Hace tanto frío en la ciudad que todo se ve como en una película en blanco y negro no exenta de los ruidos habituales del tráfico y las obras. Parte de la fachada del Café Comercial está cubierta por una lona. Al otro lado, chirría una radial. Debajo, ya en la acera, dos valientes toman un café a los pies del andamio. No es día para llevar gafas de sol.
En lo musical, la novedad de su discografía es Caemos como cae un ángel (Galerna, 2022), aunque su álbum más celebrado será siempre (y hasta el momento) Canciones de amor desafinadas (GASA, 2000), que, confeso, Vasallo reconocía que no era lo más comercial ni lo más radiable. «Por lo menos eso parecía cuando saqué ese disco. De hecho no funcionó, fue un fracaso absoluto. A la compañía no le gustó nada, les pareció oscuro, triste y lento. Sin embargo, se ha convertido en un pequeño disco de culto». El que fuera miembro de Duncan Dhu (y después de Cabaret Pop) es de raíz norteña y montañera sin perder de vista el mar. Aunque no lo parezca, Vasallo porta la lumbre en este gélido Madrid donde se oye cantar a lo lejos a Leonard Cohen: «And who by fire, who by water / Who in the sunshine, who in the night time».
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—«Ser autor de culto da para vino corriente», decía Rafa Berrio. ¿Qué vino toma usted?
—Creo que decía exactamente que daba para arroz integral y vino corriente (risas), que era casi lo que compraba el pobre Rafa. A mí me gusta el vino un poco mejor. A Rafa le gustaba el vino joven, el vino del año, que era lo que siempre pedía.
–¿De qué tipo?
–Imagino que un Rioja. Es curioso, porque en los últimos tiempos Rafa se fue aficionando precisamente al vino bueno. Le gustaba el vino peleón, lo que allí llaman chatos, que es el vino de la casa. Me acuerdo que cuando íbamos a cenar, incluso, pedía él el vino, ya se estaba aficionando a los vinos de más nivel.
—En su caso, té y café por las mañanas, y vino por las noches.
–Sí. Es una norma que me autoimpongo porque yo en realidad no debería beber. Tengo el hígado un poco tocadillo. Entonces, el poco vino que me puedo permitir prefiero reservármelo para la hora de la cena, que para mí es ahora un poco especial y muy placentera.
—¿Es usted nocturno?
—No soy especialmente nocturno. Yo dividiría los placeres también en diurnos o incluso en matutinos y vespertinos. De hecho, por lo menos en los últimos años, soy bastante diurno. Me gusta mucho la actividad de mañana y salir a caminar, el té de las mañanas, el café… En fin, con los años he ido cambiando mis costumbres y ahora me acuesto mucho antes que hace 20 años.
—¿Qué hizo con sus primeras ganancias como músico?
—Pues no lo recuerdo, pero comprábamos muchos discos en aquella época y gastábamos bastante dinero en ropa, sobre todo cuando salíamos fuera, en Londres. Mikel [Erentxun] es bastante fashion victim, diría yo. Ir de compras con Mikel es una maravilla porque conoce absolutamente sitios fantásticos. Ahora, tienes que llevar la cartera bastante llena (risas). Me compré un coche también. Fue un Suzuki Swift, modelo del 90, un coche muy guay.
—¿Y guitarras? Veo que tiene una Goya de los 60 de fabricación sueca.
—Guitarras he comprado siempre. Guitarras y bajos. Lo de los instrumentos yo creo que es algo que viene con el oficio, siempre estás comprando y vendiendo. Me gustan mucho las guitarras antiguas. Casi todas mis guitarras son antiguas tanto eléctricas como acústicas. Hace poco me he comprado una National de los años 50. Tengo dos National, de hecho, y las dos son de los 50 y 60.
—¿Las compra en tienda física, internet…?
—Una me la compré en Londres hace ya muchos años en tiendas de estas que hay de instrumentos vintage y la otra se la he comprado a un guitarrista del grupo Lisabö, de Guipúzcoa.
—¿Siempre viaja con usted la Goya?
