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El canon oculto de José Manuel Sánchez Ron - Zenda
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El canon oculto de José Manuel Sánchez Ron

Acaba de publicarse El canon oculto (Crítica abril 2024), en el que el historiador y académico José Manuel Sánchez Ron ha seleccionado y comentado los, en su opinión, 100 libros de ciencia más importantes de la historia. ZENDA recoge aquí el comienzo de la “Introducción”, así como uno de los capítulos, el protagonizado por el...

Acaba de publicarse El canon oculto (Crítica abril 2024), en el que el historiador y académico José Manuel Sánchez Ron ha seleccionado y comentado los, en su opinión, 100 libros de ciencia más importantes de la historia. ZENDA recoge aquí el comienzo de la “Introducción”, así como uno de los capítulos, el protagonizado por el libro del médico inglés, y pionero en la vacunación, Edward Jenner (1749-1823): An Inquire into the Causes and Effects of the Variolae, a Disease Discovered in some of the Western Countries of England, particularly Gloucestershire and known by the name of The Cow Pox (Una investigación sobre las causas y efectos de la variola, una enfermedad descubierta en algunos condados del oeste de Inglaterra, en particular; 1798). Una muestra de la riqueza de esta obra, que no conoce análogo ni en español ni en otras lenguas, en la que aparecen libros de, entre muchos otros, Aristóteles, Ptolomeo, Galeno, Copérnico, Galileo, Newton, Lavoisier, Linneo, Cuvier, Gauss, Darwin, Humboldt, Maxwell, Ramón y Cajal, Pavlov, Einstein, Schrödinger, James Watson, Rachel Carson, Dian Fossey, Sagan, Dawkins, Hawking y Oliver Sachs.

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INTRODUCCIÓN

Este libro es fruto de una vida, de mis lecturas a lo largo de los años, y de un compromiso, ¿moral?, el de rebatir la tan extendida costumbre que conforma los cánones de lo mejor que la humanidad ha producido a lo largo de la historia incluyendo únicamente obras de literatura, con ocasionales textos de filosofía e historia. Con la excepción de The Origin of Species de Charles Darwin, rara vez asoman en esos cánones textos de ciencia, como si la lectura, el conocimiento de éstos no formase parte de la Cultura, y no pudiesen dar a sus lectores placer, además de acceso a lo mejor de la sabiduría que los humanos han producido.

Quiero cumplir con este compromiso personal antes de que mis días se acorten, mi memoria se nuble y mi ánimo se vaya derritiendo. Así será, en qué medida, por supuesto no lo sé. He necesitado de días completos, de memoria fiable y de ánimo suficiente para compilar este canon de cien libros de ciencia que estimo merecen no ser olvidados y, si es posible, leídos. Se trata, debería ser innecesario decirlo, de una selección personal, idiosincrásica y, sin duda, escorada hacia lo que se denomina “Occidente”, pero abrigo la esperanza de que aunque otros juicios no compartan mis elecciones y echen en falta algunos títulos y autores, los que aquí aparecen no dejen de merecerlo.

"Arquímedes será recordado cuando Esquilo haya sido olvidado, porque los idiomas mueren pero no las ideas matemáticas"

