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Drew Barrymore, antigua Lolita destroyer - Zenda
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Drew Barrymore, antigua Lolita destroyer

Puede que ésa —la comparación entre la gracia y la desgracia en perspectiva— fuera la causa de la precocidad de Drew Barrymore en su autodestrucción. Lo tenía todo para ser la niña que, a todas esas mamás que llevan a sus hijos a los castings infantiles convencidas de que sus pequeños son los más guapos...

El inglés Aldoux Huxley, como todos los grandes utopistas que escribieron después de que los comunistas materializasen su utopía en esas dictaduras de los miserables que aún sojuzgan algunos países, era distópico y clarividente. Imaginó Un mundo feliz (1932) unos 50 años antes de que el nuestro teóricamente lo fuera. Ya en esas páginas, en la conversación de John el Salvaje con Mustafá Mond —el interventor mundial de Europa Occidental—, Huxley nos advirtió de que no se podía ser dichoso —y mucho menos “neumática”, que, como todos sabemos era la palabra con la que se refería a las mujeres deseables y atractivas sexualmente en aquel mundo feliz—, sin la angustia y el dolor en perspectiva. Resumiendo, no hay dicha si no hay desdicha a la que oponerla. Y si el de enfrente es el desdichado y nos es dado verlo, mejor todavía.

Puede que ésa —la comparación entre la gracia y la desgracia en perspectiva— fuera la causa de la precocidad de Drew Barrymore en su autodestrucción. Lo tenía todo para ser la niña que, a todas esas mamás que llevan a sus hijos a los castings infantiles convencidas de que sus pequeños son los más guapos del mundo, les hubiera gustado criar: personajes melosos en el cine familiar de Spielberg, fotos con Ronald Reagan en plan paternal el presidente, al mundo entero cautivo de su simpatía… Y la pequeña Drew, con tan solo doce primaveras, se decidió por el lado salvaje, que —aludiendo a una expresión coloquial en la lengua de Shakespeare— terminó de acuñar Lou Reed en el título de la más célebre de sus canciones: Walk on the Wilde Side (1972).

"Solo era una niña de doce años y ya era alcohólica y politoxicómana en las noches del Studio 54, el club puntero del Nueva York de los años 80"

Y así fue como esta hija de Hollywood se dio a esas ebriedades que llevan hasta la muerte sin sentir apenas que la Parca se acerca. Como si ella también fuera uno de esos niños de la calle del llamado Tercer Mundo —que Huxley imaginó en la Reserva, donde viven los indios pueblo— que mascan hojas de coca para trabajar en las minas como bestias sin haber llegado aún a la adolescencia; o esos otros, que esnifan pegamento para creer que vuelan al ir a robar a los turistas.

Tengo el convencimiento de que Huxley, amén de por utopista, era clarividente por los problemas que, desde los días de formación en Eaton, mermaron su vista. Ignoro si conoció a alguno de los ilustres ancestros de la Lolita Destroyer, que tan acertadamente se llamó, cuando ella misma hizo públicas las miserias de su gloria incierta, a la hija de John Drew Barrymore, nieta de John Barrymore y Dolores Costello, sobrina-nieta de Lionel Barrymore y Ethel Barrymore… En fin, último vástago de toda una saga en la interpretación estadounidense. Ahora bien, solo era una niña de doce años y ya era alcohólica y politoxicómana en las noches del Studio 54, el club puntero del Nueva York de los años 80, al que —siempre según las confesiones de la joven estrella— su propia madre —la también actriz Jaid Barrymore— la llevó por primera vez cuando solo contaba nueve abriles.

"Puede que, hasta la fecha, la mejor de las películas que, de una u otra manera, han contado con la participación de Drew Barrymore sea la de su temprana experiencia errática"

Ya digo, no sé si Huxley conoció a alguno de los ancestros de la joven Drew. Habida cuenta de que el autor de Un mundo feliz pasó sus últimos días en Los Angeles, donde murió en 1963, no parece descabellado hacerle conocido de alguno de los Barrymore como lo fue, por ejemplo, de George Cukor o de su compatriota, Alexander Korda —también transterrado en Hollywood— para quien incluso escribió un libreto: Venganza de mujer (1948), que fue la primera adaptación a la pantalla de Orgullo y prejuicio (1813) de Jane Austen. En cualquier caso, por mucho que hubiera conocido a alguno de los ilustres ancestros de Drew, y por más meridiana que fuera su clarividencia al describir una sociedad tan hedónica que, de hecho, fue una premonición de la nuestra, no sé si el utopista imaginó la suerte de esta actriz al tratar con alguno de sus familiares. De modo que no alcanzo a discernir si alguno de los alfa de su utopía puede ser una anticipación de Drew Barrymore. Desde luego, la alegre colonia de Hollywood bien podría equipararse a la dicha de los alfa en su mundo feliz.

