Cristina López Barrio y Javier Sierra a punto de empezar la #GiraPremioPlaneta2017.
Cristina López Barrio, finalista del premio Planeta 2017 con la novela Niebla en Tánger, relata para Zenda cómo fueron los prolegómenos del fallo en Barcelona, la tensión vivida y la despedida de la ciudad dispuesta para su viaje promocional.
Fue anoche. No. Ha pasado más de un mes desde que quedé finalista del premio Planeta. Cava, pendientes grandes, un horizonte de mesas blancas, la pantalla gigante a mi espalda, azul, el océano que tanto me gusta, un título que al oírlo me es ajeno, pero soy yo. Se me ha caído el tiempo de las manos desde entonces.
Nunca he escrito un diario al uso. Las frases en servilletas de bar, en páginas de libros para seguir viva; esas no cuentan. El diario, a veces de una intimidad insoportable, otras catarsis para vomitarse a sí mismo, para desdoblar el yo en el filo de la hoja en blanco, ese diario lo cultivé en poemitas de adolescencia, pero mudanzas espeluznantes se los llevaron. Me robó la memoria tanto ir de aquí para allá. Después, todo desvarío sentimental, miseria, angustia propia del estar vivo, alegría o pena la he volcado en la ficción o en los oídos piadosos de un par de buenos amigos. Lo sé. No es este momento ni lugar para abrir las compuertas del pudor, si no para contar cómo me levanté siendo una escritora que albergaba una ilusión y me acosté convertida en finalista del Premio Planeta.
Les ahorraré los pormenores del paseo matutino con mi marido por el Paseo de Gracia y las Ramblas en un día de sol e incertidumbres políticas, como los muchos que llevábamos en las costillas; los siete colores de pintalabios que me probé en una conocida tienda de cosméticos, a riesgo de que se ahorcara la dependienta, o la hora que me pasé en un probador masculino eligiendo una chaqueta para mi marido, mientras consultaba a cada rato el reloj del móvil: me quedan seis, me quedan cinco, me quedan cuatro horas para la fiesta. Vayamos directamente a cómo se prepara una para ir a una gala de los Premios Planeta, por primera vez, y además con una novela en juego. El propósito de entregarme a la meditación para templar los nervios durante al menos veinte minutos, o a una mini sesión de yoga, prácticas que intento incorporar a mi vida sin conseguirlo, fue sustituido por la primera copa de cava, había que celebrar ya solo estar allí, unas lonchitas de jamón ibérico y un baño espumoso, como anticipo del glamour venidero. No era momento para heroicidades hinduistas, si no para abandonarse a un derroche más nuestro. Como carezco desde la infancia de la noción del tiempo, lo pulverizo entre las manos y siempre voy corriendo a todos sitios, empecé a arreglarme con una hora y media de antelación mientras mi marido me amenizaba tocando su guitarrita de viaje, que nos acompaña siempre. No sé por qué ese día una se pinta peor que nunca: el ojo que pretende ahumado le queda gótico, los labios, gracias al perfilador, una carretera de montaña. Desmaquillo, lo borro todo, un cigarrillo en la terraza de la habitación, aunque hace meses que intento dejarlo. Me siento como Bridget Jones en su diario. 15 de octubre: 7 cigarrillos, 1 copa de cava, 1 marido juglar, 5 lonchas de jamón ibérico (con pan, más desayuno copioso) y los nervios de punta.
Volví a la carga, esta vez con el pelo. Tras ver las fotos y los vídeos de una ya convertida en finalista del premio Planeta, nadie me creería si le aseguro que me pasé más de veinte minutos chamuscándome la melena con una plancha alisadora. Al igual que a Flora Gascón, protagonista de Niebla en Tánger, en cuanto llego a un sitio con mar mi pelo aumenta su volumen hasta convertirse en una peluca dieciochesca.
Dejemos ya las frivolidades estéticas, hora y media después había doblegado al tiempo, estaba puntual y divina, al menos para mi marido (la guitarrita no se la llevó a la gala).
21:30 de la noche, Palau de Congressos de Barcelona. El cotilleo es una virtud literaria. Con él comenzó el lenguaje del mundo en la época de los mamuts, murmurando del vecino de cueva, ¿A quién vi en la gala?, me preguntarán después. Recuerdo a Boris Izaguirre, una alucinación de pantalón y chaqueta blancos. Boris, le llamé en las entrañas, qué noches de insomnio en el sofá de casa cuando hacías Crónicas Marcianas, ¿te acuerdas? Vuelvo al presente. Soy finalista del premio Planeta 2017. Carmen Posadas ha abierto la plica con mi nombre. La emoción me abduce. El caos encierra la potencialidad de todas las cosas que pueden pasar y pasan. No puedo ir a la rueda de prensa sin abrazar antes a mi marido y a Palmira Márquez, y los abrazo. Nativel Preciado y María Dueñas se acercan a felicitarme, encantadoras. La noche se desborda. Entrevistas, fotografías. Recuerdo en una nube la conversación con Fernando Delgado, miembro del jurado, sobre las novelas en las que el lector, además de por la trama, se ve arrastrado por la musicalidad que encierra la prosa. Una idea que defendían también Flaubert y Cortázar, y que Fernando vio en Niebla en Tánger. Le agradezco su amabilidad y sus palabras.
Del Palau de Congressos nos dirigimos, ya a las 3 de la madrugada, al Hotel Juan Carlos I. Conozco a Fernando Sánchez Dragó, no sé por qué uno siente familiar el rostro que ha visto tantas veces en la pantalla de la televisión, y experimenta una ilusión mundana. ¿Seré una friki?
4:00 de la madrugada. Llegada al hotel. 5 copas de cava, 10 cigarrillos (y en aumento), 1 marido emocionado e insomne, al igual que yo. Revoloteo por la habitación. No sé qué hacer. Si se pudiera sacar a la alegría de paseo, cansarla, darle de cenar, acunarla hasta que cerrase los ojos, lo habría hecho. A veces es como el dolor, una presencia viva con la que no sabemos qué hacer. Preparo la maleta, no demasiado bien porque me olvidaré unas sandalias. Barcelona duerme, veo la casa Batlló en una neblina de sueño desde la terraza; por fin me acuesto para dormir con ella.
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Sinopsis de Niebla en Tánger:
El 24 de diciembre de 1951 Paul Dingle desapareció en el puerto de Tánger sin que se llegara a saber qué fue de él. Sesenta y cuatro años después, Flora Gascón sospecha que es el mismo hombre con el que ha tenido una aventura en Madrid y del que se ha enamorado. El nexo entre ellos: Niebla en Tánger, la novela que Paul tenía sobre su mesilla de noche.
Flora viajará hasta esta ciudad mágica y llena de secretos en busca de la autora de la novela, la única que puede decirle quién es en verdad su amante y cómo encontrarlo. Pronto se da cuenta de que es ella misma quien debe escribir el final de la historia, pues en esa aventura también está en juego su identidad; es un viaje al fondo de sí misma.
Autora: Cristina López Barrio. Título: Niebla en Tánger. Editorial: Planeta. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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