Me apresuro también a decir que en modo alguno pretendo minusvalorar las obras de esos otros cánones más frecuentes, los literarios. ¿Cómo negar la importancia que han tenido las obras que incluyen? ¿Cómo olvidar a Homero, Dante, Teresa de Jesús, Cervantes, Shakespeare, Goethe, Dickens, Dostoyevski, Virginia Woolf, Kafka, Brecht, García Márquez y tantos otros? ¿O a Platón, Herodoto, Montaigne, Voltaire, Kant, Gibbon, Adam Smith, Malthus, Marx, Toynbee, Isaiah Berlin y Gombrich? Lo único que pretendo es recordar que la ciencia no es, en absoluto, menos importante; de hecho, a la larga, cuando el tiempo se haya extendido tanto que el pasado sea necesariamente una tenue sombra de lo que fue, acaso se cumpla el vaticinio que el matemático G. H. Hardy —protagonista del capítulo 83 — realizó en un emocionante libro, A Mathematician’s Apology (1940): “La matemática griega es ‘permanente’, más permanente incluso que la literatura griega. Arquímedes será recordado cuando Esquilo haya sido olvidado, porque los idiomas mueren pero no las ideas matemáticas. «Inmortalidad» puede ser una palabra estúpida, pero probablemente sea un matemático quien tenga la mejor oportunidad de comprender lo que quiere decir”. Y quien dice “matemática” puede decir, aunque sus contenidos, sus leyes sean más cambiantes, física, química, biología o cosmología, las ciencias más fundamentales.

"Además de contribuir a esculpir la historia, los grandes libros de la ciencia poseen sus propias, específicas, historias"

He procurado seleccionar para este canon, libros que sean lo más “accesible” posible al común de los lectores, pues bien sé que la ciencia requiere de ciertos conocimientos especializados. Algunos, es inevitable, no cumplen este requisito, pero espero que mis explicaciones —y los textos que cito de ellos, que creo representativos de su contenido —subsanen semejante problema, porque de lo que estoy seguro es de que todos los incluidos merecen ser conocidos: forman parte de lo mejor que la humanidad ha producido. Si la buena literatura, las “vidas virtuales” que crea, nos muestra cómo somos, con nuestras miserias y grandezas, la ciencia nos revela que somos capaces de ir más allá de lo que nos permiten las impresiones de nuestros limitados sentidos, nos permite liberarnos de los mitos, de los condicionamientos atávicos, que han condicionado, y seguramente malgastado, tantas existencias. Es la ciencia la que nos hace reflexionar profundamente sobre lo que en realidad somos.

La buena literatura, la buena filosofía y la buena historia deben permanecer en la memoria de la humanidad, renovándose su lectura generación tras generación, pero lo mismo —acaso más— tiene que suceder con los grandes libros de ciencia, incluso aunque sus contenidos hayan sido superados, porque la ciencia no es estática, es dinámica, va corrigiéndose y ampliándose constantemente. En esas obras que fueron capitales para el devenir de la humanidad encontramos ideas, idiosincrasias, esfuerzos, programas, aciertos, errores, construcciones mayestáticas, o revelaciones otrora inimaginables, de lo que existe, o de cómo se comporta la naturaleza.

Además de contribuir a esculpir la historia, los grandes libros de la ciencia poseen sus propias, específicas, historias, de las que me he esforzado por ofrecer algunos detalles, que las más de las veces se pierden en los desagües del pasado, arrinconados por la luz que emiten los contenidos de esos textos.

***

Capítulo 49 

LA VACUNACIÓN:

AN INQUIRE INTO THE CAUSES AND EFFECTS OF THE VARIOLAE VACCINAE (1798) DE EDWARD JENNER

Todas las ciencias nos han dado a  los humanos innumerables beneficios, pero la medicina es muy especial, pues en ella depositamos nuestras esperanzas de librarnos de las enfermedades e incidencias diversas que afectan a nuestros cuerpos. Como veremos en un capítulo posterior, el siglo XIX trajo avances fundamentales en este sentido, pero ya antes, a finales del siglo XVIII, se encontró un método para prevenir un tipo de enfermedad muy devastadora, como era la viruela, comenzando así una nueva era: la de las vacunas. Su presentación, digamos, “pública”, fue a través de un libro del médico ingles Edward Jenner (1749-1823): An Inquire into the Causes and Effects of the Variolae, a Disease Discovered in some of the Western Countries of England, particularly Gloucestershire and known by the name of The Cow Pox (Una investigación sobre las causas y efectos de la variola, una enfermedad descubierta en algunos condados del oeste de Inglaterra, en particular en Gloucestershire y conocida con el nombre de viruela de la vaca, 1798).

