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El arte de sobrevivir en el Madrid del XVII - Zenda
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El arte de sobrevivir en el Madrid del XVII

Cuando me di cuenta, habían pasado cerca de cien minutos escuchando la erudita y divertida conferencia que el maestro Eslava Galán nos había impartido. Todo transcurrió en un suspiro, ya que don Juan fue desgranando, con su socarronería habitual, los comportamientos diarios de los habitantes del Madrid del siglo XVII. Mi paseo de vuelta a...

La cuarta conferencia del ciclo Madrid tiene Historia llevó por título “La vida cotidiana en el Madrid de los Austrias y el Siglo de Oro”. Una vez más, la sala habilitada en la Casa de la Villa, antigua Casa Consistorial de Madrid, fue insuficiente para acoger a tantos asistentes. Tras dar la bienvenida, Antonio Pérez Henares, director del ciclo, presentó a Juan Eslava Galán reconociendo que, sin lugar a duda, es el padre de la novela histórica moderna, destacando que es el más querido y admirado de los miembros de la Asociación por su bonhomía, sabiduría, experiencia y lo mucho que aporta a Escritores con la Historia (me permito anotar que, en adelante, me referiré a Juan Eslava Galán como don Juan debido al profundo respeto y admiración que me merece).

Cuando me di cuenta, habían pasado cerca de cien minutos escuchando la erudita y divertida conferencia que el maestro Eslava Galán nos había impartido. Todo transcurrió en un suspiro, ya que don Juan fue desgranando, con su socarronería habitual, los comportamientos diarios de los habitantes del Madrid del siglo XVII.

Mi paseo de vuelta a casa fue un continuo sonreír al recorrer las calles y recordar tantas anécdotas. Fui entonces consciente de que estaba en el centro del Madrid de los Austrias —la conferencia fue en la Plaza de la Villa—, en donde según la referencia del plano de Texeira, que mostró don Juan, antes que Casa Consistorial fue cárcel. Al caminar por los lugares recién descritos, allá donde mirase volvía a sonreír.

"Don Juan contó que, al no existir urinarios públicos en donde hacer sus necesidades, cualquier tapia, seto o pared eran buenos para aliviarse, costumbre que, como es lógico, no gustaba a los que vivían en las casas"

Mi primer recuerdo fue al pisar una tapa de alcantarilla. En el año 1600 no existía una red de alcantarillado, por lo que no había colectores y los desechos se arrojaban por la ventana y se acumulaban en las calles y callejones. El ayuntamiento se vio en la necesidad de regular los momentos en que los vecinos podían arrojar a la calle, al grito de “¡agua va!”, el contenido de los orinales, encontrándose los viandantes con la sorpresa de quedar empapados, a pesar de los chambergos con que se cubrían la cabeza. En esos tiempos la higiene era un término en desuso, y no por falta de agua, ya que Felipe II escogió el lugar para capital del Reino por la abundancia de manantiales y aires sanos procedentes de la Sierra. A pesar del ambiente sano que oreaba la Villa, las calles y callejones de Madrid eran un estercolero corrido, donde la pestilencia inundaba todos los rincones de la ciudad. Don Juan contó que, al no existir urinarios públicos en donde hacer sus necesidades, cualquier tapia, seto o pared eran buenos para aliviarse, costumbre que, como es lógico, no gustaba a los que vivían en las casas.

Contó una anécdota achacable a Quevedo. Cuando el poeta necesitaba aliviarse lo hacía en la puerta de una iglesia. Un día se encontró con que el cura de la parroquia, para evitar que orinase a la puerta, clavó una cruz en su aliviadero; Quevedo ignoró la presencia de la cruz. El cura, molesto, le puso la siguiente nota: “En donde hay cruces no se mea”. Quevedo, al ver la nota del sacerdote, escribió debajo: “Donde se mea no se ponen cruces”.

"Imaginé la cara del conserje cuando le explicase que deseaba compartir un catre, con un jergón de paja, con otro cliente que tuviese un mínimo de higiene y que no fuese un saco de parásitos"

Durante el paseo de vuelta, al ver los edificios de muchos pisos, recordé que don Juan contaba que en el siglo XVII Madrid tenía problemas de alojamiento. Como no era posible encontrar posada para los funcionarios del rey, se estableció una regalía por la que las casas grandes debían alojar y mantener a un funcionario o militar del rey en sus casas. Para evitar cumplir con la regalía, don Juan describe cómo los propietarios, haciendo uso de su picardía, solo construían casas de un piso con una falsa buhardilla, y de esta manera burlar a los inspectores del rey. También había una gran carencia de plazas de alojamiento para los viajeros de paso y por eso, ante un hotel de cuatro estrellas, estuve tentado a entrar y hacer como en la época de los Austrias, solicitar al recepcionista alojamiento en la modalidad de “medio con limpio”. Imaginé la cara del conserje cuando le explicase que deseaba compartir un catre, con un jergón de paja, con otro cliente que tuviese un mínimo de higiene y que no fuese un saco de parásitos.

