Entiendo a las personas que se mudan a otra ciudad cuando el amor se descompone. El mayor reto son las minas. Si no aprendes a detonarlas, acabas convirtiéndote en un mutilado emocional o viviendo como un terrorista con un cinturón explosivo. Solo he vivido dos rupturas. Durante la primera estuve años esquivando lugares, como nuestro restaurante favorito. Contra mi voluntad y por azar, una noche acabé allí. Parecía la ciudad de Pompeya; los camareros, el olor a curry o el crujido del pan de lentejas, todo se había petrificado en esculturas de una pasión que todavía latía. Mientras la gente cenaba, dulce y silenciosamente me inmolé.
No sé qué táctica será la mejor, pero en esta segunda ruptura estoy empeñado en tropezar contra todas las minas. Se olvidó de su pijama, perfectamente doblado en un cajón. No dudé en entregárselo a la desconocida que durmió en la que fue nuestra cama. Esa noche volví a leer después de meses. Otro rincón que debía detonar era nuestra peluquería. Al año de estar juntos, cuadrábamos las agendas para asistir mutuamente al espectáculo de nuestra poda. Nos gustaba compartir esa invitación a la vida que brota con los cortes de pelo.
A nuestra peluquera, Estefanía, le faltaba la electricidad de otras veces ¿Habría olido mi dolor cómo los animales huelen el miedo? Pregunté por sus vacaciones, porque el sonido de la maquinilla rasurando mi nuca empezaba a ser intimidatorio. Pues mira, horribles. Solo quince días y tuvimos que cambiar de planes. El hijo de mi prima se contagió un día antes de llegar, poniendo a toda la familia en cuarentena. No pude ver a mi madre. Tuvimos que ir al pueblo de mi marido y se nos acopló su hermana.
Normalmente el movimiento de sus manos era de delicadeza quirúrgica, ahora el frío de la tijera tras mi oreja me hacía pensar en Van Gogh. No me dice la hermana de mi marido que haga un arroz con bogavantes. A mí no me importa, pero no me ayudó. Se quedó sentada hablando de cotilleos, opinaba de todo sin tener ni idea de nada. Me di la vuelta y le dije que ya basta ¡Qué me importa lo que hagan tus vecinas! Mi marido se quedó blanco. ¿Por qué la gente no habla de sus ilusiones y deja de preocuparse por las vidas ajenas? En lugar de copos de nieve, mi pelo caía con la rabia de la gota fría. Ya le he dicho a mi marido que no aguanto más, quiero mudarme. Todos los días la misma historia, dejo a los niños en el cole, vengo aquí, ocho horas, vuelvo a casa, hacemos los deberes, la ducha, la cena y el maldito Netflix. Necesito mar.
Me contó que la hermana de su marido tiene cuatro dedos de canas y una dentadura en ruinas. Al parecer, habla con la altura moral de una santa, haciendo juicios sobre las infidelidades en su vecindario. La presidenta de la comunidad tiene las llaves de la pista de papel y cada vecino que se las pide acaba acostándose con ella. Pues mira, que le quiten lo bailado. Las vidas son como los volcanes, tarde o temprano entran en erupción. El Vesubio momificó el abrazo de personas que dormían cuando la lava les arropó. Frente a ese magma del amor eterno es difícil escapar. Mis padres nunca han vivido una ruptura. No sé entrar en erupción, me consuelo con aprender a detonar las bombas.
Una compañera le pidió el secador. Estefanía la miró fijamente. Hija, el ácido hialurónico te ha dejado la cara como asustada. A los minutos me preguntó: ¿por qué la gente se desgracia así? Dejó el peine en su riñonera con tachuelas y cogió la tijera de entresacar. Podía sentir su rabia en las raíces de mi pelo. El otro día vino un hombre mayor, un cliente que no aguanto por sus opiniones políticas. Quería cortarse la coleta, le dije, mira, bonito, si quieres un cambio en tu vida debes echarle huevos. La coleta nunca me ha gustado, pero a santo de qué vienes ahora a cortártela, si llevas años diciéndome que no la toque.
El cliente confesó que se había jubilado. Durante décadas había mantenido una relación con su secretaria. Sus hijos ya no vivían en casa, mantenían el volcán inactivo. Ahora, tenía pánico de dormir con su mujer y levantarse sin la promesa que escondía el trabajo. Llévate la coleta, se la entregas a tu mujer y le cuentas todo.
Estefanía, la hermana de su marido, el cliente con coleta y yo mismo vivimos asomándonos al interior del cráter. Nunca he sido capaz de escribir una carta de amor, solo escribo diarios de ruptura. Voy al revés, exploto cuando el magma se acerca, antes de que todo se petrifique.
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