"Consciente o inconscientemente, Jenner había descubierto el principio de la vacunación por gérmenes debilita­dos"

Lo que ahora conocemos como “vacunación”, (la palabra deriva del latín vaccinae, que quiere decir “de la vaca”),  un procedimiento para estimular la producción de anticuerpos, no nació entonces. Parece que ya en el siglo X se practicaba en China algún tipo de inoculación con polvo de pústulas secas de viruela, y más adelante los turcos combatían esta enfermedad tomando muestras del contenido de las pústulas de los casos moderados de viruela e inoculándolas a personas sanas. La arriesgada práctica llegó a oídos de la esposa del embajador de Inglaterra en Constantino­pla, lady Mary Wortley Montagu (1689-1762), quien en 1718 la difundió en el Reino Unido a través de sus contactos políticos y médicos, aunque no era infrecuente que algunas de las personas con las que se utilizaba el método fallecieran. El responsa­ble de la introducción de la vacuna­ción contra la viruela a gran escala fue Jenner, con una variante del método que difundió Montagu, ya que no inoculaba el contenido purulento de las vesículas de la viruela humana, sino el de las ampollas que se formaban en las vacas con viruela (la viruela vacuna la produce un virus diferente al de la viruela humana, pero provoca reacciones inmunitarias eficaces contra esta última). Además, y esto es muy importan­te, no tomaba muestras hasta el séptimo día de la aparición de las pústulas en las vacas, es decir, cuando el germen había perdido parte de su virulencia. Consciente o inconscientemente, Jenner había descubierto el principio de la vacunación por gérmenes debilita­dos. De esta manera, y aunque no se poseía ningún modelo del mecanismo mediante el que se producía la infección, ni sobre cómo funcionaba la inmunización, la idea de que la inocula­ción con un germen debilitado podía ayudar al organismo a defenderse de él se vio reforzada. Ya en la “Dedicatoria” al médico Caleb Hillier Parry (1755-1822), que Jenner incluyó en An Inquire into the Causes and Effects of the Variolae, explicaba lo que pretendía:

”A C. H. PARRY, M. D.

EN BATH

Mi querido amigo,

En la presente era de investigación científica es sorprendente que una enfermedad de naturaleza tan peculiar como la viruela vacuna [Cow Pox], que ha aparecido en este país y en países cercanos durante tal cantidad de años, haya escapado tanto tiempo sin recibir atención. Encontrando las nociones dominantes sobre el tema, tanto entre hombres de nuestra profesión como en otros, extremadamente vagas e indeterminadas, y pensando que los hechos pueden parecer de entrada tanto curiosos como útiles, he instruido una estricta investigación sobre las causas y efectos de esta singular enfermedad, en la manera en que me lo han permitido las circunstancias locales.

Las páginas siguientes son el resultado, que por motivos de la consideración más afectuosa están dedicados a usted, por

Su sincero amigo

EDWARD JENNER

Berkeley, Gloucestershire

28 de junio, 1798

La desviación del hombre del estado en el que fue situado originariamente por la naturaleza parece haberle demostrado ser una prolífica fuente de enfermedades. Del amor al esplendor, de las indulgencias del lujo, y de lo que se necesita para el entretenimiento, se ha familiarizado con un gran número de animales, que inicialmente no se había previsto que fueran sus asociados.

El lobo, desarmado de su ferocidad, se acuna ahora en el regazo de la señora. El gato, el pequeño tigre de nuestra isla, cuyo hogar natural es el bosque, está igualmente domesticado y cuidado. La vaca, el cerdo, la oveja y el caballo, todos han sido traídos, por varias razones, a su cuidado y dominio.

Existe una enfermedad a la que el caballo, debido a su cuidado y domesticación, frecuentemente padece. Los granjeros la han denominado la Grease [dermatitis de cuartilla o fiebre del barro]. Es una inflamación y terrible hinchazón que produce materia que posee propiedades de una clase muy peculiar, y que parece capaz de generar una enfermedad en el cuerpo humano que es tan parecida a la viruela que creo que puede ser la fuente de esta enfermedad.”

