovisual —La nueva ilustración española (1984)—, o auténtico pionero en el empleo tecnológico, adelantándose a aplicaciones digitales, sitios web o softwares como Youtube, Skype o Zoom —gracias a la inestimable ayuda de su hijo Pablo Martín Pascual—.

"Basilio era un coleccionista empedernido de estos objetos o inventos del cine más primitivo, al igual que le gustaba, como niño que era, coleccionar imágenes y jugar con ellas desde la seriedad adulta"

Quien se acerque a la lectura de este libro disfrutará sumamente de la narrativa en cada uno de estos capítulos que conforman la biografía patiniana. La escritura de Tolentino es poética y a la vez certera en el esbozo de su retrato: “Basilio no fue lo que muchos dicen que fue, ni documentalista, ni historiador y mucho menos un cineasta político y militante al estilo de Constantin Costa Gavras o Ken Loach. El autor de Nueve cartas a Berta sabía que la historia pertenecía a juglares y poetas, que un verso de Borges, un poema de Paul Verlaine o un texto de Friedrich Hölderlin se acercarían más a la memoria y a la emoción que un tratado histórico. Basilio buscó siempre la empatía con el espectador, sabía que quien pagaba la entrada debía ser el último guionista, el último montador de sus películas. Creía en la fascinación y la magia de la luz proyectada en la pantalla y no podía permitirse repetir y copiar lo que otros habían hecho. Es importante conocer a Basilio, que las nuevas generaciones de espectadores conozcan su cine porque se encontrarán con un mago y un poeta (un Lumière y un Méliès, al mismo tiempo)”.

Para Tolentino, resulta muy importante recalcar la faceta lúdica de Basilio, como ese niño que siempre fue, deseoso de descubrir la magia de las imágenes en movimiento, de su capacidad alquímica, pero también de defender esa naturaleza primera del ser humano donde brilla la libertad a toda costa. Por ello, para no depender de los demás y poder hacer los proyectos en los que él creía, fundó su productora La Linterna Mágica, tan ligada en su título a ese primer y maravilloso aparato que generó la ilusión de imágenes vivas. Basilio era un coleccionista empedernido de estos objetos o inventos del cine más primitivo, al igual que le gustaba, como niño que era, coleccionar imágenes y jugar con ellas desde la seriedad adulta, confiriéndoles un empaque nuevo a través del montaje dialéctico presente en sus películas. Como bien dice Tolentino, Canciones para después de una guerra —su película quizá más emblemática— no será sino parte de ese juego: “Basilio es rebelde, insumiso, libre, independiente y, sobre todo, un niño que juega, que colecciona cromos, los cambia y los monta sobre su álbum”. En definitiva, es “un gran puzle de una de las páginas más tristes y trágicas de nuestra historia”. Más allá de una mirada visual y sonora de la Guerra Civil española y su posguerra, es un atesoramiento de documentos gráficos, cinematográficos y musicales con los que armar un discurso propio y abierto, que propone su reflexión al espectador.

"Ese ímpetu, arrojo e ilusión será el que le lleve a fomentar dentro de sus trabajos el carácter emotivo y reflexivo de las imágenes, esto es: el componente fascinante que tiene el cine"

Pero Martín Patino fue mucho más que eso: fue un pionero del cine-ensayo, un pensador de las imágenes, un prestidigitador capaz de hacerlas hablar y cuestionar su naturaleza, jugando con la realidad y la ficción. Esto le valió salirse de los circuitos comerciales, la incomprensión de buena parte del público, de la crítica y de los poderes establecidos en las distintas etapas en las que trabajó como cineasta y como “cinemista” —ese término tan valdelomariano para referir a esa mezcla de cine y alquimia—.