Puede que, hasta la fecha, la mejor de las películas que, de una u otra manera, han contado con la participación de Drew Barrymore sea la de su temprana experiencia errática. Tras la rehabilitación, a la que fue sometida con tan solo trece primaveras, llegó la reinvención en una chica neumática, flamante productora, actriz, fotógrafa, modelo y embajadora contra el hambre del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas. Todo un ejemplo de autosuperación, emprendimiento, buen rollo y hasta solidaridad. La experiencia de la niña de E. T. El extraterrestre (Steven Spielberg, 1982) merecía uno de esos libros de autoayuda que escalan en las listas de los más vendidos y, en efecto, ella misma lo escribió: Little Girl Lost (1990). Fue el primer éxito de su nueva vida. Estamos tan acostumbrados a las licencias de los integrantes de la alegre colonia de Hollywood que, cada vez que sabemos de la muerte prematura de alguno de ellos, lo atribuimos a su supuesta toxicomanía. Así que, cuando se hizo pública la superación, por parte de la niña de E. T., de sus antiguas corrupciones, fue toda una alegría para las mamás que gustan de niñas tan candorosas como ella. Fue un final feliz difícil de igualar.

"La destroyer que fue en su infancia dio paso a la Lolita que, en títulos como Hiedra venenosa o Secreto sangriento, mostró a sus admiradores, con inusitada generosidad, el milagro que la biología había obrado en su cuerpo"

Drew Barrymore nació en Los Ángeles en 1975. Tres años después ya participaba en telefilmes. Su llegada a la gran pantalla tuvo lugar en una cinta que ha quedado como toda una excepción en la filmografía de una reina del cine familiar —Un viaje alucinante al fondo de la mente (Ken Russell, 1980)—, que, sin embargo, también puede entenderse como un presagio del derrotero que aguardaba a esa niña prodigio que fue nuestra actriz. Tras su candorosa creación de Gertrie, la niña de E. T. llegó otra muchacha inquietante: la Charlie McGee de Ojos de fuego (Mark L. Lester, 1984). Al acabar el rodaje, ya bebía como un adulto.

Hay que hacer notar que, pese al alcoholismo y la toxicomanía de sus comienzos, Drew Barrymore nunca dejó de trabajar. Muy por el contrario, su filmografía —que, hasta la fecha, sumando los empleos en los que se ha prodigado supera el centenar de títulos— es una de las más dilatadas de entre las actrices de su generación. La destroyer que fue en su infancia dio paso a la Lolita que, en títulos como Hiedra venenosa (Katt Shea, 1992) o Secreto sangriento (1993), mostró a sus admiradores, con inusitada generosidad, el milagro que la biología había obrado en su cuerpo.

"Uno de sus grandes éxitos lo conoció en el slasher, a las órdenes de Wes Craven, para quien Drew Barrymore incorporó a la Casey de Scream"

A diferencia del común de los niño prodigio, que conocen la decadencia y después la ruina apenas comienzan a cambiar la voz y a dejar de dar dinero a espuertas a sus padres, Drew Barrymore se convirtió en una estrella adulta sin mayor problema. En 1988, cuando salió del centro de rehabilitación, vivió un tiempo en casa de David Crosby, el de Crosby, Stills, Nash & Young. Sus padres habían perdido la patria potestad de la joven actriz y Crosby —que tenía en su pasado una de las experiencias más sonadas en la drogadicción de la escena musical estadounidense— se había comprometido con la justicia para ayudar a otros a superar lo que ya había superado él.

Uno de sus grandes éxitos lo conoció en el slasher, a las órdenes de Wes Craven, para quien Drew Barrymore incorporó a la Casey de Scream (1996). Para entonces, la antigua niña prodigio había dejado atrás el cine familiar: hacía furor en la cartelera juvenil. Pero su mejor trabajo es Donnie Darko (2000). Esta cinta de Richard Kelly, de la que fue productora ejecutiva la propia actriz —todo un drama psicológico sobre los viajes en el tiempo—, hoy se admira como una de las obras maestras de la pantalla independiente norteamericana de principios de siglo. A fe mía, es la gran aportación de Drew Barrymore a la historia del cine. Que otros alaben su trabajo en Por siempre jamás (Andy Tennat, 1998), Nunca me han besado (Raja Gosnell, 1999) o Los ángeles de Charlie (McG, 2000). Yo me quedo con la productora e intérprete de Donnie Darko.

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Javier Memba

Tintinófilo, escritor y periodista con casi cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978–, Javier Memba (Madrid, 1959) es colaborador habitual del diario EL MUNDO desde 1990. Estudioso del cine antiguo, tanto en este rotativo madrileño como en el resto de los medios donde ha publicado sus cientos de piezas, ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción–La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008). Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014), un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada, es su última publicación hasta la fecha. Blog El insolidario · @javiermemba

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