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Directo al alma - Zenda
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Directo al alma

Un buen día se me ocurrió a mí también, para manifestar mi estado de ánimo, compartir Un beso de esos en Facebook. Una amiga de la infancia lo escuchó y, como me había sucedido a mí antes, se quedó enamorada. A partir de ahí surgió un juego tonto entre las dos, recuperada la amistad después...

Hay días que parecen irreales. Esta semana tuve uno de ellos. Hacía meses, muchos, que había sacado entradas para ir a ver a un artista que hace tiempo que me tiene ganada. A Zenet lo escuché un día por casualidad, creo que fue en un vídeo compartido en Facebook y, como suele decirse, el flechazo fue inmediato. A más canciones conocía, más lo admiraba. Siempre me ha gustado conducir, y ese es mi momento de desmelene, sola o acompañada: canto como si estuviera en un casting para un concurso de televisión. Los CD de Zenet pronto pasaron a ser mi banda sonora en cada desplazamiento, junto a los Beatles, Canto Rodado y alguno más. Y cada vez me provocaba emociones potentes y dispares en función de las vivencias, de las circunstancias del momento.

"Mi afición a su música se hizo tan notoria, que en las presentaciones de mis novelas dónde había actuación musical no podía faltar Soñar contigo o Un beso de esos, por lo que ha quedado como algo muy ligado a mi obra"

Un buen día se me ocurrió a mí también, para manifestar mi estado de ánimo, compartir Un beso de esos en Facebook. Una amiga de la infancia lo escuchó y, como me había sucedido a mí antes, se quedó enamorada. A partir de ahí surgió un juego tonto entre las dos, recuperada la amistad después de muchos años sin saber la una de la otra; las amistades de la infancia es como si siempre hubieran estado ahí, por años que hayas pasado sin noticia alguna. La cuestión es que cuando una estaba mal, o bien o con necesidad de exteriorizar algo, ponía un vídeo de Zenet, y la otra contestaba con otro, y entrábamos en un bucle del que siempre salíamos riendo. O llorando ―qué más da―. Salíamos con un fuerte sentimiento de compartir mucho más que música y letras, y reconfortadas. Fueron muchos los amigos y conocidos que supieron así de Zenet, antes de ser música de anuncios o películas. Me lo recordó Rosa con la voz quebrada durante el concierto: «Cuántos amigos lo han conocido por nuestros bucles infinitos». Seguro.

Mi afición a su música se hizo tan notoria que en las presentaciones de mis novelas donde había actuación musical ―han sido muchas, siempre gracias a María Vicenta y a la maravillosa Cris Blasco― no podía faltar Soñar contigo o Un beso de esos, por lo que ha quedado como algo muy ligado a mi obra.

"El caso es que dos veces intenté verlo en directo, y las dos veces llegué tarde. La tercera no se me escapó"

Recuerdo un viaje a Zaragoza para presentar Las guerras de Elena. Me acompañaba María Vicenta Porcar, compañera de tantos caminos. Ella sabía de mi afición, pero creo que nunca me había escuchado cantar sin pudor cada canción de Soñar contigo o Los mares de China, de las que me sé cada letra, cada compás, a voz en grito. Todo el camino de ida y el de vuelta. Seiscientos y pico kilómetros de pasión desbordada y desafinada. En aquel viaje el sentimiento era de euforia, de himno liberador. Temí que acabara aborreciéndolo, mas no fue así. Creo que en aquel viaje acabó por engancharse a la Zenetmanía, la música era demasiado buena, ni siquiera mi poca gracia para cantar pudo destrozarla.

Han sido muchos los viajes en los que ha ido a mi lado, algunos tristísimos, con las lágrimas rodando por las mejillas. Otros eufóricos. Dulces. Amargos. Imagino que eso crea lazos. Música, escritura, sentimiento, emoción…

El caso es que dos veces intenté verlo en directo, y las dos veces llegué tarde. La tercera no se me escapó. En cuanto vi que se ponían a la venta las entradas se lo dije a Rosa, mi compañera de bucles infinitos, y a María Vicenta, superviviente de 600 km de gallos y desvaríos al son de su música, y ese mismo día saqué las entradas. Las mejores que encontré.

Y por fin lo vimos en directo. Allí estábamos, en la segunda fila, como tres adolescentes.

"Y pasó lo que tenía que pasar: llegó un momento en que la emoción era tan inmensa que las lágrimas salieron solas, sin pedir permiso, tranquilas"

Los directos son arriesgados ―que se lo digan a Madonna en el pasado Eurovisión―, porque hoy en día con los arreglos y medios técnicos parece que cualquiera puede sacar un disco. Lo raro es que el directo supere a la grabación, y este fue el caso. La calidad de los músicos que le acompañan es indiscutible; cada solo, un regalo. Pero él crea magia sobre las tablas. Le falta espacio, por grande que sea el escenario lo desborda todo. No sé por qué me vino a la cabeza el recuerdo de otros grandes como Frank Sinatra o Charles Aznavour. El swing, el sentido del ritmo, la complicidad con los músicos y el público, el buen hacer, ese punto canalla, la contención desbordada…

Le decía a Rosa que si tuviera veinte años me hacía groupie. Menos mal que no los tengo.

Y pasó lo que tenía que pasar: llegó un momento en que la emoción era tan inmensa que las lágrimas salieron solas, sin pedir permiso, tranquilas.