“El éxito no es garantía de calidad. Las rebeldías siempre se pagan”, dirá Stéphane Lupasco, uno de los personajes-alter ego creados por Patino y en los que, como muy bien dice Tolentino, el cineasta “destila su discurso”: “Soy un falsario que se inventa otros falsarios para que hablen de mí”, dijo de sí mismo el creador de nombres como los de Lorenzo Carvajal (Nueve cartas a Berta), Hugo Escribano (La seducción del caos) o Hans Rüdiger Vogler (Madrid). Este último completa, de boca de Basilio, lo expuesto por Stéphane: “Hay que elegir entre recompensa o libertad”. Muy probablemente, Patino pudo conformar su “coraje por la independencia” a raíz de los “espacios y territorios de su infancia”, vivida en su Salamanca natal. Así lo expone Tolentino en su tesis, como una —a mi juicio acertada— “intuición”: “Dice la leyenda salmantina que allá en las aldeas y pueblos, en la raya con el río Duero y con Portugal se forjaron temperamentos rebeldes e indómitos, quizá por ser zonas aisladas y donde cualquier circunstancia adversa ponía a prueba ese coraje del que hablamos”.

"La labor recolectora audiovisual de Basilio no puede entenderse sin uno de sus más llamativos hobbies: el de atesorar objetos producidos desde la técnica y para la recreación fantástica de imágenes fijas y en movimiento"

Ese ímpetu, arrojo e ilusión será el que le lleve —junto al deseo de creer en lo posible de lo imposible, experimentado por primera vez en la infancia y desarrollado posteriormente con la utopía— a fomentar dentro de sus trabajos el carácter emotivo y reflexivo de las imágenes, esto es: el componente fascinante que tiene el cine. Por encima de su carácter político o ideológico e, incluso, presumiblemente documental: “El cine no tiene por qué ser verdadero o falso, es un espectáculo cuyo objetivo es la fascinación, la gran ilusión”. De ahí que describiese su labor de la siguiente manera: “Yo hago películas que no son púlpitos ni cátedras de sociología, sino, por encima de todo, espectáculo, combinaciones de imágenes de ritmos… Naturalmente, me informo lo mejor que puedo, recojo todas las versiones posibles, pero después las mezclo, hago un puzle con los datos, los manipulo y se los ofrezco al espectador para que colabore, creando él su propia película, como un ser mayor de edad”. Patino ejerce aquí de chamarilero, recolector de elementos disgregados pertenecientes a un todo, trapero de fragmentos en el mejor sentido walter-benjaminiano. Y todo para ser el mejor hijo de su tiempo: un auténtico representante de la postmodernidad, donde los elementos del pasado y del presente se funden en un todo para que sea el espectador el encargado de ordenarlos, darle sentido y coherencia, comprender el por qué han podido ser convocados bajo el criterio de su recolector y recreador. De esta forma se produce un doble “espigar” —término que emplea muy acertadamente Tolentino, en su sentido más vardiano—: el del creador y el de quien contempla lo espigado por éste y lo vuelve a tamizar, desde su conocimiento, experiencia y cultura. “Un carnaval de imágenes alborotadas que se van poniendo en orden. Eso es la memoria”, expresó Patino. Él era perfectamente consciente de ese habitar el presente, lo demostró citando un fragmento de Introducción a la estética de Hegel durante su discurso honoris causa en la Universidad de Salamanca: “Toda obra creativa pertenece a un tiempo, a un pueblo, a un medio”.

La labor recolectora audiovisual de Basilio no puede entenderse sin uno de sus más llamativos hobbies: el de atesorar objetos producidos desde la técnica y para la recreación fantástica de imágenes fijas y en movimiento: “Debo confesar que no he tenido nunca vocación de coleccionista, de nada, por más que casi siempre me haya visto atraído por objetos insospechados. Sobre todo, si no valen para nada. […] Me ha satisfecho plenamente el dar con algunas muestras, las suficientes para apuntalar, desordenadas e incompletas, mi coyuntural puzle”.