—Viaja cuando voy a tocar, aunque yo no suelo viajar con guitarra. La verdad es que tampoco es que viaje mucho si no es para tocar. Pero si me hago una escapada con mi mujer o donde sea, no llevo la guitarra. Hay guitarras que no se sabe por qué es como si fueran para ti. O sea, te sientes cómodo con ellas. Bueno, cualquier instrumento tiene que ser un instrumento que te apetezca realmente tocarlo. Y no pasa con todos los instrumentos. No sé por qué, pero hay algunos que es como si te estuvieran esperando. Y esta guitarra es muy barata, de hecho (cuesta 400 euros). Tengo guitarras muchísimo más caras. Pero esta me gusta. En los últimos años es como mi guitarra acústica.
—¿Qué lectura lleva consigo?
—Viaja siempre lo que estoy leyendo en el momento. Siempre cargo dos o tres libros. Me parece importante porque, si no te gusta uno, tienes otro, aunque luego también siempre acabo yendo a comprar porque yo soy absolutamente fan de las librerías. Creo que lo que más me gusta a mí en el mundo es ir de librerías a comprar. Es mi plan favorito de todos.
—¿Qué está leyendo ahora?
—Pues ahora me he traído uno que acabo de empezar ayer en el tren: Letra torcida, letra torcida de Tom Franklin. Es una novela negra. Noir americano de la América profunda, de la editorial Dirty Works, que casi todos los autores yo creo que son un poco de ese palo, ese mundo de novela negra de paletos, poblachos inmundos… Ayer me empecé ese. Generalmente voy con lista de libros a las librerías, pero luego me gusta mucho picotear cosas que, por lo que sea, te entran por los ojos.
—Como con los discos y sus portadas.
—Me gusta el grafismo tanto de los discos como de los libros. Entran por los ojos y me he comprado más de un libro por la portada.
—¿Con buen resultado?
—Ha habido de todo. Pero me gusta mucho la edición de los libros, mirar mucho las editoriales, cómo están editados, el papel, las guardas, la tipografía… Ahora la verdad es que hay editoriales que editan muy bien y hay libros muy bien editados, muy chulos, que te entran un poco por los ojos. El libro no deja de ser un objeto y como objeto tiene que ser atractivo. Cuando entro a librerías extranjeras, sobre todo a las sajonas, me dan mucha envidia las ediciones que hay. Creo que nos llevan mucha ventaja en portadas, en grafismos… Las ediciones inglesas de libros traducidos, por lo general, en cuanto a diseño, suelen ganar a las españolas.
—Iba para arquitecto y se podía haber dedicado al diseño también.
—Sí. Estuve en dos academias de diseño gráfico, una en Madrid y otra en Donosti, donde empecé arquitectura, pero duré poco, la verdad, un curso. Pero siempre me ha gustado mucho el diseño, el grafismo, el cómic, la pintura, el cine, la fotografía… En fin, todo lo relacionado con las artes plásticas. Realmente ha sido mi vocación más primera. Incluso mucho antes de tocar ningún instrumento.
—¿Por qué alguien que se decantaba más por lo plástico se decide al final por la música?
—Realmente también tendría que añadir que éramos, en mi caso, unos devoradores de cómics y de todo tipo de arte visual.
—¿Fanzines también?
—Me fascinaban y me siguen fascinando, la pena es que no se hagan. Me parece un formato maravilloso. Esas fotocopias… Me parece una cosa súper interesante y muy atractiva. A la vez, éramos enormes consumidores de música. Estábamos siempre escuchando música, y mis amigos éramos de los que al cole se llevaban sus casetes para intercambiarlas con otra gente, aunque no había mucha en mi clase. No era muy numerosa. Seríamos unos 20 o así y dos o tres los que compartíamos cintas. Al resto de la gente no le interesaba la música. Te hablo de los 15 o 16 años.
—¿Qué música se pasaban?
—Muchas cosas. Pero yo, en mi adolescencia, estaba absolutamente loco por el rock and roll primitivo de los años 50. Era una cosa un poco bizarra. Luego, nos gustaban mucho cosas de los 80 también: Aztec Camera, Johnatan Richman…
—Algo que era cercano a la new wave.
—Sí, grupos ingleses como The Pale Fountains, que nos flipaba, y cosas más de rock and roll, grupos raros, de revival de rockabilly extraños… Bueno, por supuesto, los Stray Cats me gustaban mucho, The Cramps… Había una mezcla entre el pop acústico inglés y los grupos más de rock and roll cercanos al rockabilly, psychobilly, al punk… También The Meteors, que tiran mucho al rollo un poco oscuro dentro del rock and roll. Me gusta todo lo más oscuro.