"Como es bien sabido, y expliqué en Querido Isaac, querido Albert, la vacunación adquirió un estatus respetable en 1885, cuando Louis Pasteur vacunó a un niño de nueve años"

Y continuaba con otros ejemplos de enfermedades provenientes de animales, lo que ahora llamamos zoonosis. Y un poco más adelante presentaba algunos ejemplos, de los que únicamente citaré el primero:

“Diferentes especies de materiales infecciosos, al ser absorbidos por el organismo, pueden producir efectos en cierto modo similares, pero la singularidad del virus de la viruela vacuna es que la persona que ha sido infectada por él está libre para siempre de la infección de la viruela: ni la exposición a las emanaciones variólicas, ni la introducción de la sustancia mórbida en la piel le producirán este mal.

Para apoyar este hecho tan extraordinario expondré a mi lector gran número de casos.

CASO 1.- Joseph Merret, ahora segundo jardinero del conde de Berkeley, vivía en el año 1770 como sirviente en casa de un granjero vecino de esta localidad. Ocasionalmente ayudaba a ordeñar las vacas de su patrón. Varios caballos que pertenecían a la granja comenzaron a padecer de úlceras en los cascos, y a menudo los curaba Merret. Poco después, las vacas enfermaron de viruela vacuna, e inmediatamente aparecieron varias úlceras en las manos de Merret, seguidas de hinchazón y endurecimiento en las axilas, y se sintió tan indispuesto durante varios días que no pudo cumplir con sus tareas habituales. Antes de que sobreviniera el mal entre las vacas, no se había adquirido ninguna vaca nueva en la granja, ni había entrado sirviente alguno afectado de viruela vacuna.

En abril de 1795, al efectuar aquí una variolización general, Merret fue inoculado junto con su familia; había pasado un período de veinticinco años desde que contrajera la viruela vacuna y, sin embargo, aunque el material fue introducido repetidas veces en su brazo, no logró infectarlo; sólo apareció en la piel, alrededor de las zonas inoculadas, una erupción que fue tomando un aspecto erisipelatoso en su parte central. Durante todo el tiempo que su familia padeció de la viruela – uno de sus miembros en forma muy aguda – permaneció en la casa junto a ellos, sin que esta exposición al contagio le causará ningún daño.”

Como es bien sabido, y expliqué en Querido Isaac, querido Albert, la vacunación adquirió un estatus respetable en 1885, cuando Louis Pasteur vacunó a un niño de nueve años, Joseph Meister, que había sido mordido por un perro rabioso. Así nació la vacunación moderna. La primera gran modificación posterior se produjo con la introducción de vacunas obtenidas por ingeniería genética, que se iniciaron en 1983 y cuyo primer producto comercializado fue la vacuna contra la hepatitis B, en 1986. Más recientemente, durante la pandemia provocada por el SARS-Cov-2, o COVID-19, que se inició en diciembre de 2019, aparecieron las vacunas basadas en el mARN.

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Autor: José Manuel Sánchez Ron. Título: El canon oculto. Editorial: Crítica. Venta: Todostuslibros

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José Manuel Sánchez Ron

José Manuel Sánchez Ron es Licenciado en Ciencias Físicas por la Universidad Complutense de Madrid (1971) y Doctor (Ph.D.) en Física por la Universidad de Londres (1978). Desde 1994 es Catedrático de Historia de la Ciencia en el Departamento de Física Teórica de la Universidad Autónoma de Madrid, donde antes (entre 1983 y 1994) fue Profesor Titular de Física Teórica. Es autor de 45 libros, el último Albert Einstein. Su vida, su obra y su mundo (Crítica, 2015). En 2001 recibió el Premio José Ortega y Gasset de Ensayo y Humanidades de la Villa de Madrid por El Siglo de la Ciencia (Taurus 2000), en 2011 el Premio Internacional de Ensayo Jovellanos por La Nueva Ilustración: Ciencia, tecnología y humanidades en un mundo interdisciplinar (Ediciones Nobel, 2011), y en 2016 el Premio Nacional de Ensayo 2015, por El mundo después de la revolución. La física de la segunda mitad del siglo XX (Pasado & Presente 2015). Desde 2003 es miembro de la Real Academia Española, en la que ocupa el sillón “G”.

