“Esta noche, Ana María, invítame a un café en tu casa”.
Cristina Peri Rossi, de Correspondencia(s) con Ana María Moix.
La editorial Menoscuarto ha publicado un libro de Cristina Peri Rossi titulado Julio Cortázar y Cris. Un cortazariano como yo no puede dejar pasar un acontecimiento semejante que me recuerda cuando Julio publicaba un nuevo libro. El último, cómo olvidarme, Deshoras, me sorprendió mirando el escaparate de una librería y al verlo no dudé en entrar para llevármelo. Precisamente en este libro de Peri Rossi hay un capítulo dedicado a uno de los relatos de Deshoras que es “Diario para un cuento”, un relato experimental y vanguardista que es uno de los capítulos de este libro que, supongo, Peri Rossi “necesitaba” escribir. Recomiendo vivamente este libro para no olvidar que queremos tanto a Julio, enormísimo cronopio, y paso a contar un episodio de mi vida entre libros que entresaco y resumo de mi reciente Empeñados en ser felices (Aguilar).
En su brillante conferencia, Peri Rossi contó una anécdota sobre un tío suyo, «comunista, jugador, soltero, que tenía una biblioteca de unos ochocientos libros de todas las épocas, bastante actualizada». Ella los leyó todos y, «comprobación aterradora», dijo, «de ochocientos libros había solo tres mujeres: la primera traducción de Las olas, hecha por Borges, de Virgina Woolf; un libro de poemas de Alfonsina Storni, y una de las primeras ediciones de los poemas de Sylvia Plath. Mi tío era muy machista, cosa de la que yo no me había dado cuenta porque no era superficialmente machista, era refinadísimamente machista, como hombre civilizado, y les voy a dar el ejemplo. Cuando me vio leer me preguntó: “¿Ya los leíste casi todos?”. Dije: “Sí”. Y me dijo: “¿Por qué lees tanto?”. Dije: “Quiero ser escritora”. Entonces me dijo: “¿Cuántos libros hay de mujeres acá?, ¿te diste cuenta?”. Dije: “Tres”. Dijo: “¿Sabes cómo murieron?”. Le dije: “Sí, se suicidaron”. Entonces mi tío sentenció: «Las mujeres no escriben, y cuando escriben, se suicidan«.
Los Encuentros duraron tres días en los que las conversaciones se sucedían con inteligencia y buen humor. Ana María Matute, que llegó con el pie derecho vendado, se quejaba al principio por la torcedura, pero se olvidó a medida que iba entrando en la conversación. Se divirtió recordando su rebeldía. «Las monjas nos decían: “Leer, poco; novelas, nunca, y claro, yo fui novelista”», y Josefina Aldecoa recordó cuando Ignacio Aldecoa tuvo experiencias parecidas. «… su enorme afición, muy temprana, a leer y a la literatura, como un acto de rebeldía, y por fastidiar a la familia y a aquella sociedad…». Francisco García Pérez, que moderaba la mesa, les preguntó si solamente eran los muchachos de su generación los que bebían, y Josefina dijo: «No, no. Todos», y Ana María: «Nosotras también bebíamos. Bebíamos tanto como vivíamos». Y siguió Aldecoa: «Pasábamos la vida en las tabernas; eran los refugios naturales. Sin un duro siempre, claro, reuníamos el dinero y se pagaba entre todos. Algunas veces bebíamos vino, y cuando teníamos un poco más de dinero, otras cosas. Bueno, hay tabernas en Madrid en las que hemos agotado cosechas completas de aguardiente con guindas». Lo que corroboró Matute: «¡Oh, sí!, y estaba muy rico, por cierto».
Volviendo a Cortázar, recuerdo como algo extraordinario en mi formación lectora la publicación de sus poemas, Salvo el crepúsculo (Alfaguara). El título remite al haiku de Matsuo Basho: «Este camino / ya nadie lo recorre / salvo el crepúsculo». En este libro leí «Cinco poemas para Cris», a los que seguían «Otros cinco poemas para Cris», y más adelante «Cinco últimos poemas para Cris». Entonces no supe a qué Cris se refería Cortázar en estos poemas, pero pasado el tiempo, muy poco, porque el libro se publicó en 1984, el año de la muerte del Cronopio, fue cuando en una entrevista se lo preguntaron a Cristina Peri Rossi y dijo que no lo había dicho antes por pudor. Y añadió:
«Cuando pienso que han pasado treinta años, no me lo puedo creer. Ya sabemos que el tiempo es algo muy subjetivo. Cuando ya estaba enfermo solía decir que él era inmortal. No en el sentido figurado de la fama y todo eso, sino en el de una persona que nunca se va, y eso es lo que me pasa con él, que es como si no se hubiera ido».
Lo cuenta ahora en este libro Julio Cortázar y Cris.
Cristina Peri Rossi es Premio Cervantes 2021, pero la mala salud no le permitió recogerlo. Es como si lo hubiera aventurado en su poema «Enfermedad»:
El médico me preguntó / en qué parte sentía el malestar / «De aquí, del lado de la vida», / le dije, / y no señalé ningún lugar.
Vaya para ella, una vez más, el último poema de los quince que le dedicó su gran amigo:
No te voy a cansar con más poemas. / Digamos que te dije / nubes, tijeras, barriletes, lápices, / y acaso alguna vez / te sonreíste.
Yo me quedo con este imperativo imposible de Cris en uno de sus poemas:
«Detente instante eres tan bello».
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