"Como bien dice Tolentino, Patino mostró al espectador que únicamente desde la poesía, desde la creación y desde la fascinación se puede agitar un poquito a una sociedad que está convenientemente bien atada"

Tolentino, a su vez, refiere al compendio de elementos de los que Patino se vale, como creador postmoderno, para idear su propia receta. Herramientas y técnicas que le convirtieron en un auténtico profeta de lo audiovisual: “Inventor, precursor y pionero en el uso de formas y mecanismos que con el paso del tiempo se han hecho cotidianos en el cine. La forma del tratamiento de las músicas, el cambio total de estructura en el llamado cine documental, el doblaje de la voz de sus actores para jugar con distintos planos desde ese diseño del sonido que permite la voz en off, mezcla de actores profesionales con no profesionales, la construcción de un texto cinematográfico a partir de las experiencias de testigos directos de un hecho histórico, la incorporación de diversos elementos y convertirlos en puntuación cinematográfica como carteles, fragmentos y documentos. La intención poética en el montaje y, por supuesto, su traviesa y peligrosa combinación entre lo verdadero y falso, entre la realidad y la ficción, ese deslizamiento en el alambre que ha despertado en muchas ocasiones críticas, un cierto desdén y más de una fisura”. Lo cierto es que Patino generó en su tiempo todo tipo de debates con sus trabajos, lo que los convertía y convierte en verdaderas obras vivas, suscitando siempre el interés de quienes las consumen. Como sus predecesores —Eisenstein, Kuleshov, Godard, Varda— y como quienes le sucedieron —Erice, Costa, Kaurismäki, Guerin, Lacuesta, Siminiani—, exploró las cartografías de lo posible atendiendo a las lecciones existentes y amplió dichos territorios, convirtiéndose en maestro. Y es que, como bien dice Tolentino, Patino mostró al espectador que “únicamente desde la poesía, desde la creación y desde la fascinación se puede agitar un poquito a una sociedad que está convenientemente bien atada”.

Como coda a este ensayo, desde mi pequeña gran admiración por Patino he de decir que leyendo este libro fascinante he comprendido todavía más por qué desde siempre me he sentido atraído por la figura de este cineasta —al que conocí de forma intuitiva, ya en la adolescencia—. Tuve la fortuna de tratar con él en 2012, cuando asistió como invitado a la segunda edición de Geografías Humanas, unas jornadas de cine-ensayo que un grupo de compañeros de carrera y amigos gestamos en la madrileña Facultad de Bellas Artes. Para la proyección previa al coloquio en torno a su film Queridísimos verdugos, aporté el DVD de la película utilizado. Además de este film, Patino presentó su último proyecto, Libre te quiero (2012), película donde, desde su título, resonaban las voces de sus amigos Agustín García Calvo y Amancio Prada. Un canto de amor y un homenaje a esa juventud cansada de su futuro incierto y de unos gobernantes que habían demostrado, una vez más, su capacidad para el descontento de la población. Supuso, como todas las presencias públicas del maestro, un auténtico regocijo para los asistentes, demostrando su capacidad para la reinvención como parte de su sempiterna juventud. Fue la última parada en su continuo viaje, su —como expresa Tolentino— último capítulo desde la calle, desde la utopía, semilla que siempre depositó en una y cada una de sus películas”.

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Autor: Javier Tolentino. Título: Basilio Martín Patino. Editorial: Cátedra. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

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Javier Mateo Hidalgo

Javier Mateo Hidalgo (Madrid, 1988) es Doctor en Bellas Artes, crítico cultural y profesor. Colabora en periódicos como El Imparcial y revistas como Ethic, Zenda (XL Semanal), El cuaderno, Culturamas, Melómano, Ritmo, Archivos de la Filmoteca, Quaderns de cine, Anales de la Literatura Española, CILH o Re-Visiones. Ha publicado los siguientes poemarios: 'El mar vertical' (Ayto. de Madrid, 2019 [accésit del Certamen Literario Leopoldo de Luis]); 'Ataraxia' (Almadenes, 2022); 'La imagen sonora' (Vitrubio, 2023). Es autor también del libro 'De la llegada en tren a la salida en caravana: 126 hitos de la historia del cine (1895-2021)', publicado en la editorial NPQ (2022).

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