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Josey Wales
Josey Wales
1 año hace

El titular ya desautoriza al entrevistado. Se nota que no conoce el proceso Galileo ni a la Inquisición. Galileo fue juzgado y condenado a retractarse y rezar los salmos durante dos meses de reclusión en el palacio de su amigo el cardenal por haberse mofado de los geocentristas y no haber demostrado satisfactoriamente su hipótesis (porque entonces lo era). Hasta ahí el proceso Galileo. Los volterianos y libelistas masoncillos deformaron el proceso posteriormente para atacar a la Iglesia, pero la verdad es tozuda.

En cuanto a que «Copérnico nos alejó del centro de Universo y Darwin del centro de la vida», oiga, ¿nos toma por tontos? Cuando estudié BUP, el libro de texto indicaba una línea evolutiva desde el ‘homo habilis’ hasta el ‘homo sapiens sapiens’, pasando por el ‘sapiens neanderthalensis’. En la Universidad aprendí que Neanderthales y Sapiens Sapiens convivieron durante siglos, hasta que los neandertal se extinguieron. Tenemos muchos científicos que quieren decir la última palabra a costa de hacer pasar hipótesis como tesis demostradas. Esquizofrénico es quien llama esquizofrénico al científico creyente. Exige que se demuestre la existencia de Dios, cuando lo que habría que demostrar es su inexistencia (cosa imposible). ¿Cuando encuentra usted un reloj tirado en el campo, cree que el reloj se ha formado por una evolución o una combinación de materiales por azar, o cree que fue construido por un ente inteligente? ¡Vamos, hombre! Son ustedes, los que dicen que el reloj encontrado en el campo fue hecho por tal o cual hipótesis, los que tienen que demostrar que el reloj se hizo por el azar, y no por un ente inteligente. Nu siquiera las hipótesis evolucionistas (las hay a decenas) pueden explicar el sentido de adaptación que supuestamente informa la evolución. ¿Por qué evolucionó así y no asá? Expliquen, expliquen el fundamento último, la causa primera que dicen los tomistas. ¿A que no? ¡Cuánta presunción!

Inigo12
Inigo12
1 año hace
Responder a  Josey Wales

Creo que usted se equivoca al pedirle a un científico que demuestre la inexistencia de Dios. Los científicos solamente pueden estudiar lo que es observable, es decir, aquello que se encuentra en el universo y forma parte de la realidad material. Para ello emplean un método sofisticado y riguroso que garantiza la validez de los resultados, al menos hasta que nuevas observaciones o experiencias puedan ampliar o incluso cambiar las conclusiones que se consideraban ciertas. Como consecuencia de ello, la ciencia no puede garantizar la verdad absoluta sobre sus propias conclusiones.

La existencia de Dios no es algo que pueda ser descartado por la ciencia. Sencillamente, no pertenece a su ámbito de estudio, pues Dios pertenece a la esfera sobrenatural. Desconozco si usted considera esto como ventajoso o perjudicial en cuanto se refiere a sustentar sus creencias. Lo que si podemos concluir, al menos por mi parte, es que cualquier información que obtengamos del universo en que vivimos no nos acercará ni alejará lo más mínimo de alcanzar una conclusión definitiva sobre la existencia de Dios.