"La Iglesia tenía voz sobre lo que los feligreses deberían comer. Estableció el canon penitencial que exigía a los fieles abstenerse de comer carne varios días al año"

Los vecinos de Madrid, al vivir en casuchas sin cocina, para comer caliente cocinaban en fogones, con el peligro de provocar incendios, por eso muchos madrileños comían en bodegones, figones y en tabernas de volapié; también acostumbraban a comprar a buhoneros, aguadores y vendedores ambulantes. ¿De dónde provenían estos alimentos?, ¿qué condiciones higiénicas tenían?, y ¿cómo los preparaban? De ahí viene la expresión “que no te den gato por liebre”, ya que los carniceros y cocineros estaban acostumbrados a engañar al pagano. Cuenta don Juan que uno de los alimentos más populares, como eran las empanadas, se dejaron de preparar por el temor que infundía el desconocimiento de dónde procedía el relleno. Contó, con mucha gracia, otra anécdota atribuida a Quevedo, que cuando se reunía con un grupo de amigos a comer en un figón, restaurante de nivel superior a la taberna, al llegar a la mesa la empanada encargada, lo primero que hacía era levantar la tapa, ver el relleno y rezar un responso por el alma de los restos que allí descansaban, y que se iban a comer. Ante tales sospechas, alimentadas por los infundios, dejaron de elaborarse y desapareció de la dieta popular de los madrileños. En aquellos tiempos se alimentaban de pan, blando o duro, guisos como la olla podrida, en donde cualquier ingrediente era bienvenido, aunque había muchos manjares como el chocolate o los dulces y confituras solo al alcance de los nobles y reyes. La Iglesia tenía voz sobre lo que los feligreses deberían comer. Estableció el canon penitencial que exigía a los fieles abstenerse de comer carne varios días al año. Este canon permitía comer pescado en vez de carne, y en ese apartado los pícaros madrileños encontraron la manera de no romper el ayuno y comer carne. La solución que pusieron en práctica, cuenta don Juan, fue arrojar gorrinos al río para a continuación pescarlos: de esa manera se podía comer su carne, ya que procedía de un animal pescado.

Al pasar delante de uno de los kioscos de prensa recordé que, en aquellos tiempos, los ciudadanos de la Villa y Corte que tenían muy poco que hacer se enteraban de las noticias asistiendo a alguno de los cuatro mentideros que existían. A estos sitios de reunión llegaban las noticias, se cotilleaban y terminaban completamente deformadas, convirtiéndose en mentiras. De ahí viene el término.

"Al pasar por un lateral de la Plaza Mayor me estremecí pensando que en ella se celebraban otros horribles espectáculos públicos, menos habituales, y donde los madrileños acudían para disfrutar del sufrimiento ajeno"

En mi camino por la calle Mayor paso por delante de un teatro y recuerdo que don Juan habló de la gran afición y fascinación que existía por el teatro, espectáculo público que servía de esparcimiento a los madrileños. Los diversos y geniales autores de esa época eran, aunque cueste creerlo, enemigos irreconciliables, y con tal de que fracasasen los estrenos de sus colegas eran capaces de pagar a reventadores profesionales. Estos boicoteadores cobraban en función de la forma de reventar la obra, si era con silbidos una cantidad, si arrojaban verduras y huevos podridos otra, siendo una cantidad mayor cuando agredían al autor o a los actores, consiguiendo que no se volviese a representar la obra.

Al pasar por un lateral de la Plaza Mayor me estremecí pensando que en ella se celebraban otros horribles espectáculos públicos, menos habituales, y donde los madrileños acudían para disfrutar del sufrimiento ajeno. Allí se celebraron autos de fe promovidos por la Inquisición, ajusticiamientos públicos de sentenciados a muerte y también corridas de toros. Ante el deseo de los poderosos de asistir cómodamente a estos espectáculos se dicta el decreto real de regalía de balcones, que consistía en que los habitantes de las casas debían ceder a quien tuviera derecho, por ser de mayor alcurnia, el disfrute de los acontecimientos que se celebraban en la Plaza Mayor desde su balcón.

