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Dos poemas de "Hablo de amor entre fantasmas", de Javier Reverte - Zenda
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Dos poemas de «Hablo de amor entre fantasmas», de Javier Reverte

Javier Reverte, recientemente fallecido, era conocido por su faceta de escritor de viajes y periodista. Pero también destacó por su obra poética. Bartebly Editores publica su poemario Hablo de amor entre fantasmas, del cual Manuel Rico escribe a continuación, y del que Zenda reproduce dos de sus poemas. Aunque la poesía de Javier ha ido...

Javier Reverte, recientemente fallecido, era conocido por su faceta de escritor de viajes y periodista. Pero también destacó por su obra poética. Bartebly Editores publica su poemario Hablo de amor entre fantasmas, del cual Manuel Rico escribe a continuación, y del que Zenda reproduce dos de sus poemas.

En el verano de 2015, Javier Reverte, tras un almuerzo en un lugar del Valle del Lozoya, me sorprendió a los pocos días con un envío: el borrador de su último poemario, un libro en el que llevaba trabajando muchos años. Quería saber si a Bartleby le interesaba. Cinco años después, en este otoño cruel (mucho más cruel que el abril de Eliot, a quien tanto admiraba javier) y tras una paciente espera, su libro, titulado Hablo de amor entre fantasmas, llegará en breve a las librerías. Ocupará un lugar en los escaparates y en las mesas de novedades.

Aunque la poesía de Javier ha ido siempre por senderos semiclandestinos y en paralelo a su obra narrativa y viajera, sus primeros libros poéticos nacieron en la década de los ochenta. Reverte es un novísimo no novísimo, un raro poeta que, en un ejercicio de modestia muy acorde con su personalidad, se califica a sí mismo de “digno”. Sus poemas, sin embargo, van mucho más allá de la pura dignidad. Es una poesía pegada al mundo, hecha en la trastienda de sus viajes, trufada de intimidad y de fantasmas, directa y huidiza de retórica y artificio, cargada de verdad y de una emoción lírica contenida, casi pudorosa, pero eficaz.  La muerte, con algunos poemas casi premonitorios, el amor por la naturaleza y sobre todo por las montañas que avistaba en sus retiros desde la casa de Valsaín, la persistencia del dolor por la muerte del padre, la memoria de la infancia, el desprecio al franquismo que cercenó juventudes… Todo eso está en el libro. En los primeros años de su labor literaria se decantó por la poesía y aportó algunos títulos a la poesía de la década de la “movida”. En 1980, en una editorial desconocida de nombre desafiante Colectivo 24 de enero, Javier publicó Metrópoli, y, ocho años después, en el tiempo dorado de la movida madrileña, Libertarias publicó El volcán herido. Entonces, todo, o casi todo, estaba por construir. En nuestras conversaciones, especialmente en la que sucedió al almuerzo en la sierra del Guadarrama, me habló más de una vez de su respeto casi reverencial hacia la poesía. Un respeto que se advierte de un modo rotundo en el prólogo a su poesía completa, publicada en 2004, Trazas de polizón, donde escribe: “Sigo creyendo, como escribí alguna vez, que la poesía es la verdadera palabra del hombre, la que mejor puede retratar su alma perpleja y la complejidad de su corazón, ya que incorpora en su expresión la melodía, la emoción, el instinto, las contradicciones del espíritu, la irracionalidad, el misterio, la reflexión y la ambición de lo absoluto”. ¿Es preciso subrayar que eso solo lo puede escribir un poeta? Dejemos hablar a sus poemas.  A la gravedad irónica y emocionada, con algo de despedida y de diálogo con la muerte y los amigos, de “Lamento”, y la delicadeza de sus sorprendentes y mágicos haikus.

Lamento

I

La muerte se nos muestra en los ojos del otro

cuando, de pronto, su mirada se disuelve en agua

y la luz que desprende

se desvanece como brasa en la cerilla.

La vida es un frágil aliento,

una sutil respiración,

el delicado rumor de la seda al doblarse.

Y se va tan deprisa,

esfumándose,

como los hilos de humo

que desprenden las últimas pavesas de la hoguera.

II

En los sarcófagos de antaño

quedó labrado su gusto por la vida:

a los héroes griegos les placía enterrar sus cenizas

bajo túmulos cubiertos por la tierra.

Y los papas y reyes tomaron panteones

para reposar con las manos unidas en el pecho,

la cruz o la espada a un lado,

y los ojos cerrados en un gesto de vacuo egocentrismo.