Menciona usted como ejemplo un reloj encontrado en el campo. Yo no sé que pensaría otra persona al toparse con el reloj; puedo decirle que, en mi caso, pensaría que un excursionista lo ha extraviado. Sin embargo, creo que usted se refiere más bien al mecanismo del reloj. Debo reconocer que soy incapaz de explicarle el funcionamiento interno de las manecillas. Ahora bien, si quisiera comprender con un grado de exactitud más que aceptable dicho mecanismo, sé que podría hacerlo consultando libros sobre el tema o preguntando a un relojero. En ningún caso se me ocurriría pensar que un mecanismo sofisticado (o diseño, como prefiera) es fruto de una inteligencia sobrenatural simplemente porque no sea capaz de entenderla.

Pero volvamos a Galileo. No conozco los entresijos del proceso judicial, de manera que me dejaré guiar por su comentario. Dice usted que Galileo no fue capaz de probar su hipótesis. Aceptemos esta afirmación. ¿Por qué la Iglesia no investigó de manera concienzuda y rigurosa dicha hipótesis? ¿Acaso temía descubrir que buena parte de sus dogmas caerían como fruta madura?

Déjeme formularle una pregunta similar: ¿sería usted capaz de abandonar sus creencias si pasara a considerarlas como dudosas? ¿O tal vez preferiría aferrarse a ellas para no tener que cambiar de opinión? No hago estas preguntas para usted, sino para mí mismo: si se demostrase la existencia de Dios con pruebas concluyentes, entonces yo no tendría inconveniente alguno en cambiar de parecer y considerar como cierta su existencia. Por el momento, no me es posible afirmar o desmentir tal cosa.

Sin embargo, sí puedo afirmar lo siguiente: su manera de tratar este asunto es equivocada. Si es posible considerar que algo es cierto a pesar de la ausencia total de pruebas, entonces abrimos la puerta a fantasías y ocurrencias de toda clase. Si miro por la ventana, ¿veré a Zeus y Thor disputándose el domino de los cielos? Definitivamente no. Tampoco podré ver a Dios. Veré nubes, el reflejo del sol, y quizás algún pájaro volando; fenómenos naturales cuya comprensión me es posible gracias a la ciencia. En ningún libro sagrado encontraré una explicación más satisfactoria.

Josey Wales
Josey Wales
1 año hace
Responder a  Inigo12

El 22 de junio de 1633, en el convento dominico de Santa María sopra Minerva, Galileo Galileo fue condenado a reclusión perpetua en su domicilio y a rezar una vez por semana los siete salmos penitenciaria. Pasados tres años, todas las penas fueron levantadas. El tribunal que le juzgó estaba formado por diez cardenales (tres de ellos votaron por su absolución). Galileo dio las gracias por una pena tan moderada; era consciente de que se había indispuesto con el Tribunal al intentar tomarles el pelo, al declarar que en el libro impugnado (Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo) había demostrado la hipótesis egocéntrica (cuando en realidad la obra es un diálogo en el que se ridiculiza al partidario del geocentrismo, llamado significativamente, Simplicio). Además, obtuvo la licencia eclesiástica con engaño, ya que se le concedió con la condición de que presentara la teoría copernivana como hipótesis (no lo hizo). Por si esto fuera poco, puso en boca de Simplicio los consejos de moderación que le dio el Papa, de forma literal, lo cual, obviamente, fue entendido como una ridiculización no sólo de los partidarios de la teoría dominante, sino del mismo pontífice. En los cuatro días que duró la discusión, Galileo sólo presentó un argumento en favor de su teoría, que además era erróneo: afirmó que las mareas eran provocadas por la ‘sacudida’ de las aguas, a causa del movimiento de la Tierra. Una tesis risible, a la que sus jueces (entre los que había hombres de ciencia de su misma envergadura y a los que llamó imbéciles) opusieron otra, que además era correcta: que el flujo y reflujo del agua del mar se debe a la atracción de la Luna. Aparte de esta explicación errónea, el pisano fue incapaz de aportar argumentos experimentales a favor de la centralizada del sol y del movimiento de la Tierra.