En este disco muchas canciones son adaptaciones de temas antiguos, pero cada letra merece una novela. Canciones ya invisibles rescatadas para que no se pierdan, porque lo bueno es eterno pero a veces se esconde. Letras contadas con esa voz ronca, afilada, rasgada… A ratos grave, a ratos aguda. Notas afinadas desde las tripas y el corazón, con silencios que pesan y sostenidos que te agarran el alma. Música, letras, voz, presencia…

Nos mirábamos incrédulas, como si fuera un milagro estar allí, viéndolo tan de cerca, con la piel erizada, transportadas a una Cuba en blanco y negro con cada canción, como salidas de un gramófono sin carraspeos. Boleros, pero también tangos arrastrados, chotis y coplas del siglo XXI, y mucho jazz.

"Hoy he amanecido cantando La Guapería ―«la guapería llegó, y se quedó»―, y hasta el día gris parece más luminoso"

Los aplausos del público cortaron la actuación varias veces, la complicidad se mascaba. De pronto miré el reloj, preocupada. Había pasado una hora. ¡Una hora! No me había enterado, parecía que acababa de empezar. No queríamos que acabara. Se había abierto el invisible telón a las nueve y las agujas marcaban las once. Si no se hubiera atrasado el comienzo ―en principio la hora de inicio era las ocho, pero avisaron que cambiaba a las nueve―, estoy segura de que el público no se habría movido de allí en un buen rato para arrancarles varias piezas más, sin piedad, sin consideración, por egoísmo puro. Por necesidad.

Llegamos al final con una mezcla de alegría, turbación y pena. Flotábamos.

Hoy he amanecido cantando La Guapería ―«la guapería llegó, y se quedó»―, y hasta el día gris parece más luminoso. Las letras, muchas, forman un revoltijo en mi cabeza. Incorrectas, antiguas, sentidas, irónicas. Tanto, que el día menos pensado acompaña a Baroja en la lapidación mediática ―como contaba en el artículo anterior―, así que mejor lo canto bajito, que no me oigan, que no le encuentren. Como dice una canción, descuida, no diré esta boca es mía, callaré que me conoces… Aunque no me conoces.

Fragmentos de letras de canciones:

Soñar contigo (Los mares de China, Javier Laguna, Zenet, Pájaro Juárez y Javier Viana)

Déjame esta noche…
soñar contigo
Déjame imaginarme en tus labios los míos
Déjame que me crea que te vuelvo loca
Déjame que yo sea quien te quite la ropa
Déjame que mis manos rocen las tuyas
Déjame que te tome por la cintura
Déjame que te espere aunque no vuelvas

Déjame que te deje tenerme pena.

Tranquila (La menor explicación, Javier Laguna, Zenet, José Taboada)

Tranquila,
que sabía lo que había,
que no me hice ilusiones.

Descuida,
no diré esta boca es mía,
callaré que me conoces.

Tranquila,
que ni dios se lo imagina…
Nadie me dijo tu nombre,
nadie nos vio de la mano,
nadie sabrá que una noche
me presentaste a tu gato.

Lo que hubo entre nosotros
quedará entre tú y yo.
Tranquila que no me debes
la menor explicación.

A poquito que te roce (Si sucede, conviene, Javier Laguna, Zenet y Taboada)

Confiesa.
Dime si es por darme celos
o si estás buscando el medio
de tratarme de olvidar.

Dime a qué es a lo que juegas.
No pretendas que me crea
que te has vuelto a enamorar.

Confiesa,
¿quién te ha puesto de su lado?,
¿quién te toma de la mano?,
¿con quién finges ser feliz?,
¿quién no quiere que me quieras?,
¿quién es ese a quien le dejas
hacerse pasar por mí?.

No lo niegues, reconoce
que te salgo sin pensar,
que aún se te escapa mi nombre,
que soy tu debilidad.

No lo niegues, reconoce
que a poquito que te roce
te echarías a temblar.

Borrasca (La guapería, autor: Enrique Fabregat Jodar y Mario Molina Montes)

Vas tan ligada a mi vida,
voy tan ligado a tu aliento
que antes de ver roto ese amor
quiero saberme muerto.

4.9/5 (7 Puntuaciones. Valora este artículo, por favor)

Marta Querol

La valenciana Marta Querol llegó a la escritura por accidente. Estudió Económicas e Ingeniería de Calidad y su trabajo se desarrolló siempre en este último campo. Con su primera novela, El final del ave Fénix (Ed.Centurione 2008, Editorial Aladena 2010, Ediciones B 2012), cometió la insensatez de enviarla al premio Planeta y fue una de las diez finalistas de 2007. Había encontrado su camino. A esta le siguió Las guerras de Elena (Ediciones B, 2012) y Yo que tanto te quiero (CERSA 2015, Ediciones B México 2016). Con esta saga familiar ―que le gustaría pensar son unos Buddenbrok a la española― ha conquistado a lectores de todo el mundo y las tres han ocupado puestos destacados en las listas de Amazon, aunque ella sigue siendo invisible para la crítica especializada. Tampoco pensó nunca que haría televisión y radio ―en esto último sigue― o que escribiría en el periódico centenario de su ciudad (Las Provincias) y sin embargo lo hizo durante cuatro años con su columna Piedra, papel, tijera. Enlaces: martaquerol.es ·  Marta Querol en Facebook  · @Marta_Querol

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