Hay un montón de cosas útiles y, por desgracia, escasamente prácticas que te pasas la vida dejando para más tarde. Lecturas pendientes y conversaciones nunca emprendidas se acumulan en la memoria. Toca dar un paso al frente, airear la sentina y ponerse al día. Ya no hay excusa: lo que hay por fin es tiempo.
- Leer el Quijote. Una lectura mil veces aplazada. La Aplazada por antonomasia. Ha llegado el momento de sumergirse en la mente de Miguel de Cervantes, uno de los seres humanos más lúcidos y completos que hayan existido nunca, y correr en pos de una dama imaginada, una ínsula ficticia y, sobre todo, una gloria no menos imaginada ni ficticia. “Como no estás experimentado en las cosas del mundo, Sancho, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles”. Una lectura que marca.
- Leer de una vez al belga Simenon. Bien podría suceder que Georges Simenon pasara a la Historia como el Mejor Novelista del Siglo (XX). O no. En todo caso siempre figurará entre los grandes. En el catálogo de Acantilado te aguardan una veintena de títulos que giran, como todos, en torno a la percepción y sus desajustes, en torno a lo que parecen las cosas y a lo que en realidad son. En torno a la vida como trampantojo.
- Revisar la filmografía de tres realizadores cinematográficos vivos que ya están en la Historia del Cine. Muy distintos entre sí, sólo los une la edad (provecta)… y la convicción personal de que si no eres clásico no eres nada. Unas filmografías densas, variopintas y anti-modelnas en las que un cine excelso se da la mano con películas de andar por casa. Eso sí, siempre interesantes y nunca infames. Hablamos de Roman Polański, Woody Allen y Clint Eastwood, tres grandes de verdad.
- Leer Moby Dick. Llegar a clásico no exige necesariamente perfección técnica y éste es el caso de las aventuras de Ismael, el capitán Acab y la tripulación maldita del condenado Pequod en pos de la ballena blanca. Una aventura que toca el corazón con la fuerza de la Odisea, la intensidad evocadora de la Biblia y la pasión de Quijano y Sancho.
- Leer Los viajes de Gulliver. Otro clásico que todo el mundo cree conocer y muy pocos han leído. Un relato condenado, como el propio Moby Dick, Le Petit Prince o la Alicia de Carroll, al limbo de la literatura infantil, único modo de conjurar su irónica e inquietante ambigüedad. Embárcate con el doctor Gulliver en pos de lo desconocido y descubre que lo inimaginable es posible.
- Leer Las mil y una noches. Clase, estilo y gracia. Belleza en estado puro. Un destilado irrepetible. Una joya imprescindible. Literatura con mayúsculas. La caña.
- Leer el ¡Hola! cada semana. Deja atrás tus prejuicios y emprende ya una lectura simpática, agradable y divertida. Amor y lujo, pero “de verdad”. Y a tutiplén.
- Cocinar con la Parabere. Nada hay para un menestral como encerrarse en la cocina con doña María Mestayer, señora de Echagüe e ilustre marquesa de Parabere. Bueno, no con ella, sino con su enciclopedia culinaria La cocina completa. Una obra fascinante. Llena de consejos “de alta gama” y recetas imposibles. Disfrute garantizado. Un delicioso clásico de la cocina y la literatura que Espasa-Calpe publica incansable desde hace ochenta años.
- Experimentar nuevas posturas. El Kama Sutra es un mundo; explorarlo exige del devoto curiosidad, flexibilidad y tiempo. Y, por supuesto, una pareja dispuesta. Si lo tienes todo, es el momento de descubrir gratos extremos. Eso sí, cuidado con las agujetas.
- Hablar. Despacio y con quien sea de lo que haga falta, divino o humano, necesario o perfectamente inútil. Si el destino de todo viajero es el propio viaje, también en el mero acto de charlar se esconde el motivo de la charla misma.
¡Feliz cuarentena, zendíferos!
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