Sostenía Francisco de Quevedo en sus sonetos que la literatura y el amor son las formas más efectivas de “matar” a la muerte. Los autores perviven entre sus páginas y, al leer, conversamos con ellos, los conocemos. Haría extensiva la reflexión a todo tipo de arte. El género de la entrevista, a caballo entre la literatura y el periodismo, potencia esta idea, porque son los propios autores o personajes, en general, los que se muestran, enteros y reales, ante el lector.
En la presente entrevista, Eduardo nos revela algunas claves de su buen hacer entrevistador, su relación con el entrevistado y la pasión que siempre aporta a todos sus proyectos. El secreto, como siempre, es una fantástica mezcla entre talento, emoción y trabajo. La encontramos en Conversaciones del siglo XXI, publicado recientemente con Dalya.
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—¿Cuál dirías que es la clave para hacer una buena entrevista?
—Yo diría que lo principal es escuchar, dejar hablar al entrevistado, no interrumpirle, hacer una escucha activa, porque mientras escucha, el entrevistador también tiene que pensar. Pero hay más claves. Es muy importante a mi modo de ver cederle todo el protagonismo al entrevistado y que todo tu trabajo como entrevistador consista en hacer que brille él, no que brilles tú. En mi opinión, cuando un entrevistador consigue que su entrevistado brille es cuando brilla él mismo.
—¿Alguna clave más?
—También me parece muy importante preguntar lo que a ti realmente te interesa, por lo que sientes auténtica curiosidad, no hacer preguntas mecánicas o vacías. Por último, a mí me gusta “conversar” con el entrevistado, ir más allá del esquema pregunta-respuesta, y para ello me documento muy bien antes de la entrevista y procuro escribir un cuestionario antes, pero mientras hago la entrevista no suelo mirar el cuestionario ni ningún otro papel. Creo que así sale todo más natural, más fluido.
—En tus palabras iniciales afirmas que siempre aprendes algo de tus entrevistados. ¿Crees que ellos también se llevan alguna enseñanza?
—Yo creo que la propia entrevista les enseña algo sobre ellos mismos que no sabían, les pone en frente de sí mismos, como una especie de espejo. Considero que las preguntas del entrevistador, al menos en ocasiones, les hacen plantearse cosas que no se habían planteado antes o que no se habían parado a pensarlas con un poco de cuidado. Aquí hablo también con mi experiencia como entrevistado, porque yo siempre aprendo mucho de las entrevistas que me hacen. En la vida siempre estamos aprendiendo, y creo que de una buena conversación se puede aprender mucho, se aprende mucho. Cuando uno se pone a hacer entrevistas, o al menos ése ha sido mi caso, se da cuenta de todo lo que se aprende. Además, si los entrevistados son como los que aparecen en mi libro, uno aprende muchísimo, sin duda ninguna, porque son referentes y gente muy valiosa.
—Sostienes también que con las entrevistas nos ofrecen una interesante perspectiva histórica. ¿Puedes poner un ejemplo?
—En la presentación de este libro en el Club Marítimo La Penela, en Cabanas, en A Coruña, uno de los presentadores, el abogado Antonio Gómez Gallardo, llamó la atención sobre las declaraciones que me hace Ramón Tamames en 2008, cuando estaba empezando la gran crisis de entonces, lo que luego se ha llamado Gran Recesión. En ese momento Tamames aludió a los ciclos económicos y pareció quitar importancia a lo que estaba ocurriendo, que sin duda en ese momento sería lo que debía decir. Pero el lector conoce todas las cartas, el presente, el pasado y el futuro, y a eso me refiero cuando digo que las entrevistas ofrecen una interesante perspectiva histórica. Son casi veinte años de nuestra vida. El editor del libro, Francisco Mesa, lo primero que me dijo del libro es que le parecía un testimonio histórico.
—¿A qué entrevistadores admiras o consideras un referente?
—-Me gusta mucho, sobre todo, el César González Ruano de Las palabras quedan, magníficas conversaciones. Se dice que Ruano, que cultivó tantos géneros, está quedando sobre todo por sus entrevistas y por sus memorias. Ambos libros me gustan mucho. También me gustan mucho las entrevistas de Rosa Montero, que fue una maestra en el género, y recuerdo haber leído entrevistas muy buenas de Arcadi Espada. En Zenda también se hacen maravillosas entrevistas, como las de Jesús Úbeda y María José Solano, por citar a los que más conozco, pero seguro que hay muchos otros.
—¿Crees que los entrevistados de este libro tienen algo en común?
