La autorreflexión es la escuela de la sabiduría.
—Baltasar Gracián
A inicios del verano dos personajes salen a mi encuentro mientras camino por las angostas y calurosas calles de una ciudad turística. Me pregunto quiénes son y qué tienen en común. La respuesta no sólo abarca el vínculo geográfico, sino el literario, filosófico y moral. Ambos son hijos de Bílbilis, antiguo nombre de Calatayud: Marco Valerio Marcial y Baltasar Gracián. Los dos escritores, poetas y oradores de distintas épocas me conducen por la historia de sus vidas y obras, como si fueran mapas actualizados que, en pleno siglo XXI, se hace necesario recordar y seguir.
Su mayor consejo es que vivamos con intensidad el momento presente: “El que ha vivido así, aunque sucumba en medio del camino de la vida, disfruta de una existencia más larga”. No se cansa de repetir a sus amigos: “Siempre dices, Póstumo, que empezarás a vivir mañana ¿cuándo llegará ese mañana?”. A Julio: “La vida del día de mañana está demasiado lejos: vive hoy”. “Sabio es el que vive desde ayer”, porque “disfrutar con el recuerdo de la vida pasada es vivir dos veces”. El poeta valora la quietud y el silencio de la vida campestre, porque allí fluyen sus mejores pensamientos.
Mientras, Gracián nace en el año 1601, y como escritor jesuita del Siglo de Oro construye un camino de sabiduría a partir de todos los filósofos grecolatinos: los Siete Sabios de Grecia, Séneca, Cicerón, Plutarco y, sin duda, Marcial. Uno de sus más esenciales planteamientos está en el arte de vivir, con las reglas extraídas de las lecturas del mundo, las experiencias, las personas, los lugares y situaciones. Sus tratados están expresados en varios géneros: discurso, alegoría, diálogo, aforismos, emblema, apólogos, cartas, epigramas. Oráculo manual y arte de prudencia, El discreto, Agudeza y arte de ingenio y El Criticón son sus obras más trascendentales. Entre sus propósitos destacan el arte de ser persona, “a base de ingenio y juicio, cautelas y prevenciones” y el arte de vivir con discernimiento y discreción, “la madre de todas las virtudes”.
En realidad, la presencia de Marcial y de Gracián es el tirón de orejas necesario para detener el paso, repensar el ritmo y tomar la dirección correcta de la ruta vital. Ambos aportan un compendio de acción, lucidez y agudeza heredada de todos los maestros que los antecedieron. Encienden las luces rojas de alerta al estado de nuestro equilibrio mental, emocional y espiritual. Un mensaje reiterativo para tomar una acción urgente, porque “todo lo que realmente nos pertenece es el tiempo”.
En este mundo virtual y digitalizado que vivimos, las circunstancias parecen haber perdido valor, ya que todos poseemos el don de la ubicuidad y vivimos una infinidad de circunstancias fugaces, a las que no les otorgamos importancia. Sin embargo, cuando las personas, lecturas, situaciones u objetos llegan a nosotros no es casualidad. Es una llamada de atención para hacer un alto en el camino y sopesar los pasos y las circunstancias que nos rodean, porque cada uno es lo que hace cada día, es decir, “la excelencia no es un acto, sino un hábito”. Es equilibrar nuestros pensamientos, palabras y acciones con sensatez, autenticidad, templanza y buen juicio. Tener autodominio y aprovechar cada momento, como dice Gracián en uno de sus aforismos: “De poco vale la sustancia si no se da la circunstancia”, que concuerda con “yo soy yo y mis circunstancias”, de Ortega y Gasset, sin duda lector de Gracián.
Al encuentro que tuve con estos personajes se sumaron las balanzas de diversos tamaños que aparecieron reiteradamente en todos los lugares que visité. Como símbolo de equilibrio, equidad, igualdad, la balanza es la imagen originaria de la justicia, representada por la diosa femenina Iustitia. En nuestro presente en el que, al parecer, pasamos por alto el valor simbólico de este elemento, su aparición nos exhorta a moderar nuestra vida personal en las nuevas circunstancias de la era virtual.
En el Oráculo, Gracián distingue entre la realidad y la apariencia: “Las cosas no pasan por lo que son, sino como parecen”. Ahora ocurre algo similar a lo que años atrás también planteaba el filósofo y sociólogo francés Jean Baudrillard. Nos hemos instalado en una nueva era del simulacro, donde el mundo virtual cobra mayor peso, la verdad se confunde con la mentira, la realidad se enmascara con la ficción. Se vive en un continuo enmascaramiento del día a día, sin tiempo para pensar y discernir. Lo cierto es que todos tenemos una historia propia, creíble o increíble, fantasiosa o real, con o sin viajes. Todos tenemos un espacio en las redes sociales, deseamos existir y ser vistos, demandamos atención y likes de aprobación. Nos creamos un perfil, auténtico o inventado. Decimos lo que pensamos y publicamos las imágenes, sin velo ni cautela. De una u otra forma, somos influencers de alguien o seguidores de la historia de otros, disfrazada o no. Los mensajes virtuales circulan sin discreción ni prudencia, y el reenvío fluye sin cuidado. La palabra, condensada con la imagen, ha perdido el verdadero peso y no da pie a la imaginación. De estar vivo, Gracián nos recriminaría y recordaría obrar con discreción y prudencia en todos nuestros actos y palabras.
La vida apresurada fluye como el agua, y pareciera que circulamos cual autómatas, cautivos bajo el yugo virtual que ha atrapado nuestros sentidos, nuestro tiempo, nuestros deseos y preferencias. Vivimos teledirigidos por la tecnología, por los ordenadores, móviles, tablets, iPhones, smartphones, tanto que hemos dejado de percibir el significado simbólico de los hechos y encuentros presenciales. En esta época, donde la prisa se ha instalado y todos tenemos premura por ventilar las historias, reales o virtuales, recreadas con arte o sin él, se ha perdido la esencia del saber vivir el presente, y nos adelantamos a vivir el futuro. Al parecer, nuestra balanza personal y espacial no está equilibrada con el tiempo que vivimos.
Ahora más que nunca se hace justo y necesario reflexionar para volver al ejercicio de la sensatez, la templanza, la moderación, como recomienda Gracián. Activar la brújula de la prudencia para tener autocontrol y dejar la esclavitud virtual que aqueja a la humanidad. Procurar la armonía física y mental en todas las experiencias vitales equilibrará nuestra balanza personal. En sí, estar en paz y compartir el sosiego por donde transitamos. Saber estar con mesura en los espacios reales o virtuales y en todas las circunstancias reforzará el sentido positivo de nuestra existencia y nos hará libres.
Después de todo, en la vida “hacemos camino al andar”, como decía Machado y, para mí, además de un viaje iluminador hacia el pasado, ha sido una travesía reveladora hacia el presente. La confluencia de los astros han permitido un mágico reencuentro conmigo misma para reconocer la aparente esencia que habito y rescatar la verdadera esencia que debo salvar.
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