Jimina Sabadú ha escrito un libro muy triste. Lógicamente trata sobre el amor. Su título es La conquista de Tinder (Turner), que, en principio, suena animado. ¡Vamos a la gran fiesta del emparejamiento moderno! Luego la fiesta, como todos saben, es un mercado. Pero lo que ignoran muchos es que se trata en realidad de un matadero.
De fracasar trata el libro de Jimina, porque el amor es otro fracaso que se pospone eternamente, y algunos tienen la suerte de morirse creyendo en el amor, en el amor que iba a venir al día siguiente de morirse. No iba a venir, no.
La conquista de Tinder, por hablarles del libro ya sin preámbulos, va de todo en realidad. Empezamos y volvemos a Tinder, como punto de fuga de la esperanza, pero la viga maestra del texto es una desilusión generalizada, muy propia de los 40 años. Todo es vagamente una mierda. A lo mejor Tinder te alegra el día. Te haces un Tinder.
Jimina se hizo un Tinder, pero ya tenía —o a la vez tenía— otras presencias fantasmáticas, ya fuera en Meetic, en Badoo o en una cosa llamada Pure (?). De todo ello extrajo la conclusión de que no había nada por inventar, pues si en la calle una chica gusta a muchos hombres, y un hombre a pocas mujeres, en Tinder et alia era lo mismo. Ser mujer consistía en recibir likes de todos los hombres inscritos en esta red social de amores de menú, así pusieras como foto de perfil una pared con gotelé, pues los hombres disparan a todo lo que se mueve según las horas y las copas, según la desesperación. Todos esos likes no hacen feliz a ninguna mujer. Seguramente la acercan un poco más a la infelicidad.
De esta evidencia refleja pasa Jimina Sabadú a hablar del amor romántico, de hombres y mujeres, de las cosas del querer de toda la vida de Dios. Por momentos, el discurso de la autora es un poco como sentarse una tarde a tomar café con ella, y dejarla hablar. Quiere decirse que tampoco está tan claro que sepa lo que quiere decir. Como tomando café, uno intenta explicarse. En otros, Jimina echa mano de citas de Lévi-Strauss o Christopher Isherwood para afianzar unas ideas que tiene más maduradas, y que dan orden y concierto a un libro donde sale mal parado todo el mundo: la gente, tú, yo, todos, todas. Es como un libro para darse de baja de lo social, y quedarse en casa con una planta bonita. Así de triste es.
Una virtud, algo morbosa, bien es verdad, del libro es su sinceridad, el modo en el que la autora habla de intereses sexuales y apetencias carnales en primera persona y sin mucho eufemismo. No se puede hacer un libro sobre sexo sin desnudarse uno el primero, como es obvio.
Sin embargo, la gran baza de la autora es la frase, una frase, una sentencia perdida en el discurso, que de pronto, epifánica, te noquea. “El amor romántico no es equivalente al orden establecido”, por ejemplo. Aquí Sabadú reniega de esa manía que se le tiene al amor (romántico) según la cual este emparejamiento sirve para validar el statu quo y preservar las instituciones y que pongan toros por la tele. Es una idea punzante: el amor romántico es tan loco que, precisamente, si algo hace es ir contra el sistema, muchas veces.
“En mi experiencia personal los hombres que se emparejan con mujeres que ya tienen hijos suelen ser buenas personas”, leemos en La conquista de Tinder. Pero también: “Durante el trío los hombres tienden a no cambiar de preservativo, así que ninguna de las dos mujeres está protegida contra las enfermedades de transmisión sexual, pero ellos sí lo están”.
Mi frase favorita es ésta: “Este es un juego en el que sólo ganas si sales de él”. Es decir, el objetivo de entrar en Tinder es borrarse de allí lo antes posible, inmejorablemente encontrando una pareja estupenda junto a la que olvidar enseguida el paso mutuo por esta aplicación para ligar. “Tinder sólo me trajo desdicha”, concluye la autora.
Pero la vida real tampoco da muchas alegrías. “La experiencia me dice que el chico más majo del bar nunca entra a nadie”. Los bares, con todo, siguen siendo el lugar elegido para por fin conocerse después de horas de cháchara tentativa en Tinder. Según este libro, ya hay locales especializados en alojar estos careos decisivos, no tanto porque el dueño del bar lo quiera, sino porque la imaginación del cortejo tampoco da para más: ni muy caro, ni muy barato, ni muy céntrico, ni muy periférico, ni muy castizo ni muy hipster; y todos acaban en el mismo.
Jimina Sabadú ha visto que Tinder sólo sirve “para herir y acomplejar”, amén de para que algunos hombres te ofrezcan dinero por acostarte con ellos, en la confianza de que, no siendo tú prostituta, ellos son menos puteros. “Una cantidad entre los veinte y los cincuenta euros. Ni siquiera subían a cien”.
“Las mujeres para los hombres somos papel higiénico” vs “Las mujeres elegimos un hombre como quien elige un artículo de lujo”.
Es todo el rato así de descarnado, el libro.
Tinder, en fin, es “la casa del terror”, y conseguir una pareja bonita no es lo mejor que puede pasarte. “La recompensa no ha sido el amor, sino marcharse”.
La conquista de Tinder es de esos ensayos un poco amateur y un poco de encargo que, al final, acaban siendo de lo mejor de su autor y, sobre todo, de lo más sincero. Como si al ir a hablar de otra cosa uno dijera: «Bueno, pues aquí, ahora que nadie mira, voy a contar cosas de mí que nunca había contado y que creía que nunca iba a contar». Hay miradas bastante escalofriantes de la autora sobre sí misma. Y eso es bueno porque siempre que uno cuenta algo íntimo se abre una conversación.
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