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Declaración de principios - Zenda
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Declaración de principios

«Quisiera yo que, como me han mandado y dado larga licencia para que escriba el modo de oración y las mercedes que el Señor me ha hecho, me la dieran para que muy por menudo y con claridad dijera mis grandes pecados y ruin vida.» Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida «En noviembre...

¿Ocupan las mujeres el papel que merecen, en la sociedad en general y en el ámbito de la literatura en particular? La respuesta puede llegar a admitir tres variables —no siempre, o rara vez, o casi nunca—, pero jamás consistirá en un sí rotundo. El silenciamiento mantenido a lo largo de los siglos, el consiguiente afianzamiento de un imaginario que las confina en un espacio subalterno y las dificultades para traspasar la barrera que por ahora impide o dificulta su equiparación plena con los hombres ha provocado que también en los estantes de las librerías, o en los anaqueles de las bibliotecas, sus voces deban gritar más alto para hacerse oír. Y sin embargo, también las mujeres han contado, y cuentan, y contarán, y vierten su personal mirada sobre el mundo desde las palabras que estampan en cada página. Esta especie de pequeña antología quiere ser un mínimo homenaje a las mujeres que han escrito y escriben (también a las que escribirán en el futuro), restringido —por aquello de poner algún límite— a las que emplean en sus creaciones la lengua española. No están todas las que son, ni son todas las que están, pero ya que se suele decir que los comienzos de las narraciones (y también de los ensayos, aunque quizá en menor medida) resultan cruciales a la hora de atrapar al lector, he querido seleccionar aquí unos cuantos principios de novelas, colecciones de cuentos o textos de no ficción escritos por mujeres, con el fin de animar a aquellas personas que puedan desconocer alguna autora o algún libro de los que aquí figuran a que se lance a leer, que es de lo que se trata.

«Quisiera yo que, como me han mandado y dado larga licencia para que escriba el modo de oración y las mercedes que el Señor me ha hecho, me la dieran para que muy por menudo y con claridad dijera mis grandes pecados y ruin vida.»

Santa Teresa de Jesús, Libro de la vida

«En noviembre del año de 1836, el paquebote de vapor Royal Sovereign se alejaba de las costas nebulosas de Falmouth, azotando las olas con sus brazos, y desplegando sus velas pardas y húmedas en la neblina, aún más parda y más húmeda que ellas.»

Fernán Caballero (Cecilia Böhl de Faber), La gaviota

«Por más que el jinete trataba de sofrenarlo agarrándose con todas sus fuerzas a la única rienda de cordel y susurrando palabritas calmantes y mansas, el peludo rocín seguía empeñándose en bajar la cuesta a un trote cochinero que descuadernaba los intestinos, cuando no a trancos desigualísimos de loco galope.»

Emilia Pardo Bazán, Los pazos de Ulloa

«Por dificultades en el último momento para adquirir billetes, llegué a Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que había anunciado y no me esperaba nadie.»

Carmen Laforet, Nada

«El timbre sonó de un modo particular. Sonaba de un modo particular todas las tardes, pero aquel día se hizo notar más su particularidad. El timbre delataba el titubeo, la duda de quien lo oprimía temiendo que no respondiese la persona llamada, y aquella vez no respondió. Sonó como siempre; primero una vibración apenas audible y luego ya un breve timbrazo sin remedio: ya está, ya sonó, ahora a esperar. No abrió la puerta Elena. Antes de abrirse la puerta fueron acercándose pasos que no eran los de ella, pero ya no era posible retroceder: se abrió la puerta.»

Rosa Chacel, Barrio de Maravillas

«Ayer vino Gertru. No la veía desde antes del verano. Salimos a dar un paseo. Me dijo que no creyera que porque ahora estaba tan contenta ya no se acuerda de mí; que estaba deseando poder tener un día para contarme cosas. […]»

Carmen Martín Gaite, Entre visillos

«Ladraban los perros. Primero fue el mastín, bronco y pausado, quien lanzó el alerta. Después, fueron uniéndose a su desgarrado ulular los cortos y rabiosos chillidos de los perros de caza.»

Elena Quiroga, Viento del Norte

«Mi abuela tenía el pelo blanco, en una ola encrespada sobre la frente, que le daba cierto aire colérico. Llevaba casi siempre un bastoncillo de bambú con puño de oro, que no le hacía ninguna falta, porque era firme como un caballo. Repasando antiguas fotografías creo descubrir en aquella cara espesa, maciza y blanca, en aquellos ojos grises bordeados por un círculo ahumado, un resplandor de Borja y aún de mí. Supongo que Borja heredó su gallardía, su falta absoluta de piedad. Yo, tal vez, esta gran tristeza.»

