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De Manhattan a Gotham - Benito Olmo - Zenda
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De Manhattan a Gotham

Los meses de escritura, reescritura y correcciones han valido la pena. Estoy bastante contento con este nuevo trabajo. Si la pandemia lo permite, llegará a las manos de los lectores a mediados de 2021. Me apetece mucho descubrirles una cara de Frankfurt que no sale en las guías de viaje. De alguna manera es algo...

Me llegan buenas noticias de España: mi agente y mis editores están entusiasmados con el manuscrito de la nueva novela.

Los meses de escritura, reescritura y correcciones han valido la pena. Estoy bastante contento con este nuevo trabajo. Si la pandemia lo permite, llegará a las manos de los lectores a mediados de 2021. Me apetece mucho descubrirles una cara de Frankfurt que no sale en las guías de viaje. De alguna manera es algo parecido a lo que hice en La maniobra de la tortuga y La tragedia del girasol, en las que mostré un Cádiz negro muy alejado de los estereotipos y las postales que venden las agencias de viajes.

"Me cuesta creer lo rápido que ha pasado el tiempo, algo a lo que ha contribuido el hecho de que la pandemia se haya cruzado en nuestro camino"

Escribir es un oficio muy solitario, en el que a menudo tienes que tirar de intuición y volcar toda tu confianza en lo que estás construyendo para no desfallecer. Las ideas son ladinas: pueden seducirte a primera vista y, con el tiempo, mostrar una cara apática y desconsiderada en la que no habías reparado antes y que te lleva a odiarlas con toda tu alma. Por eso nunca trabajo en una sola idea. De esa manera me aseguro de que tengo margen de maniobra en el caso de que quiera darle un vuelco a la historia.

Esta novela, en concreto, la he escrito casi de corrido. Ha sido un proceso muy satisfactorio. Puede que se deba al desafío implícito de tantear un nuevo escenario, o por lo divertido que ha sido imaginarme ciertas escenas en lugares que han pasado a formar parte de mi día a día.

También tiene mucho que ver el entusiasmo que han demostrado los lectores de este Proyecto Mainhattan.

Se cumple un año desde mi llegada a Frankfurt. Me cuesta creer lo rápido que ha pasado el tiempo, algo a lo que ha contribuido el hecho de que la pandemia se haya cruzado en nuestro camino. La situación en Alemania parece totalmente controlada y sólo obligan a llevar mascarilla en lugares cerrados. Por lo demás, la ciudad rebosa normalidad y cuando caminas por el centro cualquier fin de semana es fácil ver aglomeraciones y grupos a los que la expresión «distancia de seguridad» les resulta completamente ajena.

* * *

Salgo a dar un paseo y llego hasta Gunthersburgpark. La temperatura es agradable. Mucha gente aprovecha las horas de sol para apostarse en el césped en bañador o en bikini y absorber con avidez las vitaminas que proporciona el astro rey. El parque es un buen sustituto de la playa, aunque se echa de menos algún lugar en el que darse un chapuzón. Me adelantan algunos runners que trotan con un entusiasmo que no alcanzo a envidiar.

Si recapitulo sobre el último año de mi vida, no me arrepiento en absoluto de haber emigrado. Echo de menos a la familia y a los amigos, pero esta experiencia me ha enseñado mucho y he disfrutado casi cada segundo del proceso.

Mi alemán mejora día tras día y empieza a ser aceptable. Entiendo y consigo hacerme entender, que ya es mucho. Los alemanes no se caracterizan por su paciencia, precisamente, pero el punto fuerte de esta ciudad es su carácter cosmopolita, ya que aquí residen muchos emigrantes. La mayoría de la gente con la que me toca relacionarme ha pasado por lo mismo que yo, así que comprenden las dificultades idiomáticas que tiene que sufrir un recién llegado y me dan bastante cancha. Una vez que comienzas a dominar el idioma, se abre ante ti una ciudad diferente y llena de posibilidades que antes ni siquiera era capaz de intuir.

"Frankfurt muestra sin pudor sus dos caras"

Mis pies me llevan hasta Konstablerwache, donde observo las evoluciones de los chicos que se dedican al menudeo. No me quedo mucho, porque no quiero que vuelvan a marcarme. Si me descubren curioseando sus actividades por segunda vez puede que me meta en un lío. Por eso los dejo atrás y me deslizo en dirección al distrito financiero, cuya silueta se alza en el horizonte apuntalada por los rascacielos que me esperan, hermosos y desafiantes, alzados en dirección al cielo.

Aterrizo en el barrio rojo casi sin querer. En un momento paso de la opulencia de las torres de cristal y acero a la miseria de las narcosalas y los burdeles que atestan las aceras. Empieza a anochecer y las calles de la Bahnhofviertel rebosan actividad. Me cruzo con un grupo de chicos que hablan a gritos en un idioma que desconozco, alcoholizados y con ganas de jarana. Tendrán unos veinte años. Los veo entrar en uno de los burdeles y me pregunto qué habrá fallado en la educación de esos muchachos para que, a esa edad, no se les ocurra ningún sitio mejor en el que divertirse.

Frankfurt muestra sin pudor sus dos caras. Por un lado es la Manhattan de Europa, capital económica de la Unión Europea, sede de grandes empresas y entidades bancarias, con el cielo arañado por los ampulosos rascacielos que conforman su distintivo skyline. Si se midiera la economía de una ciudad por la factura de los coches que circulan por sus calles, se podría decir que Frankfurt tiene una salud de hierro. En mi paseo me cruzo con Porsches, Lamborghinis, Maseratis y algún que otro Ferrari. Incluso he visto un taxi de la marca Tesla.