—Es difícil generalizar, pero yo creo que todos son gente muy valiosa e inteligente. Yo creo que en general son personas muy destacadas que tienen mucho que ofrecer al lector. Pienso que por eso les hice las entrevistas, o por eso me las encargaron. Son personajes muy interesantes cuyas palabras nos pueden aportar mucho.
—¿A quién te resultó más complicado entrevistar?
—De las entrevistas del libro no lo sabría decir. De toda mi vida quizá el que más difícil me resultó fue Umbral, que se puede decir que fue el primero. Con él aprendí a hacer entrevistas; él me enseñó muchas cosas del género, porque en su juventud había hecho muchas entrevistas y lo conocía bien. Recuerdo lo que me decía: “Todo mi secreto como entrevistador consistía en dejar hablar al entrevistado.” Y eso yo lo cumplo firmemente. Porque hay muchos entrevistadores que lo que quieren es hablar ellos. Umbral también me decía que mirase al entrevistador, que no me perdiera en mi cuaderno o en mis notas, algo que parece evidente pero que no lo es tanto. Para él la entrevista era un género menor, y quizá lo sea para el escritor, pero yo he comprobado que es un género muy apreciado en el periodismo, muy demandado, y que es una muy buena forma de entrar en la profesión periodística, y también en la literaria, porque te permite conocer a mucha gente.
—¿Qué entrevista fue la que más te sorprendió?
—Más que sorprenderme una entrevista lo que puedo contar es que siempre antes de hacer todas mis entrevistas siento una gran inseguridad, por mucho que me las haya preparado, por muchas que haya hecho antes. Esa inseguridad y nerviosismo sólo se me quita cuando empiezo a hacerlas y voy comprobando que la entrevista va bien, que funciona. Entonces veo que todo el trabajo que le he dedicado está bien empleado.
—¿A quién te gustaría entrevistar en un futuro?
—Teniendo en cuenta que ya he entrevistado a personajes maravillosos y muy interesantes, puedo decir que me gustaría entrevistar al rey Felipe VI. A Cela me hubiera gustado mucho entrevistarlo, pero no pude. Pude, eso sí, hacerle dos preguntas en un curso de periodistas y escritores, el curso de la AEPI en el teatro Infanta Isabel de Madrid, en 1995.
—Si tuvieras que elegir a un personaje histórico a quien entrevistar, ¿a quién elegirías?
—Puede sonar a tópico o lugar común, pero elegiría a Jesús. Pero más que por la entrevista en sí, por la posibilidad de conocerlo. Tengo la sensación de que conocemos poco al auténtico Jesús. También me interesan mucho otros personajes, como Cervantes o Marco Aurelio, pero tengo la sensación de conocerlos mejor que a Jesús, gracias a lo que escribieron.
—Por último, debo señalar que es muy curioso “entrevistar al entrevistador”. Es una especie de “metaentrevista”. Como “metaentrevistado”, ¿te gustaría añadir algo más sobre tu experiencia volcada en este libro o sobre el arte de la entrevista, en general?
—Puedo decir que mi vocación es puramente literaria, que yo siempre he querido ser escritor y no entrevistador o periodista. De hecho he publicado ya dieciséis libros, de géneros muy variados. Nunca pensé hacer tantas entrevistas. Pero cuando estaba haciendo mi tesis doctoral sobre Francisco Umbral, me di cuenta de que un libro de conversaciones con él sería muy publicable, en otras palabras, que me lo publicarían seguro, como así ocurrió. Entonces, el verano de 2000, trabajando mucho, hice ese libro con Umbral, un libro muy respetado entre los admiradores de Umbral y entre los expertos de su obra. Mi primera entrevista se la hice a él para un trabajo de investigación en la Universidad. Me acuerdo que aquel día Umbral me llamó la atención por no llevar grabadora (yo no sabía que tenía que llevarla), y luego me compré una a la que saqué muchísimo partido. Aprendí que la grabadora era algo así como la credencial del periodista, o al menos del entrevistador.
—¿Crees que tu vocación de escritor habrá condicionado tus entrevistas, para bien?
—Efectivamente, mi vocación es de escritor, como decía, no de entrevistador, pero con el tiempo he aprendido que la entrevista no sólo es un género periodístico, también lo es literario, según quién lo haga y cómo lo haga. Una entrevista también hay que escribirla, como todos los géneros literarios, y prepararla, y ahí también se ve al escritor: aparte de las preguntas, el tono, la profundidad de esas preguntas, la forma de tratar al personaje y de plasmarlo. Como cualquier texto literario, pero también periodístico, hay que cuidarlo para que tenga calidad, interese y se lea bien.
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