Cuando somos niños nos enseñan que podemos enviar mensajes con tinta invisible usando zumo de limón. Solo hay que escribir con el zumo y, aplicando calor, el mensaje aparecerá como por arte de magia, siempre y cuando no haya pasado demasiado tiempo, porque en ese caso será irrecuperable.
Esther, en su novela, realiza un homenaje a quienes se hicieron invisibles a base de silencios, un tributo a las mujeres que tuvieron que crecer antes de tiempo y ser madres, hermanas y esposas. Aquellas que guardaron silencio sobre lo que sucedía al cerrar la puerta de su casa, porque era la forma de vencer a la vida que les había tocado. Ganadoras sin nombre que son descubiertas en esta historia a doble hilo, en la que cada palabra desprende la ternura de quien relata la vida de nuestras abuelas. Quizás por eso la autora trasciende los sentimientos a las sensaciones; los sabores cobran vida en las páginas de la novela, los olores, la dureza del suelo en el que duerme Ofelia su primera noche sin padres, las flores lanzadas a una tumba… cada palabra y cada gesto aparentemente casual es el producto de tejer la memoria con el silencio. Tanto es así que el lector tiene que esperar a llegar al final para descubrir la ciudad en la que se desarrolla, hasta ese momento apenas insinuado su nombre, y entender que detrás de los nombres hay personas reales cuyas historias también han permanecido en silencio.
No es la primera vez que López Barceló escribe sobre mujeres o sobre las heridas de nuestro pasado más reciente. La memoria ya era un eje en su obra divulgativa y ahora, en Cuando ya no quede nadie, ha sabido condensar las voces de aquellos a los que nadie preguntó, en una novela ambiciosa cuya lectura desprende el calor necesario para que la historia invisible, esa que comenzábamos diciendo que se escribía con zumo de limón, haya quedado plasmada sobre el papel.
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Autora: Esther López Barceló. Título: Cuando ya no quede nadie. Editorial: Grijalbo. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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