Cuando actúa el deseo, no hay muro que lo detenga. La química, la física, el espíritu, se vuelven incontrolables. Y uno se da cuenta de que todo se confabula. Se tienen ganas de dejarse ir, de vivir otra vez un enamoramiento, de sentirse vivos y deseados. De amar, así de sencillo, aunque otros lo llamen sexo. Es lo que ocurrió a los protagonistas de las novelas Amores adúlteros y Amores adúlteros… el final, obras publicadas en 2007 y 2011 respectivamente, cuyo éxito sobrepasó a sus autores, Beatriz Rivas y Federico Trager, quienes han decidido insistir en el mensaje con el que, literalmente, golpearon a los lectores mexicanos. ¿La razón? La sociedad mexicana es hipócrita, dicen ellos, está llena de prejuicios y mitifica ciertos temas, como el del adulterio, al punto de que los tornamos casi inabordables, porque no los tratamos con naturalidad. Una verdad como un templo. La nueva edición, que reúne en un solo volumen ambas novelas, lleva ahora por título Amores adúlteros: La historia completa (Alfaguara), y no tiene cambios porque su vigencia es manifiesta. Sin embargo, hay dos cosas nuevas: un prólogo escrito por Federico Reyes Heroles, y un epílogo de los protagonistas de la ficción, quienes se reencuentran diez años después. Que viva el amor libre.
AYOTZINAPA, AÑO CERO
"Se tienen ganas de dejarse ir, de vivir otra vez un enamoramiento, de sentirse vivos y deseados. De amar, así de sencillo, aunque otros lo llamen sexo"
“Ayotzinapa no es Tlatelolco”, sostienen los investigadores y ensayistas Fernando Escalante Gonzalbo y Julián Canseco Ibarra, autores del libro De Iguala a Ayotzinapa: La escena y el crimen, que circula ya en librerías de México como una ristra de llamas que quema las manos. Con esta obra, los autores han querido revisar la relación entre ambos hechos: la matanza y desaparición de un grupo de muchachos normalistas en Ayotzinapa, Iguala, la noche del 26 a la madrugada del 27 de septiembre del 2014, y la matanza de estudiantes universitarios la noche del 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, Ciudad de México. Canseco y Escalante analizaron la construcción simbólica en el imaginario colectivo de ambos sucesos a partir de informes, noticias y análisis que nacieron desde el corazón de lo que llaman “cultura antagónica”, esa cultura, dicen, que asoció de forma incorrecta la noche de Tlatelolco con lo ocurrido en Ayotzinapa. La idea por la que ambos hechos fueron asociados, ha dicho Escalante Gonzalbo, se debe, por un lado, a la desconfianza en las instituciones y, por otro, al hecho de que el orden cultural encargado de analizar ambos hechos no ha cambiado en los últimos 60 años en México; es decir, que en todos estos años no se han modificado los instrumentos para interpretar la realidad. ¿Vetusta academia? ¿Vetusto ensayismo? Sí. En México a pocos les interesa analizar los fenómenos sociales si no es para escribir farragosas tesis universitarias plagadas de citas a pie de página o uno que otro artículo de prensa que apenas sugiere malestares estomacales. La razón, esgrimen los autores, es que México lleva casi 10 años siendo testigo de asesinatos, masacres, fosas clandestinas y cuerpos mutilados cada día en la prensa, sin poder siquiera compadecerse públicamente de tanta muerte, porque, en el lenguaje habitual, parecen ser los narcos quienes se pelean entre sí. Pero existe una profunda tristeza colectiva, y el caso de Ayotzinapa ofreció la posibilidad de compadecerse, porque eran puramente víctimas, estudiantes, no culpables de nada. Entonces, todo el dolor y la tristeza de ver cadáveres durante 10 años, argumentan, desembocó en un movimiento de compasión muy efusivo. El volumen, publicado por la editorial Grano de Sal, también recuerda que la sociedad mexicana se alimenta de una cultura antagónica que desemboca en la falta de credibilidad en la versión oficial de los hechos. La cultura antagónica, definen los autores, es una automática desconfianza hacia cualquier cosa que digan las autoridades o que éstas establezcan. “Es esa especie de desconfianza hacia las versiones oficiales”. Y dicho mecanismo produce un vacío en el imaginario colectivo, el cual se llena con especulaciones y conjeturas. Esa misma estructura es la que se mantiene desde el 2 de octubre de 1968, y está muy arraigada en la manera de entender la historia de México de los propios mexicanos; pero es una identificación que no ayuda en nada a que se puedan aclarar hechos como el de Ayotzinapa, porque se pierden de vista todas las características concretas de un suceso y no permite evitar que en el futuro ese tipo de hechos vuelvan a ocurrir. Avisados estamos.
DEL APLAUSO NO SE VIVE
"Existe una profunda tristeza colectiva, y el caso de Ayotzinapa ofreció la posibilidad de compadecerse, porque eran puramente víctimas, estudiantes, no culpables de nada"
Hace nueves meses que un grupo de ¡cuatro mil! artistas (organizados en el movimiento “No vivimos del aplauso”) no cobran un centavo por sus servicios en distintos programas culturales. Y si no es porque protestan rabiosamente, hasta la fecha seguirían sin recibir una explicación, una disculpa o una promesa de que algún día van a recibir los emolumentos de su dedicado y delicado trabajo, un trabajo que vale millones, que incluso podríamos decir no tiene precio, aunque ya se sabe que en estas sociedades del dinero fácil y virtual esos esfuerzos no se consideren valiosos, y tiene más retribución, ¡menuda diferencia!, dar patadas a un cuero inflado de aire que convertir el aire en melodía, la luz, el color y las formas en materia visual perenne o indagar en la naturaleza humana. Doña Alejandra Frausto, secretaria de Cultura, se disculpó por ello. Y encargó a sus subordinados que arreglen el desaguisado. Lo hizo tarde, 42 días después de que le exigieran dar la cara. Menos mal que ella, estamos seguros, sí ha cobrado, así como todos sus achichincles, porque de no haber sido así, se habrían puesto en primera fila para exigir el pago. El problema, señalan los más perspicaces, es que a este gobierno la cultura le importa poquito, muy poquito. Y hasta la fecha eso se nota mucho, muchísimo. Pagarán, seguro. La cuestión de fondo es qué futuro cultural se quiere para México, cuando sus gobernantes no son capaces de afrontar responsabilidades y creen que todo se hace por amor al arte.
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