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El dealer del parque Dos - Élmer Mendoza
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El dealer del parque Dos

En el parque Uno hay un dealer. Pertenece a una poderosa banda de la que es mejor no saber. El parque Dos es pequeño, quizá una hectárea de árboles y veredas curvosas. Se ubica al lado de una escuela preparatoria y aledaño al vecindario. Seis días a la semana nos encontramos los mismos: El señor...

En el parque Uno hay un dealer. Pertenece a una poderosa banda de la que es mejor no saber.

El parque Dos es pequeño, quizá una hectárea de árboles y veredas curvosas. Se ubica al lado de una escuela preparatoria y aledaño al vecindario. Seis días a la semana nos encontramos los mismos: El señor que corre mucho, la señora que lo mueve rico, el que saluda a todos, la que tuvo bebé y unas cuarenta personas más. Nosotros somos la pareja de la señora guapa. Entre los que pasean sus mascotas, la más llamativa es la señora del perico, camina con una falda ancha de colores, tenis de última generación, pelo recogido y su pájaro verde al hombro. Quizá tenga setenta años.

Los amaneceres son higos triturados.

"El joven dealer sonreía y atendía a una clientela a la que poco le importaba la discreción. Es el colmo, protestó un día la señora que vende vitaminas, ¿por qué permitimos que este malhechor venga aquí a envenenar a los estudiantes?"

Cerca de las siete de la mañana, algunos jóvenes cruzan el parque rumbo a la escuela y ahí fue donde lo descubrimos. Iniciaba el semestre y el parque tenía un dealer. Era joven, blanco, fuerte y se movía en bicicleta. Mochila negra. En cuanto los chicos lo detectaron lo visitaban. A la semana el señor que saluda a todos, comentó que el muchacho pasaba 24 horas en el lugar y sólo vendía sustancias a estudiantes; pero no era cierto, vimos a un conductor de tranvía y a un médico joven comprar unos gramos de cocaína y continuar hacia sus trabajos.

La primera semana el joven ciclista trabajó sin descanso, al final tenía una novia morena a la que le acariciaba las nalgas delante de todos y una sonrisa de triunfador. La señora del perico observaba indiferente pero el que corre mucho corría menos. Los recuerdos cuando alguien se ejercita son hálitos de vida que superan la indignación. Sólo la señora que lo mueve rico protestó, les señaló cosas con dedo flamígero pero ellos no hicieron el menor caso. La señora del perico dejó de acercarse a la pareja porque el animal les gritaba: cógetela, mámale las tetas, métesela hasta el tronco. El joven dealer sonreía y atendía a una clientela a la que poco le importaba la discreción. Es el colmo, protestó un día la señora que vende vitaminas, ¿por qué permitimos que este malhechor venga aquí a envenenar a los estudiantes? Lo voy a denunciar, pero uno de los doctores la convenció de que era peligroso, podría estar coludido con la policía, añadió que una de esas noches lo vio conversando con unos patrulleros en plan de mucha amistad; además, quizá pertenecía a una banda que era implacable con sus enemigos; si hacía la denuncia, tendría que mudarse de ciudad.

"El lunes de la tercera semana pudimos ver que sus clientes habían aumentado tanto que tenía dos mochilas; también las protestas de los usuarios del parque."

Durante la segunda semana todo marchó sobre ruedas. El miércoles apareció con una bicicleta nueva y fue más atrevido con su chica, que por su rostro feliz estaba fascinada con la experiencia. Por esos días, todos le manifestaban su repudio al pasar a su lado, pero al joven no le importaba, su mercado crecía y alcanzamos a escuchar que pronto compraría un auto del año. El sábado, la hostilidad de los vecinos fue definitiva, lo mismo que la desfachatez del mozalbete.

El lunes de la tercera semana pudimos ver que sus clientes habían aumentado tanto que tenía dos mochilas; también las protestas de los usuarios del parque; la más notable, la señora de las vitaminas que comentó a la señora guapa: Ya que la policía no se atreve, ¿por qué Dios no se lleva a este infeliz? El miércoles el dealer amaneció con un disparo en la frente. Una ambulancia que arribó con la policía se llevó el cadáver, los patrulleros cargaron con la novia que lloraba desconsolada. Pocos caminaron ese día. Una semana después nadie hablaba del asunto, salvo el perico que exclamaba: Vas a pagar cabrón, pum, vas a pagar. Al día siguiente, la señora del ave verde, estrenó falda y tenis, e hizo su recorrido con un lindo perrito chihuahueño.

Ha trascendido que en el parque Dos nadie quiere ser dealer.

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Élmer Mendoza

Nacido en Culiacán, México, en 1949, es catedrático de literatura en la Universidad Autónoma de Sinaloa, miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua y del Colegio de Sinaloa. Pertenece al Sistema Nacional de Creadores de Arte. Comenzó su carrera literaria en 1978, y en 1999, Un asesino solitario, su primera novela, de inmediato lo situó, a juicio del crítico mexicano Federico Campbell, como "el primer narrador que recoge con acierto el efecto de la cultura del narcotráfico en nuestro país". Con El amante de Janis Joplin obtuvo el XVII Premio Nacional de Literatura José Fuentes Mares y con Efecto Tequila (2005) fue finalista del Premio Dashiell Hammett. En 2006 apareció su cuarta novela, Cóbraselo caro , y en 2008 Balas de plata fue merecedora del III Premio Tusquets Editores de Novela, que lo consagró como escritor de primera fila en el panorama de la novela hispánica. Después de La prueba del ácido (2010) y Nombre de perro (2012), ambas protagonizadas por el detective Edgar el Zurdo Mendieta, Besar al detective, su próxima novela, que publica Literatura Random House en mayo de 2016, continúa esta saga. Élmer Mendoza vuelve a retratar aquí una época y un país de la mano del singular detective que ha traspasado fronteras y es conocido en diez idiomas.

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