La otra cara de Frankfurt sale a flote justo en el lugar en el que me encuentro. La Bahnhofviertel deja a la vista las costuras de una ciudad que se desangra sin remedio. En los portales y escalinatas se reparten los toxicómanos y las prostitutas en una proporción bastante pareja, conformando un ambiente miserable que hiede a descomposición: la de una urbe que esconde demasiados secretos en su interior. El diseño futurista y temerario de su skyline se olvida rápidamente para dar paso a una especie de Gotham europea, de calles inhóspitas y con una de las tasas de criminalidad más altas del país.

Desde luego, Batman se pondría las botas en este lugar.

Y es que Frankfurt tiene esa dualidad. Es a la vez Manhattan y Gotham. La luz y la oscuridad. El paraíso para quien viene a hacer negocios y la perdición para quien recala aquí de la mano de las organizaciones encargadas de surtir de carne fresca los clubs del Barrio Rojo. El lugar perfecto para tocar el cielo o descender a los infiernos, dependiendo de las cartas con las que te toque jugar.

* * *

Cuando paso junto a una de las narcosalas, alzo la vista para encontrarme con el héroe enmascarado que vigila desde las alturas. Tampoco es que vaya a hacer nada si hay problemas, pero quiero pensar que, de alguna forma, es reconfortante saber que está ahí.

Spiderman vive en Frankfurt, por si no lo saben.

"Hay un total de siete figuras de Spiderman escondidas en la ciudad, si bien hasta el momento tan sólo se han encontrado tres"

Nadie sabe a ciencia cierta cómo llegó hasta ahí arriba esa figura a tamaño real del personaje de Marvel. He oído que se trata de una performance de un artista que quedó muy impresionado la primera vez que visitó la ciudad. Argumentó que, al igual que Nueva York, Mainhattan debía tener su propio superhéroe. Por eso diseñó varias figuras a tamaño real de Spiderman y las camufló entre los edificios, en lugares inaccesibles que presumiblemente le servirían de atalaya para vigilar y combatir el crimen.

Cuentan también que hay un total de siete figuras de Spiderman escondidas en la ciudad, si bien hasta el momento tan sólo se han encontrado tres. Su búsqueda se ha convertido en parte del misterio que Frankfurt reserva a sus visitantes más curiosos.

El hombre araña me devuelve una mirada vacía. Quien lo haya colocado en este lugar tan concreto, entre las salas de inyección y el Barrio Rojo, debió de ser alguien con un sentido del humor desastroso. El superhéroe permanece ahí arriba, impertérrito, observando a distancia la miseria que inunda las calles que tiene a sus pies y sin hacer nada por combatirla.

Spiderman es, por tanto, un frankfurter más.

* * *

El paseo termina en el puente de Deutschherrnbrücke, desde donde que contemplo el atardecer.

"Cualquier retrato de Frankfurt que no incluya los rascacielos y el Barrio Rojo estaría incompleto"

El lugar escogido no es casual. Hace justo un año observé el amanecer desde este mismo lugar. Acababa de llegar y me preguntaba qué me depararían los próximos meses en una ciudad y un país que me resultaban completamente ajenos.

He conseguido mi objetivo prioritario, que no era otro que ambientar una novela aquí. A los lectores les tocará decidir si el esfuerzo valió la pena, aunque confío mucho en las posibilidades de este proyecto. Espero haber sido capaz de captar la esencia de esta ciudad, tan ambigua y misteriosa. Como Manhattan y Gotham, partes indivisibles de un mismo lugar.

Cualquier retrato de Frankfurt que no incluya los rascacielos y el Barrio Rojo estaría incompleto.

Tiene sentido que el Proyecto Mainhattan culmine en el mismo punto en el que empezó todo. Cuando el astro rey se oculta, el cielo regala unos minutos de claridad en los que la ciudad parece flotar sobre el río Main. Miro hacia arriba y contemplo las evoluciones de un avión a punto de aterrizar en el cercano aeropuerto. Siempre hay aviones surcando el cielo de Frankfurt, sea la hora que sea, repletos de gente que viene o se va.

Una sirena suena a lo lejos. Una lancha pasa a todo trapo entre los pilares del puente en el que me encuentro. Varios curiosos aprovechan la bella estampa que brinda el atardecer y sacan idénticas fotos con sus teléfonos móviles. El avión inicia su descenso y no tardo en perderlo de vista.

Frankfurt respira.

Y yo con ella.

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Benito Olmo

Benito Olmo (Cádiz, 1980) es un escritor exiliado en Frankfurt am Main, a pesar de su nulo dominio del idioma alemán. Ha desempeñado oficios muy diversos, como el de rellenador de saleros, constructor de castillos en el aire, agente secreto y huelebraguetas sin licencia. En otro orden de cosas, es autor de varias novelas. Las últimas son La maniobra de la tortuga (Suma, 2016), La tragedia del girasol (Suma, 2018) y Desajuste de cuentas (Storytel Original, 2019). Ha sido finalista del I Premio Aragón Negro/La Trama, del III Premio Santa Cruz, del Premio Tormo Negro-Masfarné 2019, del I Premio Negra y Mortal y del III Premio Cartagena Negra a la mejor novela publicada en 2018.

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