 

Pero los soberanos etruscos sonríen en sus tumbas:

no hay armas a su vera;

sí, abundancia de cántaros de vino

y arpas y laúdes.

 

Yo quiero un lecho etrusco donde guardar mis huesos.

III

Los nuestros se van de nuestro lado como se va el verano:

bruscamente.

Pero nunca regresan.

Y ya siempre es invierno en nosotros:

de repente.

IV

El mundo era importante cuando ellos lo habitaban,

ellos,

mis amigos ya muertos.

 

Ahora es campo de minas

bajo mis pies descalzos,

mientras camino a solas

ya casi sin amigos.

V

Morimos en las fotografías,

en retratos del ayer,

en las viejas películas,

en canciones ahogadas

que no nos pertenecen.

Sobre todo, en los rostros de Hollywood,

los actores y actrices de aquel antaño alegre,

visto en sesión continua,

en cuyas vidas soñábamos la nuestra

y bajo cuyo rostro de entonces

hoy leemos, incrédulos,

infames necrológicas.

 

Ingrid, Monroe y Wayne,

Gregory, Ava y Maureen,

Bogart y Bacall…

¿Por qué nos dejáis, uno tras otro,

tan huérfanos de risas y aventura

a los niños de ayer?

VI

A los míos,

los veo desfilar entre jardines

en las alegres fotos del antaño.

Asoman cual actores de un teatro,

felices en la escena

e incluso haciendo burla de la cámara.

 

Nos sonríen, nos cantan, nuestros amados muertos.

Y se esfuman de pronto.

Pero una vez tras otra,

el viento, compungido,

trae sus nombres.

VII

Cuando ya solo exista en las fotografías

que nadie ya contempla en dos generaciones.

Cuando tan solo sea memoria en una piedra mal labrada.

Cuando una excavadora rompa el nicho en que yago

y construyan un hogar nuevo hundiendo mis cenizas en

[la tierra…

Supongo que ese día tendré que hablar con mi abogado

pues ya pagué la tumba.

Haikus

I

Campos dorados mediado junio,

rubor de amapolas

en las mejillas del trigo.

 

Cielo azul de algodón,

roja tierra de vino,

oro viejo en la espiga.

 

La pradera tirita

cuando escapa la tarde.

Un murciélago gime.

II

Los bosques

en noviembre

lloran ciervos.

 

El hongo brota

estéril, como pezón de un seno

que no ofrece su leche.

 

Las cigüeñas viajeras

dejan su última lágrima

en el nido vacío de septiembre.

 

Viaja al sur el zorzal,

honda, honda la pena:

¿volverá en primavera?

 

Trote de jabalíes,

jara, retama y brezo,

un clamor de berrea.

III

Cruzan la Luna

ratas aladas

con antifaces.

 

Marte se duerme

en los inviernos de los infiernos

bajo la raya del Ecuador.

 

Venus, caliente,

estéril ríe:

como las putas, alza la falda.

 

La Polar va desnuda

mientras abajo brilla, celosa,

la Cruz del Sur.

 

Pían las Pléyades

como jilgueros en primavera.

Tuerta la Luna de los otoños.

IV

Ciega y dormida,

era la Luna un labio

de mariposa enferma.

 

Lejano, el altivo halcón:

un hachazo en el aire.

¿Adónde a morir vuela?

—————————————

Autor: Javier Reverte. Título: Hablo de amor entre fantasmas. Editorial: Bartebly editores. Venta: Todostuslibros y Amazon

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Manuel Rico

Manuel Rico (Madrid, 1952) es poeta, narrador y crítico literario. Ha colaborado en diversos diarios y revistas (El Mundo, Cuadernos Hispanoaméricanos, Ínsula, Letra Internacional, Mercurio, Turia…). Ejerce la crítica de poesía en el suplemento Babelia, del diario El País. Es autor, entre otras obras, de los libros de poemas Donde nunca hubo ángeles (2003), Fugitiva ciudad (2012). Premio Internacional Miguel Hernández, y Los días extraños (2015). La mujer muerta (2000 y 2011), Los días de Eisenhower (2002) y Verano (2008) son sus últimas novelas. Es autor del ensayo Memoria, deseo y compasión (2001) sobre la poesía de Vázquez Montalbán y de los libro de viajes Por la sierra del agua (2007) y Letras viajeras (2016). Dirige la colección de poesía de Bartleby Editores. Con Un extraño viajero ha obtenido el IX Premio Logroño de novela.

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