—«Estamos todos en el fondo de un infierno donde cada instante es un milagro», decía Emil Cioran.
—Me parece bastante acertada la cita. Cioran atinaba muy bien con sus aforismos, con sus pensamientos y con sus declaraciones. Evidentemente la existencia se puede ver desde muchos puntos de vista y siempre estará el vaso medio lleno o medio vacío. Yo me siento muy identificado con el pensamiento pesimista de Cioran. Creo que tiene algo que a los que tendemos a ver el mundo desde un punto de vista bastante oscuro nos reconforta de alguna manera. De todas formas, Cioran tiene una cosa para mí muy interesante dentro de ese pesimismo; se reía bastante de sí mismo, y ese sentido del humor, unido a ese pesimismo, lo hacía mucho más soportable. Cioran sin sentido del humor sería insoportable. Es un sentido el humor que hay que buscarlo un poco entre líneas, pero lo tiene. Es un poco la clave de por qué resulta tan atractivo y sea tan placentero leerlo. También porque es un grandísimo escritor, aunque no sé si es un poeta filósofo, si es un filósofo que escribe… Pero yo creo que está muy cerca de la poesía.
—¿Un artista se pasa la vida observando?
—En mi caso, desde luego sí. Soy un observador constante, permanente. Además lo practico. Me gusta muchísimo caminar. Soy de darme caminatas diarias si puedo de kilómetros, tanto en ciudad como en el campo. Me gustan mucho también las caminatas urbanas. Es un ejercicio que te permite la observación permanente. Yo llevo ya mucho tiempo escribiendo y casi todos mis últimos tres discos están escritos en un 90% durante las caminatas. Luego, llego a casa y, a veces, lo desarrollo un poco más o lo retoco.
—En una entrevista que le hicieron a Cortázar, dijo algo así como que cuando estaba en un grupo pasándoselo bien, aparecía un Míster Hyde dentro de él, que le decía: «¿por qué no estás en casa tranquilo escuchando un disco?». ¿La multitud impide disfrutar de esos pequeños detalles de observación?
—Mis rutas suelen ser rutas más bien tranquilas, sobre todo donde vivo ahora, cerca de Hondarribia, que es un pueblo muy pequeñito y muy tranquilo. Ahora busco esa tranquilidad y esa esa placidez, pero yo he vivido mucho en Madrid y he disfrutado mucho de sus multitudes también, aunque iba buscando calles tranquilas, que las hay, incluso en pleno centro. Me fascina de Madrid que te puedas metes en calles estrechas por La Latina y que de repente no haya nadie. Las casas parecen casas de pueblo y eso me gustaba muchísimo. Hay calles donde no hay ruido también. Tiendo a buscar sitios más solitarios y, sobre todo, diría que sitios silenciosos. Tengo cierta aversión al ruido. La contaminación acústica o ruidista para mí es muy agresiva.
—Supongo que de ahí este verso de su autoría: «cuando el verano cae de repente como una fiesta inesperada. Cuando cenas solo y te dan la peor mesa de la terraza».
—Me encanta cenar solo, es uno de los placeres secretos. Hay mucha gente a la que no le gusta, pero a mí me encanta ir a una ciudad que no es la mía, incluso puede ser que no conozca o que no la conozca bien, y buscar un sitio para cenar solo, pero siempre que vas solo te dan la peor mesa. Lo tengo comprobadísimo (risas).
—¿Cuál es la peor mesa?
—Una mesa muy esquinada, donde igual tienes el bafle de música encima de la cabeza o al lado de la puerta. Yo creo que los camareros tienen muy claro cuál es la peor mesa.
—Por lo menos le dan a elegir buen vino.
—Eso sí.
—¿Se identifica usted, pues, con el vino que bebe?
—Sí, me identifico. Creo que la bebida que cada cual elige dice mucho de uno mismo. El vino, ya de por sí, es una bebida que dice bastante de la gente. No es lo mismo beber licores que beber vino. Hay una diferencia grande, entre otras cosas porque el vino se suele consumir con comida, a otras horas que los combinados. Eso dice bastante de una persona.
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