"A lo largo del paseo, a la altura de la casa de Lope, de la de Cervantes, la casa de las siete chimeneas, la torre de los Lujanes... recordé muchas de las anécdotas que contó don Juan y volví a sonreír"

Al pasar por las calles iluminadas pensé que en aquella época la ausencia de luz y la moda que, según explica don Juan, se estilaba en esos tiempos, sería suficiente para temer con quienes te encontrabas. Un hombre distinguido, en aquella época, debía ir vestido con tejidos de color negro, teñidos con un tinte obtenido de un arbusto traído de las Indias, llamado palo de campeche. Las ropas así tratadas eran muy caras y solo estaban al alcance de los adinerados. En los varones se completaba el atuendo con la lechuguilla rígida y de blanco inmaculado.

A lo largo del paseo, a la altura de la casa de Lope, de la de Cervantes, la casa de las siete chimeneas, la torre de los Lujanes… recordé muchas de las anécdotas que contó don Juan y volví a sonreír.

Al final de la conferencia, Antonio Pérez Henares prefirió que no hubiera preguntas del público y que todo el tiempo lo emplease don Juan para disfrutar de los hilarantes comentarios que acompañaron cada una de las anécdotas. Invito, pues, a quien esté interesado y quiera pasar un rato entretenido, a ver el vídeo de la conferencia en el canal de YouTube de “Escritores con la Historia”.

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Ramón Villa García

Ramón Villa García (Oviedo, 1958), es, además de avezado y empedernido lector, Ingeniero T. de Minas y Técnico Superior en Prevención de Riesgos Laborales. Entre 2004 y 2007  ha sido Decano-Presidente del Colegio de Ingenieros T. de Minas del Principado de Asturias. Colaborado en la revista Y Latina de AEN (Asociación de Escritores Noveles) y pertenece al equipo de administración de NOVELA HISTÓRICA (Facebook) y NOVELA HISTÓRICA EL GRUPO (canal de YouTube e Instagram).

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Ricarrob
Ricarrob
1 año hace

Uno de mis escritores favoritos. Excelente. Habrá que leer este nuevo libro de la serie. Sugestiva y original forma de escribir que engancha.

Respecto a las revoluciones, realmente me parece que está poco atendida la revolución inglesa del XVII y la época de Cromwell. Creo que es la base de todo lo posterior y el nacimiento del capitalismo moderno con ese puritanismo tan influyente. A ver si se anima don Juan y escribe sobre ello.

Incluso como hilo conductor, se puede ir más atrás hasta el Renacimiento, Florencia y Venecia como origen de las repúblicas modernas.

Por ello, no estoy del todo de acuerdo con que somos hijos de la R.F. creo que somos hijos de la Ilustración, nietos de las revoluciones americana e inglesa y viznietos del Renacimiento.

Saludos a este escritor ejemplar. Solo por los tantísimos momentos leyendo su extensa y varisda obra, merece ya gran elogio.

Borja
Borja
1 año hace

Interesante entrevista. Considero empero que el entusiasmo del Sr. Eslava por la revolución francesa es excesivo. Los hechos revelaron -y revelan- el caos en el que se encontraron los revolucionarios durante grandes períodos de tiempo de esa década y la subsiguiente deriva orate, violenta, sectaria y brutal que adquirieron algunos de sus dirigentes, como Robespierre. Sobre todo ello el autor guarda silencio, pero esos hechos confirmaron -y confirman- lo profundamente extraviados que estaban los «ilustrados». Matanzas como la de la Vendée, el expolio y las masacres antisemitas -toda una tradición en Francia-, así como las de otros «ciudadanos» inocentes, de las que tampoco el Sr. Eslava menciona una sola cosa, corroboraron -y corroboran- que la revolución fue, en realidad, desastrosa. Las loas a la Ilustración son también desmedidas por parte del Sr. Eslava, en mi opinión. No se debería olvidar, por ejemplo, que tanto la Enciclopedia como en general la propia Ilustración eran -y son- completamente hispanófobas y situaron a España en el habitual modo negrolegendario, ahistórico, mendaz y canallesco, por lo mentiroso, que padecemos los españoles aún hoy día. Occidente, por cierto, creo yo, no se forjó en la revolución francesa, una verdadera orgía de sangre y de terror, sino en Grecia y en Roma. No en vano filósofos como Adorno aseguran que la Ilustración dio inicio en la antigua Atenas. Y no, ciertamente, en París.

JManuel
JManuel
1 año hace

Qué cantidad de sandeces históricas dice este señor escritor de libros «digestivos». Los tópicos ya superados de la mediocre y progre historiografía académica resumidos en Eslava Galán.
Napoleón, un genocida y destructor de patrimonios nacionales, es un redentor, según él entrevistador y entrevistado.
La Revolución francesa lo que deja es sangre y la masacre de La Vendée. La Revolución americana es la que inspira a los verdaderos ilustrados,como Tocqueville y Bastiat.
No nos falten al respeto a los lectores, por favor.

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