Ana María Matute, Primera memoria

«Oviedo es una ciudad dormida. Por las calles, estrechas y empinadas, del Oviedo antiguo, envueltas de ordinario en espesa niebla, corre un sueño de siglos. Las moradas humildes, de paredes desconchadas por la humedad, se aprietan en torno a los palacios y caserones con fachadas de piedra renegrida.»

Dolores Medio, Nosotros, los Rivero

«Yo tenía quince años cuando me enteré de que el demonio se llamaba nylon y a él, y sólo a él, deberíamos achacar los malos tiempos que se avecinaban.»

Cristina Fernández Cubas, Con Agatha en Estambul

«Al verme entrar en el café se levantó de un salto y me esperó con los brazos caídos, como si estuviera dispuesta a recibir con la misma conformidad un beso o una puñalada. Me acerqué y le di un beso. Entonces se sentó y me pareció escuchar un suspiro de alivio.»

Elvira Lindo, Lo que me queda por vivir

«Mañana, en cuanto amanezca, iré a visitar tu tumba, papá. Me han dicho que la hierba crece salvaje entre sus grietas y que jamás lucen flores frescas sobre ella. Nadie te visita. Mamá se marchó a su tierra y tú no tenías amigos. Decían que eras tan raro… Pero a mí nunca me extrañó. Pensaba entonces que tú eras un mago y que los magos eran siempre grandes solitarios.»

Adelaida García Morales, El sur

«El Cielo, 1123, ése era mi destino. Lo repetía en alta voz mientras me dirigía hacia él. No me podía perder, conocía bien el camino que debía seguir. Lo repetía para darme ánimos. Era la primera vez que iba a casa de los Lennox, los niños que carecían de verdadero padre. No es que no lo tuvieran, sino que sencillamente no era auténtico. Era padrastro, terrible palabra para nuestros asustados oídos adolescentes y colegiales, transmitida en susurros y envuelta en el oscuro aroma del misterio.  Tal vez también del desamparo.»

Soledad Puértolas, El bandido doblemente armado

«—Oye, Ana, ¿puedes hacer los pies de estas fotos?

—Ni hablar, guapo, que son las diez de la noche, que me está esperando el Curro, hombre.»

Rosa Montero, Crónica del desamor

«Barrabás llegó a la familia por vía marítima, anotó la niña Clara con su delicada caligrafía. Ya entonces tenía el hábito de escribir las cosas importantes y más tarde, cuando se quedó muda, escribía también sus trivialidades, sin sospechar que cincuenta años después sus cuadernos me servirían para rescatar la memoria del pasado y para sobrevivir a mi propio espanto.»

Isabel Allende, La casa de los espíritus

«Fui joven en una época en que el futuro parecía también joven y nuevo, no una mera prolongación de años tristes que se arrastraban y olían a polvo y encierro.»

Clara Usón, El asesino tímido

«Andrea luchaba por sacar el pie de entre las rejas metálicas del paso canadiense. Una visión cenital habría arrojado la imagen de una mujer indefensa, un ser minúsculo, casi imperceptible, en una vasta extensión de bosque derramado a través de silenciosas hectáreas. Luchaba por liberarse, pero a cada movimiento, se le encarnizaba el dolor que sentía en el empeine.»

Txani Rodríguez, Si quieres puedes quedarte aquí 

«Cruzo la puerta de hierro y cristal, pesada, chirriante, y me sumerjo en una atmósfera contradictoriamente más pura —menos luz, menos ruidos, menos sol—, como si desde la mañana polvorienta y sucia, una de esas mañanas sofocantes y obscenas de los primeros días del verano en mi ciudad sin primavera, me hubiera refugiado en el frescor de piedra de una iglesia muy vieja, donde huele remotamente a humedad y a frío, el frío de un invierno que el bochorno del verano todavía no ha ahuyentado y en cuyo aire se entrecruzan desde las altas cristaleras polícromas múltiples rayos de luz.»

Esther Tusquets, El mismo mar de todos los veranos

«Me llamo José Federico Burgos. Soy pintor, hago réplicas de cuadros del Renacimiento y una que otra falsificación. Estoy sentado en el borde del muro más alto de la casa. Voy a saltar. Estoy a punto de saltar.»

Ave Barrera, Puertas demasiado pequeñas

«Nadie sabía con certeza si había sido el viento o un rayo, pero a todo el mundo entristeció ver la fotografía de aquel enorme árbol centenario que medía más de treinta metros, y cuya base podía tener un perímetro de al menos seis, partido por la mitad.»