El Santo Oficio no se oponía al movimiento de la Tierra (como inventó el periodista Giuseppe Baretti un siglo después al atribuir a Galileo la frase «Eppur si muove» y al reescribir el proceso sin conocerlo), pero la primera prueba experimental de la rotación terrestre (que no es el único movimiento de la Tierra) llegó un siglo después. Para ‘ver’ está rotación, habrá que esperar hasta el siglo XIX, con el famoso péndulo de Foucault.

Después de la condena, Galileo volvió a sus investigaciones, junto a sus discípulos. Más tarde escribiría sus ‘Discursos y demostraciones matemáticas sobre dos nuevas ciencias’, que es su obra fundamental. Por cierto, en la Universidad de Salamanca fue fundada una facultad de ciencias naturales a principios del siglo XVII por el inquisidor general Sandoval, en la que se estudiaba el sistema copernicano COMO HIPÓTESIS, a falta de demostración.

En cuanto al reloj y su mecanismo, yo no he dicho que lo atribuya a ningún ser sobrenatural, ya que evidentemente no hay nada en él que esté sobre la Naturaleza. Sí lo atribuiría a un ente inteligente, pero no al azar. Lo mismo puede predicarse de la Naturaleza o de la Creación en su conjunto. Es mucho más razonable pensar que, por ejemplo, el complejísimo y admirable funcionamiento del sentido de la vista es obra de una inteligencia superior a la que llamamos Creador, que no del azar. Por eso, la hipótesis evolucionista se contradice si, afirmando una mutación con una finalidad (la adaptación y supervivencia), niega que haya una inteligencia (evidentemente externa al sujeto), bien dirigiendo el proceso hacia una finalidad o bien estableciéndolo previamente. Saludos.

Josey Wales
Josey Wales
1 año hace
Responder a  Inigo12

Me he dejado por contestar uno de sus puntos: ¿cómo que «los científicos solamente pueden estudiar aquello que es observable, es decir, aquello que se encuentra en el universo y forma parte de la realidad material? ¿Es que el universo solamente está formado por la realidad material? ¿Entonces no existe el concepto Dios por el simple hecho de que Dios no existe para usted? ¿Entonces tampoco existe la lealtad, la envidia o lo razonable, ya que no forman parte de la ‘realidad material’?

MPG
MPG
1 año hace
Responder a  Josey Wales

No hay mayor presunción que la tergiversación, como arma de la impotencia del creyente.

Josey Wales
Josey Wales
1 año hace
Responder a  MPG

Usted sí que es un creyente. Y de los fanáticos. Argumente, hombre.

Ricarrob
Ricarrob
1 año hace

Impagable esra entrevista. Navegar por las sofisticadas respuestas llenas de matices y enrevesados sobreentendidos es una delicia. Como cuando habla de la diferencia entre las razones científicas y las ideológicas. Una delicia. Diferencia con la mentalidad y los discursos embrutecidos y sin fundamento de los políticos. Discursos científicos y razones acientìficas e ideológicas. Más que la oposición entre el eros y el tànatos como diría Freud, es la oposición entre el logos y el tánatos, entre el dios Asclepio y el dios Dioniso, entre lo racional y la locura, entre el orden y el caos. Porque la ideología es caos y destrucción, es tánatos, es borrachera incontrolada, es permanente fiesta dionisíaca hasta la extenuación de la especie, es extinción.

Respecto a los premios nobel, autodesprestigiados, podríamos ver concedérselo, un día de estos, a una influencer o a un actor porno.

JCR
JCR
1 año hace

A Russell y a Echegaray les dieron el Nobel de literatura, si no mal recuerdo. Mi admiración por usted, Sr. Ron.

Mario Loterszpil
Mario Loterszpil
1 año hace

Estimado Daniel
Le hago llegar mis felicitaciones por tan deslumbrante entrevista. Un cordial saludo y el deseo de continuar contando con su trabajo. Mario Loterszpil

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