Beatriz Rodríguez, Cuando fuimos ángeles

«Existe una teoría, de sobra conocida, pero poco comprobable, sobre el poder psíquico de los animales. De la mayoría de animales. De cómo detectan campos magnéticos, alteraciones eléctricas, embarazos y divorcios y predicen lunas llenas. De cómo se quedan mirando, sin respiración, absortos y erizados, una pared blanca, completamente blanca, donde no hay vida, ni suspiro más profundo que se le pueda dedicar a una pared espantosamente blanca.»

Almudena Sánchez, La acústica de los iglús

«Hoy ya no creo que estén los plumeros. Alguna vez volví a pasar por ahí y me costó reconocer la recta exacta en un bosque de urbanizaciones y rotondas nuevas. Entonces dudé. Pero debo admitir que pasé deprisa, muy deprisa, acelerando sin ganas de observar el lugar y sin ánimo de recrearme en el recuerdo. Solo los plumeros infinitos a ambos lados de la carretera se empeñaron en acompañarme largo rato y, zarandeados por la brisa cálida que suele recorrer el valle, parecieron susurrar con insistencia: fue aquí; no corras, no dudes, no te vayas; fue aquí.»

Berna González Harbour, Los ciervos llegan sin avisar

«Cuando los Olmedo llegaron a su casa nueva, soplaba el levante. El viento hinchaba los toldos de lona hasta despegarlos de su armazón de aluminio y los dejaba caer de golpe sólo un momento antes de volver a inflarlos, produciendo un ruido continuo, sordo y pesado como el aleteo de una bandada de pájaros monstruosamente grandes.»

Almudena Grandes, Los aires difíciles

«Cuentan que en mi familia siempre se sienta un comensal de más en cada comida. Es invisible, pero está ahí. Tiene plato, vaso y cubiertos. De vez en cuando aparece, proyecta su sombra sobre la mesa y borra a alguno de los presentes.»

Gabriela Ybarra, El comensal

 

«Saldrá por la mañana. En cuanto se callen los lobos que aúllan fuera, allá arriba, como si se contaran los unos a los otros lo solos que están.»

Patricia Esteban Erlés, Las madres negras

«ESCRIBE:

Soy gorda. Y negra.

Pero valgo más que todos vosotros, bastardos.»

Noemí Sabugal, Una chica sin suerte

«La tarde en que papá no regresó a tiempo de encender la estufa fue el día más frío de todo el invierno. Fue mamá quien bajó al sótano y subió con el saco lleno de carbón y ramas. Los leños estaban húmedos. Otra vez picón, este hombre no se entera de nada, decía con el saco en brazos. A Martina y a mí nos gustaba hurgar entre el carbón, sobre todo en ese que era más blando. A veces, cuando mamá no miraba, frotábamos una pieza contra otra hasta que nuestros dedos quedaban sucios y los pedazos de carbón brillantes como azabaches.»

Aroa Moreno Durán, La hija del comunista

«Cuando mi marido y yo vaciamos la ruina de mis padres en Toledo —una enorme casa de fin de semana llena de libros, estufas de carbón, pantallas de cine o lámparas de minero—, aparecieron cuatro cajas de Cariñena que tras cuarenta años en la bodega se había transformado en jerez propio de un banquete pirata. En el arcón de la gran biblioteca, encontramos otras cuatro cajas de cartón roídas por los años. dentro: quinientas cintas magnetofónicas en perfecto estado.»

Lea Vélez, La olivetti, la espía y el loro

«Cinco chavales debajo de una farola. Cinco sordomudos hablando por señas, estaban debajo de la farola porque solo podían verse ahí, no en la oscuridad, donde no habrían podido charlar ni entenderse y no había absolutamente nada ni nadie. Mucho silencio. Las dos de la madrugada. Más fácil todo que comer con las manos.»

Esther García Llovet, Sánchez

«Aquella iba a ser la definitiva, de eso estaba seguro. Dadas las circunstancias, y en gran parte debido a los diversos infortunios que se habían ido encadenando en mis anteriores tentativas, no me quedaba más remedio que saltar de una vez por todas.»

Alba Carballal, Tres maneras de inducir un coma

 

Y ahora, lo dicho. Sigan leyéndolas. O empiecen a hacerlo.

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Miguel Barrero

Ha publicado las novelas Espejo (premio Asturias Joven), La vuelta a casa, Los últimos días de Michi Panero (premio Juan Pablo Forner), La existencia de Dios, Camposanto en Collioure (Prix International de Littérature de la Fondation Antonio Machado), La tinta del calamar (premio Rodolfo Walsh) y El rinoceronte y el poeta, así como el libro de viajes Las tierras del fin del mundo. Ha formado parte del programa 10 de 30 para la difusión de la nueva literatura española en el exterior. @MiguelBarrero Foto: Muel de Dios.

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